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SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
CAPÍTULO PRIMERO:
EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
ARTÍCULO 2
EL MISTERIO PASCUAL EN LOS
SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1113
Toda la vida litúrgica de la Iglesia gravita
en torno al Sacrificio eucarístico y los sacramentos (cf SC 6). Hay en
la Iglesia siete sacramentos: Bautismo, Confirmación o Crismación,
Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y
Matrimonio (cf DS 860; 1310; 1601). En este Artículo se trata de lo
que es común a los siete sacramentos de la Iglesia desde el punto de
vista doctrinal. Lo que les es común bajo el aspecto de la celebración
se expondrá en el capítulo II, y lo que es propio de cada uno de ellos
será objeto de la sección II.
I Los sacramentos de Cristo
1114 "Adheridos a la doctrina de las Santas
Escrituras, a las tradiciones apostólicas y al sentimiento unánime de
los Padres", profesamos que "los sacramentos de la nueva Ley fueron
todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo" (DS 1600-1601).
1115 Las palabras y las acciones de Jesús
durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas.
Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban
aquello que él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento.
Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en
adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los
sacramentos, porque "lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado
a sus misterios" (S. León Magno, serm. 74,2).
1116 Los sacramentos, como "fuerzas que brotan"
del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y
vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo
que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva y
eterna Alianza.
II Los sacramentos de la Iglesia
1117 Por el Espíritu que la conduce "a la verdad
completa" (Jn 16,13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro
recibido de Cristo y precisó su "dispensación", tal como lo hizo con
el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe, como
fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13,52; 1 Co 4,1).
Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus
celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el sentido propio del
término, sacramentos instituidos por el Señor.
1118 Los sacramentos son "de la Iglesia" en el
doble sentido de que existen "por ella" y "para ella". Existen "por la
Iglesia" porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa
en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la
Iglesia", porque ellos son "sacramentos que constituyen la Iglesia"
(S. Agustín, civ. 22,17; S. Tomás de Aquino, s.th. 3,64,2 ad 3),
manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el
misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas.
1119 Formando con Cristo-Cabeza "como una única
persona mística" (Pío XII, enc. "Mystici Corporis"), la Iglesia actúa
en los sacramentos como "comunidad sacerdotal" "orgánicamente
estructurada" (LG 11): gracias al Bautismo y la Confirmación, el
pueblo sacerdotal se hace apto para celebrar la Liturgia; por otra
parte, algunos fieles "que han recibido el sacramento del orden están
instituidos en nombre de Cristo para ser los pastores de la Iglesia
con la palabra y la gracia de Dios" (LG 11).
1120 El ministerio ordenado o sacerdocio
ministerial (LG 10) está al servicio del sacerdocio bautismal.
Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el
Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada
por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por
ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su
nombre y en su persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así,
el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción
litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a
lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos.
1121 Los tres sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un
carácter sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del
sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y
funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia,
realizada por el Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609);
permanece para siempre en el cristiano como dis p osición positiva
para la gracia, como promesa y garantía de la protección divina y como
vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos
sacramentos no pueden ser reiterados.
III Los sacramentos de la fe
1122 Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en
su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el
perdón de los pecados" (Lc 24,47). "De todas las naciones haced
discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión
sacramental está implicada en la misión de evangelizar, porque el
sacramento es prep arado por la Palabra de Dios y por la fe que
es consentimiento a esta Palabra:
El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la
palabra de Dios vivo... necesita la predicación de la palabra para
el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la
fe que nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).
1123 "Los sacramentos están ordenados a la
santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y,
en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen
un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la
alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman
sacramentos de la fe" (SC 59).
1124 La fe de la Iglesia es anterior a la fe
del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia
celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los Apóstoles, de
ahí el antiguo adagio: "Lex orandi, lex credendi" ("La ley de
la oración es la ley de la fe") (o: "legem credendi lex statuat
supplicandi" ["La ley de la oración determine la ley de la fe"], según
Próspero de Aquitania, siglo V, ep. 217). La ley de la oración es la
ley de la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un elemento
constitutivo de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).
1125 Por eso ningún rito sacramental puede ser
modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad.
Incluso la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la
liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe
y en el respeto religioso al misterio de la liturgia.
1126 Por otra parte, puesto que los sacramentos
expresan y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi
es uno de los criterios esenciales del diálogo que intenta restaurar
la unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).
IV Los sacramentos de la salvación
1127 Celebrados dignamente en la fe, los
sacramentos confieren la gracia que significan (cf Cc. de Trento: DS
1605 y 1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo;
El es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos con el fin de
comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha
siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de
cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego
transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en
Vida divina lo que se somete a su poder.
1128 Tal es el sentido de la siguiente
afirmación de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1608): los sacramentos
obran ex opere operato (según las palabras mismas del Concilio:
"por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es decir, en
virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas.
De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la justicia
del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (S.
Tomás de A., STh 3,68,8). En consecuencia, siempre que un sacramento
es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo
y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la
santidad personal del ministro. Sin embargo, los frutos de los
sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.
1129 La Iglesia afirma que para los creyentes
los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la
salvación (cf Cc. de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es
la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada
sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben
conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental
consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los
fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador.
V Los sacramentos de la vida eterna
1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor
"hasta que él venga" y "Dios sea todo en todos" (1 Co 11,26; 15,28).
Desde la era apostólica, la Liturgia es atraída hacia su término por
el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La
liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado
comer esta Pascua con vosotros...hasta que halle su cumplimiento en el
Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia
recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna,
aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria
del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y
la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del
signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius
quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius
quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et
prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el
sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la
pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre
nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es
un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera",
STh III, 60,3).)
Resumen
del Misterio Pascual en los Sacramentos de la Iglesia
1131 Los sacramentos son signos eficaces de la
gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales
nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales
los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias
propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las
disposiciones requeridas.
1132 La Iglesia celebra los sacramentos como
comunidad sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de
los ministros ordenados.
1133 El Espíritu Santo dispone a la
recepción de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe que
acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos
fortalecen y expresan la fe.
1134 El fruto de la vida sacramental es a la
vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel
la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para la Iglesia
crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio.
