CONOZCAMOS
SU CORAZÓN
Dentro
del Corazón de Jesús nos adentramos en el Tercer Milenio de la era
cristiana.
“El
Símbolo de la Puerta Santa se cierra a nuestras espaldas, pero para
dejar abierta más que nunca la Puerta viva que es Cristo.”
Estas
palabras, dichas por el Santo Padre, Juan Pablo II, en la conclusión de
su Carta Apostólica “Al comienzo del Nuevo Milenio”, nos
llevan nuevamente a fijar la mirada en el Corazón traspasado de nuestro
Señor al inicio de este tercer milenio de la era cristiana.
El
llamado que se nos hiciera a buscar la conversión y la reconciliación
durante el Año Jubilar, se torna ahora en el llamado a la “santidad.”
Llamado que hace eco de las palabras del Evangelio: “Sed
perfectos como mi Padre es perfecto” (cf. Mt. 5:48).
Alcanzar
la santidad es la meta de todo
cristiano que, con seriedad y amor, escucha las palabras del Maestro
quien, a su vez, invita con insistencia a acercarse a El. Ha sido también
el llamado de la Iglesia en el Concilio Vaticano II y sigue siendo
ahora, en este momento histórico, el llamado para todos.
El
Corazón de Jesús: medio más perfecto para alcanzar la santidad.
La contemplación y la imitación del Corazón de Jesús
son el medio más perfecto para alcanzar la santidad, ya que este
Corazón es la “fuente de vida y santidad.”
S.S. Juan Pablo II, el 10 de agosto de 1986, nos dijo:
“Acercarse a la fuente quiere decir alcanzar el principio.
No hay en el mundo creado otro lugar del que pueda brotar la santidad
para la vida humana, fuera de este Corazón, que ha amado tanto.”
Al
decirnos el Santo Padre que “la puerta viva que es Cristo, está
abierta más que nunca”, nos está indicando el camino que hemos de
tomar para alcanzar esa santidad que tanto necesitan la Iglesia y el
mundo. Debemos entrar por
la puerta abierta del Corazón de Jesús.
La contemplación del Corazón de Jesús nos lleva a adentrarnos
en la vida de la gracia, único medio de santificación; nos mueve a
imitar día a día las virtudes de Su Corazón.
Hemos de ir a la fuente y beber de ella.
Hemos de depositar ahí todos nuestros afanes, todo lo que nos
inquieta o aleja de Dios, y recibir así la fuerza necesaria para vivir
la nueva vida en Cristo.
“Corazón
de Jesús, fuente de vida y santidad, ruega por nosotros.”