Después de haber reconocido en Jesús la “luz para alumbrar a
las naciones” (Lc 2, 32), Simeón anuncia a María la gran prueba
a la que está llamado el Mesías y le revela su participación en ese
destino doloroso. La referencia al sacrificio redentor, ausente en la
Anunciación, ha impulsado a ver en el oráculo de Simeón casi un “segundo
anuncio” que llevará a la Virgen a un entendimiento mas profundo del
misterio de su Hijo. Simeón predice a la Virgen que participará en el
destino de su Hijo. Inspirado por el Espíritu Santo, le anuncia: “Este
está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser
señal de contradicción– ¡y a ti misma un espada te traspasará el
alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones” (Lc 2,34-35).
Estas palabras predicen un futuro de sufrimiento para el Mesías. En
efecto, será el “signo de contradicción”, destinado a encontrar
una dura oposición en sus contemporáneos. Pero Simeón une al
sufrimiento de Cristo la visión del alma de María a travesada por la
espada, asociando de ese modo a la Madre al destino doloroso de su Hijo.
Así, el santo anciano, a la vez que pone de relieve la creciente
hostilidad que va a encontrar el Mesías, subraya las repercusiones que
esa hostilidad tendrá en el corazón de la Madre. Ese sufrimiento
materno llegará al culmen en la Pasión, cuando se unirá a su Hijo en
el sacrificio redentor. Podemos advertir aquí que la profecía de
Simeón permite vislumbrar en el futuro sufrimiento de María una
semejanza notable con el futuro doloroso del “Siervo”.