"Cómo puede vivir
la castidad un homosexual"
Gerard van den
Aardweg, Revista Palabra,
nº 442-443, abril 2001
Ver también:
homosexualidad
Entrevista de Carmen Montón,
Gerard J.M. van den Aardweg, holandés, Doctor en Psicología por la
Universidad de Amsterdam, es especialista en terapia de la
homosexualidad y cuenta con una amplia experiencia profesional en
este campo. Actualmente ejerce la psicoterapia en Aerdenhout
(Holanda). Ha impartido cursos en la Universidad de Brasil y
publicado numerosas publicaciones científicas en Europa y Estados
Unidos.
Doctor Aardweg. Uno de sus libros
lleva por título Homosexualidad y Esperanza, ¿qué quiere indicar con
el segundo término?
—Esperanza hace referencia a la actitud interior de quien se
enfrenta con sentimientos homosexuales. Generalmente se sienten
deprimidos, aunque lo oculten diciendo de boca para afuera: «yo me
acepto tal como soy». Felices, de verdad, no lo son nunca.
Gay significa originariamente alegre, animado, pero ha perdido este
significado desde que se usa para el estilo de vida homosexual.
Ahora el valor de la palabra ha pasado a ser alegría afectada,
artificial; limita casi con exhibicionismo. No hay más que mirar
como ejemplo las Gay Parades, o los Juegos Olímpicos de 1999 en
Amsterdam para ellos. Mientras que para los medios de comunicación
son un acontecimiento lúdico, a los ojos del público son una especie
de exhibicionismo infantil que da pena. La alegría del gay es
parecida en parte a la del alcohólico.
Sexualidad neurótica
El diseñador de alta costura alemán Wolfgang Joop, homosexual,
afirmaba en tono cínico en una entrevista a la revista Der Spiegel:
«Esto es un estilo de vida que crea adicción y, a la vez, una
especie de frigidez. Como no estás satisfecho aumentas la dosis y,
en consecuencia, se multiplican las frustraciones».
Quien se identifica con su presunta naturaleza homosexual puede
sentir un cierto alivio, pero de hecho se encadena a su sexualidad
neurótica. Por eso, el camino contrario, la búsqueda de la verdad
sobre sí mismo sin dejarse arrastrar por un derrotismo de «yo soy
así», es un camino de esperanza.
La idea resulta más clara si consideramos que los deseos
homosexuales radican en depresiones que vienen de la juventud:
sentimientos de soledad, complejo de inferioridad acerca de la
identidad sexual, sentimientos de autodramatización. Todo lo
contrario a la esperanza.
Hay que disipar toda la nube de fatalismo que envuelve a la
homosexualidad: de si está en los genes, o de si es una variante más
de la sexualidad, o de si no puede cambiarse. Son slogans de
propaganda. El convencimiento de que no pesa sobre alguien un
determinismo hereditario ofrece perspectivas de esperanza.
Sobre el origen
—Entonces, la homofilia no es hereditaria.
—No. Incluso la idea de que haya factores hereditarios que
simplemente predispongan a la inclinación homosexual es puramente
especulativa.
—¿Hay situaciones familiares o hábitos educativos que favorecen la
tendencia homosexual?
—Por supuesto. En los chicos, la conocida relación con una madre
superprotectora, dominante; o con un padre psicológicamente
distante, o demasiado crítico, o poco viril, o que le desatiende en
favor de sus hermanos.
Para que la hija o el hijo se identifiquen con su propio sexo
también puede ser contraproducente que el padre o la madre no se
sientan a gusto en su condición masculina o femenina. O bien que los
padres traten a la hija como si fuera un chico, o viceversa, de modo
que sean o se sientan desaprobados o no deseados como lo que en
realidad son.
La familia es importante, pero a menudo lo son todavía más los
contactos con compañeros del mismo sexo. La mayoría de los
homosexuales dicen haberse sentido excluidos en su niñez o juventud
por sus compañeros, a la hora de jugar o de realizar actividades. Al
menos, así lo sienten: es un complejo de marginación, de no haber
sido aceptados.
Trastorno psicológico
—La Asociación Americana de Psiquiatría excluyó en 1973 la homofilia
de la lista de trastornos y pasó a llamarla condición. ¿Cuáles
fueron las consecuencias de tal medida?
—Exactamente las que pretendían quienes impusieron ese cambio en la
APA. Eran un grupo de homosexuales militantes. El cambio se produjo
incluso en contra de la opinión de los psiquiatras. Una votación que
se realizó inmediatamente después demostró que el 70% de los
profesionales seguían considerando la homosexualidad como un
trastorno. Pero la campaña y las intimidaciones hicieron capitular
al Consejo de dirección. Fue una decisión antidemocrática y
anticientífica.
A partir de entonces las universidades no se atreven a pensar de
otro modo y las terapias son un tabú. Lo que la psiquiatría
americana pensaba era entonces norma en el mundo, y en la actualidad
casi lo mismo.
Desde aquel momento la homosexualidad se ha politizado. Hoy día, los
gobiernos promueven su inclusión en las clases de instrucción sexual
en los colegios. La epidemia del Sida podría haberse paliado en gran
parte en Occidente, si se hubiese seguido considerando la
promiscuidad entre homosexuales como algo patológico.
Felicidad falseada
—¿Es cierto que la felicidad de una pareja homosexual es igual que
la de un hombre y una mujer?
—Un mexicano me contó que en una telenovela de su país aparecen
parejas heterosexuales con problemas, infieles y separados. En medio
de tal caos, hay una especie de oasis: una pareja de homosexuales
cariñosos, a quien todo el mundo viene a pedir consejo.
