eN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA
Exponiendo la Doctrina Católica Según el
Catecismo Universal:
El Año Jubilar es un año singular de
penitencia y conversión
Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a
la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras
exteriores “el saco y la ceniza”, los ayunos y las mortificaciones,
sino la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin
ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el
contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta
actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia.
La penitencia interior es una reorientación
radical de toda la vida, un cambio, una conversión a Dios con todo
nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con
repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo
tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la
esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su
gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza
saludables que los Padres de la Iglesia llamaron “animi cruciatus”
(aflicción del espíritu), “compunctio cordis”
(arrepentimiento del corazón).
El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé
al hombre un corazón nuevo. Conversión es primeramente una obra de la
gracia de Dios que hace volver a El nuestros corazones: “Conviértenos,
Señor, y nos convertiremos” (Lm 5, 21).
Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la
grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror
y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y
verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que
nuestros pecados traspasaron.
Después de Pascua, el Espíritu Santo “convence al mundo en lo
referente al pecado” (Jn 16, 8-9). Pero este mismo Espíritu, que
revela el pecado, es el que da al corazón del hombre la gracia del
arrepentimiento y de la conversión.
Diversas Formas de Penitencia en la Vida Cristiana
La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy
variadas. La Escritura y los Padres de la Iglesia insisten sobre todo en
tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, que expresan la
conversión con relación a sí mismo, con Dios y con los demás. Citan,
como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos
realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de
penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la
intercesión de los santos y la práctica de la caridad “que cubre
multitud de pecados” (1 P 4).
La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de
reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de
la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante
los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen
de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los
sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia, en
tomar la cruz cada día y seguir a Jesús.
Tengamos los ojos fijos en la Sangre de Cristo y comprendamos cuán
preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra
salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del
arrepentimiento.