La Cuaresma representa el
punto culminante de ese camino de conversión y de reconciliación que
propone el Año Jubilar, tiempo privilegiado de gracia y misericordia,
a todos los creyentes para renovar su propia fidelidad a Cristo, único
Salvador del hombre. La liturgia nos invita a rezar para que el Padre
celestial [nos] ayude a comenzar con el ayuno, un recorrido de
auténtica conversión para afrontar victoriosamente, con las armas de
la penitencia, el combate contra el espíritu del mal. Este es el
mensaje del gran Jubileo, que en Cuaresma se hace más elocuente
todavía.
Sólo en Dios el hombre encuentra su sentido.
Al recibir las cenizas en la cabeza, se nos recuerda hoy que somos polvo
y en polvo nos hemos de convertir.... Evoca en el creyente la
invitación a no dejarse condicionar por las realidades materiales que,
si bien son apreciables, están destinadas a desvanecerse. Más bien,
tiene que dejarse transformar por la gracia de la conversión y de la
penitencia para llegar a las vetas atrevidas y apaciguadoras de la vida
sobrenatural.
¡La puerta jubilar está abierta a todos!
Que entre quien se siente oprimido por la culpa y quien se reconoce
pobre en méritos; que entre quien se siente como polvo que desperdiga
el viento; que venga el débil y el desanimado para alcanzar un nuevo
vigor que nace del Corazón de Cristo.
La tradicional práctica del ayuno y la
abstinencia, ciertamente no se trata de meras observancias externas, de
rituales cumplimientos, sino de signos elocuentes de un cambio
necesario de vida. El ayuno y la abstinencia, ante todo, fortalecen
al cristiano para la lucha contra el mal y para el servicio del
Evangelio. Con el ayuno y la penitencia, se le pide al creyente que
renuncie a los bienes y a las satisfacciones materiales legítimas para
alcanzar una mayor libertad interior, quedando disponible para escuchar
la palabra de Dios y ayudar generosamente a los hermanos que sufren
necesidades.
Por tanto, la abstinencia y el ayuno tienen que
ser acompañados por gestos de solidaridad hacia el que sufre y
atraviesa momentos difíciles. La penitencia se convierte, de este
modo, en una manera de compartir con quien está marginado y necesitado.
Este es también el espíritu del gran Jubileo, que invita a todos a
manifestar de manera concreta el amor de Cristo por los hermanos
privados de lo necesario, por las víctimas del hambre, de la violencia
y de la injusticia.
Pido al Señor que
cada cristiano sienta profundamente en esta Cuaresma jubilar el
compromiso de reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los hermanos.
Este es el camino que hay que seguir para que se realice la deseada
comunión plena de todos los discípulos de Cristo. Qué llegue pronto
el tiempo en el que, gracias a la oración y al testimonio fiel de los
cristianos, el mundo reconozca a Jesús como el único Salvador y,
creyendo en El, obtenga la paz.
Qué María Santísima
nos guíe en estos primeros pasos del camino cuaresmal para que,
cruzando la puerta santa de la conversión, todos experimentemos la
gracia de ser transfigurados a imagen de Cristo.