CAPÍTULO SEGUNDO
LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
1135 La catequesis de la Liturgia implica en
primer lugar la inteligencia de la economía sacramental (capítulo
primero). A su luz se revela la novedad de su celebración. Se
tratará, pues, en este capítulo de la celebración de los sacramentos
de la Iglesia. A través de la diversidad de las tradiciones
litúrgicas, se presenta lo que es común a la celebración de los siete
sacramentos. Lo que es propio de cada uno de ellos, será presentado
más adelante. Esta catequesis fundamental de las celebraciones
sacramentales responderá a las cuestiones inmediatas que se presentan
a un fiel al respecto:
– quién celebra
– cómo celebrar
– cuándo celebrar
– dónde celebrar.
ARTÍCULO 1
CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA
I ¿Quién celebra?
1136 La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus
totus). Por tanto, quienes celebran esta "acción",
independientemente de la existencia o no de signos sacramentales,
participan ya de la Liturgia del cielo, allí donde la celebración es
enteramente Comunión y Fiesta.
La celebración de la Liturgia celestial
1137 El Apocalipsis de S. Juan, leído en la
liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono estaba
erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor
Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero, "inmolado y de
pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único
Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc),
el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado"
(Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela "el
río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno
de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap
21,6).
1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en
el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio:
las Potencias celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los
cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza
(los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento
cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7,1-8; 14,1), en particular los mártires
"degollados a causa de la Palabra de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima
Madre de Dios (la Mujer, cf Ap 12, la Esposa del Cordero, cf Ap 21,9),
finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).
1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la
Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la
salvación en los sacramentos.
Los celebrantes de la liturgia sacramental
1140 Es toda la comunidad, el Cuerpo de
Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas
no son acciones privadas, s ino celebraciones de la Iglesia, que es
`sacramento de unidad', esto es, pueblo santo, congregado y ordenado
bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el
Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a
cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad
de órdenes, funciones y participación actual" (SC 26). Por eso
también, "siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada
uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación
activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en
cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada" (SC
27).
1141 La asamblea que celebra es la comunidad de
los bautizados que, "por el nuevo nacimiento y por la unción del
Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio
santo para que ofrezcan a través de todas las obras propias del
cristiano, sacrificios espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común"
es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf
LG 10; 34; PO 2):
La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a
todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa
en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la
liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del
bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5) (SC 14).
1142 Pero "todos los miembros no tienen la
misma función" (Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y por la
Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son
escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el
Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de
Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf
PO 2 y 15). El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo
Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el
sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la
Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y
en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.
1143 En orden a ejercer las funciones del
sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios
particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas
funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones
litúrgicas y las necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores,
comentadores y los que pertenecen a la 'schola cantorum' desempeñan un
auténtico ministerio litúrgico" (SC 29).
1144 Así, en la celebración de los sacramentos,
toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función, pero en "la
unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones
litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará
todo y sólo aquello que le corresponde según la
naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28).
II ¿Cómo celebrar?
Signos y símbolos
1145 Una celebración sacramental esta tejida de
signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su
significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura
humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se
revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.
1146 Signos del mundo de los hombres. En
la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El
hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y
percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos
materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para
comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo
mismo sucede en su relación con Dios.
1147 Dios habla al hombre a través de la
creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del
hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm
1,19-20; Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua
y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez
su grandeza y su proximidad.
1148 En cuanto creaturas, estas realidades
sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios
que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden
su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida
social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la
copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud
del hombre hacia su Creador.
1149 Las grandes religiones de la humanidad
atestiguan, a a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y
simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia
presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la
cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de
la creación nueva en Jesucristo.
1150 Signos de la Alianza. El pueblo
elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que marcan su
vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y
de acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de
las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos
litúrgicos de la Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la
unción y la consagración de reyes y sacerdotes, la imposición de
manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia ve en estos
signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.
1151 Signos asumidos por Cristo. En su
predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de
la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc
8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de
signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35;
8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la
Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua (cf Lc 9,31;
22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.
1152 Signos sacramentales. Desde
Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de
los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia
no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y
de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los
tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la
salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del
cielo.
Palabras y acciones
1153 Toda celebración sacramental es un
encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el
Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través
de acciones y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas son ya
un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta de
fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del
Reino dé su fruto en la tierra buena. Las acciones litúrgicas
significan lo que expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa
gratuita de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.
1154 La liturgia de la Palabra es parte
integrante de las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de
los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de
relieve: el libro de la Palabra (leccionario o evangeliario), su
veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de su anuncio (ambón),
su lectura audible e inteligible, la homilía del ministro, la cual
prolonga su proclamación, y las respuestas de la asamblea
(aclamaciones, salmos de meditación, letanías, confesión de fe...).
1155 La palabra y la acción litúrgica,
indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también en cuanto
que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al suscitar la fe,
no solamente procura una inteligencia de la Palabra de Dios suscitando
la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las
"maravillas" de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace
presente y comunica la obra del Padre realizada por el Hijo amado.
Canto y música
1156 "La tradición musical de la Iglesia
universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale
entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto
sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o
integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto
de Salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos
musicales, estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones
litúrgicas de la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla
esta tradición: "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos
inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,19;
cf Col 3,16-17). "El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72,1).
1157 El canto y la música cumplen su función de
signos de una manera tanto más significativa cuanto "más estrechamente
estén vinculadas a la acción litúrgica" (SC 112), según tres criterios
principales: la belleza expresiva de la oración, la participación
unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne
de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de
las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los
fieles (cf SC 112):
¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos,
fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que
suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra
verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto
de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas (S.
Agustín, Conf. IX,6,14).
1158 La armonía de los signos (canto, música,
palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda cuanto más se
expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que
celebra (cf SC 119). Por eso "foméntese con empeño el canto religioso
popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las
mismas acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia
"resuenen las voces de los fieles" (SC 118). Pero "los textos
destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina
católica; más aún, deben tomase principalmente de la Sagrada Escritura
y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).
Imágenes sagradas
1159 La imagen sagrada, el icono litúrgico,
representa principalmente a Cristo. No puede representar a Dios
invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró
una nueva "economía" de las imágenes:
En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura
no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora
que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres,
puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios...con el rostro
descubierto contemplamos la gloria del Señor (S. Juan Damasceno,
imag. 1,16).
1160 La iconografía cristiana transcribe
mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura
transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen
mutuamente:
Para expresar brevemente nuestra profesión de fe,
conservamos todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no
escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas
es la representación pictórica de las imágenes, que está de acuerdo
con la predicación de la historia evangélica, creyendo que,
verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo
cual es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen
mutuamente tienen sin duda una significación recíproca (Cc. de Nicea
II, año 787: COD 111).
