Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María 

IX Edición

                 abril 2000


NOS HABLA EL CORAZÓN DEL PAPA 

La Pasión de Cristo no se Puede Entender Sin el Camino a Emaús / SS Juan Pablo II

El dolor y la ignominia de Cristo en la Pasión carecen de todo sentido, son totalmente absurdos, sin la Resurrección. Es lo que comprendieron los discípulos de Emaús a los que se les apareció Jesús al resucitar. Es también la lección que quiso dejar a los cristianos Juan Pablo II al concluir el Vía crucis que presidió en el Coliseo de Roma en la noche de este Viernes Santo. Estas fueron sus palabras.

"«¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Lc 24, 26). Estas palabras de Jesús a dos discípulos camino de Emaús, resuenan en nuestro espíritu esta tarde, al final del «Vía crucis» en el Coliseo. También ellos, como nosotros, habían oído hablar de los hechos sobre la Pasión y la Crucifixión de Jesús. De vuelta a su pueblo, Cristo se acerca como un peregrino desconocido y ellos se apresuran a contarle «lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» (Lc 24, 19), y «cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron» (Lc 24, 20). Con tristeza, terminan diciendo: «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó» (Lc 24, 21). Los discípulos están desanimados y abatidos. También para nosotros es difícil entender por qué la vía de la salvación deba pasar por el sufrimiento y la muerte.

«¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Nos hacemos la misma pregunta al final de la tradicional vía

dolorosa junto al Coliseo. Dentro de poco, dejaremos este lugar santificado por la sangre de los primeros mártires y nos dispersaremos en diversas direcciones. Volveremos a nuestras casas, repensando sobre los mismos acontecimientos de que hablaban los discípulos de Emaús. Que Jesús se acerque a cada uno de nosotros y se haga también compañero nuestro de viaje! Mientras nos acompaña, Él nos explicará que ha subido al Calvario por nosotros, ha muerto por nosotros, cumpliendo las Escrituras. De este modo, la dolorosa escena de la crucifixión que acabamos de contemplar se convertirá para cada uno en una elocuente enseñanza.

Queridos Hermanos y Hermanas. El hombre contemporáneo tiene necesidad de encontrar a Jesús crucificado y resucitado. ¿Quién, si no es el divino Condenado, puede comprender plenamente la pena de quien sufre condenas injustas? ¿Quién, si no es el Rey ultrajado y humillado, puede satisfacer las expectativas de tantos hombres y mujeres sin esperanza y sin dignidad? ¿Quién, si no es el Hijo de Dios crucificado, puede entender el dolor de la soledad de tantas vidas truncadas y sin futuro? El poeta francés Paul Claudel escribía que el Hijo de Dios «nos ha enseñando la vía de salida del dolor y la posibilidad de su transformación» («Positions et propositions»). Abramos el corazón a Cristo: será Él mismo quien responda a nuestra más profundas expectativas. Él mismo nos desvelará los misterios de su pasión y muerte en la cruz.

«Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24, 31). Con sus palabras, el corazón de los dos viandantes desconsolados adquirió serenidad y comenzó a henchirse de alegría. Reconocen a su Maestro al partir el pan. Que los hombres de hoy, como ellos, reconozcan en la Eucaristía la presencia de su Salvador. Que lo encuentren en el sacramento de su Pascua y lo acojan como compañero de su camino.

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