Santos y
teología del corazón - San Pio de Pietrelcina |
1887-1968
"Solo quiero ser un
fraile que reza..." San Padre Pio
CRONOLOGÍA
DEL P. PÍO
1887 - 25 mayo:
Nace en Pietrelcina, Italia
1903 - 6 enero:
Edad 15 años. Entra al noviciado franciscano
OFM cap en Morcone.
1904 - 22 enero:
Profesa como franciscano
1910 - 10 agosto:
Ordenación sacerdotal en Benevento
1918 - 20 septiembre:
Recibe las estigmas, (llagas
de Jesucristo)
1923 - 1933
Le fue prohibido celebrar misa en público y comunicación con sus hijos
espirituales; víctima de calumnias.
1947
Comienzan los grupos de oración del Padre Pío.
1956 - 5 mayo:
Inauguración de la Casa Sollievo della Sofferenza
(alivio del sufrimiento)
1968 - 23 septiembre:
Fallece en San Giovanni
Rotondo
1998 - 21 de diciembre: Reconocimiento
de milagro
1999 - 2 de mayo: Beatificación
2001 - 20 de diciembre: Reconocimiento
de 2º milagro
2002 - 16 junio:
Canonización en el Vaticano
San Pio
de Pietrelcina, entró en los Capuchinos con 15 años de edad.Ordenado
el 10 de agosto de 1910.Asignado a San Giovanni Rotondo en 1916,
vivió allí hasta su muerte.Recibió los estigmas: 20 de septiembre,
1918. Los llevó por 50 años.Entró en la Vida Eterna: 23 de
septiembre, 1968.Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo
de 1999. Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 16 de junio del
2002.
"Solo quiero ser un fraile que reza...”
“Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es
misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma
que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús,
no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas
ocasiones debes hablarle solo con el corazón...” -Padre Pío
El Padre Pío es uno de los más grandes místicos de nuestro tiempo,
amado en todo el mundo. Nos enseñó a vivir un amor radical al
corazón de Jesús y a su Iglesia. Su vida era oración, sacrificio y
pobreza. Alcanzó una profunda unión con Dios.
Famoso confesor. El Padre Pío pasaba hasta 16 horas diarias en el
confesionario. Algunos debían esperar dos semanas para lograr
confesarse con él, porque el Señor les hacía ver por medio de este
sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se centraba en
torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por su
profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen
María.
DONES EXTRAORDINARIOS:
Discernimiento extraordinario: la capacidad de leer los corazones y las
conciencias. Profecía: pudo anunciar eventos del futuro. Curación: curas
milagrosas por el poder de la oración. Bilocación: estar en dos lugares al mismo
tiempo. Perfume: la sangre de sus estigmas tenía fragancia de flores.
Llegaban a verle multitud de peregrinos y además recibía muchas cartas pidiendo
oración y consejo. Los médicos que observaron los estigmas del Padre Pío no
pudieron hacer cicatrizar sus llagas ni dar explicación de ellas. Calcularon que
perdía una copa de sangre diaria, pero sus llagas nunca se infectaron. El Padre
Pío decía que eran un regalo de Dios y una oportunidad para luchar por ser más y
más como Jesucristo Crucificado. Su beatificación fue la de mayor asistencia en
la historia. La plaza de San Pedro y sus alrededores no pudieron contener la
multitud que asistió a su beatificación. El Padre Pío es un poderoso intercesor.
Los milagros se siguen multiplicando.
BIOGRAFÍA
Infancia
Francisco Forgione (San Padre Pío) nació en el seno de una humilde y
religiosa familia, el Miércoles 25 de mayo de 1887 a las 5 de la tarde, hora en
que las campanas de la Iglesia sonaban para llamar a todos los fieles a honrar a
la Virgen Santísima en su mes. El Beato Padre Pío nació en una pequeña aldea del
Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña villa en la provincia de
Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y María Giuseppa de Nunzio
Forgione, ambos agricultores, encomendaron la protección de su recién nacido a
San Francisco de Asís, por esta razón le bautizaron con el nombre de Francisco
al día siguiente de su nacimiento.
El Padre Pío, cuando era aún un bebé, lloraba desconsoladamente al grado que su
padre no lograba descansar por la noche de lo fuerte y constante de su llanto,
su padre decía que “al bebé nunca se le acababa el aire”. Una vez que se
encontraba con su papá a solas en casa, este no pudo consolarle para que parara
de llorar y lo arrojó en la cama exclamando: “Parece que el diablo hubiese
nacido en mi casa”.
Relata el Padre Pío que desde ese preciso momento, nunca más volvió a llorar
así. La familia Forgione vivía en el sector más pobre de Pietrelcina. Francisco
fue pobre, pero como él mismo diría más adelante, nunca careció de nada... Los
valores eran diferentes en aquella época; un niño se consideraba dichoso si
tenía lo básico para vivir. Fue un niño muy sensible y espiritual.
Inicio de sus experiencias extraordinarias
Su vida transcurrió en los alrededores de la Iglesia Santa María de los Ángeles,
que podríamos decir fue como su "hogar". Aquí fue bautizado, hizo su Primera
Comunión, su Confirmación, y precisamente aquí, a los cinco años de edad, tuvo
una aparición del Sagrado Corazón de Jesús. El Señor posó Su mano sobre la
cabeza de Francisco y este prometió a San Francisco que sería un fiel seguidor
suyo. El curso de su vida y su vocación quedaría desde ese momento sellado.
Padre Pío se ofrece a tan corta edad como víctima. Este año marcaría la vida de
Francisco para siempre; empieza a tener apariciones de la Santísima Virgen, que
continuarían por el resto de su vida.
También tenía trato familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia de
comunicarse toda su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él
recibiría de Dios. Es también a esta edad que los demonios comenzaron a
torturarlo. El niño acostumbraba a cobijarse bajo la sombra de un árbol
particular durante los cálidos y soleados días de verano. Amigos y vecinos
testificaron que fueron en más de una ocasión las veces que le vieron pelear con
lo que parecía su propia sombra. Estas luchas continuarían por el resto de su
vida.
Fue un niño callado, diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta edad ya
mostraba signos de una profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía largas
horas en la iglesia después de Misa. Hizo hasta arreglos con el sacristán para
que le permitiera visitar al Señor en la Eucaristía, en los momentos en los
cuales la iglesia permaneciera cerrada.
