¡Amen a la Inmaculada!
Dialogo de San Maximiliano con sus frailes
Domingo, 10 de enero de 1937
ver
también:
San Maximiliano Kolbe,
Inmaculada
Una dulce velada navideña --Joselka, de mucha fama en Polonia -- está
entreteniendo a los cientos de frailecitos de Niepokalanow. Sólo un
grupo de voluntarios prefiere rodear al P. Kolbe en un encuentro
confidencial. Es el domingo 10 de enero de 1937.
-- Queridos hijos -- comenzó el P. Maximiliano como envuelto en un halo
de dulzura y de estremecida emoción --. Ahora estoy con Uds. Uds. Me
quieren y yo los quiero. Yo moriré y Uds. quedarán. Antes de abandonar
este mundo, deseo dejarles un recuerdo.
--Uds. me llaman Padre Guardián y hacen bien, porque lo soy. Me llaman
P. Director y está bien, porque dirijo las publicaciones. Pero, ¿qué más
soy? Soy el Padre de Uds., Padre más verdadero que el les ha dado la
vida física. Por mi medio Uds. han recibido la vida espiritual, la vida
divina, la misma vocación religiosa, ¿verdad?
--¡Oh! Sí, ¡es la verdad! Sin Ud., Padre, sin "El Caballero de la
Inmaculada", nosotros no estaríamos en el convento--expresó el primero.
--Leyendo "El Caballero", yo conocí el apostolado franciscano--añadió el
segundo.
--En mí "El Caballero" hizo brotar y afirmar la vocación
religiosa--continuó el tercero.
Y cada uno expresaba con sinceridad su propia experiencia personal. El
P. Kolbe los escuchaba sonriendo.
--Pues bien, soy el Padre de Uds. No se dirijan a mí como P. Guardián o
P. Director, sino sencillamente como Padre. Yo los tuteo, porque Uds.
son mis hijos.
Abarcándonos a todos en su mirada, el Padre pareció preocupado y a la
vez ansioso de comunicarnos algo grande y divinamente hermoso. Pugnaba
por superar su timidez. Tenía los ojos bajos y la cabeza inclinada. En
ese momento, el aire parecía impregnado de densos misterios.
--Muchachos míos, ya soy anciano. No estaré siempre con Uds. Deseo
dejarles un recuerdo. ¿puedo?
--Sí, sí, dígalo, Padre--gritaron en coro, casi reteniendo el aliento y
apretándose aún más a su alrededor.
--¡Oh si supieran cuán feliz me siento esta tarde! ¡El corazón está
inundado de gozo y paz!...Tengo muchas preocupaciones, es verdad; pero
mi corazón está siempre dominado por la paz, por una alegría que no
sabría cómo expresarles.
Calló un instante, luego tomó aliento y siguió en voz baja:
--Hijos míos, ¡amen a la Inmaculada! ¡Ámenla y los hará felices! Ámenla y
confíen en Ella sin límites. No a todos es dada la gracia de comprender
a la Inmaculada. Sólo la alcanza quien se la pide de rodillas, en la
oración. La Inmaculada es la Madre de Dios. Sabemos lo que quiere decir
madre. Pero, ¿sabemos lo que quiere decir Madre de Dios? Sólo el
Espíritu Santo puede dar la gracia de conocer a su esposa, la Virgen, a
quien quiere y cuando y como lo quiere. Quisiera decirles algo más.
Pero, ¿no es ya bastante lo dicho?
Entonces nos miró con timidez, como temiendo decirnos algo. Nosotros
comenzamos a suplicarlo e insistir, para que nos dijera todo y no nos
ocultara nada.
--Esta bien. Se lo diré. Les he dicho que soy muy feliz y que mi alma
rebosa de dicha. ¿Saben por qué?.. Porque con toda certeza se me ha dado
la seguridad del cielo...Hijitos míos, amen a la Inmaculada. Ámenla
cuanto más puedan y sepan...
Hablaba con tanta emoción, que sus ojos se velaron de lágrimas. El
silencio era total. Todos retenían el aliento. Luego prosiguió:
--¿No les basta haber sabido esto?
--Hable, Padre... Díganos más, mucho más. Jamás, quizás, tendremos una
ocasión semejante. Es como la última cena.
--Ya que tanto insisten, voy a añadir que cuanto les comuniqué, sucedió
en Japón...Bien, ¡basta! No diré más nada, ni pregunten más...
En vano los frailes le suplicaron descubriera un poquito más sus
secretos y que se explayara en más detalles. El callaba, como absorto en
profundo recogimiento. Cuando estuvimos tranquilos, paternalmente
siguió:
Les he revelado mi secreto, y lo hice para infundirles ánimo y energía
espiritual en las pruebas, que los esperan. Sobrevendrán tentaciones y
sufrimientos. Quizás caerán presa de abatimiento. Entonces recuerden lo
que les he dicho y aprendan a estar dispuestos a los más grandes
sacrificios, a todo lo que la Inmaculada les pida.
--Queridos hijos, no aspiren a cosas extraordinarias. Ansíen sólo
cumplir la voluntad de la Inmaculada. ¡Que se cumpla su voluntad y no la
nuestra!... Les pido ¡no digan a nadie cuanto les he dicho!...
¡Prométanmelo!
--Prometemos--dijeron con voz sumisa, pero firmemente, todos los
presentes.
“ La extraordinaria velada estaba terminada. Nos alejamos con un gusto a
cielo, mientras nuestros oídos se sentían acunados por esas palabras:
“¡Amen a la Inmaculada, hijos queridos, amen a la Inmaculada!”
El P. Maximiliano ya estaba preparando a sus muchachos, a sus hijos,
para la gran prueba: el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial, que de
Niepokalanow no dejaría piedra sobre piedra, dispensaría a sus
habitantes a los cuatro vientos y llevaría al propio O. Maximiliano
hasta las cámaras de incineración del campo de concentración de
Oswiecim.