Queridos hermanos y hermanas:
En la Carta apostólica “Tertio Millennio Adveniente”, el
Santo Padre nos preparó con una clara visión pastoral para lo que
debiera ser este Gran Jubileo del Año 2000. Deseo citar unas palabras
que Su Santidad nos dirigió en dicha carta apostólica: “El gozo
del Jubileo es siempre de un modo particular el gozo por la remisión
de las culpas, la alegría de la conversión que es la condición
preliminar para la reconciliación con Dios tanto de las personas como
de las comunidades. Así es justo que, mientras el segundo Milenio
del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia
más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en
las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de
Cristo y de su Evangelio”. (#33)
Estas palabras del Santo Padre nos revelan el motivo que inspiró ese
hermoso acto solemne del pasado 12 de marzo, en el cual, Juan Pablo II
presidió una ceremonia que pasará a la historia como un momento
copioso de gracia, de amor, de valentía y de fidelidad: el Vicario de
Cristo y pastor universal de la Iglesia, pidió perdón por los
pecados pasados y presentes de los hijos de la Iglesia. Este acto se
ha convertido en uno de los signos más significativos y elocuentes en
este Gran Jubileo del Año 2000.
¿Por qué es un signo elocuente en este Gran Jubileo? Porque el
Jubileo es año de arrepentimiento y perdón de las culpas; año de
hacer un profundo examen de conciencia; año de reconciliación con Dios
y con los hermanos; y a la vez, es un año de gracia y misericordia. ¡El
arrepentimiento sincero siempre atrae la misericordia infinita del
Corazón de Dios!
Desde el inicio, la ceremonia fue marcada por signos muy
significativos. El Santo Padre comenzó este solemne acto ante en el
altar de “La Pietá” de Miguel Ángel. Su Santidad, ante esta
imagen de la Santísima Virgen con su hijo crucificado en brazos, quiso
manifestar que la Iglesia, al igual que la Virgen, quiere tomar en
brazos a todos sus hijos y asumir, como Madre, las culpas, heridas y
pecados que estos hijos han ocasionado al Cuerpo Místico de Cristo y al
mundo.
Durante la homilía, el Santo Padre nos llevó, como buen pastor, a
hacer un examen de conciencia por las culpas, pasadas y presentes, de
los hijos de la Iglesia. El momento culmen se alcanzó cuando Su
Santidad presidió una oración en la que confesó las culpas y pidió
perdón a Dios y a los hermanos. Junto con él participaron en esta
oración siete cardenales de la Curia romana. Creo que fue también un
gesto muy elocuente, ya que podríamos deducir que el Santo Padre quiso
que no solo él como cabeza, sino otros miembros de la Iglesia
asumieran, con corazón generoso, las culpas de los cristianos.
¡Qué poco se ha entendido este acto tan lleno de humildad y a la
vez, de poder! De humildad, porque siempre reconocer las faltas, que los
cristianos hemos cometido ante Dios y los hombres, es un acto sublime de
humildad y arrepentimiento. Y de poder, porque el que se humilla, será
enaltecido (Mt 23, 12), será levantado y su esplendor será más
brillante y, por lo tanto, más visible.
Debemos abrir nuestros ojos a las realidades espirituales, que son
más ciertas que las visibles. En este acto de arrepentimiento y
petición pública de perdón, el Santo Padre ha revelado el verdadero
sentido del Jubileo, nos está enseñando lo que cada uno debe hacer
individualmente. El ya lo hizo por nosotros, pero para que la
misericordia de Dios se derrame sobre cada uno, debemos personalmente
hacer un serio examen de conciencia de nuestras culpas pasadas y
presentes, e ir al Sacramento de la Confesión.
Este año es de gracia y misericordia; y la misericordia de Dios,
solo se alcanza cuando el Señor encuentra un pueblo arrepentido con
corazón contrito y humillado. “Un corazón contrito y
humillado, Oh Dios, no lo desprecias.” (Salmo 51, 19)
¡Qué momentos tan llenos de gracia, nos han tocado vivir! Pero para
que sean de gracia para cada uno de nosotros, debemos profundizarlos,
meditarlos, descubrir en ellos los signos de los tiempos. El Santo Padre
ha pedido perdón, en nombre de todos los hijos de la Iglesia. ¡Qué
gran padre espiritual tenemos!
Muchos no comprenden este acto tan sublime. Unos creen que la Iglesia
no debía humillarse de esa forma, otros creen que no es suficiente.
Para algunos, el Santo Padre se excedió, para otros, se quedó corto.
Ni lo uno, ni lo otro. El Señor da la justa medida y esta petición de
perdón debía ser por las verdaderas culpas, basadas en un juicio
honesto y fiel de la historia, no por las culpas que muchos atañen a la
Iglesia y que son simple exageraciones o distorsiones, o a veces, hasta
un inmaduro juicio histórico.
Que el Señor nos de la gracia de estar en plena comunión con el
Santo Padre, y que verdaderamente “sintamos con la Iglesia”. Que la
gracia y la misericordia que se están derramando copiosamente en la
Iglesia y la humanidad por la petición de perdón que Su Santidad ha
hecho en nombre de todos los hijos de la Iglesia, “ no la recibamos
en vano. Pues dice El: en el tiempo favorable te escuché y en el día
de salvación te ayudé. Mirad, ahora es el momento favorable, mirad,
ahora es el momento de salvación.” (2 Cor 6,1-2)
¡Qué este milenio sea de los Dos Corazones!