Curado por los chiles
En tiempos en que el Padre era aún pequeño, la tifoidea era una enfermedad
mortal y el pequeño Francisco se vio al borde de la muerte a consecuencia de
ella. La fiebre le llego tan alta, que el mismo doctor le informó a su madre que
al pequeño Francisco le quedaban unas cuantas horas de vida. La madre, aun con
el dolor que experimentaba su corazón, debió continuar sus labores domésticas y
preparó, como de costumbre, alimentos para los trabajadores que les ayudaban con
sus tierras. La comida que Guiseppa preparó fueron chiles fritos y los
trabajadores no se los terminaron por ser tan picosos. Al pequeño enfermo, el
olor de los chiles le resultó muy apetecible y en cuanto se encontró a solas, no
pudiendo caminar, se arrastró hasta el lugar en el que se encontraban los chiles
que tanto le apetecían y se los comió todos.
Cuando terminó de comer, se regresó a su cama y sintió una gran sed. Llamó a su
hermano Miguel para que le trajera algo de tomar. Su hermano le llevó una
botella de leche y le sirvió un poco en una cuchara, como lo habían estado
haciendo. Francisco, tomó la botella y se la tomó toda para la sorpresa de su
hermano. Cuando su madre regresó más tarde a buscar los chiles, encontró el
plato vacío y no se imaginó que hubiese sido Francisco el que se los hubiese
comido. Aunque esta comida podría haber sido fatal para su salud, produjo
cambios radicales. Desde ese momento, Francisco se curó de la tifoidea y su
salud se restauró por completo.
Un milagro en su presencia
Un día, siendo aún pequeño, acompañó a su padre, Horacio, en una
peregrinación al Santuario de San Peregrino. La iglesia estaba llena de fieles
de todas partes. Francisco se arrodilló para orar al frente del Santuario y
observaba la angustia de una madre que se acercó al altar con un niño deforme en
sus brazos e imploraba al Santo que intercediera por la sanación de su hijo.
Mientras su padre se preparaba para salir de la Iglesia, Francisco no se movía
en profunda oración de intercesión por el niño. La madre de este, en un arrebato
de desesperación dijo en voz alta frente a la imagen del Santo: “Cura a mi hijo,
si no lo quieres curar, tómalo, yo no lo quiero” y diciendo esto, arrojó al niño
en el altar. En el preciso momento en que el niño tocó el altar, éste sanó por
completo. Esta experiencia del poder de la oración, afianzó grandemente la
confianza de Francisco en el poder de la intercesión de los Santos.
Primeros estudios
Francisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa,
unos granjeros se voluntarizaron para enseñar a los niños del área. Su mayor
ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más brillantes a
escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la necesidad
existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día. Francisco
estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían jugar, pero esto no era una
de sus prioridades. Su preferencia era siempre pasar la mayor parte del tiempo
en oración y estudiar en el tiempo destinado para el aprendizaje. Padre Pío fue
un niño disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus padres
patrocinar su tiempo de aprendizaje.
Estudios para prepararlo a la Vida Religiosa
Llegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser religioso.
Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa, emigró a los
Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia económica que le permitiera
sufragar los gastos de educación para Francisco. Sus padres, aunque humildes,
recibieron gran sabiduría del Señor para ver el camino que su hijo habría de
seguir. Hicieron grandes sacrificios para que se hiciera posible.
Fue durante este tiempo en que su madre, Giuseppa, hizo arreglos para que su
hijo recibiera la formación necesaria para poder ingresar en el seminario. La
única posibilidad en ese momento era recibir clases con Don Domenico Tizzani, un
exsacerdote que habiendo abandonado el ministerio, había contraído matrimonio.
Don Domenico tenía la reputación de ser muy buen maestro, pero algo pasaba con
el joven Francisco que parecía tener un bloqueo mental en su presencia. Doña
Giuseppa buscó otro maestro para Francisco y lo encontró en el maestro Angelo
Cavacco. Con él, el joven Francisco avanzó con gran rapidez y mostró tener gran
capacidad.
Preparación para el Noviciado
Los días antes de entrar al seminario fueron días de visiones del Señor, que
le prepararían para grandes luchas. Jesús le permitió ver a Francisco el campo
de batalla, los obstáculos y enemigos. A un lado habían hombres radiantes, con
vestiduras blancas, al otro lado, inmensas bestias espantosas de color oscuro.
Era una escena aterradora y las rodillas del joven Francisco comenzaron a
temblar. Jesús le dice que se tiene que enfrentar con la horrenda criatura, a lo
que Francisco responde temeroso, rogándole al Señor que no le pidiera cosa
semejante de la cual no podría salir victorioso. Jesús vuelve a repetir su
petición dejándole saber que estaría a su lado. Francisco entonces entra en un
feroz combate, los dolores infligidos en su cuerpo eran intolerables, pero salió
triunfante. Jesús alertó a Francisco de que entraría en combate nuevamente con
este demonio a lo largo de toda su vida, que no temiera: “Yo estaré
protegiéndote, ayudándote, siempre a tu lado hasta el fin del mundo”. Esta
visión particular petrificó a Padre Pío por 20 años.
El día antes de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús con su
Santísima Madre. En esta visión, Jesús posa Su mano en el hombro de Francisco,
dándole valor y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por su parte,
le habla suavemente, sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su
alma.
Ingreso en el Noviciado de Morcone
Padre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos ni nada
que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los 15 años de edad,
Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario; sería
Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3 de enero de
1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de enero de 1902, Francisco
recibió el hábito franciscano que está hecho en forma de una cruz y percibió que
desde ese momento su vida estaría “crucificada en Cristo”, tomó además, por
nombre religioso, Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.
La Fraternidad Capuchina en la cual ingresó era una de las más austeras de la
Orden Franciscana y una de las más fieles a la regla original de San Francisco
de Asís. El ayuno y la penitencia eran prácticas habituales. El Fraile Pío
abrazó todas las formas de autoprivación, comiendo siempre muy poco, en una
ocasión se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y aunque débil
físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una de las mejores
épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si consintiera los
impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera todo el sufrimiento de
los hombres".
