Amor
Conyugal
La
verdad y el significado del amor conyugal a la luz de la encíclica
Humanae
Vitae.
Carta
pastoral de Mons. Charles Chaput,
Arzobispo de Denver. 22 de Julio, 1998.
título:
De la Vida Humana.
Ver
también:
Sexo en el matrimonio
|
familia
|
regulación
de la natalidad | Sexualidad
Amor
conyugal y paternidad responsable, Mons. Astorga
Queridos
hermanos y hermanas en el Señor,
1.
Hace treinta años, el Papa Pablo VI entregó su encíclica Humanae
Vitae (Sobre la Vida Humana), que reafirmó la enseñanza
constante de la Iglesia acerca del control de la natalidad.
Ciertamente es la intervención papal peor entendida de este siglo.
Fue la chispa que encabezó tres décadas de dudas y desacuerdos entre
muchos católicos, especialmente en los países desarrollados. Sin
embargo, con el pasar del tiempo, se ha comprobado profética. Enseña
la verdad. Por eso, mi intención con esta carta apostólica es
sencilla. Creo que el mensaje de la Humanae Vitae no es una
carga sino una alegría. Creo que esta encíclica ofrece una clave que
lleva a matrimonios más profundos y ricos. Y lo que busco desde la
familia de nuestra Iglesia local no es simplemente un asentimiento
respetuoso a un documento que la crítica desecha como irrelevante,
sino un esfuerzo activo y sostenido por estudiar la Humanae Vitae;
por enseñarla fielmente en nuestras parroquias; y por alentar a
nuestras parejas casadas a que la vivan.
I.
EL MUNDO DESDE 1968
2.
Tarde o temprano, todo pastor aconseja a alguien que está luchando
contra una adicción. Normalmente el problema es alcohol o drogas. Y
normalmente el escenario es el mismo. El adicto reconocerá el
problema pero manifestará ser impotente ante él. O,
alternativamente, el adicto negará tener un problema, aunque la
adicción esté destruyendo su salud y arruinando su trabajo y su
familia. No importa cuánto sentido tenga el pastor; no importa qué
tan verídicos y persuasivos sean sus argumentos; y no importa qué
tan en riesgo esté su vida, el adicto simplemente no puede entender
—o actuar según— el consejo. La adicción, como una gruesa capa
de vidrio, separa al adicto de cualquier cosa o persona que lo pueda
ayudar.
3.
Una manera de entender la historia de la Humanae Vitae es
aproximarse a las últimas tres décadas mediante la metáfora de la
adicción. Creo que al mundo desarrollado le es muy difícil aceptar
esta encíclica no porque hubiese algún defecto en el raciocinio de
Pablo VI, sino debido a las adicciones y contradicciones que se ha
infligido a sí mismo, exactamente como lo advirtiera el Santo Padre.
4.
Al presentar su encíclica, Pablo VI llamó la atención sobre cuatro
problemas principales que surgirían si se ignorasen las enseñanzas
de la Iglesia sobre el control de la natalidad (HV 17).
Primero, advirtió que el amplio uso de anticonceptivos llevaría a
"la infidelidad conyugal y a la degradación general de la
moralidad". Exactamente esto es lo que ha ocurrido. Pocos negarán
que los índices de abortos, divorcios, colapsos familiares, abuso de
esposas e hijos, enfermedades venéreas e hijos extramatrimoniales han
aumentado desde mediados de 1960. Obviamente, la píldora del control
natal no ha sido el único factor en este incremento. Pero ha tenido
un papel principal. De hecho, la revolución cultural desde 1968,
caracterizada por lo menos en parte por un cambio de actitud hacia el
sexo, no hubiera sido posible o sostenible sin un fácil acceso a una
anticoncepción eficaz. En esto, Pablo VI tenía razón.
5.
