San José, Custodio de los Dos Corazones
"Dios le ha puesto al cuidado de su familia,
como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo
unigénito."
Missale Romanum, Collecta: in "Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B.M.V."
La Iglesia celebra en el mes de marzo a San José, figura que cada
cristiano debe tomar como ejemplo a imitar, ya que podríamos decir que
después de la Santísima Virgen es la criatura elegida para custodiar a
los Dos Corazones que más ama Dios Padre. Ya desde los primeros siglos,
los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han destacado
que San José, al igual que cuidó amorosamente de la Virgen María y
dedicó su vida a la educación de Jesucristo, también custodia y protege
a su cuerpo místico, la Iglesia, de quien la Virgen es figura y modelo.
Él "participó" en el misterio de la Salvación como
ninguna otra persona, a excepción de María Santísima. Junto a Ella, San
José participó en este misterio, comprometido en la realidad del mismo
hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el
eterno Padre nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo.
Escogido por Dios para custodiar Su labor salvífica, sigue siendo en
nuestros días custodio también de cada uno de los hijos de Dios. Al
igual que le encomendó el cuidado de los Dos Corazones, Dios Padre le
encomienda la misión de custodiar el Cuerpo Místico de su Hijo. ¿Quiénes
somos ese Cuerpo Místico de Cristo? La Iglesia Universal, cada
Cristiano, cada uno de nosotros.
La figura de San José es la de Padre protector. Dios
entregó en las manos de San José a Jesús y a la Virgen María y a través
de esta entrega, le confía a cada uno de nosotros para que nos proteja
en nuestro camino hacia la salvación.
Pudiéramos decir que San José es depositario de los
Misterios de Dios, así como lo es la Santísima Virgen. En Ella, Dios
Padre deposita la labor de ser la Madre del Verbo, y por su fe, María
acepta ser Madre de Cristo. Asimismo, Dios Padre deposita en las manos
de San José custodiar a Jesús y a la Santísima Virgen, y él por su fe,
acepta lo que el Ángel le revela: "José, hijo de David, no temas
tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados." (Mt 1, 20-21).
Podemos decir en cierto sentido, que las palabras que dijo Santa Isabel
a la Santísima Virgen: Feliz la que ha creído!, pueden aplicarse también
a San José, pues él respondió en fe a lo que el le pedía Señor. La
actuación activa y participativa de San José, le unió de modo
particularísimo a la fe de María.
Al ser san José la criatura elegida en la cual el
Padre deposita con entera confianza el cuidado de Jesús y de la Virgen
María; deposita en sus manos el custodiar el Gran Misterio de Salvación.
¡Dichosos los fieles que se acoger a la protección y custodia de San
José! La Iglesia misma, como Madre, se entrega al fiel cuidado San José
y a través de ella, entrega y deposita a cada uno de sus hijos en las
manos del custodio fiel. Él cumple su misión hasta los últimos momentos
de la vida de cada cristiano, custodiando nuestras almas hasta la hora
de nuestra muerte, momento en el cual somos depositados en el Seno del
Padre.
San José junto a la Virgen María acoge en su corazón,
y en el corazón de su hogar, el Gran Misterio de Salvación, acogiendo a
Cristo, Hijo de Dios Padre, colaborando así con la obra redentora de
Dios para la humanidad. La Iglesia desea que San José haga en cada uno
de sus miembros, la misma labor que Dios le encomendó hace dos mil años:
El cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente; el custodiar como
padre a su Hijo Unigénito y a su familia extendida, el Cuerpo Místico,
la Iglesia de Jesucristo.