1161 Todos los signos de la celebración
litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de
la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a
Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos"
(Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los
que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través
de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente
transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela
a nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:
Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de
nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica (pues
reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos
con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes,
como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las
pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan
en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos,
en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto
las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las
de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos
ángeles y de todos los santos y justos (Cc. de Nicea II: DS 600).
1162 "La belleza y el color de las imágenes
estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que
el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios"
(S. Juan Damasceno, imag. 127). La contemplación de las sagradas
imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de
los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la
celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del
corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
III ¿Cuándo celebrar?
El tiempo litúrgico
1163 "La santa Madre Iglesia considera que es
su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un
sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana,
en el día que llamó 'del Señor', conmemora su resurrección, que una
vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima
solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo
el misterio de Cristo... Al conmemorar así los misterios de la
redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su
Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo
tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de
la salvación" (SC 102).
1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica,
tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones
maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas,
perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar
con ellas su conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la
Pascua de Cristo, ya realizada una vez por todas, y su consumación en
el Reino de Dios, la liturgia celebrada en días fijos está toda ella
impregnada por la novedad del Misterio de Cristo.
1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de
Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco
de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de la llamada del
Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del Dios vivo al
que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de
Jesús que es eje de toda la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre todos los seres y
todos están llenos de una amplia luz: el Oriente de los orientes
invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana"
y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo
brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros
que creemos en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no
se extingue: la Pascua mística (S. Hipólito, pasc. 1-2).
El día del Señor
1166 "La Iglesia, desde la tradición apostólica
que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo,
celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con
razón 'día del Señor' o domingo" (SC 106). El día de la Resurrección
de Cristo es a la vez el "primer día de la semana", memorial del
primer día de la creación, y el "octavo día" en que Cristo, tras su
"reposo" del gran Sabbat, inaugura el Día "que hace el Señor", el "día
que no conoce ocaso" (Liturgia bizantina). El "banquete del Señor" es
su centro, porque es aquí donde toda la comunidad de los fieles
encuentra al Señor resucitado que los invita a su banquete (cf Jn
21,12; Lc 24,30):
El día del Señor, el día de la Resurrección, el día
de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado día del Señor:
porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al
Padre. Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos con
gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el
sol de justicia cuyos rayos traen la salvación (S. Jerónimo, pasch.).
1167 El domingo es el día por excelencia de la
Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para, escuchando
loa palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la
pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a
Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106):
Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que
fueron realizadas en este día del domingo de tu santa Resurrección,
decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo comienzo
la Creación...la salvación del mundo...la renovación del género
humano...en él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo
entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en
él fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los
desterrados entraran en él sin temor (Fanqîth, Oficio siriaco de
Antioquía, vol 6, 1ª parte del verano, p.193b).
El año litúrgico
1168 A partir del "Triduo Pascual", como de su
fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena todo el año
litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año
entero queda transfigurado por la Liturgia. Es realmente "año de
gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La Economía de la salvación actúa en
el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús
y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado,
como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la
humanidad.
1169 Por ello, la Pascua no es
simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de las fiestas",
"Solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento
de los sacramentos (el gran sacramento). S. Atanasio la llama "el gran
domingo" (Ep. fest. 329), así como la Semana santa es llamada en
Oriente "la gran semana". El Misterio de la Resurrección, en el cual
Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con
su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.
1170 En el Concilio de Nicea (año 325) todas
las Iglesias se pusieron de acuerdo para que la Pascua cristiana fuese
celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán)
después del equinoccio de primavera.Por causa de los diversos métodos
utilizados para calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de
Occidente y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por
eso, dichas Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a
celebrar en una fecha común el día de la Resurrección del Señor.
1171 El año litúrgico es el desarrollo de los
diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy
particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de
la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el
comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del
misterio de Pascua.
El santoral en el año litúrgico
1172 "En la celebración de este círculo anual
de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor
a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un
vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y
exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como
en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y
espera ser" (SC 103).
1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace
memoria de los mártires y los demás santos "proclama el misterio
pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido
glorificados con El; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a
todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los
beneficios divinos" (SC 104; cf SC 108 y 111).
La Liturgia de las Horas
1174 El Misterio de Cristo, su
Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía,
especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el
tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las
Horas, "el Oficio divino" (cf SC IV). Esta celebración, en fidelidad a
las recomendaciones apostólicas de "orar sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef
6,18), "está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios
consagra el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la
oración pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual los fieles
(clérigos, religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los
bautizados. Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la
Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la misma Esposa la que
habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo
Cuerpo, al Padre" (SC 84).
1175 La Liturgia de las Horas está llamada a
ser la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo "sigue
ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia" (SC 83); cada
uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia y las
circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al
ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la
oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los
religiosos y religiosas por el carisma de su vida consagrada (cf SC
98); todos los fieles según sus posibilidades: "Los pastores de almas
debe procurar que las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los
domingos y fiestas solemnes, se celebren en la en la Iglesia
comunitariamente. Se recomienda que también los laicos recen el Oficio
divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso solos"
(SC 100).
1176 Celebrar la Liturgia de las Horas exige no
solamente armonizar la voz con el corazón que ora, sino también
"adquirir una instrucción litúrgica y bíblica más rica especialmente
sobre los salmos" (SC 90).
1177 Los signos y las letanías de la Oración de
las Horas insertan la oración de los salmos en el tiempo de la
Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día, del tiempo
litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la Palabra
de Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le
siguen), y, a ciertas Horas, las lecturas de los Padres y maestros
espirituales, revelan más profundamente el sentido del Misterio
celebrado, ayudan a la inteligencia de los salmos y preparan para la
oración silenciosa. La lectio divina, en la que la Palabra de
Dios es leída y meditada para convertirse en oración, se enraíza así
en la celebración litúrgica.
1178 La Liturgia de las Horas, que es como una
prolongación de la celebración eucarística, no excluye sino acoge de
manera complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios,
particularmente la adoración y el culto del Santísimo Sacramento.
IV ¿Dónde celebrar?
1179 El culto "en espíritu y en
verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar
exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de
los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo
fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la
edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo de
Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de
agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el
templo de Dios vivo" (2 Co 6,16).
1180 Cuando el ejercicio de la libertad
religiosa no es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen
edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son
simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la
Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres
reconciliados y unidos en Cristo.
1181 "En la casa de oración se celebra y se
reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para
ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro
Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Debe ser
hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas"
(PO 5; cf SC 122-127). En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía
de los signos que la constituyen deben manifestar a Cristo que está
presente y actúa en este lugar (cf SC 7):
1182 El altar de la Nueva Alianza es la
Cruz del Señor (cf Hb 13,10), de la que manan los sacramentos del
Misterio pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se
hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales.
