Hna. Verónica Margarita Jiménez, SCTJM
No podemos desligar de nuestra vida de oración la Adoración Eucarística.
He aquí donde se encierra nuestra fuerza espiritual y la raíz de nuestro
ser: en la Eucaristía.
La oración da fruto cuando en ella nos dejamos
consumir por la zarza ardiente del Corazón Eucarístico de Jesús. Es el
silencio interior el terreno donde se puede sembrar la semilla de la
palabra de Dios, es donde crece y da fruto abundante. Fruto crucial de
la vida de oración es la unión a Jesús por medio de nuestros
sufrimientos. La auténtica oración siempre nos llevará a meditar y
desear vivir una vida de reparación y consolación al Corazón Eucarístico
y Traspasado de Jesús, como también al Corazón Inmaculado y Traspasado
de María.
Otro fruto es el deseo de salvar almas, tanto acá
en la tierra, deseando la conversión de muchos, como también a través de
nuestra intercesión por las almas en el Purgatorio. Aunque no cabe duda
de que el fruto que se debe dar primariamente, es el de nuestra propia
conversión, para llegar a ser canales para los demás, y derrotar a
Satanás.
La oración auténtica nos lleva a vivir la Santa
Misa con verdadero fervor, amor y devoción. Cuántas veces al participar
de la Santa Misa nos mostramos indiferentes ante el gran sacrificio que
se realiza en ese momento! El Señor ha revelado a muchos místicos que el
momento después de recibir la Sagrada Comunión es crucial para el alma,
es el momento en el que nuestro corazón se une con el de Jesús, y Él ha
prometido que lo que le pidamos en ese momento Él nos lo concederá si
está dentro de su voluntad. Cuántas veces comulgamos y ni siquiera
meditamos o guardamos silencio interior para dejar que Él obre en
nosotros. Muchos incluso están esperando ansiosos la bendición final
para salir de la Iglesia. Peor aún.. hay quienes ni siquiera esperan la
bendición del sacerdote, sino que salen con Jesús Eucaristía en su boca
sin guardar ningún respeto o reverencia.
¿Por qué al recibir la Eucaristía no logramos
alcanzar un cambio radical? ¿Por qué no nos vamos transformando en lo
que consumimos? Estando ante Jesús Eucaristía, estamos ante la Zarza
ardiente, ante el fuego del Corazón Eucarístico. Si aún recibiéndolo no
se derrite el hielo de nuestros corazones, es porque todavía no hemos
contemplado de corazón el amor del Corazón de Jesús. Hermanos, si no nos
quema y nos consume la santidad de Dios, vana es nuestra contemplación.
La oración y la contemplación dan fruto cuando nos dejamos purificar por
las llamas del amor del Corazón Eucarístico: amor que no es amado y que
no escatima en nada por darse a nosotros. La verdadera oración, la
verdadera contemplación, es aquella que nos transforma en Aquél a quien
contemplamos... o aquella en la que al concluir, salimos con la certeza
de la necesidad de un cambio radical en nuestra vida. De lo contrario,
no estamos escuchando a Dios, quien nos desea santos.
El alma verdaderamente eucarística, refleja en su
vida el testimonio de la Presencia de Dios en su alma, da testimonio del
poder de la Eucaristía a través de su propia transformación y auténtica
imitación de Cristo. Pidamos al Señor que en este año en el que Su
Santidad Juan Pablo II nos está llevando a remar mar adentro en el
Misterio de la Eucaristía, nosotros crezcamos en mayor amor y reverencia
a este Sacramento, a través de nuestra propia transformación y
testimonio de vida de santidad para los demás.