En este Santo tiempo de Cuaresma, en el cual la
Iglesia nos invita a adentrarnos en un espíritu auténtico de
conversión y arrepentimiento por nuestros pecados, debemos recurrir a
la Virgen, la “Inmaculada”, sin mancha de pecado alguno, para
implorarle que nos alcance la gracia de poder reconocer lo que hay
dentro de nuestro corazón que ofende a Su Hijo. Que a través su
Corazón, podamos experimentar verdadera contrición según el espíritu
del profeta Joel: “Más ahora, todavía – oráculo de Yahveh–
volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos.
Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahveh
vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, lento a la cólera,
rico en amor, y se ablanda ante la desgracia.“ ¡Cuán profundo el
llamado al arrepentimiento que Dios le inspira al profeta y que se
manifiesta hasta con lagrimas! ¡Estas lágrimas son bienaventuradas!
La Virgen María sufrió mucho y derramó muchas
lágrimas durante su vida en la tierra. Ciertamente no eran lágrimas
por sus propios pecados, pues no tenía mancha alguna en su alma
bienaventurada. Pero sí lloraba por nuestros pecados, los cuales
inundaban de dolor el Corazón de Su Hijo. Con sus lágrimas, hoy nos
enseña lo que debe ser verdadera causa de aflicción para nosotros. Los
que lloran las propias caídas o los pecados del mundo; los que aceptan
las penas como medio de purificación de sus pecados; los que se imponen
penitencias para formar su alma en el dolor; los que sufren persecución
y dolores por causa del Reino de Dios y de su extensión; los que pasan
sequedades y tribulaciones, los que gimen por el amor de Dios y por el
cielo; todos estos son los que derraman lágrimas que, en sentido
evangélico, pueden llamarse bienaventuradas y por tanto, recibirán
divina consolación.
Una gran mística y doctora de nuestra Iglesia,
Sta. Catalina de Siena, en su obra El Dialogo, describe las
diferentes clases de lágrimas y sólo las que provienen del amor pueden
considerarse bienaventuradas.
1. Lágrimas malas, que engendran muerte.
Son las que proceden del pecado y llevan al pecado: lágrimas de odio,
de envidia o desesperación, proceden de un corazón desordenado y
apartado de Dios.
2. Lágrimas de temor por los propios pecados.
Son las de los que se levantan del pecado por temor al castigo: el temor
les hace llorar. Su motivación no es perfecta, pues no hay
necesariamente arrepentimiento.
3. Lágrimas de los que, lejos del pecado,
empiezan a querer servir a Dios. Estos, sin embargo, sintiéndose
privados de los consuelos visibles, lloran por verse con tanta
incapacidad y tribulaciones.
4. Lágrimas de los que aman con perfección a
Dios y al prójimo. Estos lloran, doliéndose de las ofensas que se
le hacen a Dios y compadeciéndose del daño del prójimo, en completo
abandono de sí mismos.
5. Lágrimas de dulzura, derramadas con gran
suavidad por la unión íntima del alma con Dios. Son lágrimas de
puro amor que derraman los santos en las mas altas cumbres de
perfección Cristiana.