Segundo: advirtió también que el hombre perdería su respeto por la
mujer y "ya [no se preocuparía] de su equilibrio físico y
psicológico", al punto tal que la consideraría "como
simple instrumento de goce egoísta y no como su respetada y amada
compañera". En otras palabras, según el Papa, la anticoncepción
puede ser presentada como liberadora para la mujer, pero los auténticos
"beneficiarios" de la píldoras y dispositivos de control de
la natalidad son los hombres. Tres décadas más tarde, exactamente
como Pablo VI sugirió, la anticoncepción ha liberado al hombre —a
un nivel históricamente sin precedentes— de la responsabilidad por
sus agresiones sexuales. En el proceso, una de las más extrañas ironías
del debate sobre la anticoncepción en la última generación ha sido
la siguiente: muchas feministas han atacado a la Iglesia Católica por
su alegada desatención hacia la mujer, pero la Iglesia en la Humanae
Vitae identificó y rechazó la explotación sexual de la mujer años
antes que aquel mensaje entrara en vigencia en la cultura. Una vez
más, Pablo VI tenía razón.
6.
Tercero: el Santo Padre advirtió también que el uso generalizado de
la anticoncepción podría poner "un arma peligrosa… en las
manos de aquellas autoridades públicas que no prestan clara atención
a las exigencias morales". Como hemos descubierto luego, la
eugenesia no desapareció con las teorías raciales de los nazis en
1945. Las políticas del control de población son ahora parte
aceptada de casi toda discusión sobre ayuda extranjera. La exportación
masiva de anticonceptivos, aborto y esterilización por parte del
mundo desarrollado hacia los países en desarrollo —frecuentemente
como requisito previo para la ayuda y muchas veces en contradicción
con las tradiciones morales locales— es una forma levemente
disfrazada de la ‘guerra de población’ y la re-ingeniería
cultural. Nuevamente, Pablo VI tenía razón.
7.
Cuarto: El Papa Pablo advirtió que la anticoncepción conduciría a
los seres humanos a pensar erradamente que tienen un dominio ilimitado
sobre sus propios cuerpos, convirtiendo inexorablemente a la persona
humana en el objeto de su poder invasivo. Aquí se halla otra ironía:
al huir hacia la falsa libertad provista por la anticoncepción y el
aborto, un exagerado feminismo ha conspirado activamente hacia la
deshumanización de la mujer. Un hombre y una mujer participan de
manera única en la gloria de Dios por su capacidad de co-crear una
nueva vida con Él. En la base de la anticoncepción, sin embargo, está
el asumir que la fertilidad es una infección que debe ser atacada y
controlada, exactamente como los antibióticos atacan las bacterias.
En esta actitud puede verse también el intrínseco enlace entre la
anticoncepción y el aborto. Si la fertilidad puede ser falsamente
representada como una infección que se debe atacar, también lo
puede ser una nueva vida. En ambos casos, un elemento definitivo
de la identidad de la mujer —su potencial para engendrar una nueva
vida— es redefinido como una debilidad que inspira desconfianza y
requiere un atento "tratamiento". La mujer se convierte en
el objeto de los dispositivos en los que confía para asegurarse su
propia liberación y defensa, mientras que el hombre no comparte nada
de esta carga. Una vez más, Pablo VI tenía razón.
8.
Luego del punto final del Santo Padre, ha aparecido mucho más: la
fertilización in vitro, la clonación, la manipulación genética y
la experimentación con embriones descienden todas de la tecnología
anticonceptiva. De hecho, hemos subestimado drástica e ingenuamente
los efectos de la tecnología, no sólo externamente en la sociedad,
sino en nuestra propia identidad humana. Como ha observado el autor
Neil Postman, el cambio tecnológico no es aditivo sino ecológico.
Una nueva tecnología significativa no ‘añade’ algo a una
sociedad, lo cambia todo, tal como una gota de tinte rojo no
pasa desapercibida en un vaso de agua, sino que colorea y cambia cada
molécula del líquido. La tecnología anticonceptiva, precisamente
por su impacto en la intimidad sexual, ha trastornado nuestro
entendimiento sobre el sentido de la sexualidad, de la fertilidad, y
del matrimonio mismo. Los ha separado de la identidad natural e intrínseca
de la persona humana y ha trastornado la ecología de las relaciones
humanas. Ha introducido el caos en nuestro vocabulario de amor, tal
como el orgullo introdujo el caos en el vocabulario de Babel.