El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es
invitado (cf IGMR 259). En algunas liturgias orientales, el altar es
también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente).
1183 El tabernáculo debe estar situado
"dentro de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor
honor" (MF). La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo
eucarístico (SC 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente
presente en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo
sacramental del sello del don del Espíritu Santo, es tradicionalmente
conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede
colocar junto a él el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.
1184 La sede del obispo (cátedra) o del
sacerdote "debe significar su oficio de presidente de la asamblea y
director de la oración" (IGMR 271).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios
exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia
el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente
la atención de los fieles" (IGMR 272).
1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por
el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la
celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo de las
promesas del bautismo (agua bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la
penitencia. Por tanto el templo debe estar preparado para que se pueda
expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige
asimismo un lugar apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite al
recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga e interioriza la
gran plegaria de la Eucaristía.
1186 Finalmente, el templo tiene una
significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios
ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el
mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los
hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna
hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre
"enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap 21,4). Por eso también la
Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente
abierta y acogedora.
Resumen
de "Celebrar la Liturgia de la Iglesia"
1187 La Liturgia es la obra de Cristo total,
Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin cesar en la
Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos
los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en el
Reino.
1188 En una celebración litúrgica, toda la
asamblea es "liturgo", cada cual según su función. El sacerdocio
bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos
fieles son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para
representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.
1189 La celebración litúrgica comprende
signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a
la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la
salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y
asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos,
estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen
portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo.
1190 La Liturgia de la Palabra es una parte
integrante de la celebración. El sentido de la celebración es
expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso
de la fe que responde a ella.
1191 El canto y la música están en estrecha
conexión con la acción litúrgica. Criterios para un uso adecuado de
ellos son: la belleza expresiva de la oración, la participación
unánime de la asamblea, y el carácter sagrado de la celebración.
1192 Las imágenes sagradas, presentes en
nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y
alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de
Cristo y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A través
de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles
y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.
1193 El domingo, "día del Señor", es el día
principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la
Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por excelencia, el
día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del
trabajo. El es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico" (SC
106).
1194 La Iglesia, "en el círculo del año
desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la
Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa
esperanza y venida del Señor" (SC 102).
1195 Haciendo memoria de los santos, en
primer lugar de la santa Madre de Dios, luego de los Apóstoles, los
mártires y los otros santos, en días fijos del año litúrgico, la
Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del
cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus
miembros glorificados; su ejemplo la estimula en el camino hacia el
Padre.
1196 Los fieles que celebran la Liturgia de
las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de
los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de
las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y
universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo
sobre el mundo entero.
1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios,
"el lugar donde reside su gloria"; por la gracia de Dios los
cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con
las que se construye la Iglesia.
1198 En su condición terrena, la Iglesia
tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestras
iglesias visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad santa, la
Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.
1199 En estos templos, la Iglesia celebra el
culto público para gloria de la Santísima Trinidad; en ellos escucha
la Palabra de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el
Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la
asamblea. Estas iglesias son también lugares de recogimiento y de
oración personal.
ARTÍCULO 2
DIVERSIDAD LITÚRGICA Y UNIDAD DEL MISTERIO
Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la
Iglesia
1200 Desde la primera comunidad de Jerusalén
hasta la Parusía, las Iglesias de Dios, fieles a la fe apostólica,
celebran en todo lugar el mismo Misterio pascual. El Misterio
celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son
diversas.
1201 La riqueza insondable del Misterio de
Cristo es tal que ninguna tradición litúrgica puede agotar su
expresión. La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos
testimonia una maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han
vivido estas tradiciones litúrgicas en comunión en la fe y en los
sacramentos de la fe, se han enriquecido mutuamente y crecen en la
fidelidad a la tradición y a la misión común a toda la Iglesia (cf EN
63-64).
1202 Las diversas tradiciones litúrgicas
nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de
una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio
de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente
tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2 Tm 1,14), en
el simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna,
en la inteligencia teológica de los misterios, y en tipos de santidad.
Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los pueblos, mediante la vida
litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los
cuales es enviada y en los que se enraíza. La Iglesia es católica:
puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas
riquezas de las culturas (cf LG 23; UR 4).
1203 Las tradiciones litúrgicas, o ritos,
actualmente en uso en la Iglesia son el rito latino (principalmente el
rito romano, pero también los ritos de algunas iglesias locales como
el rito ambrosiano, el rito hispánico-visigótico o los de diversas
órdenes religiosas) y los ritos bizantino, alejandrino o copto,
siriaco, armenio, maronita y caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a
la Tradición, declara que la santa Madre Iglesia concede igual derecho
y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el
futuro se conserven y fomenten por todos los medios" (SC 4).
Liturgia y culturas
1204 Por tanto, la celebración de la liturgia
debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos (cf
SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo sea "dado a conocer a todos
los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16,26), debe ser anunciado,
celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que estas no son
abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT 53). La multitud
de los hijos de Dios, mediante su cultura humana propia, asumida y
transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo en
un solo Espíritu.
1205 "En la liturgia, sobre todo en la de los
sacramentos, existe una parte inmutable –por ser de institución
divina– de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles de
cambio, que ella tiene el poder, y a veces incluso el deber, de
adaptar a las culturas de los pueblos recientemente evangelizados (cf
SC 21)" (Juan Pablo II, Lit. Ap. "Vicesimusquintus Annus" 16).
1206 "La diversidad litúrgica puede ser fuente
de enriquecimiento, puede también provocar tensiones, incomprensiones
recíprocas e incluso cismas. En este campo es preciso que la
diversidad no perjudique a la unidad. Sólo puede expresarse en la
fidelidad a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha
recibido de Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación a las
culturas exige una conversión del corazón, y, s i es preciso, rupturas
con hábitos ancestrales incompatibles con la fe católica" (ibid.).
Resumen
1207 Conviene que la celebración de la
liturgia tienda a expresarse en la cultura del pueblo en que se
encuentra la Iglesia, sin someterse a ella. Por otra aparte, la
liturgia misma es generadora y formadora de culturas.
1208 Las diversas tradiciones litúrgicas, o
ritos, legítimamente reconocidas, por significar y comunicar el mismo
Misterio de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia.
