Hacia una vida económica moral
El Compendio de Doctrina Social presenta algunos principios
29 enero 2005 (ZENIT.org)
Ver también: Doctrina Social
El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia dedica un capítulo
especial a considerar la actividad económica en general. Como otros
capítulos, éste comienza con un repaso de algunos principios bíblicos.
En el Antiguo Testamento, las riquezas se consideran una bendición de
Dios. La abundancia no es vista como un problema en sí misma, sino que
hay una fuerte condena del mal uso de los bienes materiales – fraude,
usura, injusticia – especialmente cuando es el pobre el que sufre estos
abusos.
La otra cara de la moneda, la pobreza, es vista como parte de la
condición humana. En este contexto el Antiguo Testamento invita a las
personas a reconocer su pobreza ante Dios. Él, a su vez, es retratado
como respondiendo a los gritos del pobre, que recibirá su recompensa a
través de un nuevo David. «La pobreza adquiere el estatus de valor moral
cuando se convierte en una actitud de disponibilidad y apertura humilde
a Dios, de confianza en Él» (No. 324).
En el Nuevo Testamento, Jesús llama a la conversión de los corazones y a
estar atentos a las necesidades de los demás. Trabajar por la justicia y
ayudar al pobre es una forma de construir el Reino de Dios.
En general, la Biblia considera la actividad económica como parte de la
vocación por la que la se invita a la humanidad a administrar los dones
recibidos de Dios. La parábola de los talentos también enseña que «lo
que se ha recibido debería usar apropiadamente, preservarse y
aumentarse» (No. 326).
Compartir las riquezas
Los bienes materiales, incluso cuando son propiedad legítima de alguien,
conservan su destino universal. «Las riquezas satisfacen su función de
servicio al hombre cuando se destinan a producir beneficios para los
demás y para la sociedad» (No. 329).
Este nexo entre moralidad y vida económica es una constante en la
doctrina de la Iglesia. «Así como en el área de la moralidad uno debe
tener en cuenta las razones y requisitos de la economía, igualmente
también en el área de la economía uno debe abrirse a las exigencias de
la moralidad» (No. 331).
El compendio sugiere que la moralidad y los principios económicos tienen
algunos puntos en común. Por ejemplo, producir bienes de modo eficiente
puede verse como un deber moral, en el sentido de que no hacerlo sería
una pérdida de recursos. Pero la producción de riquezas también necesita
una orientación moral, en orden a asegurar que la riqueza económica se
distribuye de modo equitativo y se guía por principios como la justicia
y la caridad.
La actividad económica llevada a cabo de esta manera se convierte en una
oportunidad para practicar la solidaridad y construir una sociedad más
equitativa y un mundo más humano. La Iglesia también considera que
términos como desarrollo no pueden simplemente verse en una dimensión
económica, como acumulación de bienes. Una concentración exclusiva sobre
el aspecto material corre el riesgo de caer en el error del consumismo y
no es el camino para lograr la auténtica felicidad.
Iniciativa privada
Una sección del capítulo sobre economía explica la postura de la
doctrina social de la Iglesia con respecto a la iniciativa privada y la
actividad económica. La libertad de las personas para implicarse en la
actividad económica es «un valor fundamental y un derecho inalienable
que ha de ser promovido y defendido» (No. 336).
La iniciativa en la economía es parte de la actividad creativa humana y
los negocios también tienen un papel social importante que jugar a
través de la producción de bienes y servicios. Aunque este papel
necesita llevarse a cabo según criterios económicos, el compendio añade:
«no deben descuidarse los valores auténticos que causan el desarrollo
concreto de la persona y de la sociedad» (No. 338).
En este contexto el compendio recuerda que la Iglesia ha apoyado desde
siempre los negocios familiares y de tamaño pequeño y medio, junto con
las actividades cooperativas, que pueden hacer una contribución valiosa
a la actividad económica y humana. De hecho, la actividad económica
proporciona la oportunidad de practicar muchas virtudes, como la
diligencia, la prudencia, la fidelidad y el coraje.