Primera bilocación
En 1905, solo dos años después de haber entrado al Seminario, el Fraile Pío
experimenta por primera vez la bilocación. Rezando acompañado de otro fraile en
el coro, una noche fría de enero, alrededor de las 11:00 de la noche, se
encontró a sí mismo muy lejos, en una casa muy elegante en la cual un padre de
familia agonizaba en el mismo momento que su hija nacía. Nuestra Santísima Madre
se le apareció al Fraile Pío diciéndole: “Encomiendo esta criatura a tus
cuidados; es una piedra preciosa sin pulir. Trabaja en ella, lústrala, hazla
brillar lo más posible, porque un día me quiero adornar con ella”. A lo que él
contestó: “¿Cómo puede ser esto posible si soy un pobre estudiante, y todavía ni
siquiera sé si tendré la fortuna de llegar a ser sacerdote? Y si no llegara a
ser sacerdote, ¿cómo podría ocuparme de esta niña estando tan lejos?”. La Virgen
le contestó: “No dudes. Será ella quien venga a ti, pero la conocerás de
antemano en la Basílica de San Pedro”. Inmediatamente se encontró de nuevo en el
coro donde había estado rezando minutos antes.
Dieciocho años más tarde esta niña se presentó en la Basílica de San Pedro,
agobiada y buscando a un sacerdote con quien pudiera confesarse y recibir
dirección espiritual. Ya era tarde y la Basílica iba a cerrar, miró a su
alrededor y vio a un fraile entrar en el confesionario y cerrar la puerta. La
joven se le acercó y comenzó a compartirle sus problemas. El sacerdote absolvió
sus pecados y le dio la bendición. La joven en agradecimiento quiso besarle la
mano, pero al abrir el confesionario solo encontró una silla vacía.
Un año después, la joven fue en peregrinación a San Giovanni Rotondo. Padre Pío
caminaba por los pasillos de las celdas repletos de peregrinos y al ver a la
joven entre ellos, la señaló diciendo: “Yo te conozco, tu naciste el día que tu
padre murió”, la joven, sorprendida, esperó largo rato para poderse confesar con
el Padre y aclarar sus inquietudes. Padre Pío le recibe en el confesionario con
estas palabras: "Mi hija, has venido finalmente; he esperando tantos años por
ti!". La joven aún más sorprendida le manifestó que él estaba equivocado, siendo
ésta la primera vez que ella visitaba San Giovanni. A lo que Padre Pío contestó:
"Ya tú me conoces, viniste a mí el año pasado en la Basílica de San Pedro". La
joven se convirtió en su hija espiritual, obedeciendo siempre a sus consejos. Se
casó y formó una sólida y ejemplar familia cristiana.
Ordenación Sacerdotal
El 10 de agosto de 1910, Padre Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de
Benevento, Italia. La tarde de aquel día, escribe esta oración: “Oh Jesús, mi
suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima
perfecta”. El día de su ordenación, su padre se encontraba en América, pero su
madre, su hermano Miguel y su esposa, y sus tres hermanas le acompañaron en ese
día tan especial. Al finalizar la Santa Misa, su madre y sus hermanos se
acercaron a la baranda para recibir su primera bendición. Su madre no podía
contener sus lágrimas, tanto de la emoción como del dolor de pensar en la
ausencia de su esposo, cuyo sacrificio había hecho posible la ordenación de su
hijo.
Como era la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la iglesia
de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la que 23
años antes había sido bautizado, en donde había recibido la Primera Comunión y
el Sacramento de la Confirmación. El padre solía decirles a sus hijos
espirituales “Si ustedes desean asistir a la Sagrada Misa con devoción y obtener
frutos, piensen en la Madre Dolorosa al pie del Calvario”.
De regreso en Pietrelcina
Mientras más alto escalaba el joven sacerdote hacia la perfección, más era
asechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por Satanás, más crecía
en fe y en amor al Señor. Poco después de su ordenación, le volvieron las
fiebres y los males que siempre le aquejaron durante sus estudios, y fue enviado
a su pueblo, Pietrelcina, para que se restableciera de salud.
Cada vez que se hacía el intento para restaurarlo a la vida religiosa dentro del
monasterio, este fracasaba, pues su salud empeoraba. Su vida sacerdotal en
Pietrelcina incluía mucha oración acompañada de muchas funciones religiosas, así
como estudios teológicos, catecismo para los niños del pueblo y reuniones con
individuos y familias. Durante este período en Pietrelcina, su antiguo profesor,
el ex sacerdote Tizzani, agonizaba. Su hija, viéndolo cerca a la muerte, llamó
al Padre Pío para que asistiera a su padre, quien providencialmente pasaba por
su casa en ese momento. El moribundo recibió del Padre la gracia de Dios y la
salvación eterna de su alma, hizo su confesión con lágrimas de arrepentimiento y
murió en paz.
Primera aparición de los estigmas
Durante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío
manifiesta los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que escribe a su
director espiritual los describe así: “En medio de las manos apareció una mancha
roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo
de los pies siento dolor”. Estos dolores en la manos y los pies del Padre Pío,
son los primeros recuentos de las estigmas que fueron invisibles hasta el año
1918.
Una vez el dolor que el Padre Pío experimentó fue tan agudo, que se sacudió las
manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo que su madre le preguntó: “Que
es eso?, es que ahora también tocas la guitarra?”. El Padre se limitó a no
responder. Este tiempo en su pueblo natal fue un período de grandes combates
espirituales con el demonio, pero también de grandes consuelos a través de
éxtasis y fenómenos místicos, tanto interiores como exteriores, espirituales y
físicos. El demonio solía aparecérsele de distintas maneras. Algunas veces lo
hacía en la apariencia de animales, de mujeres bailando danzas impuras, de
carceleros que lo azotaban e incluso bajo la apariencia de Cristo Crucificado,
de su Ángel de la Guarda, San Francisco de Asís, la Virgen María, también bajo
la apariencia de su director espiritual, su provincial, etc. pero después de
estos asaltos del demonio, era consolado con éxtasis y apariciones de Jesús, la
Santísima Virgen María, su Ángel Guardián, San Francisco y otros santos.
El día 12 de agosto de 1912 experimentó por primera vez la “llaga del amor”. El
Padre Pío le escribió a su director espiritual explicándole lo sucedido: “Estaba
en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa Misa, cuando de
repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego hirviendo en llamas y yo
pensé que me iba a morir”.