9.
Ahora nos enfrentamos día a día con las consecuencias. Estoy
escribiendo estos pensamientos en una semana de julio en la que, con
pocos días de intervalo, los noticieros han informado que casi el 14
por ciento de los habitantes de Colorado están o han estado
involucrados en la dependencia de alcohol o drogas; una comisión del
gobernador ha alabado el matrimonio mientras que simultáneamente
recomienda pasos que lo trastornarán al otorgar derechos y
responsabilidades paralelas a personas en ‘relaciones
comprometidas’, incluyendo relaciones entre personas de un mismo
sexo; y una pareja joven de la costa este ha sido sentenciada por
asesinar brutalmente a su hijo recién nacido. De acuerdo a los
reportajes, uno o los dos jóvenes padres, no casados, "aplastó
el cráneo (del bebé) mientras estaba vivo, y dejó luego el cuerpo
mutilado en un contenedor de basura para que muera". Estos son
los titulares de una cultura en serios problemas. La sociedad
estadounidense está arruinada con la identidad sexual y trastornos
conductuales, colapso familiar y una general y creciente aspereza en
la actitud hacia la sacralidad de la vida humana. Es obvio para
cualquiera excepto para un adicto: tenemos un problema. Nos está
matando como personas. Así que, ¿qué vamos a hacer al respecto? Lo
que quiero sugerir es que si Pablo VI tenía acerca de muchas de las
consecuencias que se derivan de la anticoncepción, es porque tenía
razón en cuanto a la anticoncepción misma. Buscando nuevamente
ser plenos como personas y como gente de fe, necesitamos empezar
volviendo a leer la Humanae Vitae con corazones abiertos. Jesús
dijo que la verdad nos hará libres. La Humanae Vitae está
repleta de verdad. Por eso es una clave para nuestra libertad.
II.
LO QUE REALMENTE DICE LA HUMANAE VITAE
10.
Tal vez una de las fallas al comunicar el mensaje de la Humanae
Vitae a lo largo de los últimos treinta años ha sido el lenguaje
usado al enseñarla. Las tareas y responsabilidades de la vida
conyugal son numerosas. Son también serias. Ante todo deben ser
consideradas cuidadosamente y en espíritu de oración. Pero pocas
parejas entienden su amor en términos de la teología académica. Simplemente,
se enamoran (fall in love). Ese
es el vocabulario que usan. Es así de simple y revelador. Se rinden
uno al otro. Se dan ellos mismos uno al otro. Se rinden (fall)
uno al otro para poseer, y ser poseídos, plenamente uno al otro. Y
con justicia. En el amor conyugal, Dios quiere que los esposos hallen
alegría y gozo, esperanza y vida abundante, en y a través de cada
uno, todo ordenado de manera que lleve al esposo y esposa, a sus
hijos, y a todos los que lo conocen, más profundamente al abrazo de
Dios.
11.
En consecuencia, al presentar la naturaleza del matrimonio cristiano a
una nueva generación, debemos formular sus satisfacciones
plenificantes por lo menos tan bien como sus deberes. La actitud
católica hacia la sexualidad es todo menos puritana, represiva
o anticarnal. Dios creó el mundo y modeló a la persona humana a su
misma imagen. Por lo tanto, el cuerpo es bueno. De hecho, para mí ha
sido muchas veces una fuente de gran humor escuchar de incógnito cómo
personas se quejaban sobre la supuesta "sexualidad enbotellada"
de la doctrina moral católica, y el tamaño de muchas buenas familias
católicas (de dónde, uno se pregunta, piensan ellos que vienen los
bebés). El matrimonio católico —exactamente como Jesús mismo—
no es una cuestión de escasez sino de abundancia. No es una cuestión
de esterilidad, sino más bien de la fecundidad que fluye del amor
unitivo y procreativo. El amor conyugal católico implica siempre la
posibilidad de una nueva vida, y porque lo hace, aleja la soledad y
afirma el futuro. Y porque afirma el futuro, se convierte en una
hoguera de esperanza en un mundo inclinado a la locura. En efecto, el
matrimonio católico es atractivo porque es sincero. Está diseñado
para las criaturas que somos: personas hechas para la comunión. Los
esposos se completan uno al otro. Cuando Dios une a una mujer y un
hombre en matrimonio, ellos crean con Él un nuevo todo, una
"pertenencia" que es tan real, tan concreta, que una nueva
vida, un niño, es su expresión natural y su sello. Eso es lo que
la Iglesia quiere decir cuando enseña que el amor matrimonial católico
es por su naturaleza tanto unitivo como procreativo, y no lo uno o lo
otro.
