"Desde entonces el discípulo la tuvo en su casa". ¿Se puede decir lo
mismo de nosotros? ¿Tenemos a María en nuestra casa? Lo cierto es que
deberíamos abrirle de par en par la casa de nuestra vida, de nuestra fe,
de nuestros afectos y de nuestras ilusiones, reconocerle su papel de
Madre, es decir, una función de guía, de consejera, de animadora o
incluso de silenciosa presencia, que por sí sola basta a veces para
infundir fuerza y valor.... Los primeros discípulos, después de la
Ascensión de Jesús, estaban reunidos "con María, la Madre de Jesús". En
la comunidad que ellos formaban estaba también ella; más aún,
posiblemente era ella quien les daba cohesión.
El hecho de que se le denomine ahora "la Madre de Jesús" pone de
manifiesto hasta qué punto se la vinculaba con la figura de su Hijo:
manifiesta, pues, que María remite siempre y sólo al valor salvífico de
la obra de Jesús, nuestro único Salvador, y, por otro lado, muestra
también que creer en Jesucristo no puede eximirnos de incluir en nuestro
acto de fe la figura de aquella mujer que es su Madre. "Esta es tu
Madre": que cada uno sienta que estas palabras se dirigen personalmente
a él mismo y obtenga así seguridad y fuerza para mantener un camino cada
vez más firme y sereno en el compromiso de su vida.