1209 El criterio que asegura la unidad en la
pluriformidad de las tradiciones litúrgicas es la fidelidad a la
Tradición apostólica, es decir: la comunión en la fe y los sacramentos
recibidos de los Apóstoles, comunión que está significada y
garantizada por la sucesión apostólica.
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1210 Los sacramentos de la Nueva Ley
fueron instituidos por Cristo y son siete, a saber, Bautismo,
Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden
sacerdotal y Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden a todas
las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano:
dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los
cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida
natural y las etapas de la vida espiritual (cf S. Tomás de A.,s.th. 3,
65,1).
1211 Siguiendo esta analogía se explicarán en
primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana (capítulo
primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo),
finalmente, los sacramentos que están al servicio de la comunión y
misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente este orden no es
el único posible, pero permite ver que los sacramentos forman un
organismo en el cual cada sacramento particular tiene su lugar vital.
En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto
"sacramento de los sacramentos": "todos los otros sacramentos están
ordenados a éste como a su fin" (S. Tomás de A., s.th. 3, 65,3).
CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
1212 Mediante los sacramentos de la iniciación
cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los
fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la naturaleza
divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo,
tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de
la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se
fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son
alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así
por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben
cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan
hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI, Const. apost. "Divinae
consortium naturae"; cf OICA, praen. 1-2).
ARTÍCULO 1
EL SACRAMENTO DEL
BAUTISMO
1213 El santo Bautismo es el fundamento de
toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu ("vitae
spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros
sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados
como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Cc. de
Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): "Baptismus
est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo
es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath.
R. 2,2,5).
I El
nombre de este sacramento
1214 Este sacramento recibe el nombre de
Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se
celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir",
"introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el
acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale
por la resurrección con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva
criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215 Este sacramento es llamado también
“baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt
3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del
Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn
3,5).
1216 "Este baño es llamado iluminación
porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es
iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12). Habiendo recibido en el
Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn
1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se
convierte en "hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef
5,8):
El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones
de Dios...lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de
incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más
precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no
aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables;
bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción,
porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos);
iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura,
porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello,
porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios (S. Gregorio
Nacianceno, Or. 40,3-4).
II El Bautismo
en la economía de la salvación
Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua
Alianza
1217 En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando
se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace solemnemente
memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación
que prefiguraban ya el misterio del Bautismo:
¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras
admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has
servido de tu criatura el agua para significar la gracia del
bautismo (MR, Vigilia Pascual, bendición del agua bautismal, 42).
1218 Desde el origen del mundo, el agua,
criatura humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la
fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios "se
cernía" sobre ella (cf. Gn 1,2):
¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo,
se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el
poder de santificar (MR, ibid.).
1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una
prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto, por medio de
ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través
del agua" (1 P 3,20):
¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del
diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo
que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la
santidad (MR, ibid.).
1220 Si el agua de manantial simboliza la vida,
el agua del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser
símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo
significa la comunión con la muerte de Cristo.
1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que anuncia la
liberación obrada por el bautismo:
¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar
Rojo s los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la
esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados (MR,
ibid.).
1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en
el paso del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el don de la
tierra prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida
eterna. La promesa de esta herencia bienaventurada se cumple en la
nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua
Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de
hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ),
y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar
todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).
1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente
al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda
justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su
"anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas
de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio
de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo
amado" (Mt 3,16-17).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los
hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su
pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que
debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que
brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34)
son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida
nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y
del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Considera
donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de
Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció
por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr.
2,6).
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha
celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, S. Pedro
declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos y que
cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo"
(Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a
quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch
2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la
fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S.
Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero
inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch
16,31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo
el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita
con él: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo
Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados
por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue
resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col 2,12). Los
bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu
Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf
1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en
el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su
efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del
Bautismo: "Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une
la palabra a la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3).
III La
celebración del sacramento del Bautismo
La iniciación cristiana
1229 Desde los tiempos apostólicos, para llegar
a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de
varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y
comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la
Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la
profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso
a la comunión eucarística.
1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo
largo de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos
de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con
un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos
preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación
catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de
la iniciación cristiana.
1231 Desde que el bautismo de los niños vino a
ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha
convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las
etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el
Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se
trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo,
sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento
de la persona. Es el momento propio de la catequesis.
1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para
la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos
grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en el Ordo initiationis
christianae adultorum (1972). Por otra parte, el Concilio ha
permitido que "en tierras de misión, además de los elementos de
iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse
también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo siempre que
puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65; cf. SC 37-40).
1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y
orientales la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada
en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola
celebración de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y
de la Eucaristía (cf. AG 14; CIC can.851.865.866). En los ritos
orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el
Bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía,
mientras que en el rito romano se continúa durante unos años de
catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía,
cima de su iniciación cristiana (cf. CIC can.851, 2º; 868).
La mistagogia de la celebración
1234 El sentido y la gracia del sacramento del
Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se
participa atentamente en los gestos y las palabras de esta
celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento
significa y realiza en cada nuevo bautizado.
1235 La señal de la cruz, al comienzo de
la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a
pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha
adquirido por su cruz.
1236 El anuncio de la Palabra de Dios
ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y
suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el
Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la
entrada sacramental en la vida de fe.
1237 Puesto que el Bautismo significa la
liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno
o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el
óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el
candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede
confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el
Bautismo (cf Rm 6,17).
1238 El agua bautismal es entonces
consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en
la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo,
el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que
los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn
3,5).
1239 Sigue entonces el rito esencial del
sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y
realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima
Trinidad a través de la configuración con el Misterio pascual de
Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa
mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la
antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua
sobre la cabeza del candidato.
1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión
va acompañada de las palabras del ministro: "N, Yo te bautizo en el
nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias
orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el
sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada
persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de
ella.
1241 La unción con el santo crisma, óleo
perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu
Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir,
"ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido
sacerdote, profeta y rey (cf OBP nº 62).
1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente,
la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación
(Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una
segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de
la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la
unción bautismal.
1243 La vestidura blanca simboliza que
el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con
Cristo. El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que
Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz
del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo
Unico. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre
Nuestro.
1244 La primera comunión eucarística.
Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es
admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de
la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias
orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación
cristiana por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos
bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las
palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo
impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la
Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo
el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño
recién bautizado para la oración del Padre Nuestro.
1245 La bendición solemne cierra la
celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la
bendición de la madre ocupa un lugar especial.
IV
Quién puede recibir el Bautismo
1246 "Es capaz de recibir el bautismo todo ser
humano, aún no bautizado, y solo él" (CIC, can. 864: CCEO, can. 679).
