DE
CORAZÓN A CORAZÓN
"Remad mar
adentro"
EDITORIAL
Madre Adela Galindo, Fundadora, SCTJM
Queridos
hermanos y hermanas:
En la Carta Apostólica
de Clausura del Año Jubilar "Novo Millennio Ineunte"
(Al comienzo del Nuevo Milenio), Su Santidad, Juan Pablo II, nos dice
en sus primeras líneas, que después de haber vivido la experiencia
tan intensa de gracia y misericordia, que fue el Año Jubilar, hoy
resuenan en nuestros corazones las palabras de Jesús con que invita
al apóstol Pedro a: "Remar mar adentro" para
pescar. Pedro y los demás apóstoles confiaron en la palabra de
Cristo y echaron las redes. "Y habiéndolo hecho,
recogieron una cantidad enorme de peces." (Luc 5,4)
El Santo Padre nos dijo
repetidamente que el Año Jubilar fue de abundante gracia,
misericordia y salvación. "Cristo ha abierto su Corazón
de par en par para derramar abundantemente gracias de salvación sobre
toda la Iglesia y la humanidad". Y en la carta
Apostólica nos revela claramente su sentir:
"Es
imposible medir la efusión de gracia, que a lo largo del año, ha
tocado las conciencias. Ciertamente un río de agua viva ,
aquel que brota constantemente del Cordero, se ha derramado sobre la
Iglesia. Es el agua del Espíritu Santo que apaga la sed y renueva...
Por eso siento el deber de dirigirme a ustedes. Lo ocurrido exige ser
considerado y, en cierto sentido interpretado, para escuchar lo que el
Espíritu, a lo largo de este año tan intenso, ha dicho y dice a la
Iglesia."
Sí, queridos hermanos,
lo ocurrido exige de cada uno de nosotros un tiempo de profunda
oración y seria reflexión para considerar lo que el Espíritu Santo
nos está diciendo después de haberse derramado de forma particular y
tan copiosamente en el Año Jubilar.
¿Qué le ha dicho y
dice el Espíritu Santo a la Iglesia al comenzar este milenio? Le
dice: ¡"remar mar adentro"! ¡Ha llegado la hora de
tirar las redes y recoger una cantidad grande de peces! Sobre la
Iglesia se ha derramado un río de agua viva, y esta agua, cuando
baña, limpia y sanea la inmundicia, y tiene una fuerza vivificadora
que hace que todo lo que es tocado por ella, fecunde. ¿No es esta
acaso la profecía de Ezequiel 34, 8-12?
"El agua que
salía de debajo del lado derecho del Templo, desemboca en el agua
hedionda, y el agua queda saneada. Por donde quiera que pase el
torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá.
Los peces
serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea
todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente.
A sus orillas vendrán los pescadores, se tenderán las redes. Los
peces serán muy numerosos. A orillas del torrente, a una y otra
margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se
marchitará y cuyos frutos no se agotarán".
El Corazón traspasado
de Jesús se abrió de par en par para derramar su Sangre y su Agua.
La gracia ya ha sido derramada, ahora, solo queda cooperar activa y
responsablemente en la transformación de nuestros corazones para una
vida auténtica de santidad y para lanzarnos con generosidad y
ardor en la misión.
Considero que los remos
con que la barca de la Iglesia, se va a lanzar mar a dentro para
recoger la pesca milagrosa, serán la Santidad y la Misión.
Ambos moviéndose armónicamente para llevar la barca mar adentro...
Ambos capacitando a la Iglesia, para brillar en el mundo, como
antorcha de fe, esperanza y caridad... Ambos abriendo caminos nuevos
por los cuales la Iglesia va al encuentro de los hombres, de sus
corazones inquietos y muchas veces tan desorientados, de sus
necesidades, de sus anhelos y luchas, de sus inquietudes y miedos.
Ambos remos deben dirigir la barca de la Iglesia del Tercer Milenio
con seguridad, determinación y prontitud en medio de las grandes olas
que la amenazan.
"Hemos visto un
río de agua viva derramarse sobre la Iglesia" (SS JPII) Se ha
derramado el Espíritu Santo como el día de Pentecostés, para
cambiar los corazones de piedra en corazones de carne; para
transformar vidas, para sanar la ceguera, para liberar al oprimido y
para levantar al paralítico. Se ha derramado el Espíritu Santo como
el día de Pentecostés, para derramar carismas, para ungir con poder,
para dar gozo y entusiasmo por el Evangelio, para quitar el miedo de
la persecución del mundo y lanzarnos con un nuevo amor y un nuevo
ímpetu en la misión evangelizadora. El Espíritu se ha derramado
para llevarnos a una vida de santidad y para enviarnos a la misión.
Ha llegado la hora de
remar mar adentro. Ha llegado la hora, y debemos ser puntuales. Toda
la Iglesia y cada uno de nosotros, recibe esta llamada al inicio del
Tercer Milenio. Hay que remar, tirar las redes y recoger los peces
para alimentarlos con la vida y la verdad de Cristo. Ninguno podemos
sentirnos excluidos de esta urgente llamada, al contrario, el Capitán
de la barca es Pedro, el Santo Padre, pero los remos son movidos por
todos los miembros de la Iglesia.
Para concluir quisiera
compartir una Escritura que creo nos confirma en esta responsabilidad:
Ageo 1, 2-8
"Este pueblo dice:
¡Todavía no ha llegado la hora de reedificar la Casa de Yahveh! ¿Es
acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas
artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas? Aplicad vuestro
corazón a vuestros caminos. Habéis sembrado mucho, pero cosechado
poco; habéis... y el jornalero ha metido su jornal en bolsa rota. Aplicad
vuestro corazón a vuestros caminos. Subid a la montaña, traed
madera, reedificad la Casa, y yo la aceptaré gustoso, y me sentiré
honrado".