La vida de San Maximiliano fue un continuo
ofrecimiento de sí mismo por amor a Dios y por la salvación de las
almas, consagrándose totalmente, para este fin, a María Inmaculada. El
ideal de su vida apostólica era la salvación y santificación de las
almas. Para asegurar esa santificación, buscaba llevar a las almas a
una incondicional y absoluta consagración a la Inmaculada. En
sus escritos, el gran santo de la Virgen nos exhorta vehementemente a
considerar el gran privilegio que hay en pertenecer a la Inmaculada. Nos
dice:
"Con corazón sincero y abierto, podemos afirmar
que el ideal más grande del ser humano se encuentra en la Inmaculada.
Ningún ser humano puede ser exaltado sobre ella, pues posee en sí
misma el grado de perfección más alto de todas las criaturas. Jamás
criatura alguna podrá alcanzar la participación en la gracia divina
que posee ella. Sin embargo, quien se consagra sin reservas a la
Inmaculada, obtendrá, en poco tiempo, un grado de santidad muy alto y
dará la maxima gloria a Dios. Todo se dará a través de la Inmaculada,
en ella y por ella. Toda conversión, cada paso que damos en el camino a
la santidad, es fruto de la gracia. Aun nuestra cooperación con la
gracia es, en sí, una gracia. Sin la gracia de Dios, nada es posible. La
Medianera de todas las Gracias es la Inmaculada. Cuanto más nos
acerquemos a ella, más gracias recibiremos.
Cuando nos consagramos a la Virgen Inmaculada, le
rogamos que, así como nos ofrecemos completamente a ella como sus
hijos, esclavos, servidores e instrumentos, que nos reciba como
posesión suya, sin ninguna excepción. Es una consagración de nosotros
mismos como propiedad y posesión suya para ser usados por ella, según
su beneplácito hasta el extremo de la aniquilación total de nosotros
mismos.
De esta forma, le consagramos a ella, todo nuestro
ser, todos los poderes de nuestra alma: nuestro intelecto, memoria y
voluntad; todos los poderes de nuestro cuerpo: nuestros sentidos,
fortaleza física, salud y enfermedad; todas nuestras experiencias de
vida, las buenas, difíciles y las indiferentes. Le consagramos nuestra
muerte, dónde y cómo se dará; como también nuestra eternidad,
sabiendo que solamente ahí, le perteneceremos a ella perfectamente.
Hijo, a través de la consagración, llegarás a ser
instrumento en sus manos. Por tanto, haz sólo lo que ella desee; recibe
todo como venido de sus manos. Confíale todo a ella. Y nunca te olvides
de ocuparte de ella, de procurar su honra, su causa, sus deseos, dejando
toda preocupación de ti mismo y de tus asuntos en sus manos. Recuerda
que todos los frutos de tus esfuerzos siempre dependerán de tu unión
con ella."