El Bautismo de adultos
1247 En los orígenes de la Iglesia, cuando el
anuncio del evangelio está aún en sus primeros tiempos, el Bautismo de
adultos es la práctica más común. El catecumenado (preparación para el
Bautismo) ocupa entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a
la vida cristiana, el catecumenado debe disponer a recibir el don de
Dios en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
1248 El catecumenado, o formación de los
catecúmenos, tiene por finalidad permitir a estos últimos, en
respuesta a la iniciativa divina y en unión con una comunidad
eclesial, llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de una
"formación y noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en
que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay
que iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la
salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos
sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e
introducirlos en la vida de fe, la liturgia y la caridad del Pueblo de
Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).
1249 Los catecúmenos "están ya unidos a la
Iglesia, pertenecen ya a la casa de Cristo y muchas veces llevan ya
una una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14). "La madre Iglesia
los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf CIC can.
206; 788,3).
El Bautismo de niños
1250 Puesto que nacen con una naturaleza humana
caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también
el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf DS 1514) para ser librados del
poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de
los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que todos los hombres están
llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta
particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los
padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios
si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cf
CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que
esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que
Dios les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
1252 La práctica de bautizar a los niños
pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada
explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que,
desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras
recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya
bautizado también a los niños (cf CDF, instr. "Pastoralis actio": AAS
72 [1980] 1137-56).
Fe y Bautismo
1253 El Bautismo es el sacramento de la fe (cf
Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes.
Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe
que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino
un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su
padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él
responde: "¡La fe!".
1254 En todos los bautizados, niños o adultos,
la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia
celebra cada año en la noche pascual la renovación de las promesas del
Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida
nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual
brota toda la vida cristiana.
1255 Para que la gracia bautismal pueda
desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el
papel del padrino o de la madrina, que deben ser
creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño
o adulto, en su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su
tarea es una verdadera función eclesial (officium; cf SC 67).
Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de
desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.
V Quién puede
bautizar
1256 Son ministros ordinarios del Bautismo el
obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono (cf
CIC, can. 861,1; CCEO, can. 677,1). En caso de necesidad, cualquier
persona, incluso no bautizada, puede bautizar (Cf CIC can. 861, § 2)
si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal
trinitaria. La intención requerida consiste en querer hacer lo que
hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la razón de esta
posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (cf 1 Tm 2,4) y
en la necesidad del Bautismo para la salvación (cf Mc 16,16).
VI La
necesidad del Bautismo
1257 El Señor mismo afirma que el Bautismo es
necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus
discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf
Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para
la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y
han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La
Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada
en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la
misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del
espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado
la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención
salvífica no queda reducida a los sacramentos.
1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme
convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin
haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y
por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del
Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.
1259 A los catecúmenos que mueren antes
de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el bautismo unido al
arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la
salvación que no han podido recibir por el sacramento.
1260 "Cristo murió por todos y la vocación
última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina.
En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos
la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a
este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre que,
ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace
la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede
suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el
Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
1261 En cuanto a los niños muertos sin
Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia
divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la
gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven
(cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir:
"Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14),
nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños
que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de
la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el
don del santo bautismo.
VII La gracia
del Bautismo
1262 Los distintos efectos del Bautismo son
significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La
inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la
purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación.
Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los
pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (cf Hch 2,38; Jn
3,5).
Para la remisión de los pecados...
1263 Por el Bautismo, todos los pecados
son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así
como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto, en los que
han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el
Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las
consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación
de Dios.
1264 No obstante, en el bautizado permanecen
ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la
enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las
debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que
la Tradición llama concupiscencia, o "fomes peccati": "La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la
consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes
bien `el que legítimamente luchare, será coronado'(2 Tm 2,5)" (Cc de
Trento: DS 1515).
“Una criatura nueva”
1265 El Bautismo no solamente purifica de todos
los pecados, hace también del neófito "una nueva creación" (2 Co
5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho
"partícipe de la naturaleza divina" ( 2 P 1,4), miembro de Cristo (cf
1 Co 6,15; 12,27), coheredero con él (Rm 8,17) y templo del Espíritu
Santo (cf 1 Co 6,19).
1266 La Santísima Trinidad da al bautizado
la gracia santificante, la gracia de la justificación que :
– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él y
de amarlo mediante las virtudes teologales;
– le concede poder vivir y obrar bajo la moción del
Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;
– le permite crecer en el bien mediante las
virtudes morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del
cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
1267 El Bautismo hace de nosotros miembros del
Cuerpo de Cristo. "Por tanto...somos miembros los unos de los otros" (Ef
4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes
bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que
trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las
culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13).
1268 Los bautizados vienen a ser "piedras
vivas" para "edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio
santo" (1 P 2,5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo,
de su misión profética y real, son "linaje elegido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel
que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9).
El Bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles.
1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado
ya no se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y
resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a
someterse a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn
13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a
los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y
afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente
de responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos
en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con
la palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales
de la Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento
como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres
la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11) y de
participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf
LG 17; AG 7,23).
El vínculo sacramental de la unidad de los
cristianos
1271 El Bautismo constituye el fundamento de la
comunión entre todos los cristianos, e incluso con los que todavía no
están en plena comunión con la Iglesia católica: "Los que creen en
Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta
comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica... justificados
por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con
todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos
con razón por los hijos de la Iglesia Católica como hermanos del
Señor" (UR 3). "Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo
sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados
por él" (UR 22).
Un sello espiritual indeleble...
1272 Incorporado a Cristo por el Bautismo, el
bautizado es configurado con Cristo (cf Rm 8,29). El Bautismo imprime
en el cristiano un sello espiritual indeleble (character) de su
pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado,
aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS
1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser
reiterado.
1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo,
los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra para
el culto religioso cristiano (cf LG 11). El sello bautismal capacita y
compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación
viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio
bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz
(cf LG 10).
1274 El "sello del Señor" (Dominicus
character: S. Agustín, Ep. 98,5), es el sello con que el Espíritu
Santo nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30; cf Ef
1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello de la
vida eterna" (S. Ireneo, Dem.,3). El fiel que "guarde el sello" hasta
el fin, es decir, que permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo,
podrá morir marcado con "el signo de la fe" (MR, Canon romano, 97),
con la fe de su Bautismo, en la espera de la visión bienaventurada de
Dios –consumación de la fe– y en la esperanza de la resurrección.
