La Pasión de Cristo no se Puede
Entender Sin el Camino a Emaús / SS
Juan Pablo II
El dolor y la ignominia de Cristo en la Pasión carecen de todo
sentido, son totalmente absurdos, sin la Resurrección. Es lo que
comprendieron los discípulos de Emaús a los que se les apareció
Jesús al resucitar. Es también la lección que quiso dejar a los
cristianos Juan Pablo II al concluir el Vía crucis que presidió en el
Coliseo de Roma en la noche de este Viernes Santo. Estas fueron sus
palabras.
"«¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así
en su gloria?»
(Lc 24, 26). Estas palabras de Jesús a dos
discípulos camino de Emaús, resuenan en nuestro espíritu esta tarde,
al final del «Vía crucis» en el Coliseo. También ellos, como nosotros,
habían oído hablar de los hechos sobre la Pasión y la Crucifixión de
Jesús. De vuelta a su pueblo, Cristo se acerca como un peregrino
desconocido y ellos se apresuran a contarle «lo de Jesús el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de
Dios y de todo el pueblo» (Lc 24, 19), y «cómo nuestros sumos
sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron»
(Lc 24, 20). Con tristeza, terminan diciendo: «Nosotros esperábamos
que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas
cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó» (Lc 24, 21).
Los discípulos están desanimados y abatidos. También para nosotros es
difícil entender por qué la vía de la salvación deba pasar por el
sufrimiento y la muerte.
«¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en
su gloria?» Nos hacemos la misma pregunta al final de la
tradicional vía
dolorosa junto al Coliseo. Dentro de poco, dejaremos este lugar
santificado por la sangre de los primeros mártires y nos dispersaremos
en diversas direcciones. Volveremos a nuestras casas, repensando sobre
los mismos acontecimientos de que hablaban los discípulos de Emaús.
Que Jesús se acerque a cada uno de nosotros y se haga también
compañero nuestro de viaje! Mientras nos acompaña, Él nos explicará
que ha subido al Calvario por nosotros, ha muerto por nosotros,
cumpliendo las Escrituras. De este modo, la dolorosa escena de la
crucifixión que acabamos de contemplar se convertirá para cada uno en
una elocuente enseñanza.
Queridos Hermanos y Hermanas. El hombre contemporáneo tiene
necesidad de encontrar a Jesús crucificado y resucitado. ¿Quién, si
no es el divino Condenado, puede comprender plenamente la pena de quien
sufre condenas injustas? ¿Quién, si no es el Rey ultrajado y
humillado, puede satisfacer las expectativas de tantos hombres y mujeres
sin esperanza y sin dignidad? ¿Quién, si no es el Hijo de Dios
crucificado, puede entender el dolor de la soledad de tantas vidas
truncadas y sin futuro? El poeta francés Paul Claudel escribía que el
Hijo de Dios «nos ha enseñando la vía de salida del dolor y la
posibilidad de su transformación» («Positions et propositions»).
Abramos el corazón a Cristo: será Él mismo quien responda a nuestra
más profundas expectativas. Él mismo nos desvelará los misterios de
su pasión y muerte en la cruz.
«Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»
(Lc
24, 31). Con sus palabras, el
corazón de los dos viandantes desconsolados adquirió serenidad y
comenzó a henchirse de alegría. Reconocen a su Maestro al partir el
pan. Que los hombres de hoy, como ellos, reconozcan en la Eucaristía la
presencia de su Salvador. Que lo encuentren en el sacramento de su
Pascua y lo acojan como compañero de su camino.