12.
¿Pero por qué las parejas casadas no pueden simplemente escoger el
aspecto unitivo del matrimonio y temporalmente bloquear o incluso
permanentemente evitar su naturaleza procreativa? La respuesta es tan
simple y radical como el Evangelio mismo. Cuando los esposos se dan a
sí mismos honesta y enteramente, como lo implica o incluso exige la
naturaleza del amor conyugal, ello debe incluir todo su ser, y
la más íntima y poderosa parte de cada persona es su fertilidad. La
anticoncepción no sólo niega la fertilidad y ataca la procreación,
sino que al hacerlo, necesariamente daña también la unidad. Es el
equivalente a que los esposos se digan: "Te doy todo lo que soy, excepto
mi fertilidad. Yo acepto todo lo que eres, excepto tu
fertilidad". Este retener algo de uno mismo inevitablemente
trabaja para aislar y dividir a los esposos, deshaciendo la amistad
sagrada entre ellos… tal vez no inmediata y visiblemente, sino
profundamente, y a la larga muchas veces de manera fatal para el
matrimonio.
13.
Es por esto que la Iglesia no está en contra de la anticoncepción
"artificial". Está en contra de todo tipo de anticoncepción.
La noción de "artificial" no tiene nada que ver. De
hecho, se tiende a confundir la discusión implicando que el debate es
en torno a una intrusión mecánica en el sistema orgánico del
cuerpo. No es así. La Iglesia no tiene ningún problema con la
ciencia que apropiadamente interviene para sanar o mejorar la salud
corporal. En vez, la Iglesia enseña que toda anticoncepción está
moralmente errada, y no solamente errada, sino seriamente errada.
La alianza que realizan el marido y la mujer en el matrimonio requiere
que toda relación permanezca abierta a la transmisión de una nueva
vida. Esto es lo que implica ser "una carne": una autodonación
completa, sin reserva o excepción, así como Cristo no retuvo nada de
Sí mismo de su esposa, la Iglesia, muriendo por ella en la Cruz. Cualquier
interferencia intencional con la naturaleza procreativa de la relación
implica necesariamente que los esposos están reteniéndose uno del
otro y de Dios, quien es su pareja en el amor sacramental. En efecto,
se roban algo infinitamente precioso —ellos mismos— de cada uno y
de su Creador.
14.
Y es por esto que la planificación familiar natural difiere no sólo
en el estilo sino en la substancia moral de la anticoncepción como un
medio para regular el tamaño de las familias. La planificación
familiar natural no es anticoncepción. Es, más bien, un método de
conciencia y aprecio de la fertilidad. Es una aproximación
completamente diferente a la regulación de la natalidad. La
planificación familiar natural no ataca en nada a la fertilidad, no
retiene el don de uno mismo a su pareja, ni tampoco bloquea la
naturaleza procreativa de la relación. La alianza del matrimonio
requiere que cada acto de relación sea plenamente un acto de
autodonación, y por lo tanto abierto a la posibilidad de una nueva
vida. Pero cuando, por buenas razones, esposo y esposa limitan sus
relaciones de acuerdo a los periodos naturales de infertilidad en la
esposa durante el mes, están simplemente observando un ciclo que Dios
mismo ha creado en la mujer. No lo están trastornando. Y por lo tanto
están viviendo de acuerdo a la ley del Amor de Dios.