Resumen
del Bautismo
1275 La iniciación cristiana se realiza
mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es el
comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afianzamiento; y
la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo para ser transformado en El.
1276 "Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt
28,19-20).
1277 El Bautismo constituye el nacimiento a
la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario
para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el
Bautismo.
1278 El rito esencial del Bautismo consiste
en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza,
pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
1279 El fruto del Bautismo, o gracia
bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado
original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida
nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro
de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del
bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo,
y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo
espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto
de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede
ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
1281 Los que padecen la muerte a causa de la
fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la
gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se
esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan
recibido el Bautismo (cf LG 16).
1282 Desde los tiempos más antiguos, el
Bautismo es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios
que no suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe de
la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera
libertad.
1283 En cuanto a los niños muertos sin
bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la
misericordia divina y a orar por su salvación.
1284 En caso de necesidad, toda persona
puede bautizar, con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la
Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo:
"Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
ARTÍCULO 2
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
1285 Con el Bautismo y la Eucaristía, el
sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los
"sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser
salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la
recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la
gracia bautismal (cf OCf, Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados
"el sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia
y los los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De
esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de
Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras" (LG
11; cf OCf, Praenotanda 2):
I La
Confirmación en la economía de la salvación
1286 En el Antiguo Testamento, los
profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el
Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica (cf Lc
4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su
Bautismo por Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el
Mesías, el Hijo de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33- 34). Habiendo sido
concedido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión
se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre
le da "sin medida" (Jn 3,34).
1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no
debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser
comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27; Jl
3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del
Espíritu (cf Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa
que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más
manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu
Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch
2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los
tiempos mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la
predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el
don del Espíritu Santo (cf Hch 2,38).
1288 "Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en
cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos,
mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo,
destinado a completar la gracia del Bautismo (cf Hch 8,15-17; 19,5-6).
Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los
primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo
y de la la imposición de las manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición de
las manos la ha sido con toda razón considerada por la tradición
católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación,
el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de
Pentecostés" (Pablo VI, const. apost. "Divinae consortium naturae").
1289 Muy pronto, para mejor significar el don
del Espíritu Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción
con óleo perfumado (crisma). Esta unción ilustra el nombre de
"cristiano" que significa "ungido" y que tiene su origen en el nombre
de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu Santo" (Hch 10,38). Y
este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente
como en Occidente. Por eso en Oriente, se llama a este sacramento
crismación, unción con el crisma, o myron, que significa
"crisma". En Occidente el nombre de Confirmación sugiere que
este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la
gracia bautismal.
Dos tradiciones: Oriente y Occidente
1290 En los primeros siglos la Confirmación
constituye generalmente una única celebración con el Bautismo, y forma
con éste, según la expresión de S. Cipriano, un "sacramento doble.
Entre otras razones, la multiplicación de los bautismos de niños,
durante todo el tiempo del año, y la multiplicación de las parroquias
(rurales), que agrandaron las diócesis, ya no permite la presencia del
obispo en todas las celebraciones bautismales. En Occidente, por el
deseo de reservar al obispo el acto de conferir la plenitud al
Bautismo, se establece la separación temporal de ambos sacramentos. El
Oriente ha conservado unidos los dos sacramentos, de modo que la
Confirmación es dada por el presbítero que bautiza. Este, sin embargo,
sólo puede hacerlo con el "myron" consagrado por un obispo (cf CCEO,
can. 695,1; 696,1).
1291 Una costumbre de la Iglesia de Roma
facilitó el desarrollo de la práctica occidental; había una doble
unción con el santo crisma después del Bautismo: realizada ya una por
el presbítero al neófito al salir del baño bautismal, es completada
por una segunda unción hecha por el obispo en la frente de cada uno de
los recién bautizados (véase S. Hipólito de Roma, Trad. Ap. 21). La
primera unción con el santo crisma, la que daba el sacerdote, quedó
unida al rito bautismal; significa la participación del bautizado en
las funciones profética, sacerdotal y real de Cristo. Si el Bautismo
es conferido a un adulto, sólo hay una unción postbautismal: la de la
Confirmación.
1292 La práctica de las Iglesias de Oriente
destaca más la unidad de la iniciación cristiana. La de la Iglesia
latina expresa más netamente la comunión del nuevo cristiano con su
obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su
catolicidad y su apostolicidad, y por ello, el vínculo con los
orígenes apostólicos de la Iglesia de Cristo.
II Los signos y
el rito de la Confirmación
1293 En el rito de este sacramento conviene
considerar el signo de la unción y lo que la unción designa e
imprime: el sello espiritual.
La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo,
posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia (cf
Dt 11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción
antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y de
los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y
las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza,
santidad y fuerza.
1294 Todas estas significaciones de la unción
con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes del
Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y
fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y el consuelo.
La unción del santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación y
en la Ordenación, es el signo de una consagración. Por la
Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos,
participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud
del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda
"el buen olor de Cristo" (cf 2 Co 2,15).
1295 Por medio de esta unción, el confirmando
recibe "la marca", el sello del Espíritu Santo. El sello es el
símbolo de la persona (cf Gn 38,18; Ct 8,9), signo de su autoridad (cf
Gn 41,42), de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34) -por eso se
marcaba a los soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el
de su señor-; autentifica un acto jurídico (cf 1 R 21,8) o un
documento (cf Jr 32,10) y lo hace, si es preciso, secreto (cf Is
29,11).
1296 Cristo mismo se declara marcado con el
sello de su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está marcado con
un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en
Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio
en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,22; cf Ef 1,13;
4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a
Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la
promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap
7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6).
La celebración de la Confirmación
1297 Un momento importante que precede a la
celebración de la Confirmación, pero que, en cierta manera forma parte
de ella, es la consagración del santo crisma. Es el obispo
quien, el Jueves Santo, en el transcurso de la Misa crismal, consagra
el santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias de Oriente,
esta consagración está reservada al Patriarca:
La liturgia de Antioquía expresa así la epíclesis de
la consagración del santo crisma (myron): " (Padre...envía tu
Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que está delante
de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los que sean
ungidos y marcados con él, myron santo, myron sacerdotal, myron
real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto de salvación,
don espiritual, santificación de las almas y de los cuerpos, dicha
imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco terrible
contra todas las obras del Adversario".
1298 Cuando la Confirmación se celebra
separadamente del Bautismo, como es el caso en el rito romano, la
liturgia del sacramento comienza con la renovación de las promesas del
Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos. Así aparece
claramente que la Confirmación constituye una prolongación del
Bautismo (cf SC 71). Cuando es bautizado un adulto, recibe
inmediatamente la Confirmación y participa en la Eucaristía (cf CIC
can.866).
