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Continuación:
CATECISMO, SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1322 La Sagrada Eucaristía culmina la
iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del
sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con
Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con
toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la
noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su
cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el
sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el
memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de
unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a
Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria
futura" (SC 47).
I La
Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la
vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como también todos
los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a
la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto,
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la
comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que
la Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de
la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto
que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR,
inst. "Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos
unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando
Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio
y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la
Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de
pensar" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
II El
nombre de este sacramento
1328 La riqueza inagotable de este sacramento
se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de
estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios.
Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y "eulogein" (Mt
26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman -sobre
todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la redención y
la santificación.
1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20)
porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus
discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del
banquete de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén
celestial.
Fracción del pan porque este rito, propio del
banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía
el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre
todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los
discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y
con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas
eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar
que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo,
entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1
Co 10,16-17).
Asamblea eucarística (synaxis), porque
la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión
visibl e de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 Memorial de la pasión y de la
resurrección del Señor.
Santo Sacrificio, porque actualiza el único
sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o
también santo sacrificio de la misa, "sacrificio de
alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual
(cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo,
puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua
Alianza.
Santa y divina Liturgia, porque toda la
liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en
la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama
también celebración de los santos misterios. Se habla también
del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los
Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas
guardadas en el sagrario.
1331 Comunión, porque por este
sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y
de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la
llama también las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost.
8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6) -es el sentido primero de la comunión de
los santos de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los
ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (S.
Ignacio de Ant. Eph 20,2), viático...
1332 Santa Misa porque la liturgia en la
que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los
fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida
cotidiana.
III La
Eucaristía en la economía de la salvación
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón de la celebración de la
Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de
Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia
continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que
él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno
de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también
la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al
Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo
del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del
Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote,
que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia
ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino
eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en
señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva
significación en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel
come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y
liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá
siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3).
Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida,
prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición"
(1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la
alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera
mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su
Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan
y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los
panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los
panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud,
prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf.
Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná
(cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús.
Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del
Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido
en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió
a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó:
"Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La
Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y
no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis
marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de
las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene
"palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de
su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los
amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este
mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó
los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles
una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y
hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como
memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles
celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del
Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo
nos han tran smitido el relato de la institución de la Eucaristía; por
su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de
Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía:
Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf
Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para
realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su
Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de
inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan,
diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la
comamos'...fueron... y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se
puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: `Con ansia he deseado
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que
ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de
Dios'...Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
`Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto
en recuerdo mío'. De igual modo, después de cenar, el cáliz,
diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser
derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1
Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus
apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido
definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre
por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la
Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua
judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus
gestos y sus palabras "hasta que venga" (1 Co 11,26), no exige
solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración
litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de
Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su
intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la
orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice: Acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión
fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo
todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el
pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de
corazón (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la
semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús,
cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20,7).
Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se
ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la
Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro
de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración,
anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co
11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha
de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los
elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
IV La
celebración litúrgica de la Eucaristía
La misa de todos los siglos
1345 Desde el siglo II, según el testimonio de
S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la
celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta
nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales
litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para
explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los
cristianos:
El día que se llama día del sol tiene lugar la
reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en
el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los
profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para
incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por
todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados
justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los
mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua
y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del
universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias
(en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido
juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el
pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le
ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen
a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y
los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla
conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de
los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman
una unidad básica:
— La reunión, la liturgia de la Palabra, con
las lecturas, la homilía y la oración universal;
— la liturgia eucarística, con la presentación
del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística
constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa
preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra
de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete
pascual de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les
explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13-
35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen. Los cristianos
acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está
Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo
sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside
invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo,
el obispo o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis")
preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe
las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte
activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que
presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero
cuyo "Amén" manifiesta su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende
"los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y
"las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios;
después la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es
verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en
práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según
la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias,
oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por
los reyes y por todos los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el
ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y
el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el
sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su
Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y
una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador,
ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (S.
Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las ofrendas
en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del
Creador en las manos de Cristo. El es quien, en su sacrificio, lleva a
la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el
vino para la Eucaristía, los cristianos presentan tambié n s u s d o n
e s p a r a compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre
de la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el
ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que
se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él
atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra
causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una
palabra, socorre a todos los que están en necesidad (S. Justino,
apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria
eucarística, oración de acción de gracias y de consagración llegamos
al corazón y a la cumbre de la celebración:
En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre,
por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la
creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une
entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles
y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo;
1353 En la epíclesis, la Iglesia pide al
Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf MR,
canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por
su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman
parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas
tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis);
en el relato de la institución, la fuerza de
las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo
hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su
Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para
siempre;
1354 en la anámnesis que sigue, la
Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno
glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que
nos reconcilia con él;
en las intercesiones, la Iglesia expresa que la
Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de
la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los
pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su
presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con
sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la
oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el pan
del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de
Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la
expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento
Eucaristía y nadie puede tomar parte en él s i no cree en la
verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño
para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive
según los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
V El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía
desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha cambiado a
través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque
sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de
su pasión: "haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor
celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo,
ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su
Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu
Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo
Cristo: Así Cristo se hace real y misteriosamente presente.
1358 Por tanto, debemos considerar la
Eucaristía
— como acción de gracias y alabanza al Padre
— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su
Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra
salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de
alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el
sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada
al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo,
la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de
gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en
la creación y en la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción
de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su
reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha
realizado mediante la creación, la redención y la santificación.
"Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio de
alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en
nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es
posible a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su
alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza
al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser
aceptado en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo,
que es la Iglesia
1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua
de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único
sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas
las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la
institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada
Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los
acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que
Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la
celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta
forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su
liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los
acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria de los
creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el
Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace
memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio
que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece
siempre actual (cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar
el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado, se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo,
la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial
de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la
institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y
"Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por
vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo
que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó
por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio
porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz,
porque es su memorial y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios
Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de
la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención
eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su
sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue
entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada,
un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde
sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una
única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los
siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la
redención de los pecados que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS
1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de
la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la
misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los
sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo
difiere la manera de ofrecer": (Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de
ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino
sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola
incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció
a sí mismo una vez de modo cruento"; …este sacrificio [es]
verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el
sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo,
participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece
totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los
hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el
sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su
alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de
Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El
sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas
generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia
representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en
actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la
cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por
todos los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a
la intercesión de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro en la
Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la
Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de
la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre
responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un
presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en ella para
significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del
presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad
intercede también por todos los ministros que, por ella y con ella,
ofrecen el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía
que se hace bajo la presidencia del obispo o de quien él ha señalado
para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros, se
realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles en
unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombre
de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece
incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor
venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los
miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya
en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio
eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo
memoria de ella así como de todos los santos y santas. En la
Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida
a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también
ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y
todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743),
para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os
preocupe más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os
hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor (S. Mónica,
antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora) por los santos
padres y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto
antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las
almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se
halla presente la santa y adorable víctima...Presentando a Dios
nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen
pecadores,... presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados,
haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los
hombres (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta
doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más completa en
el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la
asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un
sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de
esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de
nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio de
los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo
en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de
reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles,
donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma
(civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y
del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que
está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está
presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra,
en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en
mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt
25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio
de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo,
(está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las
especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de
todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida
espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de
A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están
"contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la
Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo,
y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651).
"Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo, como si las
otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es
substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente
presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y
del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este
sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la
Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del
Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo
declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas
se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que
fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo,
pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de
Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las
cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la
naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y
de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza,
porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La
palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no
podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que
cambiársela (myst. 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe
católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo
que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha
mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo
el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el
cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de
Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia
de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a
este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo
comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que
subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente
en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes,
de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento:
DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la
liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de
Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras,
arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al
Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de
adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente
durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con
el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles
para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF
56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba
primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que
pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la
profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su
Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración
silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso,
el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de
la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y
manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo
sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya
querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto
que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos
su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por
muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que
nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En
efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio
de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20),
y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del
culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No
escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y
delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. (Juan Pablo II,
lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de
Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, `no se
conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe ,
la cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el
texto de S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino
acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la
Verdad, no miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo
VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI El banquete
pascual
1382 La misa es, a la vez e inseparablemente,
el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y
el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente
orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de
la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por
nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la
Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los
dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa
del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el
símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus
fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y
como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar
de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio
(sacr. 5,7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de
Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La
liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en
numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta
ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por
manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre
de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de
gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente
a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad en verdad os
digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos
prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo
exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz
del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio
castigo" (1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado
grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de
acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el
fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras
del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia
de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de
Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de
Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí,
Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir
este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la
Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido)
se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que
Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la
Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can.
916), comulguen cuando participan en la misa (cf CIC, can 917.
Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía
sólo una segunda vez: Cf Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici
Authentice Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76
(1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más
perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del
sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a
participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE
15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible
en tiempo pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de
la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles
recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con
más frecuencia aún, incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de
Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie
de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la
Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha
establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La
comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se
hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más
perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR
240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión acrecienta nuestra unión
con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto
principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice:
"Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn
6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo
por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben
el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se
dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de
Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida
y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo (Fanqîth,
Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en
nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en
nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo
resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5),
conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el
Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser
alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación,
hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado.
El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por
nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el
perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a
Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y
preservarnos de futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del
Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos
también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre es
derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle
siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco
siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para
restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad
que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad
vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS
1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace
capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de
arraigarnos en él:
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos
conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga
el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente
que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por
nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios
corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado
para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo...y,
llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (S.
Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en
nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales.
Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su
amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado
mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados
mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo
propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena
comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La
Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen
más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los
fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica,
profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el
Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo
cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz
de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues
todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo,
sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís
este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es
verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis.
Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto,
se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también
verdadero (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en
favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la
Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en
los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu
hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu
alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios
te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún
así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1
Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los
cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama:
"O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!"
("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de
caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen
sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común
en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor
para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen
en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en
plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran
amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos
sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el
sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros
con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris,
por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se
aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad
eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la
Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del
sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra
del Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica,
la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin
embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena
la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de
Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta
una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los
sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a
cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica,
pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se
precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y
estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
VII La
Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama
el misterio de la Eucaristía: "O sacrum convivium in quo Christus
sumitur . Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et
futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que
Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma
se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!"). Si
la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y s i por nuestra
comunión en el altar somos colmados "de toda bendición celestial y
gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía
es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo
la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el
reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de
la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino
de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la
Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se
dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su
venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que
tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor
viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin
embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía
"expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi"
("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador
Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13),
pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros
ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para
siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por
Cristo, Señor Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por
los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos
nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P
3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la
Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se
realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan
que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para
vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
Resumen
1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado
del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre...el que come
mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y yo en
él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre
de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y
todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias
ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este
sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es
la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende
siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a
Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo,
la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete
litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos
elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la
Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por
la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace
presente por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y
eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los
sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo
Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la
ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente
ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino
para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento
eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es
invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las
palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto
es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi
Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la
transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo
mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y
substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc.
de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es
ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los
difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la
Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene
conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la
Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el
sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la
Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le
perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto
que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados,
la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia,
Cuerpo místico de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los
fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en la
celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al
menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente
en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración.
"La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo
de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al
Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos
junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con
su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de
esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a
la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.