Por siete años, Padre Pío permanece fuera del Convento, en Pietrelcina.
Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla franciscana y algunos
hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando el Superior General de
la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los Religiosos la exclaustración del
P. Pío. Fue un golpe muy duro para él y en un éxtasis se quejó con San Francisco
de Asís. La Congregación de los Religiosos no escuchó la solicitud del Superior
General y concedió que el Padre Pío siguiera viviendo fuera del convento, hasta
que estuviera completamente restablecida su salud.
De regreso a la vida monástica
El día 17 de febrero de 1916, el Padre Pío salió de Pietrelcina rumbo a
Foggia, donde los superiores lo llamaron para dar un servicio espiritual.
Gracias a las oraciones de Rafaelina Cerase, una señora muy enferma y cercana a
la muerte, el Padre Pío puede regresar definitivamente a la vida comunitaria.
Esta buena señora se ofreció a Dios como víctima para que el Padre pudiese oír
confesiones y con ello traer gran beneficio a las almas.
Aunque el Padre nunca más pudo regresar a Pietrelcina, su amor por ella nunca
disminuyó. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Padre, refiriéndose a su pueblo
dijo: “Pietrelcina será preservada como la niña de mis ojos”. Y antes de morir,
hablando proféticamente dijo: “Durante mi vida he favorecido a San Giovanni
Rotondo. Después de mi muerte, favoreceré a Pietrelcina”.
Primera visita a San Giovanni Rotondo
El día 28 de julio de 1916, el Padre Pío llega a San Giovanni Rotondo por
primera vez. San Giovanni Rotondo era en ese entonces una pequeña villa en la
península del Gargano, rodeada por casas muy pobres, sin luz, sin agua potable
ni cañería, sin caminos pavimentados y sin formas de comunicación modernos, muy
parecido a la forma de vida en las villas pequeñas de aquel entonces.
El monasterio se encontraba a unos dos kilómetros del pueblo y para llegar a
este, era necesario ir en mula. El monasterio contaba con una pequeña y rústica
Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia del siglo XIV.
Regreso permanente a San Giovanni Rotondo
Padre Pío fue invitado a San Giovanni por el Padre Guardián y su breve
visita fue del 28 de julio al 5 de agosto. Durante esta visita, la salud del
Padre parece haber mejorado un poco lo cual agradó al Padre Provincial y este lo
mandó bajo obediencia a regresar a San Giovanni por un tiempo, hasta que
mejorase más su salud. El Padre regresó al Monasterio del Gargano el día 4 de
septiembre de 1916. En los designios del Señor, lo que en un inicio se pensó
sería temporal, duró 52 años, hasta la muerte del Padre.
Experiencia Militar
El Padre Pío fue llamado a las filas militares tres veces durante la Primera
Guerra Mundial y las tres veces fue regresado luego de un corto período por
motivos de salud. La última vez que fue llamado, su salud desmejoró tanto, que
los mismos médicos le dieron de baja para “permitirle morir en paz en su hogar”.
Las cortas permanencias en las filas militares causaron en él grandes dolores en
su alma, a causa de la dureza de los soldados, las blasfemias que escuchó y el
verse alejado de la vida monástica. Otro gran dolor era el no poder ofrecer la
Santa Misa todos los días.
El Padre fue dado de baja de las filas militares con papeles que atestiguaban su
buena conducta, su honor y fidelidad a la patria, aunque se salvó de haber
confrontado cargos de deserción por no presentarse a una cita, a causa de un
error del cartero de San Giovanni Rotondo. Este no sabía que Francisco Forgione
y el Padre Pío eran la misma persona y por ello no supo a quién darle la cita.
El seminario menor
El Padre Pío sirvió como padre espiritual de los jóvenes que formaban parte
del seminario seráfico menor, que en ese momento estaba en San Giovanni Rotondo.
Él se encargaba de proveerles meditaciones, de confesarlos y de tener
conversaciones espirituales con ellos. Oraba mucho y vigilaba su avance
espiritual y hasta llegó a pedir permiso para ofrecerse como víctima al Señor
por la perfección de este grupo a quienes como él mismo decía “amaba con
ternura”.
Un día en que daba un paseo con los jóvenes les dijo: “Uno de ustedes me
traspasó el corazón”. Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario, pero
no se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. “Uno de ustedes esta
mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la dio hoy
durante la Misa”. El joven culpable se arrojó a sus pies y confesó ser él el
culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se retiraran un poco y ahí
mismo en la calle escuchó su confesión y lo restauró a la gracia de Dios.
Transverberación del corazón
La transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido. El corazón de la
persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o
experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida de amor
que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de la
contemplación del amor y del dolor.
El Padre Pío recibió esta gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918. En gran
simplicidad, el Padre le narró a su director espiritual lo sucedido: “Yo estaba
escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de
repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante
celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que parecía como
una lanza larga de hierro, con una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de
la punta.
Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y
sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario,
porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio
duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una
gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa
agonía.”
Las estigmas de Cristo
Sin duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el fenómeno de los
estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en su cuerpo
visiblemente durante 50 años. Un poco más de un mes después de haber recibido el
traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora visibles, de la
Pasión de Cristo.
El Padre describe este fenómeno y gracia espiritual a su director por
obediencia: “Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro
haciendo la oración de acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco que me
elevaba a una oración siempre más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y
se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían
rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y
el costado.Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los
pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las
fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no
hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi
pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis
llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”.
Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de
los pies y el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y
le salía sangre viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el primer sacerdote
estigmatizado en la historia de la Iglesia (San Francisco Asís no era
sacerdote).
El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor Romanelli, médico y
director de un prestigioso hospital, para que estudiara el caso y diera su
parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter sobrenatural del
fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a
San Gionanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus
conclusiones fueron que “los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los
conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su
existencia está mas allá de la ciencia humana”.
La noticia de que el Padre Pío tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy
pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle sus
manos, confesarse con él y asistir a sus Misas.
La palabra ESTIGMA viene del griego y significa “marca” o “señal en el cuerpo”,
y era el resultado del sello de un hierro candente con el cual marcaban a los
esclavos. En sentido médico, estigma quiere decir una mancha enrojecida sobre la
piel, que es causada porque la sangre sale de los vasos por una fuerte
influencia nerviosa, pero nunca llega a ser perforación. En cambio los estigmas
que han tenido los místicos son lesiones reales de la piel y de los tejidos,
llagas verdaderas como, en este caso, las han descrito los doctores Romanelli y
Festa.
