XIV Edición        Marzo 2001


 

DE CORAZÓN A CORAZÓN 
"Remad mar adentro"
EDITORIAL Madre Adela Galindo, Fundadora, SCTJM

Queridos hermanos y hermanas:

En la Carta Apostólica de Clausura del Año Jubilar "Novo Millennio Ineunte" (Al comienzo del Nuevo Milenio), Su Santidad, Juan Pablo II, nos dice en sus primeras líneas, que después de haber vivido la experiencia tan intensa de gracia y misericordia, que fue el Año Jubilar, hoy resuenan en nuestros corazones las palabras de Jesús con que invita al apóstol Pedro a: "Remar mar adentro" para pescar. Pedro y los demás apóstoles confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. "Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces." (Luc 5,4)

El Santo Padre nos dijo repetidamente que el Año Jubilar fue de abundante gracia, misericordia y salvación. "Cristo ha abierto su Corazón de par en par para derramar abundantemente gracias de salvación sobre toda la Iglesia y la humanidad". Y en la carta Apostólica nos revela claramente su sentir: "Es imposible medir la efusión de gracia, que a lo largo del año, ha tocado las conciencias. Ciertamente un río de agua viva , aquel que brota constantemente del Cordero, se ha derramado sobre la Iglesia. Es el agua del Espíritu Santo que apaga la sed y renueva... Por eso siento el deber de dirigirme a ustedes. Lo ocurrido exige ser considerado y, en cierto sentido interpretado, para escuchar lo que el Espíritu, a lo largo de este año tan intenso, ha dicho y dice a la Iglesia."

Sí, queridos hermanos, lo ocurrido exige de cada uno de nosotros un tiempo de profunda oración y seria reflexión para considerar lo que el Espíritu Santo nos está diciendo después de haberse derramado de forma particular y tan copiosamente en el Año Jubilar.

¿Qué le ha dicho y dice el Espíritu Santo a la Iglesia al comenzar este milenio? Le dice: ¡"remar mar adentro"! ¡Ha llegado la hora de tirar las redes y recoger una cantidad grande de peces! Sobre la Iglesia se ha derramado un río de agua viva, y esta agua, cuando baña, limpia y sanea la inmundicia, y tiene una fuerza vivificadora que hace que todo lo que es tocado por ella, fecunde. ¿No es esta acaso la profecía de Ezequiel 34, 8-12?

"El agua que salía de debajo del lado derecho del Templo, desemboca en el agua hedionda, y el agua queda saneada. Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente. A sus orillas vendrán los pescadores, se tenderán las redes. Los peces serán muy numerosos. A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán".

El Corazón traspasado de Jesús se abrió de par en par para derramar su Sangre y su Agua. La gracia ya ha sido derramada, ahora, solo queda cooperar activa y responsablemente en la transformación de nuestros corazones para una vida auténtica de santidad y para lanzarnos con generosidad y ardor en la misión.

Considero que los remos con que la barca de la Iglesia, se va a lanzar mar a dentro para recoger la pesca milagrosa, serán la Santidad y la Misión. Ambos moviéndose armónicamente para llevar la barca mar adentro... Ambos capacitando a la Iglesia, para brillar en el mundo, como antorcha de fe, esperanza y caridad... Ambos abriendo caminos nuevos por los cuales la Iglesia va al encuentro de los hombres, de sus corazones inquietos y muchas veces tan desorientados, de sus necesidades, de sus anhelos y luchas, de sus inquietudes y miedos. Ambos remos deben dirigir la barca de la Iglesia del Tercer Milenio con seguridad, determinación y prontitud en medio de las grandes olas que la amenazan.

"Hemos visto un río de agua viva derramarse sobre la Iglesia" (SS JPII) Se ha derramado el Espíritu Santo como el día de Pentecostés, para cambiar los corazones de piedra en corazones de carne; para transformar vidas, para sanar la ceguera, para liberar al oprimido y para levantar al paralítico. Se ha derramado el Espíritu Santo como el día de Pentecostés, para derramar carismas, para ungir con poder, para dar gozo y entusiasmo por el Evangelio, para quitar el miedo de la persecución del mundo y lanzarnos con un nuevo amor y un nuevo ímpetu en la misión evangelizadora. El Espíritu se ha derramado para llevarnos a una vida de santidad y para enviarnos a la misión.

Ha llegado la hora de remar mar adentro. Ha llegado la hora, y debemos ser puntuales. Toda la Iglesia y cada uno de nosotros, recibe esta llamada al inicio del Tercer Milenio. Hay que remar, tirar las redes y recoger los peces para alimentarlos con la vida y la verdad de Cristo. Ninguno podemos sentirnos excluidos de esta urgente llamada, al contrario, el Capitán de la barca es Pedro, el Santo Padre, pero los remos son movidos por todos los miembros de la Iglesia.

Para concluir quisiera compartir una Escritura que creo nos confirma en esta responsabilidad: Ageo 1, 2-8

"Este pueblo dice: ¡Todavía no ha llegado la hora de reedificar la Casa de Yahveh! ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas? Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos. Habéis sembrado mucho, pero cosechado poco; habéis... y el jornalero ha metido su jornal en bolsa rota. Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos. Subid a la montaña, traed madera, reedificad la Casa, y yo la aceptaré gustoso, y me sentiré honrado".

 


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