1299 En el rito romano, el obispo extiende las
manos sobre todos los confirmandos, gesto que, desde el tiempo de los
apóstoles, es el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la
efusión del Espíritu:
Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a
estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra
oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de
espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de
fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del
espíritu de tu santo temor. Por Jesucristo nuestro Señor.
1300 Sigue el rito esencial del
sacramento. En el rito latino, "el sacramento de la confirmación es
conferido por la unción del santo crisma en la frente, hecha
imponiendo la mano, y con estas palabras: "Recibe por esta señal el
don del Espíritu Santo" (Paulus VI, Const. Ap. Divinae consortium
naturae). En las Iglesias orientales, la unción del myron se
hace después de una oración de epíclesis, sobre las partes más
significativas del cuerpo: la frente, los ojos, la nariz, los oídos,
los labios, el pecho, la espalda, las manos y los pies, y cada unción
va acompañada de la fórmula: "Sfragi~ dwrea~ Pneumto~ æAgiou" ("Rituale
per le Chiese orientali di rito bizantino in lingua greca, I -LEV
1954), p. 36". ("Signaculum doni Spiritus Sancti" - "Sello del don que
es el Espíritu Santo").
1301 El beso de paz con el que concluye el rito
del sacramento significa y manifiesta la comunión eclesial con el
obispo y con todos los fieles (cf S. Hipólito, Trad. ap. 21).
III
Los efectos de la Confirmación
1302 De la celebración se deduce que el efecto
del sacramento es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue
concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés.
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere
crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
– nos introduce más profundamente en la filiación
divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15).;
– nos une más firmemente a Cristo;
– aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
– hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf
LG 11);
– nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo
para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como
verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre
de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG
11,12):
Recuerda, pues, que has recibido el signo
espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de
consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el
Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te
ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto
en tu corazón la prenda del Espíritu (S. Ambrosio, Myst. 7,42).
1304 La Confirmación, como el Bautismo del que
es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto,
imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el
"carácter" (cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado
al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de
lo alto para que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio
común de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el confirmado recibe
el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de
un cargo (quasi ex officio)" (S. Tomás de A., s.th. 3, 72,5, ad
2).
IV
Quién puede recibir este sacramento
1306 Todo bautizado, aún no confirmado, puede y
debe recibir el sacramento de la Confirmación (cf CIC can. 889, 1).
Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, de
ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación de recibir este
sacramento en tiempo oportuno" (CIC, can. 890), porque sin la
Confirmación y la Eucaristía el sacramento del Bautismo es ciertamente
válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda incompleta.
1307 La costumbre latina, desde hace siglos,
indica "la edad del uso de razón", como punto de referencia para
recibir la Confirmación. Sin embargo, en peligro de muerte, se debe
confirmar a los niños incluso s i no han alcanzado todavía la edad del
uso de razón (cf CIC can. 891; 893,3).
1308 Si a veces se habla de la Confirmación
como del "sacramento de la madurez cristiana", es preciso, sin
embargo, no confundir la edad adulta de la fe con la edad adulta del
crecimiento natural, ni olvidar que la gracia bautismal es una gracia
de elección gratuita e inmerecida que no necesita una "ratificación"
para hacerse efectiva. Santo Tomás lo recuerda:
La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para
el alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la
perfección de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4,8):
`la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por
el número de los años'. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del
Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta
la sangre por Cristo (s.th. 3, 72,8,ad 2).
1309 La preparación para la Confirmación
debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más íntima con
Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción,
sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las
responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la
catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de
la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia
universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una resp
onsabilidad particular en la preparación de los confirmandos (cf OCf,
Praenotanda 3).
1310 Para recibir la Confirmación es preciso
hallarse en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la
Penitencia para ser purificado en atención al don del Espíritu Santo.
Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con
docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo
(cf Hch 1,14).
1311 Para la Confirmación, como para el
Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de
un padrino o de una madrina. Conviene que sea el mismo
que para el Bautismo a fin de subrayar la unidad entre los dos
sacramentos (cf OCf, Praenotanda 5.6; CIC can. 893, 1.2).
V El
ministro de la Confirmación
1312 El ministro originario de la
Confirmación es el obispo (LG 26).
En Oriente es ordinariamente el presbítero que
bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación en una sola
celebración. Sin embargo, lo hace con el santo crisma consagrado por
el patriarca o el obispo, lo cual expresa la unidad apostólica de la
Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de la
Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina en
los bautismos de adultos y cuando es admitido a la plena comunión con
la Iglesia un bautizado de otra comunidad cristiana que no ha recibido
válidamente el sacramento de la Confirmación (cf CIC can 883,2).
1313 En el rito latino, el ministro
ordinario de la Conformación es el obispo (CIC can. 882). Aunque el
obispo puede, en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad
de administrar el sacramento de la Confirmación (CIC can. 884,2),
conviene que lo confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la
celebración de la Confirmación fue temporalmente separada del
Bautismo. Los obispos son los sucesores de los apóstoles y han
recibido la plenitud del sacramento del orden. Por esta razón, la
administración de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que
la Confirmación tiene como efecto unir a los que la reciben más
estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión
de dar testimonio de Cristo.
1314 Si un cristiano está en peligro de muerte,
cualquier presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC can. 883,3).
En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la
más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por
el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo.
Resumen
del sacramento de Confirmación
1315 "Al enterarse los apóstoles que
estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios,
les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para
que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido
sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre
del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el
Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).
1316 La Confirmación perfecciona la gracia
bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos
más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente
a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos
todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe
cristiana por la palabra acompañada de las obras.
1317 La Confirmación, como el Bautismo,
imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter
indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la
vida.
1318 En Oriente, este sacramento es
administrado inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la
participación en la Eucaristía, tradición que pone de relieve la
unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la
Iglesia latina se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el
uso de razón, y su celebración se reserva ordinariamente al obispo,
significando así que este sacramento robustece el vínculo eclesial.
1319 El candidato a la Confirmación que ya
ha alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de
gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado
para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la
comunidad eclesial y en los asuntos temporales.
1320 El rito esencial de la Confirmación es
la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en
Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con la
imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum
doni Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo"), en el rito romano; "Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello
del don del Espíritu Santo"), en el rito bizantino.
1324 Cuando la Confirmación se celebra
separadamente del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa
entre otras cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La
celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a
subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
CONTINUACION