La realidad es exactamente la contraria. Las parejas de homosexuales
se rompen con mucha frecuencia. Una investigación alemana señala que
el 60% de esas relaciones duran un año, y sólo el 7% superan los
cinco años. Esto también lo reconocen los defensores de la
emancipación de la homosexualidad.
La imagen de la pareja de homosexuales feliz, como espejo del
matrimonio, es una mentira con fines propagandísticos. Sus
relaciones y contactos son neuróticos. Entre ellos no son excepción
la infidelidad, los celos, la soledad y las depresiones.
Para hacerse una idea mejor, más que extraerla de los medios, sirven
las autobiografías de homosexuales y las novelas escritas por ellos,
donde se ve que su vida es lo más lejano a una situación idílica.
Iniciativas de ayuda
—Existen lobbys homosexuales. ¿Hay acaso también grupos que se unan
para ayudarse a vivir honestamente o para superarla?
—Existen pequeños grupos de homosexuales cristianos que se ayudan a
no practicar su homosexualidad. Sobre todo en América hay
experiencias muy esperanzadoras.
Para católicos, el Padre John Harvey fundó la asociación Courage. No
buscan la terapia, sino vivir conforme a la doctrina de la Iglesia.
Vale la pena seguir esta iniciativa, que tiene veinte años de
experiencia. Como la homosexualidad es un problema a la vez psíquico
y moral, cualquier apoyo espiritual significa mejora en la condición
básica de toda homosexualidad.
Vivir la castidad
—¿Cómo puede vivir la castidad un homosexual?
—Para empezar tiene que desearla, tiene que convencerse de que la
castidad es un ideal posible y ventajoso. Por desgracia, a nadie se
le facilita este punto de mira hoy en día. Se hace propaganda de lo
impuro. En las escuelas se entrena a todos para la impureza; apenas
se plantea el ideal de la castidad.
Los homosexuales y lesbianas con motivaciones religiosas son, sobre
todo, quienes quieren vivir la castidad. ¿Cómo? Evitando los
contactos, los lugares de encuentro. Luchando contra la
masturbación, no cediendo a las fantasías sexuales, venciendo la
curiosidad en internet o en las publicaciones pornográficas.
Buscando ayuda y, en el tiempo libre, fomentando actividades sanas y
buenas compañías.
Papel del sacerdote
—¿Qué puede significar la ayuda de un sacerdote para un homosexual?
—Los sacerdotes pueden hacer más de lo que a menudo piensan. Por
ejemplo: explicar el ideal de la castidad, frente al egocéntrico y
deprimente efecto de la impureza. También, hablar de la castidad
como condición para una emotividad madura y un amor verdadero,
frente a la impureza como costumbre infantilizante, que encierra en
el egoísmo y bloquea el crecimiento interior.
El sacerdote puede apoyar con su comprensión, animando al afectado y
manteniendo un contacto constante. Las costumbres sexuales muy
arraigadas son como la dependencia del alcohol.
El adicto al sexo –tanto homosexual como heterosexual– suele mimar
el placer, aunque quiera dejarlo, y la lamentación sobre su caso es
mayor que el esfuerzo por salir de la situación. Por eso, es muy
necesario acercarle a Dios, para que reflexione sobre lo que espera
de él y su situación. Hay que ayudarle a escuchar su conciencia, sus
sentimientos más puros y profundos, y que sean éstos la directriz
para sus propias decisiones.
Figura de padre
—Antes ha mencionado las inadecuadas conductas de los padres como
favorecedoras de la homosexualidad del hijo. ¿Puede un sacerdote
hacer de padre suyo para ayudarle a corregir esa inclinación?
—No sólo puede, sino que quisiera destacar la importancia de que los
homosexuales vean al sacerdote como padre.
En términos psicológicos, padre significa protección, apoyo,
valoración, interés; pero también fortaleza, dirección, atreverse a
corregir, exigir. Los homosexuales, tanto mujeres como hombres,
necesitan una figura de padre, de la que a menudo carecieron en su
juventud. No un padre para seguir siendo niño dependiente, sino un
padre que les ayude a seguir su camino, a mantener la lucha.
Otro problema de esta gente es su soledad interior y social.
Necesitan una figura paterna para perseverar en una lucha nada
fácil. Hay que animarles a ser abiertos, a salir de su yo, a no
buscar interés y atención sólo para sí mismos.
Aprender a amar
—¿Puede decirse entonces que lo que verdaderamente necesitan es
aprender a amar?
—Efectivamente. Muchos neuróticos, tanto homo como heterosexuales,
son muy egocéntricos. En una ocasión, un homosexual casado, con
tendencias suicidas, llegó a la conclusión de que no quería a nadie,
ni siquiera a sus hijos. Empezó a interesarse por pequeños asuntos
cotidianos y a mostrarlo a su mujer y a sus hijos con detalles
concretos. Al cabo de unos meses comenzó a sentirse menos depresivo
y a notar que sus fantasías sexuales eran menos fuertes, aunque su
esfuerzo no se dirigía directamente a ello.
También en este aspecto puede el sacerdote hacer mucho por los
homosexuales, ayudándoles en el crecimiento de las virtudes: amor e
interés por los demás; sinceridad frente al autoengaño, que suele
ser muy fuerte en las obsesiones sexuales; fortaleza y valentía para
superar la flojera y la cobardía. Es muy aconsejable hacerles
también reflexionar sobre su propia misión en la vida. Hay que
lograr que el deseo de una vida limpia salga de lo más profundo de
la persona.