«Calidad de Vida», Qué significa
Una conferencia en el Vaticano considera algunos principios éticos al
respecto
12 marzo 2005 (ZENIT).
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Enfermos
| Etica Médica
La muy utilizada expresión «calidad de vida» ha sido el tema del
encuentro anual de la Pontificia Academia para la Vida. La asamblea
general de este organismo vaticano, del 21 al 23 de febrero, 2005,
convocó a eclesiásticos, junto con expertos en medicina y bioética, para
reflexionar sobre el tema «Calidad de Vida y Ética de la Salud».
En su presentación, el presidente de la academia, el obispo Elio
Sgreccia, observaba que los términos «calidad de vida» y «salud» se han
convertido en algo absoluto, «que se ha de perseguir hasta el punto que
se diviniza la salud».
Estos términos, indicaba, reflejan una fuerte influencia de la
filosofía utilitarista tan extendida en las sociedades anglófonas.
Esto ha conducido a que se propague la creencia de que «los seres
humanos que no poseen la deseada ‘calidad’ mínima no merecen que se les
mantenga vivos – de ahí, la propuesta de parámetros eugenésicos con el
fin de seleccionar a los que merecen ser aceptados o mantenidos vivos y
a los que se debe abandonar o suprimir a través de la eutanasia».
Un intento de comprender lo que significa el concepto de calidad de vida
fue abordado por A. Gómez-Lobo, profesor de metafísica y de filosofía
moral en la Universidad de Georgetown, en Washington. La idea de que la
vida se debe juzgar por su calidad nos retrotrae a los antiguos
filósofos griegos, observaba.
Es un concepto que abarca diversas dimensiones de la vida, pero en el
área de la salud la expectativa de una baja calidad de vida se ha
convertido en una racionalización estándar para justificar la eutanasia,
explicaba Gómez-Lobo. Sin embargo, proclamar que se beneficia a una
persona matando a alguien con una baja calidad de vida es «profundamente
malo», defendía.
Una persona que sufre de problemas de salud «está gozando todavía del
bien básico de la vida, un bien que se distingue de cualquier mal que la
persona pueda experimentar», afirmaba el profesor. Además, es «una
presunción intolerable» para un observador externo el juzgar que la vida
del paciente «no es digna de vivirse», añadía.
La prohibición de matar a la persona inocente, continuaba Gómez-Lobo, se
basa en el respeto por la dignidad de la persona, «y la dignidad humana
es lógicamente independiente de y no reducible a la calidad de vida de
una persona porque la dignidad es una propiedad intrínseca que no admite
grados». De hecho, añadía, «el que sufre y el débil nos reclaman una
atención especial». Y la calidad de vida del paciente no debería afectar
a esta obligación.
«Estado vegetativo»
La cuestión de qué hacer con las personas que están en un
estado vegetativo fue abordada por Gian Luigi Gigli y Mariarosaria
Valente. Respectivamente, presidente de la Federación Mundial de
Asociaciones Médicas Católicas y directora del Departamento de
Neurociencias en el Hospital Santa Maria della Misericordia en Udine,
Italia.
Analizando la situación actual observaban: «Se combinan la fe en el
poder omnipotente de la tecnología de que es capaz de mejorar la calidad
de vida y la falta de principios morales». Esta postura tecnológica
considera que toda acción es ética si es el resultado de una elección
libre, y toda acción es legítima, si es socialmente útil.
En cuanto al estado vegetativo, explicaban: «Este estado todavía se ve
afectado por importantes incertidumbres clínicas, que conducen a
frecuentes errores de diagnosis». Es difícil distinguir entre el estado
vegetativo, y el estado vegetativo persistente, también llamado
permanente. En el último caso no se espera recuperación, pero no está
claro el punto de división entre ambos. Añadían que existen casos bien
documentados de pacientes que han recuperado la conciencia incluso tras
cumplir los criterios del estado vegetativo permanente.
