Queridos hermanos y hermanas:
En el Magníficat, la Virgen Santísima nos dijo: “su misericordia
llega de generación en generación” (Luc 1, 50). Cada era, cada
generación debe responder a Dios, a su acción salvífica, acoger la
redención, batallar los males de su tiempo, y responder a las
necesidades de su momento histórico. A los hombres de cada
generación les corresponde saber leer los signos de los tiempos,
descubrir la voz y acción de Dios, y responder con obediencia a los
movimientos del Espíritu Santo para atraer la Misericordia Divina.
Nuestra generación ha tenido el privilegio de recibir tantas y
tantas gracias. En un momento histórico tan difícil como el nuestro
y en medio de tanta oscuridad, el Señor ha enviado rayos de gracia y
misericordia para iluminar el sendero de la humanidad. Precisamente,
en uno de los períodos más oscuros del siglo XX (entre las dos
guerras mundiales), Dios eligió a Santa María Faustina, religiosa
polaca de la orden de Ntra. Señora de la Misericordia, para una gran
misión:“Tú eres la secretaria de Mi Misericordia; te he escogido
para este cargo en ésta y en la vida futura.” Su Santidad Juan
Pablo II dijo en la Canonización de Sta. Faustina: “no es un
mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación
especial... para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y
mujeres de nuestro tiempo”.
¡Cuánta urgencia tiene el Corazón de Jesús de ofrecer al mundo su
mensaje de Misericordia! Él mismo dijo a Santa Faustina: “Hija
Mía, habla al mundo entero de la Mi insondable Misericordia”. “Antes
de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de Misericordia.”
En la condición del mundo actual, el Señor ha querido recordarnos su
infinita misericordia, que se hace más accesible a la medida en que
más la necesitamos: “La miseria humana no es un obstáculo para Mi
misericordia. Hija mía, escribe que cuanto más grande es la miseria
de las almas, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi
Misericordia; e invita a todas las almas a confiar en el
inconcebible abismo de Mi Misericordia”. (D.1182) La
misericordia de Dios se puede describir como la respuesta de Dios
que viene en auxilio de sus criaturas débiles. El pecado es la mayor
miseria del hombre. Por ello, al hombre ser pecador es considerado
miserable. Pero hay una distinción muy importante entre la miseria y
el que es miserable: Dios aborrece al pecado, pero ama al pecador,
ama al hombre miserable y débil. Este amor con el cual Dios ama al
hombre, se define como Misericordia. El amor con que Dios toca la
miseria del pecador se llama Misericordia. Nos dice San Francisco
de Sales: “Aunque Dios no hubiese creado al hombre, Él siempre
hubiera sido la caridad perfecta, pero en realidad no sería
misericordioso, pues la misericordia se puede ejercitar solamente
sobre la miseria... Nuestra miseria es el trono de la misericordia
de Dios”. Nadie merece la Misericordia Divina, es un don
gratuito... un don insondable, accesible a todos. “Hija mía, en
la cruz, la Fuente de Mi misericordia fue abierta de par en par por
la lanza para todas las almas, no he excluido a ninguna.” (D.
1182)
Jesús dijo a Santa Faustina: “Mira y ve el género humano en el
estado actual” (D. 445). “Le doy a la humanidad la última
tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi Misericordia”(D.998)
¿Cómo acoger esta gracia de la Misericordia Divina para nuestros
tiempos? Jesús reveló cinco maneras de acoger esta gracia:
1. La veneración de la imagen tal como se
reveló a Santa Faustina: “Yo prometo que el alma que honrare esta
imagen, no perecerá. También le prometo victoria sobre sus enemigos
aquí en la tierra, pero especialmente a la hora de su muerte”.
2. La Fiesta de la Divina Misericordia: el
primer domingo después de Pascua. “Deseo que esta fiesta sea
refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los
pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi
misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se
acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y
reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de
las penas.”
3. La coronilla y la novena: “Oh, que gracias
más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla y la
novena; las entrañas de mi Misericordia se enternecen por quienes la
rezan”.
4. La Hora de la Misericordia: “A las tres de la tarde
en punto, implora Mi misericordia, especialmente por los pecadores.
Esta es la hora de la gran misericordia para todo el mundo. Yo no
rehusaré nada al alma que Me pida algo en virtud de Mi pasión”.
5. Dar la misericordia que hemos recibido: “Hija
mía debes ser tú la primera en distinguirte en la confianza en Mi
misericordia. Yo exijo de ti actos de misericordia, que deben
realizarse por amor a Mí. Tú debes mostrar misericordia a tu prójimo
siempre y en todas partes”.
Que con confianza total nos adentremos en el Océano de infinita
Misericordia: el Corazón Traspasado de Jesús.