La Santa Sede interviene en las investigaciones
Después de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir
directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de psicología
experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en medicina,
fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa Pío XI.
El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba permiso
escrito para examinar sus llagas, este rehúso a mostrárselas. El Padre Gimelli
se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de
naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una
revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran
psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia en la
sobrenaturalidad de los hechos.
Primera gran prueba. Diez años de aislamiento
En los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue
condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna relación
con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10 años -de 1923
a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre la paredes de su celda.
Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión del Señor en su
cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el peso de la
sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron nunca.
El Sacrificio de la Misa
El Padre Pío se levantaba todas la mañanas a las tres y media y rezaba el
oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de la oración. Solía
repetir: “La oración es el pan y la vida del alma; es el respiro del corazón, no
quiero ser más que esto, un fraile que ama”. Celebraba la Santa Misa en las
mañanas acompañado de dos religiosos. Todos querían verlo y hasta tocarlo, pero
su presencia inspiraba tanto respeto que nadie se atrevía a moverse en lo más
mínimo. La Misa duraba casi dos horas y todos los presentes se sumergían de
forma particular en el misterio del sacrificio de Cristo, multitudes se volcaban
apretadas alrededor del altar deteniendo la respiración.
Aunque no existe diferencia esencial en la celebración de la Santa Misa de
cualquier otro sacerdote, porque el sacerdote y la víctima es siempre Cristo,
con el Padre Pío la imagen del Salvador -traspasado en sus manos, pies y
costado- era más transparente.
El Padre Pío vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando
profundo sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la
Iglesia, Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; el fue esencialmente
sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal.
Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a
Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi
Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo
se proyectaba en una muda imploración. “La Misa”, dijo una vez a un hijo
espiritual, “es Cristo en al Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los
ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”.
Mientras el Padre celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.
Una vez se le preguntó al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en sus
llagas durante toda la Santa Misa, a lo que él respondió: “Hija mía, durante la
Misa no estoy de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz”.
El Padre amaba a Jesús con tanta fuerza, que experimentaba en su propio cuerpo
una verdadera hambre y sed de Él. “Tengo tal hambre y sed antes de recibir a
Jesús, que falta poco para que muera de la angustia. Y precisamente, porque no
puedo estar sin unirme a Jesús, muchas veces, aun con fiebre, me veo obligado a
ir a alimentarme de su cuerpo”... “El mundo, solía decir el Padre Pío, puede
subsistir sin el sol, pero nunca sin la Misa”.
En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente
durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: “Sí, ella se pone a un lado, pero
yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente. ¿Como podría ser que
la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su
Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el
calvario místico del altar?”.
Mártir del Sacramento de la Misericordia
Quien participara en la celebración Eucarística del Padre Pío no podía
quedar tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre Pío se sentaba
en el confesionario por largas horas, dándole preferencia a los hombres, pues él
decía que eran los que más necesitaban de la confesión. Al ser tantos los que
acudían a la confesión, fue necesario establecer un orden, y confesarse con el
Padre Pío podía tomarse fácilmente tres o cuatro días de espera.
Son muchos los impresionantes testimonios y las emotivas conversiones generadas
a través de las Confesiones con el Padre Pío. Severo con los curiosos,
hipócritas y mentirosos, y amoroso y compasivo con los verdaderamente
arrepentidos. Uno de los dones que más impresionaba a la gente era que podía
leer los corazones. Una vez se le preguntó al Padre por qué echaba a los
penitentes del confesionario sin darles la absolución, a lo que él respondió:
“Los echo, pero los acompaño con la oración y el sufrimiento, y regresarán”. El
enojo era solamente superficial.
A un hermano le explicó una vez: “Hijo mío, sólo en lo exterior he asumido una
forma distinta. Lo interior no se ha movido para nada. Si no lo hago así, no se
convierten a Dios. Es mejor ser reprochado por un hombre en este mundo, que ser
reprochado por Dios en el otro”. Un ejemplo de ello sucedió un día en que el
Padre se encontró con un joven que lloraba sin importarle el gentío que lo
rodeaba.
El Padre se le acercó y le preguntó el porqué de su llanto. El muchacho
respondió que “lloraba, porque no le había dado la absolución”. Padre Pío lo
consoló con ternura diciendo: “Hijo, ves, la absolución no es que te la he
negado para mandarte al infierno sino al Paraíso”.
El apostolado de la alegría
El Padre Pío era un hombre muy duro contra todo tipo de pecado, pero tierno,
jovial y amante de la vida. Era un conversador brillante, con la astucia para
mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los chistes, y en su
repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados, políticos y
religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no eran solo sano
humorismo y simple distracción, sino también una especie de apostolado: el
apostolado de la alegría y el buen humor.
Una tarde calurosa, en que paseaba, como frecuentaba hacer con sus hermanos e
hijos espirituales, les contó esta anécdota: “Una vez entró de monje un joven
juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones con los
hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la estatua de la
Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse con ella y con el Niño
Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó al Abad. Este después de
haberlo observado un rato, se maravilló de ver que la estatua de la Virgen tomó
vida. María sonreía y el Niño Jesús aplaudía con sus manitas. Cada uno de
nosotros, decía el Padre, hace de bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El
fraile más ignorante, ofrecía a la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y
Ella lo aceptaba con gusto”.
Auxilio seguro
A muchos que acudían a él para pedir su intercesión en momentos de
necesidad, el Padre no faltaba en darles una mano con su oración. En una ocasión
contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual le vino un fuerte
y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación por sentirse que el
Padre no había escuchado su súplica de intercesión, tomó un zapato y lo arrojó
contra el cuadrito en el que estaba la foto del Padre. Pasado el tiempo y
habiendo olvidado el gesto irreverente, fue a confesarse con el Padre, el cual
le replicó en el confesionario: “Y todavía tienes el coraje, después del
zapatazo que me distes en la cara...”.
Sanación milagrosa
Una de las sanaciones más conocidas del Padre Pío fue la de una niña llamada
Gema, que había nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de ésta la llevó a
San Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un milagro a través
de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la señal de la cruz
sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro no terminó allí.
Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya de adulta, Gema entró en
la Vida Religiosa.
El Padre y los niños
El Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se le pedía la
intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con problemas, o por
algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la gracia. Un
canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se presentaba lleno de
dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir sus oraciones. “Vete
tranquilo, le dijo el Padre, y nada de operaciones”. En el momento del parto la
situación se complicó y los médicos le dijeron que si no operaban enseguida
temían por la vida, tanto de la madre como del bebé. El canciller desesperado se
fue al cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del Padre Pío en la
pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle palabrotas. No había
terminado de desahogarse cuando escuchó el llanto de un bebé. Salió corriendo
hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso varoncito nacido “sin
operaciones”, para sorpresa de los médicos.
Después de algunos días, el canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle
las gracias al Padre, el cual le respondió: “Está bien, pero todas las
palabrotas y los insultos que dijiste delante de mi fotografía, no tienes que
decirlos más”. En otra ocasión, un niño de San Giovanni Rotondo que estaba
gravemente enfermo y el cual se esperaba que podía morir en cualquier momento,
se echó a reír y recuperó la salud de forma casi instantánea. La madre le
preguntó que qué sentía y el niño le respondió: “Mamá, Padre Pío me hizo
cosquillas en el pie”. El Padre le había hecho cosquillas en el pie y se sanó.
Hijos espirituales
El Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un grupo de hijos
espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y cuidados a cambio de
llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de caridad. Entre este
grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en las que el cuidado real y
oportuno del Padre se manifestó de forma extraordinaria. Entre estas anécdotas
está la de un joven cuya madre lo llevaba a donde el Padre desde que este era
muy pequeño y un día, saliendo del convento para tomar el autobús de regreso a
casa, un coche lo atropelló por la espalda haciendolo volar por los aires.
Mientras este volaba sobre el coche, viendo la imagen de la Virgencita del
convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Solo logró gritar:
“Virgencita mía, ayúdame”. Lo llevaron de inmediato al hospital y todos los
exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se explicaban de dónde
provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto este pudo salió corriendo
hacia el convento para darle las gracias al Padre que estaba rezando en el coro.
“No me des las gracias a mí, le respondió el Padre, dáselas a la Virgen, fue
Ella”. Después de mirarlo con los ojos llenos de amor y con una gran sonrisa en
los labios, le dijo: “Hijo mío, no te puedo dejar solo ni un minuto...”
Llamado a la Co-redención
La vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos extraordinarios que
es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima. Quien es llamado a
servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir mucho moral y
físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden cada vez más del amor
de Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913 decía: “El Señor me hace ver
como en un espejo, que toda mi vida será un martirio”. Desde que ingresó a la
vida religiosa hasta que recibió los estigmas, la vida del Padre Pío fue un vía
crucis. En 1912 escribe: “Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi cruz
sea aliviada, porque sufrir con Jesús es muy agradable”. A una hija espiritual
le dijo un día: “El sufrimiento es mi pan de cada día. Sufro cuando no sufro.
Las cruces son las joyas del Esposo, y de ellas soy celoso. ¡Ay de aquel que
quiera meterse entre las cruces y yo!”.
Su proyecto más grande en la tierra
La tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres de sus grandes
amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo se refirió como
“su obra más grande aquí en la tierra”: la fundación de un hospital que habría
de llamarse “Casa Alivio del Sufrimiento”. El Padre sacó una moneda de oro de su
bolsillo que había recibido en una ocasión como regalo y dijo: “Esta es la
primera piedra”. El 5 de mayo de 1956 se inauguró el hospital con la bendición
del cardenal Lercaro y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad del
hospital es curar al enfermo tanto espiritual como físicamente: la fe y la
ciencia, la mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la persona
entera del enfermo: cuerpo y alma.
Grupos de Oración
“Lo que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es la oración”. A
raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los “Grupos de Oración
del Padre Pío”. Los Grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la
muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo
de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000 miembros. “Yo invito a las
almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los
Grupos la vida cristiana, las buenas obras y, especialmente, la obediencia a la
Santa Iglesia”.
Segunda prueba y persecución
La envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío. Desde 1959,
periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y
calumniosos contra la “Casa Alivio del Sufrimiento”. Para quitar al Padre los
donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el sostenimiento de la
Casa, sus enemigos planearon una serie de documentaciones falsas y hasta
llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos en su confesionario para
sorprenderlo en error.
Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le quitaron la
administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de Oración fueron
dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir a sus Misas ni
confesarse con él. El Padre Pío sufrió mucho a causa de esta última persecución
que duró hasta su muerte, pero su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre
Iglesia fue firme y constante. En medio del dolor que este sufrimiento le
causaba, solía decir: “Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea,
porque es la mano de una madre”.
50 años de dolor y sangre
El viernes 20 de septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de haber
recibido los estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San Giovanni. El
Padre Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del altar había 50
grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De la misma manera
milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50 años antes, ahora,
50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían desaparecido sin dejar
rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo cual el Señor ha
confirmado su origen místico y sobrenatural.
El paso a la vida eterna
Tres días después, murmurando por largas horas “¡Jesús, María!”, muere el
Padre Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban presentes quedaron largo
tiempo en silencio y en oración. Después estalló un largo e irrefrenable llanto.
Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro
días para que las multitudes pasaran a despedirlo. Se calcula que más de 100 mil
personas participaron del entierro.
Una promesa de amor
Un día se le preguntó al Padre: “¿Jesús le mostró los lugares de sus hijos
espirituales en el paraíso?”. “Claro, un lugar para todos los hijos que Dios me
confiará hasta el fin del mundo, si son constantes en el camino que lleva al
cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable”. “Y en el paraíso,
¿estaremos cerca de usted?”. “Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para mí si no
tuviera cerca de mí a todos mis hijos?”. “Pero yo le tengo miedo a la muerte”.
“El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en realidad es el inicio de
la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto durante la vida, ¡cuánto más los
ayudaré en la batalla decisiva!”.
Proceso de la Causa del Padre Pío
Muchas han sido las sanaciones y conversiones concedidas por la intercesión
del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la Santa Sede.
Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969. El 18 de
diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo pronunció venerable. Este paso,
aunque no tan ceremonioso como la beatificación, es ciertamente la parte más
importante del proceso. El venerable Padre Pío fue beatificado el 2 de mayo de
1999. Tan grande fue la multitud en la Misa de beatificación, que desbordaron la
Plaza de San Pedro y toda la Avenida de la Conciliación hasta el río Tiber sin
ser estos lugares suficiente. Millones además lo contemplaron por la televisión
en el mundo entero.
Un gran Santo para la Iglesia de hoy
El día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II canonizará al Beato
Padre Pío, quien desde ese momento pasará a ser el primer sacerdote canonizado
que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.
Homilía de S.S.
Juan Pablo II en la beatificación del Padre Pío
domingo 2 de mayo de 1999
Imagen de Cristo Doliente y Resucitado
1. "¡Cantad al Señor un cántico nuevo!" La invitación de la
antífona de entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace
tiempo la elevación a la gloria de los altares del Padre Pío de Pietrelcina.
Este humilde fraile capuchino ha asombrado al mundo con su vida dedicada
totalmente a la oración y a la escucha de sus hermanos.
Innumerables personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo,
y esas peregrinaciones no han cesado, incluso después de su muerte. Cuando yo
era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y doy
gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluírlo en el catálogo de
los beatos.
Recorramos esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual,
guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene lugar el
rito de su beatificación.
2. "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en
mi" (Jn 14, 1). En la página evangélico que acabamos de proclamar
hemos escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían
necesidad de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida los había
desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor los
consuela con una promesa concreta: "Me voy a preparaos sitio" y
después "volveré y os llevare conmigo, para que donde estoy yo estéis
también vosotros" (Jn 14, 2-3).
En nombre de los Apóstoles replica a ésta afirmación Tomás:
"Señor,
no sabemos a donde vas. ¿Cómo podremos saber el camino?" (Jn
14, 5).
La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La
respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz
límpida para las
generaciones futuras. "Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va
al Padre sino por mi." (Jn 14, 6).
El "sitio" que Jesús va a preparar esta en "la casa del
Padre"; el discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y
participar de su misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta solo hay un
camino: Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La
santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que vive, sino
que Cristo mismo vive en él (Cf. Gal. 2, 20) horizonte atractivo, que va
acompañado de una promesa igualmente consoladora: "El que cree en mi,
también hará las obras que yo hago, e incluso mayores. Porque yo me voy al
Padre" (Jn 14, 12).
3. Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al
humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuanta claridad se han cumplido en
el Beato Pío de Pietrelcina!
"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios...". La vida
de este humilde hijo de San Francisco fue un constante ejercicio de fe,
corroborado por la esperanza del cielo, donde podía estar con Cristo. "Me
voy a prepararos un sitio (...) Para que donde estoy yo estéis también
vosotros". ¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se
sometió el Padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con
el divino Maestro, para estar "donde esta él"?
Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle
consejo o confesarse, descubría en el una imágen viva de Cristo doliente y
resucitado. En el rostro del Padre Pío resplandecía la luz de la
resurrección. Su cuerpo, marcado por las "estigmas" mostraba la
íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio
pascual. Para el Beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas
de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los
consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una
experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido
firmemente de que "el Calvario es el monte de los santos."
4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más duras, fueron las
pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como consecuencia de sus
singulares carismas. Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite
que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la
obediencia es para el un crisol de purificación, un camino de progresiva
identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A
este respecto, el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: "Actúo
solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que más le agrada a
El, que para mi es el único medio de esperar la salvación y cantar
victoria." (Epist. I. p. 807).
Cuando sobre el se abatió la "tempestad", tomo como regla de su
existencia la exhortación de la primera carta de San Pedro, que acabamos de
escuchar: Acercaos a Cristo, la piedra viva (Cf. 1 P 2, 4).
De este
modo, también el se hizo "piedra viva" para la construcción del
edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy damos gracias al Señor.
5. "También vosotros, como piedras vivas, entráis en
la
construcción del templo del Espíritu. (1 P 2, 5). ¡Qué oportunas
resultan estas palabras si las aplicamos a la extraordinaria experiencia
eclesial surgida en torno al nuevo beato! Muchos, encontrándose directa o
indirectamente con el, han recuperado la fe; siguiendo su ejemplo, se han
multiplicado en todas las partes del mundo los "grupos de oración". A
quienes acudían a el les proponía la santidad, diciéndoles: "Parece que
Jesús no tiene otra preocupación que santificar vuestra alma." (Epist.
II, p. 153).
Si la providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca de
su convento, casi "plantado" al pie de la cruz, esto tiene un
significado. Un día, en un momento de gran prueba, el Maestro Divino lo
consoló, diciéndole que "junto a la cruz se aprende a amar." (Epist.
I, p. 339).
Sí, la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; mas aún, el
"manantial" mismo del amor. El amor de este fiel discípulo,
purificado por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente
evangelio de salvación.
6. Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las
debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su celo por
las almas, se intereso por el dolor humano, promoviendo en San Giovanni Rotondo
un hospital, al que llamo "Casa de alivio del sufrimiento". Trato de
que fuera un hospital de primer rango, pero sobre todo se preocupo de que en
el
se practicara una medicina verdaderamente "humanizada", en la que la
relación con el enfermo estuviera marcada por la más solicita atención y la
acogida mas cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre no sólo
necesita una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y
sobre todo un clima humano y espiritual que le permita encontrarse a si mismo en
la experiencia del amor de Dios y de la ternura de sus hermanos.
Con la "Casa del alivio del sufrimiento" quiso mostrar que los
"milagros ordinarios" de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es
necesario estar disponibles para compartir y para servir generosamente a
nuestros hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia medica y de
la técnica.
7. El eco que esta beatificación ha suscitado en Italia y en el mundo es un
signo de que la fama del Padre Pío, hijo de Italia y de San Francisco de Asís,
ha alcanzado un horizonte que abarca todos los continentes. A todos los que han
venido, de cerca o de lejos, y en especial a los padres capuchinos, les dirijo
un afectuoso saludo. A todos, gracias de corazón.
8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa:
"No
se turbe vuestro corazón; creéis en Dios". Esa exhortación de Cristo
la recogió el nuevo beato, que solía repetir: "Abandonaos plenamente en
el Corazón Divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre". Que
esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de
serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el
camino, la verdad, y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro
Padre?
