La obra de nuestra redención es obra de la
Santísima Trinidad. El Hijo, enviado por el Padre, se encarna, por el
poder del Espíritu Santo, en el vientre purísimo de María Santísima,
para salvar al hombre. Por su “Sí” en la Anunciación, la
Virgen María une su vida con la vida de su Hijo y es desde ese momento
que la Nueva Alianza empieza. Alianza eterna de amor de los Corazones
que tanto han amado a la humanidad. Los Corazones de Jesús y de María
unidos para siempre con los más íntimos lazos, palpitando con una
única aspiración, un único deseo: realizar los designios
misericordiosos y la voluntad de Dios en completa sumisión, total
obediencia y santidad para salvar las almas y redimir a la humanidad
caída de las garras del pecado.
Los grandes amantes y promotores de la
devoción a los Corazones de Jesús y de María evocan palabras de
ardiente amor y exaltación para la gloria de Dios: “Te saludamos,
Corazón amantísimo de Jesús y de María. Te alabamos, te
glorificamos, te damos gracias. Te amamos con todo nuestro corazón, con
toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas. Te ofrecemos nuestro
corazón : recíbelo, poséelo totalmente” (San Juan Eudes). Son
muchos los que tenían tantos deseos de que sus hermanos y hermanas
compartieran su experiencia espiritual que nada les impedía proclamar
una y otra vez la grandeza de los Dos Corazones y las exigencias de una
vida cristiana verdaderamente auténtica.
Son los santos los que viven y hacen vivir la
experiencia de la infinita e inagotable misericordia de Dios derramada
en los Corazones de Jesús y de María. San Juan Eudes nos hace ver que
el Corazón Inmaculado de María conserva y medita todo lo que concierne
a Jesús. Es en el Corazón de María donde Jesús reina como desea
hacerlo en cada hombre. De tal modo que “quien ve a Jesús ve a
María y quien ve a María ve a Jesús. Tenemos que contemplar y
adorar a su Hijo en ella y solamente contemplarlo y adorarlo a El.
Así quiere ser venerada puesto que de sí misma y por sí misma ella no
es nada sino que su Hijo lo es todo en ella: su ser, su vida, su
santidad”.(Sn Juan Eudes).
Los Corazones de Jesús y María son la hoguera
de amor ardiente que encienden en nosotros el deseo de ofrecer la vida
en correspondencia y reparación a los suyos que tanto nos han amado y
no escatimaron en nada para darse a sí mismos por nuestra salvación.
Ahora nos toca a nosotros entregarnos completamente en servicio a los
Dos Corazones para que su reino y salvación lleguen a todas las almas.
Hemos de ser nosotros, los hombres y mujeres del tercer milenio, los que
con el corazón ardiendo de amor les dejemos reinar. “¡Oh
corazones, verdaderamente dignos de poseer todos los corazones y de
reinar sobre todos los corazones de los ángeles y hombres. Vosotros
seréis, de aquí en adelante la regla de mi conducta, y en todas las
ocasiones trataré de inspirarme en vuestros sentimientos. Quiero que mi
corazón no esté, en adelante, sino en el de Jesús y el de María, o
que el de Jesús y María estén en el mío, para que ellos le
comuniquen sus movimientos; y que el mío no se agite, ni se mueva, sino
conforme a la impresión que de ellos reciba” (San Claudio de la
Colombiere).
¡Oh Corazones de Jesús y de María, reinen
por siempre en todos los corazones!