eN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA
Exponiendo la Doctrina Católica Según el
Catecismo Universal
“La
indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los
pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y
cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la
Iglesia, que, como administradora de la redención, distribuye y aplica
con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos.
La indulgencia es parcial o
plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en
parte o totalmente. Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por
los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales
como plenarias”.
Las penas del pecado
Para entender esta doctrina y esta
práctica de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una
doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y
por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama
la “pena eterna” del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso
venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario
purificar, sea en nuestra vida terrena, sea después de la muerte, en el
estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se
llama la “pena temporal” del pecado. Estas dos penas no deben ser
concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el
exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado.
Una conversión movida por una ferviente caridad puede llegar a la total
purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena.
El perdón del pecado y la
restauración de la comunión con Dios
entrañan la
remisión de las penas eternas del pecado, pero las penas temporales del
pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando
pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el
día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una
gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante
las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las
distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del “hombre
viejo” y a revestirse del “hombre nuevo”.
En la comunión de los
santos, “existe entre los fieles —tanto entre quienes ya son
bienaventurados como entre los que expían en el purgatorio o los que
peregrinan todavía en la tierra— un constante vínculo de amor y un
abundante intercambio de todos los bienes”. En este intercambio
admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del
daño que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso a
la comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y
más eficazmente purificado de las penas del pecado.
Obtener la indulgencia de Dios por
medio de la Iglesia
Las indulgencias se obtienen por
la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue
concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le
abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener
del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales
debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir
en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer obras de
piedad, de penitencia y de caridad.
Puesto que los fieles difuntos en
vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los
santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos
indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales
debidas por sus pecados.