"Santa María de las gracias", a la que el humilde capuchino de
Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos
fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón
la caridad sobrenatural que brota del Costado Abierto del Crucificado.
Y tú, Beato Padre Pío, dirige desde el cielo tu mirada hacia nosotros,
reunidos en esta plaza, y a cuantos están congregados en la plaza de San Juan
de Letrán y en San Giovanni Rotondo. Intercede por aquellos que, en todo el
mundo, se unen espiritualmente a esta celebración, elevando a ti sus súplicas.
Ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el consuelo a todos los corazones.
Amén.
L´Osservatore Romano, 7 de mayo de 1999.
Para mas información: Convento PP. Capuchinos; "N. Sra.
de las Gracias" 71013 - S. Giovanni Rotondo (Foggia) Italia.
Oración y
caridad: síntesis de su testimonio
Homilía de Juan Pablo II en
la canonización del Padre Pío
CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio 2002
1. «Mi yugo es suave y mi carga
ligera» (Mateo 11, 30).
Las palabras de Jesús a los discípulos, que acabamos de escuchar, nos ayudan a
comprender el mensaje más importante de esta celebración. Podemos, de hecho,
considerarlas en un cierto sentido como una magnífica síntesis de toda la
existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy proclamado santo.
La imagen evangélica del «yugo» evoca las muchas pruebas que el humilde
capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán
dulce es el «yugo» de Cristo y cuán ligera es su carga, cuando se lleva con amor
fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los
dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de
santidad, que se adentra en perspectivas de un bien más grande, solamente
conocido por el Señor.
2. «En cuanto a mí... ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo» (Gálatas 6, 14).
¿No es quizá precisamente la «gloria de la Cruz» la que más resplandece en el
padre Pío? ¡Qué actual es la espiritualidad de la Cruz vivida por el humilde
capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para
abrir el corazón a la esperanza. En toda su existencia, buscó siempre una mayor
conformidad con el Crucificado, teniendo una conciencia muy clara de haber sido
llamado a colaborar de manera peculiar con la obra de la redención. Sin esta
referencia constante a la Cruz, no se puede comprender su santidad.
En el plan de Dios, la Cruz constituye el auténtico instrumento de salvación
para toda la humanidad y el camino explícitamente propuesto por el Señor a
cuantos quieren seguirle (Cf. Marcos 16, 24). Lo comprendió bien el santo fraile
de Gargano, quien, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribía: «Para alcanzar
nuestro último fin hay que seguir al divino Jefe, quien quiere llevar al alma
elegida por un solo camino, el camino que él siguió, el de la abnegación y la
Cruz» («Epistolario» II, p. 155).
3. «Yo soy el Señor que actúa con misericordia» (Jeremías 9, 23).
El padre Pío ha sido generoso dispensador de la misericordia divina, ofreciendo
su disponibilidad a todos, a través de la acogida, la dirección espiritual, y
especialmente a través de la administración del sacramento de la Penitencia. El
ministerio del confesionario, que constituye uno de los rasgos característicos
de su apostolado, atraía innumerables muchedumbres de fieles al Convento de San
Giovanni Rotondo. Incluso cuando el singular confesor trataba a los peregrinos
con aparente dureza, éstos, una vez tomada conciencia de la gravedad del pecado,
y sinceramente arrepentidos, casi siempre regresaban para recibir el abrazo
pacificador del perdón sacramental.
Que su ejemplo anime a los sacerdotes a cumplir con alegría y asiduidad este
ministerio, tan importante hoy, como he querido confirmar en la Carta a los
Sacerdotes con motivo del pasado Jueves Santo.
4. «Tú eres, Señor, mi único bien».
Es lo que hemos cantado en el Salmo Responsorial. Con estas palabras, el nuevo
santo nos invita a poner a Dios por encima de todo, a considerarlo como nuestro
sumo y único bien.
En efecto, la razón última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz
profunda de tanta fecundidad espiritual, se encuentra en esa íntima y constante
unión con Dios que testimoniaban elocuentemente las largas horas transcurridas
en oración. Le gustaba repetir: «Soy un pobre fraile que reza», convencido de
que «la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de
Dios». Esta característica fundamental de su espiritualidad continua en los
«Grupos de Oración» que él fundo, y que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la
formidable contribución de una oración incesante y confiada. El padre Pío unía a
la oración una intensa actividad caritativa de la que es expresión
extraordinaria la «Casa de Alivio del Sufrimiento». Oración y caridad, esta es
una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a
proponerse a todos.
5. «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque... estas cosas...
las has revelado a los pequeños» (Mateo 11, 25).
Qué apropiadas parecen estas palabras de Jesús, cuando se te aplican a ti,
humilde y amado, padre Pío.
Enséñanos también a nosotros, te pedimos, la humildad del corazón para formar
parte de los pequeños del Evangelio, a quienes el Padre les ha prometido revelar
los misterios de su Reino.
Ayúdanos a rezar sin cansarnos nunca, seguros de que Dios conoce lo que
necesitamos, antes de que se lo pidamos.
Danos una mirada de fe capaz de capaz de reconocer con prontitud en los pobres y
en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
Apóyanos en la hora del combate y de la prueba y, si caemos, haz que
experimentemos la alegría del sacramento del perdón.
Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y nuestra.
Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria bienaventurada, donde
esperamos llegar también nosotros para contemplar para siempre la Gloria del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!
Profetizó a Karol Wojtyla que sería Papa
Según algunas fuentes que no hemos podido confirmar, cuando Karol Wojtyla era
un sacerdote en su nativa
Polonia, cada
vez que visitaba a Italia viajaba a San Giovanni Rotondo para
confesarse con el Padre Pío. En una de
esas ocasiones, el Padre Pío pareció entrar en un breve trance y le dijo:
"Vas a ser Papa".. y continuó: "También veo sangre... Vas
a ser Papa y veo sangre".
El 13 de mayo de 1981, ocurrió el
atentado contra aquel mismo sacerdote polaco, ahora S.S. Juan Pablo II. La
sangre fue derramada. El mismo Papa canoniza al Padre Pío.
El mensaje del Padre Pío coincide
con el mensaje de la tercera parte del secreto de
Fátima aunque este era aun secreto cuando ocurrió la profecía.