Quienes defienden el así llamado derecho a morir sostienen que una vez
que se diagnostica como permanente debe haber una presunción en contra
de la alimentación asistida. Además, se redefine el proporcionar
alimento y agua como un tratamiento médico, más que como proveer a las
necesidades básicas. «Según este punto de vista, la muerte sobrevenida
por deshidratación y hambre se considera muerte natural», escribían
Gigli y Valente.
Sin embargo, explican, los pacientes en esta situación no mueren debido
a su estado vegetativo, sino de malnutrición y fallo renal. «El
resultado (la muerte) es totalmente intencionado».
Los dos explican que la comprensión de cómo hemos llegado a procurar la
muerte de alguien en este estado está ligada a consideraciones sobre la
calidad de vida. Con frecuencia, al medir la calidad de vida, el
concepto se reduce a la habilidad para producir y ser útil. Esto trae
como consecuencia, por tanto, que se considere un derroche utilizar
recursos sanitarios para personas que no pueden volver a la vida
productiva.
El retirar la nutrición y el agua a personas en estado vegetativo
permanente puede llevar a una peligrosa actitud en la profesión médica,
advertían Gigli y Valente. «El retirar la nutrición y la hidratación
podría ser la llave que abriera las fuertes barreras todavía existentes
que se oponen a la legalización de la eutanasia en la mayoría de los
países», añadían. Asimismo, a largo plazo, el tener doctores que
aceleran la muerte podría destruir la relación de confianza entre médico
y paciente.
El recién nacido
Otra serie de cuestiones tiene que ver con la calidad de vida
de los bebés recién nacidos. Esto se trató en el trabajo presentado por
Patricio Ventura-Juncá, director del Centro de Bioética de la
Universidad Pontificia de Santiago de Chile.
Los bebés recién nacidos son altamente vulnerables así como
absolutamente incapaces de evaluar su situación o expresar preferencias.
En las últimas décadas, el cuidado neonatal ha hecho progresos enormes,
explicaba Ventura-Juncá. Muchas de las funciones inmaduras de los niños
nacidos prematuros pueden reemplazarse temporalmente por medios
mecánicos. Pero el problema ético existente es juzgar si retirar o
continuar con el tratamiento.
Explicaba que muchos padres encuentran dificultades para comprender la
información médica que se les da y tomar una decisión. En general, sin
embargo, los padres están más a favor de intervenir para salvar al niño
de lo que están los profesionales de la salud. En esta situación la
opinión y los valores del médico a cargo tienen una gran influencia en
los padres.
La situación de personas que sufren minusvalías mentales fue tratada por
la profesora Wanda Poltawska, psiquiatra de la escuela de teología de la
Universidad de Cracovia, Polonia. «Un ser humano es siempre un ser
humano independientemente de su estado de desarrollo físico o mental»,
indicaba.
Las familias que soportan la carga de una persona enferma mental suelen
dividirse sobre cuál es la mejor forma de afrontar este problema. Para
afrontar la carga, los miembros de la familia necesitan una comprensión
profunda del sentido del sufrimiento.
Para decidir qué hacer cuando se hace frente a esta situación, Poltawska
indicaba: «La vida de un ser humano, su principio y su fin, están en
manos del Creador – cuando tratamos de manipular la concepción humana o
la muerte humana, transgredimos nuestra autoridad».
Las personas discapacitadas son un desafío para la sociedad, añadía, y
se puede determinar nuestro propio valor como personas examinando
nuestras actitudes hacia el enfermo, el anciano y el discapacitado.
En una carta con fecha de 19 de febrero, dirigida a monseñor Sgreccia
con ocasión del congreso, Juan Pablo II llamaba la atención sobre «la
cualidad esencial que distingue a toda criatura humana que es el haber
sido hecha a imagen y semejanza del mismo Creador» (No. 3).
Esta dignidad y cualidad de la persona «está presente en todos los
momentos de la vida, desde el mismo momento de la concepción hasta su
muerte natural», indicaba el Papa. «En consecuencia, se debería
reconocer y respetar a la persona humana en cualquier situación de
salud, enfermedad o discapacidad».
ZSI05031201