15.
Hay, por cierto, muchos beneficios maravillosos en la práctica de la
planificación familiar natural. La esposa se preserva a sí misma de
químicos o instrumentos y se mantiene fiel a su ciclo natural. El
esposo comparte la planificación y la responsabilidad en la
planificación familiar natural. Ambos aprenden un mayor grado de auto
señorío y un respeto profundo por el otro. Es verdad que la
planificación familiar natural requiere de sacrificios y abstinencias
periódicas de relaciones. Puede a veces ser un camino difícil. Pero
así puede ser toda vida cristiana seria, sea uno sacerdote,
consagrado, soltero o casado. Mas aún, la experiencia de decenas de
miles de parejas ha enseñado que, viviendo en oración y sin egoísmos,
la planificación familiar natural profundiza y enriquece el
matrimonio y termina en una mayor intimidad, y mayor alegría.
En el Antiguo Testamento, Dios pidió a nuestros primeros padres ser
fecundos y multiplicarse (Gén 1,28). Nos pidió que escojamos
la vida (Dt 30,19). Envió a su Hijo, Jesús, para traernos
la vida en abundancia (Jn 10,10) y para recordarnos que su yugo
es ligero (Mt 11,30). Sospecho, por lo tanto, que lo que está
en el corazón de la ambivalencia católica hacia la Humanae Vitae
no es una crisis de la sexualidad, de la autoridad de la Iglesia o de
relevancia moral, sino una cuestión de fe: ¿Creemos de verdad en
la bondad de Dios? La Iglesia habla por su Novio, Jesucristo, y
los creyentes oyen natural y ardientemente. Ella enseña a las parejas
casadas el camino al amor permanente y a una cultura de vida. Treinta
años de historia han registrado las consecuencias de la opción
contraria.
III.
QUÉ TENEMOS QUE HACER
16.
Quiero expresar mi gratitud a las muchas parejas que ya viven el
mensaje de la Humanae Vitae en sus vidas de casados. Su
fidelidad a la verdad santifica a sus mismas familias y a nuestra
entera comunidad de fe. Agradezco de manera especial a aquellas
parejas que enseñan la planificación familiar natural y aconsejan a
otras parejas en la paternidad responsable inspirada por la enseñanza
de la Iglesia. Su trabajo muy a menudo pasa desapercibido o no es
apreciado, pero ellos son poderosos abogados de la vida en una época
de confusión. Quiero ofrecer mis oraciones y aliento a aquellas
parejas que cargan la cruz de la infertilidad. En una sociedad que a
menudo favorece el evitar niños, ellos soportan la carga de anhelar
el tener hijos sin poder engendrar ninguno. Ninguna oración queda sin
responder, y todo sufrimiento ofrecido al Señor fructifica de alguna
forma en una nueva vida. Les aliento a considerar la adopción, y
apelo a ellos para que recuerden que un buen fin no puede nunca
justificar medios errados. Sea para prevenir la gestación o lograrla,
cualquier técnica que separe la dimensión unitiva y procreativa del
matrimonio está siempre equivocada. Técnicas para procrear que
vuelven a los embriones en objetos y mecánicamente sustituyen el
abrazo amoroso de esposo y esposa violan la dignidad humana y
tratan la vida como un producto. No importa cuán positivas sean
sus intenciones, estas técnicas promueven la peligrosa tendencia de
reducir la vida humana a material que puede ser manipulado.
17.
Nunca es tarde para volver nuestros corazones nuevamente hacia Dios.
