eN EL CORAZÓN DE MARÍA
Altar de Dios, Tabernáculo
Viviente, Custodia del Salvador
Hna.
Anabel Ruiz, SCTJM
El Corazón de Nuestra Madre es el altar
místico donde Jesús se ofreció al Padre por nosotros y por nuestra
salvación. Sobre su fíat generoso, sin límites, Jesús sacrifica su
propio ser a favor de la humanidad. Podemos pensar que Ella es ése altar
limpio y liso, pues en María todo es humildad y docilidad, no hay huecos
que rellenar ni colinas que rebajar. Así como el altar se cubre con un
mantel que lo reviste, así también Dios Padre ha recubierto a María
Santísima de todas las virtudes... Ella es la llena de gracia, la Madre
Inmaculada.
Su Corazón es el Arca de la Nueva Alianza, Tabernáculo Viviente del
Emmanuel, Dios con nosotros. El evangelista Lucas nos presenta un
paralelo entre María y el Arca de la Alianza en su relato de la
Visitación (Lc. 1:39-52). Comparémoslo con 2 Sam. 6: 4-16, donde David
desea traer el arca a Jerusalén. Observamos que tanto María como el arca
están peregrinando. El Rey David danza ante el arca; Juan Bautista salta
de gozo en el seno de su madre. David exclama: “¿Cómo voy a llevar a mi
casa el arca de Yahvé?” Lo cual nos recuerda las palabras de Santa
Isabel: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?”. El
Arca permaneció en la casa de Obededom por tres meses, e igualmente
María permanece por un período de tres meses en la casa de su prima
Isabel.
En su mensaje para la Jornada Misionera del pasado año, Su Santidad Juan
Pablo II nos recordó que “María, el primer tabernáculo de la historia,
nos muestra y ofrece a Cristo, nuestro Camino, Verdad y Vida (Jn.
14,6).” Es por eso que Ella también es la más hermosa custodia, la que
con su presencia siempre lleva a las almas al encuentro con Cristo.
“Mirándola a Ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la
Eucaristía, en Ella vemos el mundo renovado por el amor”(Ecclesia de
Eucharistia n.62).
Dulce Corazón de María, por tu poderosa intercesión, concédenos la
gracia de que nuestros corazones sean un altar, ofreciéndole al Señor
todo lo que somos, todo lo que tenemos y hemos recibido de Él. Que sea
un tabernáculo donde Él more día y noche, sanándonos, santificándonos,
llenándonos de su Espíritu. Que sea una hermosa custodia donde su
Corazón Eucarístico se manifieste al mundo.
Amén.