eN EL CORAZÓN DE LA
IGLESIA
Exponiendo la Doctrina Católica Según el
Catecismo Universal de la Iglesia
“En Comunión con la Santa Madre de Dios”
La Iglesia entera desea tener comunión con su Dios y Señor, y es por
ello que obedece las palabras de Jesús dadas
desde la Cruz a los que más íntimamente estuvieron unidos a Su Corazón:
Su Madre Santísima, y el Apóstol San Juan: ¨Mujer , ahí tienes a tu
hijo. Dijo al discípulo:¨ ahí tienes a tu Madre¨.
Desde esa hora el discípulo se la llevó a su casa (Juan 19: 26-27).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña
lo siguiente:
2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido
sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde
entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, “que son peregrinos
todavía y que están ante los peligros y las miserias” (LG 62). Jesús, el
único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y
nuestra Madre es pura transparencia de él: María “muestra el Camino”,
ella es su “signo”, según la iconografía tradicional de Oriente y
Occidente.
2675 A partir de esta cooperación singular de
María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la
oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo
manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que
expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno
“engrandece” al Señor por las “maravillas” que ha hecho en su humilde
esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos; el segundo
confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios
ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por
el Hijo de Dios.
2676 Este doble movimiento de la oración a
María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave
María: “Dios te salve, María”. La
salutación del Ángel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios
mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración
se atreve a recoger este saludo con la mirada que Dios ha puesto sobre
su humilde esclava, y a alegrarnos con el gozo que Él encuentra en ella.
“Llena de gracia, el Señor es contigo”: Las dos palabras del saludo
del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el
Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de
Aquél que es la fuente de toda gracia. “Alégrate... Hija de Jerusalén...
el Señor está en medio de ti” (So 3, 14, 17a). María, en quien va a
habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza,
el lugar donde reside la Gloria del Señor: Ella es “la morada de Dios
entre los hombres” (Ap 21, 3). “Llena de gracia”, se ha dado toda al que
viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús”. Después del saludo del ángel,
hacemos nuestro el de Isabel. “Llena del Espíritu Santo” (Lc 1, 41),
Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman
bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): “Bienaventurada la que ha
creído... “ (Lc 1, 45): María es “bendita entre todas las mujeres”
porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham,
por su fe, se convirtió en bendición para todas las “naciones de la
tierra”. Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes,
gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es
la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.
2677 “Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros... “Con Isabel, nos maravillamos y decimos: “¿De dónde a
mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1,
43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre
nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras
peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: “Hágase en mí
según tu palabra” (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos
con ella en la voluntad de Dios: “Hágase tu voluntad”.
“Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte”. Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos
reconocemos pecadores y nos dirigimos a la “Madre de la Misericordia”, a
la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos “ahora”, en el hoy de
nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde
ahora, “la hora de nuestra muerte”. Que esté presente en esa hora, como
estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro
tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a
su Hijo Jesús, al Paraíso.
2679 María es la orante perfecta, figura de la
Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del
Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el
discípulo amado, acogemos a la madre de Jesús, hecha madre de todos los
vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está
sostenida por la oración de María. Le está unida en la esperanza.