No somos impotentes. Podemos hacer una diferencia siendo testigos de
la verdad sobre el amor matrimonial y la fidelidad a la cultura que
nos rodea. En diciembre del año pasado, en una carta pastoral llamada
Buenas Nuevas de Gran Alegría, hablé de la importante vocación
que todo católico tiene como un evangelizador. Somos todos
misioneros. Norteamérica en los noventas, con su cultura de una
sexualidad desordenada, matrimonios rotos y familias fragmentadas,
necesita urgentemente el Evangelio. Como el Papa Juan Pablo II escribe
en su Exhortación Apostólica Sobre la Familia (Familiaris
Consortio), las parejas casadas tienen un rol fundamental
testimoniando a Jesucristo entre ellos y a la cultura que los rodea
(49, 50).
18.
Con esa luz, pido a las parejas casadas de la arquidiócesis que lean,
discutan y recen en torno a la Humanae Vitae, la Familiaris
Consortio, y otros documentos de la Iglesia que delinean la enseñanza
católica sobre el matrimonio y la sexualidad. Muchas parejas casadas,
inconscientes de la sabiduría encontrada en este material, se han
privado a sí mismas de una hermosa fuente de sustento para su mutuo
amor. Aliento de manera especial a las parejas a examinar su propia
conciencia en relación a la anticoncepción, y les pido que recuerden
que "conciencia" es mucho más que sólo una cuestión de
preferencia personal. Requiere que busquemos y entendamos la enseñanza
de la Iglesia, y honestamente luchar para conformar nuestros corazones
a ella. Les exhorto a buscar la Reconciliación sacramental por las
veces en que han caído en la anticoncepción. La sexualidad
desordenada es la adicción dominante de la sociedad norteamericana en
estos años finales del siglo. Directa o indirectamente nos afecta a
todos. Como resultado, para muchos esta enseñanza puede ser un
mensaje difícil de aceptar. Pero no pierdan los ánimos. Cada
uno de nosotros es un pecador. Cada uno de nosotros es amado por Dios.
No importa qué tanto caigamos, Dios nos perdonará si nos
arrepentimos y pedimos la gracia para cumplir su voluntad.
19.
Pido a mis hermanos sacerdotes que examinen sus propias prácticas
pastorales, para asegurarse de estar presentando fiel y
sugerentemente la enseñanza de la Iglesia sobre estos asuntos en
todos sus trabajos pastorales. Nuestra gente merece la verdad sobre la
sexualidad humana y la dignidad del matrimonio. Para realizar esto,
pido a los pastores leer y poner en práctica el Vademécum para
Confesores sobre algunos aspectos de moral conyugal, así como
estudiar la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la
planificación familiar. Les exhorto a que nombren coordinadores
parroquiales para facilitar la presentación de la enseñanza católica
sobre el matrimonio y la planificación familiar, especialmente la
planificación familiar natural. La anticoncepción es un asunto
grave. Las parejas casadas necesitan el buen consejo de la Iglesia
para realizar las decisiones correctas. La mayoría de los católicos
casados acogen la guía de los sacerdotes, y los sacerdotes nunca se
deberían sentir intimidados por su compromiso personal al celibato, o
avergonzados por la enseñanza de la Iglesia. Avergonzarse de la enseñanza
de la Iglesia es avergonzarse de la enseñanza de Cristo. La
experiencia pastoral y el consejo de un sacerdote son valiosos en
asuntos como la anticoncepción precisamente porque presenta
una nueva perspectiva para una pareja y habla por toda la Iglesia. Más
aún, la manifestación de la fidelidad de un sacerdote a su propia
vocación fortalece a las parejas casadas para que ellas vivan su
vocación con mayor fidelidad.
20.
Como Arzobispo, me comprometo yo mismo junto con los departamentos de
la arquidiócesis a apoyar a mis hermanos sacerdotes, diáconos, así
como a sus colaboradores laicos, presentando la integridad de la enseñanza
de la Iglesia sobre el amor conyugal y la planificación familiar.
