Juan Pablo II no sólo renueva el lamento por las
"dolorosas memorias" que han ido marcando la historia de las
divisiones entre los cristianos, como habían hecho Pablo VI y el
Concilio Vaticano II, sino que extiende la petición de perdón también
a una multitud de hechos históricos, en los cuales la Iglesia o grupos
particulares de cristianos han estado implicados por diversos motivos.
En la Carta apostólica Tertio millennio
adveniente, el Papa desea que el Jubileo del Año 2000 sea la
ocasión para una purificación de la memoria de la Iglesia de
"todas las formas de contra testimonio y de escándalo",
que se han sucedido en el curso del milenio pasado (cf. TMA 33). La
Iglesia es invitada a "asumir con conciencia más viva el pecado de
sus hijos".
La Iglesia "reconoce como suyos a los hijos
pecadores", y los anima a "purificarse, en el arrepentimiento,
de los errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes"
(TMA 33).
La responsabilidad de los cristianos en los males
de nuestro tiempo es igualmente evocada (cf. 36), si bien el acento
recae particularmente sobre la solidaridad de la Iglesia de hoy con las
culpas pasadas, de las que algunas son explícitamente mencionadas, como
la división entre los cristianos (cf. 34) o los "métodos de
violencia y de intolerancia" utilizados en el pasado para
evangelizar (cf. TMA 35).