El
Jueves Santo, en ocasión de la celebración de la institución del
Santísimo Sacramento, Su Santidad Juan Pablo II publicó una Carta
Encíclica laudando la grandeza de este Sacramento del Amor, donde se ha
perpetuado el Sacrificio de Cristo para el bien de nosotros los
hombres. Nos recuerda que “la Iglesia vive de la Eucaristía”, y no
solamente se nutre de esta experiencia de fe sino que también la Eucaristía
“encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”.
Nos
dice el Santo Padre: “desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo
de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria
celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de
confiada esperanza”. El Concilio Vaticano II lo llamó “fuente y
cima de toda la vida cristiana”.
Con
gran firmeza nos exhorta a reconocer “la Eucaristía, presencia
salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y alimento espiritual,”
como “lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la
historia”. El reflexionar y profundizar en la grandeza de este
Misterio ha de llevarnos a experimentar en nuestra vida, un profundo
sentimiento de asombro y gratitud tanto por el inmenso amor de Dios al
habernos ofrecido un regalo tan grande e inmerecido, como por el gran
don del Orden Sacerdotal que gracias a la facultad concedida por el
Sacramento, realiza la consagración.
“Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este ‘asombro’
eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar
a la Iglesia con la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte y con su
coronamiento mariano, Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de
Cristo, y contemplarlo con María, es el ‘programa’ que he indicado a la
Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro
en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva
evangelización”.