El texto también tiene palabras positivas para el papel de lograr
beneficios, que son un signo de que los factores productivos implicados
en la empresa se están usando bien. Sin embargo, los negocios deben
servir también a la sociedad de modo apropiado y esto no se hace cuando
se violan las obligaciones de la justicia social o los derechos de los
trabajadores.
El compendio también observa que en el mundo de hoy los estados
individuales pueden encontrar difícil regir las operaciones de negocios
y que esto pone en la empresa privada una mayor responsabilidad para
abrirse a los valores de la solidaridad y el auténtico desarrollo
humano.
Servir a las personas
En materia de mercado libre en general, el compendio explica que «es una
institución de importancia social por su capacidad de garantizar
resultados efectivos en la producción de bienes y servicios» (No. 347).
Un mercado verdaderamente competitivo, continúa el texto, «es un
instrumento efectivo para obtener objetivos importantes de justicia».
No obstante, el compendio agrega que, en un mercado libre, deben tomarse
en cuenta los fines del bien común y el desarrollo humano, y no sólo la
motivación del beneficio. Hay necesidades humanas importantes y bienes
que no puede comprarse y venderse en el mercado.
En cuanto al papel del estado en la regulación del mercado, el compendio
invoca la aplicación de dos principios: solidaridad y subsidiariedad.
Solidaridad es estimular acciones que defiendan a los pobres y
desaventajados; subsidiariedad es garantizar que la intervención del
estado no se vuelve excesivamente invasora.
En varios números el compendio insiste en que el estado no debe
interferir demasiado en el funcionamiento de la economía, de manera que
restrinja indebidamente las libertades de los individuos y de los
negocios. Por otro lado, también defiende el papel legítimo de los
impuestos y del gasto público, que juega un importante papel,
especialmente al proteger al débil. Por lo tanto, pagar impuestos es
«parte del deber de solidaridad» (No. 355), pero el estado tiene la
correspondiente obligación de asegurar que los impuestos son «razonables
y justos», y los recursos públicos son administrados con «precisión e
integridad».
Dimensión global
La última parte del capítulo considera algunos de los recientes
desarrollos relacionados con la globalización y los mercados financieros
internacionales. «La globalización da lugar a nuevas esperanzas y al
mismo tiempo plantea cuestiones preocupantes» (No. 362).
El compendio reconoce que la globalización ha abierto muchas
oportunidades, pero expresa su preocupación sobre las desigualdades
entre las economías avanzadas y los países en desarrollo. Citando a Juan
Pablo II el texto pide una «globalización en la solidaridad» para
ocuparse de este problema.
Un sistema más equitativo del comercio internacional, y una fuerte
defensa de los derechos humanos están entre las reformas pedidas por el
compendio. Respetar las diferencias culturales y religiosas y asegurar
una mayor solidaridad entre generaciones son puntos a tratar.
En cuanto a los mercados financieros, el texto reconoce su papel
positivo en facilitar el crecimiento económico y las inversiones a gran
escala. Sin embargo, existe el riesgo de que el sector financiero pierda
de vista el servir al desarrollo humano y se convierta en «un fin en sí
mismo». Y haciendo frente con los graves problemas causados por la
inestabilidad financiera, también es necesario hacer que estos mercados
sean más estables.
La globalización también requiere una mayor cooperación de los estados
para coordinar la economía, dado que los gobiernos individuales con
frecuencia ya no son capaces de ejercitar una guía efectiva. El
compendio pide la creación de «instrumentos políticos y jurídicos
adecuados y efectivos» (No. 371) que asegurarán «el bien común de la
familia humana».
Renovando su llamamiento a la solidaridad, uno de los números
concluyentes observa que lograr esto será también lograr beneficios para
países más ricos, donde la abundancia de bienes materiales suele
acompañarse por «un sentido de alienación y pérdida de su propia
humanidad» (No. 374). El capítulo concluye llamando a educar a las
personas de manera que tengan claro que la actividad económica debe
verse en un contexto humano más amplio.
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