©Siervas de los
Corazones Traspasados de Jesús y María |
XXI Edición | enero
2005 |
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del Boletín |
ITALIANO
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¡Año de la Eucaristía!
Editorial- Madre Adela Galindo, Fundadora, SCTJM
Queridos hermanos y hermanas:
Con la Carta Apostólica «Mane Nobiscum Domine», dada el pasado 7 de
octubre, Su Santidad Juan Pablo II inició el Año de la Eucaristía que se
celebrará en toda la Iglesia, entre octubre de 2004 y octubre de 2005.
¡Quédate con nosotros! Con esta invitación apremiante que los discípulos
que se dirigían hacia Emaús hicieran al caminante que se había unido a
ellos a lo largo del trayecto, el Santo Padre comienza esta Carta
Apostólica y así quiere orientarnos a que este año nos dediquemos a
contemplar el gran misterio de Cristo realmente presente en el don de la
Santísima Eucaristía. Aquellos discípulos iban por su camino con el peso
del desconsuelo y del desánimo ante todos los eventos acontecidos unos
días atrás en Jerusalén. Parecía que la oscuridad les rodeaba y su
esperanza estaba debilitada. En medio de esas sombras y penumbras, el
Caminante desconocido les acompaña, está en medio de ellos, les explica
con ardor las Escrituras, les incendia el corazón y les disipa las
tinieblas interiores, a tal punto que nos dice San Lucas (24:29): «se
les abrieron los ojos».
¿Acaso no parece este relato del evangelio de San Lucas, la realidad en
que muchos discípulos de Cristo nos encontramos hoy? ¿No vamos acaso por
nuestros caminos cotidianos conversando sobre la oscuridad espiritual,
moral y social en la que la civilización moderna está sumergida? ¿No nos
entristecen acaso los sufrimientos de tantos hermanos sorprendidos por
las fuerzas destructoras de la naturaleza? ¿No vemos las noticias que a
diario nos presentan el aumento de la violencia del terrorismo, de la
injusticia, de la inmoralidad, de la pobreza, y de la desvalorización de
la vida y la persona humana? Y podríamos continuar mencionando las
tantas «sombras oscuras» que amenazan a la humanidad, a la estabilidad
familiar, a los valores fundamentales de toda sociedad, a la paz
mundial, a la vida de los niños, de los enfermos, y de los ancianos.
¿Podríamos acaso no sentir temor ante el desprecio tan militante contra
Dios, su nombre, sus mandamientos, su Iglesia y su amor, y las
consecuencias tan funestas de un mundo que pretende vivir sin Dios?
Sin embargo, ante las nubes oscuras que surgen sobre el horizonte de la
humanidad, el Santo Padre ha querido levantar muy en alto la Presencia
de Cristo Eucarístico, luz y vida del mundo. El Verbo que hecho hombre
vino al mundo para salvarlo, para redimirlo e iluminarlo en sus
tinieblas, está realmente, substancialmente presente en la Eucaristía.
En medio del desconcierto del mundo de hoy, se presenta ante nuestros
ojos Aquél que es Señor de la historia, que es el eje y centro no sólo
de la historia de la Iglesia, sino también de la historia de la
humanidad. Se levanta ante nuestros ojos cargados de penumbra, el don
sublime y luminoso de Cristo en la Eucaristía, para darnos su luz, luz
que brilla en las tinieblas y las tinieblas no le vencieron (Jn. 1).
¡Qué inmenso don, hermanos! Un año de la Eucaristía, un año de gracia y
de luz. Un año de misericordia, señalada particularmente con «la
indulgencia concedida por el Santo Padre a algunos actos de devoción y
amor al Santísimo Sacramento». Año de contemplar, en medio de la
inestabilidad del mundo, a Aquél que es el mismo ayer, hoy y siempre.
En este año, les invito a que, en la escuela del Corazón de María,
aprendamos a contemplar el rostro ardiente del Salvador, a reparar por
todas las ofensas al amor de Su Corazón, a reflexionar con profundidad
la Palabra, a escuchar atentamente su voz y a disponernos a que el poder
de la Eucaristía nos transforme e ilumine, a tal grado, que salgamos al
mundo en sombras, a llevarles el fuego ardiente del amor del Corazón
Eucarístico de Cristo.
Que en el Corazón de María, aprendamos a ser hombres y mujeres
«eucarísticos», a guardar en el tabernáculo de nuestro corazón la
presencia viva de Cristo que recibimos en la Eucaristía y a ser como
ella, canales transparentes de su presencia en el mundo. Que nos
dispongamos en este año a ser iluminados ante la Eucaristía, para poder
iluminar, con fuerza y dinamismo, a todos los hombres. «Vosotros sois la
luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte» (Mt. 5,14).
¡Reine el Corazón Eucarístico!
Madre Adela Galindo, SCTJM