Debo tanto al clero de nuestra Iglesia local y su equipo
—especialmente a los muchos catequistas parroquiales— muchas
gracias por el buen trabajo que han realizado en esta área. Es mi
intención asegurar que cursos sobre el amor conyugal y la planificación
familiar sean asequibles de manera regular a más y más personas de
la arquidiócesis, y que nuestros sacerdotes y diáconos reciban una más
extensa educación en los aspectos teológicos y pastorales de estas
materias. Pido de manera particular a nuestras Departamentos de
Evangelización y Catequesis; Matrimonio y Vida Familiar; Escuelas Católicas;
Ministerios con Jóvenes, Adultos Jóvenes y Universitarios;; y Rito
de Iniciación Cristiana para Adultos, desarrollar maneras concretas
para presentar mejor a nuestra gente la enseñanza de la Iglesia sobre
el amor matrimonial, así como requerir mayor instrucción sobre la
planificación familiar natural como parte de todo programa de
preparación matrimonial en la arquidiócesis.
21.
Dos aspectos finales. Primero: el tema de la anticoncepción no es
periférico, sino central y serio en el caminar de un católico con
Dios. Si se realiza con conciencia y libertad, la anticoncepción
es un pecado grave, porque distorsiona la esencia del matrimonio: el
amor de auto-donación (self-giving) que, por su misma
naturaleza, es dador de vida (life-giving). Quiebra lo que Dios
ha creado para ser uno: el sentido personal unitivo del sexo (amor) y
el sentido de donación de vida del sexo (procreación). Muy aparte
del costo a cada pareja, la anticoncepción ha infligido también un
daño masivo a la sociedad: al forzar inicialmente una cuña entre el
amor y la procreación de hijos, y luego entre sexo (esto es, sexo en
sentido de diversión, sin un compromiso permanente) y amor. Sin
embargo —y este es mi segundo punto— la enseñanza de la verdad
deber ser siempre hecha con paciencia y compasión, lo mismo que
con firmeza. La sociedad americana parece oscilar particularmente
entre el puritanismo y el libertinaje. Las dos generaciones —la mía
y la de mis profesores— que en su momento encabezaron en este país
la oposición a la encíclica de Pablo VI, son generaciones aún
reaccionando contra el rigorismo del catolicismo norteamericano de los
cincuentas. Ese rigorismo, en buena parte producto de una cultura y no
de una doctrina, ha sido demolido hace ya mucho tiempo. Pero el hábito
del escepticismo permanece. Al llegar a estas personas, es nuestra
tarea devolver su desconfianza a donde pertenece: hacia las mentiras
que el mundo dice sobre el sentido de la sexualidad humana, y las
patologías que esas mentiras esconden.
22.
Finalizando, enfrentamos una oportunidad que sólo viene una vez en
muchas décadas. Esta semana hace treinta años, Pablo VI dijo la
verdad sobre el amor conyugal. Al hacerlo, se inició una pugna al
interior de la Iglesia que continúa marcando hasta hoy la vida católica
norteamericana. La oposición selectiva a la Humanae Vitae
pronto desencadenó una gran oposición a la autoridad de la Iglesia y
ataques a la credibilidad de la Iglesia misma. La ironía es que la
gente que dejó la enseñanza de la Iglesia descubrió pronto que había
trastornado su propia habilidad para transmitir algo a sus hijos. El
resultado es que la Iglesia debe ahora evangelizar un mundo de los
hijos de sus hijos, adolescentes y jóvenes adultos criados en
una confusión moral, muchas veces inconscientes de su propia herencia
moral, hambrientos de sentido, comunidad y amor verdadero. Por todos
sus retos, este es un tremendo nuevo momento de posibilidades para la
Iglesia, y la buena nueva es que la Iglesia hoy, como en toda época,
tiene las respuestas para colmar el vacío que hay en sus corazones
por hambre de Dios. Por eso, mi plegaria es sencilla: Que el Señor
nos conceda la sabiduría para reconocer el gran tesoro que
reside en nuestra enseñanza sobre el amor matrimonial y la sexualidad
humana, la fe, la alegría y la perseverancia para vivir todo
ello en nuestras propias familias, y la valentía que tuvo
Pablo VI para predicarlo nuevamente.
+ Charles J. Chaput, O.F.M.
Cap.
Arzobispo de
Denver
22 de Julio de 1998