eN EL CORAZÓN DE LA
IGLESIA
Exponiendo la Doctrina Católica Según el
Catecismo Universal de la Iglesia
El Catecismo
de la Iglesia Católica, promulgado por el Papa Juan Pablo II en 1992
Hna. Martha María Gómez-Chow,
SCTJM
Santo Tomás de Villanueva dice en su sermón sobre el Evangelio del Buen
Pastor, que son cuatro las condiciones que debe reunir el buen pastor.
En primer lugar está el amor: fue precisamente la caridad la única
virtud que el Señor exigió a Pedro para encomendarle el cuidado de su
rebaño (Jn. 21:15-17). La segunda es la vigilancia, para estar atento a
las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la enseñanza de la
doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres, hasta llevarlos a
la salvación. Y finalmente, la santidad e integridad de vida. Éstas
virtudes indispensables del buen pastor, han sido manifestadas en Su
Santidad Juan Pablo II a lo largo de su vida sacerdotal y especialmente
en su pontificado, a quien el Señor eligió para ser el Pedro de nuestros
tiempos y para adentrar a la Iglesia y al mundo entero al Tercer Milenio
de la Era Cristiana.
El Señor hizo de Simón, a quien dio el nombre de Pedro, y solamente de
él, la piedra sobre la cual edificaría su Iglesia. Le entregó las llaves
de la misma (cf. Mt. 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf.
Jn.21, 15-17).»Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido
a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar, dada a Pedro» (LG,
n.22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece
a los cimientos de la Iglesia. Se continúa opr los obispos bajo el
primado del Papa (CIC, n. 881).
Cada uno de nuestros corazones, agradece al Señor en esta celebración
grandiosa y maravillosa del Jubileo de Plata del Pontificado de Su
Santidad Juan Pablo II, por su ardiente amor manifestado a nosotros sus
ovejas, la Iglesia Universal. Por hacer palpable su misión de enseñar,
santificar y gobernar, con el valioso legado del «Catecismo de la
Iglesia Católica», dado el 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario
de la apertura del Concilio Vaticano II y año decimocuarto de su
pontificado.
Nos dice el Santo Padre: “El Catecismo de la Iglesia Católica, que
aprobé y cuya publicación ordeno en virtud de mi autoridad apostólica,
es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica,
comprobada o iluminada por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica
y el Magisterio de la Iglesia. Lo reconozco como un instrumento válido y
autorizado de la comunión eclesial y como norma segura para la enseñanza
de la fe. Dios quiera que sirva para la renovación a la que el Espíritu
Santo llama sin cesar a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en peregrinación
hacia la luz sin sombra del Reino. Pido a la Santísima Virgen María,
madre del Verbo Encarnado y Madre de la Iglesia, que sostenga con su
poderosa intercesión el trabajo catequético de la Iglesia entera en
todos los niveles, en este tiempo en que la Iglesia es llamada a un
nuevo esfuerzo de evangelización. Que la luz de la verdadera fe libre a
la humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para
conducirla a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn. 8,32): la
de la vida en Jesucristo bajo la guía del Espíritu Santo. En la lectura
del Catecismo de la Iglesia Católica, se puede percibir la admirable
unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación, así como el
lugar central de Jesucristo, Hijo único de Dios, enviado por el Padre,
hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu
Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre
presente en su Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente
de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración”
(Constitución Apostólica Fidei Depositum, n. 3-5).