eN EL CORAZÓN DE MARÍA
María,
después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a
su casa de Nazaret meditando en su corazón el misterio del Hijo.
Con
María En Tercer Milenio
En
este nuevo milenio que se abre ante la Iglesia, el Hijo de Dios, que se
encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza su obra. Para
descubrirla, hemos de hacer lo que nos dice el Santo Padre en su Carta
Apostólica, Novo Millennio Ineunte, “agudizar la vista
y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos
en sus instrumentos”.
El
Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en
camino: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt
28,19). El mandato
misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el
mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. En el camino
nos acompaña la Santísima Virgen, la Madre de Dios, que, pronunciando
su fíat por medio de la fe, se confió a Dios sin reservas y se
consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona
y a la obra de su Hijo. La
misma que con los discípulos perseveraba en la oración esperando la
venida del Espíritu Santo que nos empuja hoy a partir animados por la
esperanza “que no defrauda” (Rm 5,5).
La
Puerta Santa se cerró pero para dejar abierta más que nunca la puerta
viva que es Cristo. La gracia Jubilar debe llevarnos a imitar la
intrepidez del apóstol Pablo, que dijo: “Lanzándome hacia lo que
está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que
Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús" (Flp 3,
13-14).
Al
mismo tiempo, hemos de imitar la contemplación de María, la cual,
después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a
su casa de Nazaret meditando en su corazón el misterio del Hijo (Lc
2,51). Es la actitud típica de la verdadera fe. Y, ¿no es la fe la que
hace sentir a Dios en el corazón del creyente? Jesús mismo, al ser
proclamada bienaventurada la mujer que le ha llevado en su seno y le ha
amamantado (cf. Lc 11,27), responde proclamando dichosos a los que
escuchan y ponen en práctica la palabra de Dios (cf. Lc 11,28; 8,21; Mt
12,50; Mc 3,35), y hasta los equipara a su madre, su hermano y su
hermana; por tanto, la Madre de Jesús es el modelo originario de todos
los que “después de haber escuchado la palabra con corazón bueno
y generoso, la conservan y fructifican con perseverancia” (Lc
8,15).
La
Virgen Madre es así el prototipo de toda la Iglesia que,
“contemplando su santidad profunda e imitando su caridad y cumpliendo
fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la
palabra de Dios aceptada con fidelidad...” (LG 64).
Hermanos,
caminemos en este tercer milenio de la mano de nuestra Sta. Madre, para
que en nosotros y en el mundo entero se cumpla la voluntad del Padre y
seamos con Ella, “dichosos por haber creído”.