Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María 

XV Edición

                mayo 2001


eN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA
Exponiendo la Doctrina Católica Según el Catecismo Universal de la Iglesia

María en el Misterio de Cristo y la Iglesia

“Dios envió a su Hijo” (Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (cf. Hb 10,5), quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.” (Lc 1, 26-27).

“El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre, precediera a la Encarnación, para que así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida.” (LG 56).

Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante.” El ángel Gabriel en el momento de la Anunciación la saluda como “llena de gracia” (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios.

Esta “resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción”, le viene toda entera de Cristo: ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo”. El Padre la ha “bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. El la ha “elegido en él, antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor.” (Ef 1, 4).

Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo, María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de Redención.”


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