Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María 

VII Edición

                 febrero 2000


eN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA 

Exponiendo la Doctrina Católica Según el Catecismo Universal:
El Año Jubilar es un año singular de penitencia y conversión

Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores “el saco y la ceniza”, los ayunos y las mortificaciones, sino la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia.

La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un cambio, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres de la Iglesia llamaron “animi cruciatus” (aflicción del espíritu), “compunctio cordis” (arrepentimiento del corazón).

El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo. Conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a El nuestros corazones: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos” (Lm 5, 21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron.

Después de Pascua, el Espíritu Santo “convence al mundo en lo referente al pecado” (Jn 16, 8-9). Pero este mismo Espíritu, que revela el pecado, es el que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión.

Diversas Formas de Penitencia en la Vida Cristiana

La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres de la Iglesia insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con Dios y con los demás. Citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad “que cubre multitud de pecados” (1 P 4).

La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia, en tomar la cruz cada día y seguir a Jesús.

Tengamos los ojos fijos en la Sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento.


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