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SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
LOS SÍMBOLOS DE LA FE
185 Quien dice "Yo creo", dice "Yo me adhiero a
lo que nosotros creemos". La comunión en la fe necesita un
lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la
misma confesión de fe.
186 Desde su origen, la Iglesia apostólica
expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas para
todos (cf. Rom 10,9; 1 Cor 15,3-5; etc.). Pero muy pronto, la Iglesia
quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y
articulados destinados obre todo a los candidatos al bautismo:
Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las
opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha s ido recogido
lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la
única enseñanza de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un
grano muy pequeño gran número de ramas, de igual modo este resumen
de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la
verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento (S.
Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 5,12).
187 Se llama a estas síntesis de la fe
"profesiones de fe" porque resumen la fe que profesan los cristianos.
Se les llama "Credo" por razón de que en ellas la primera palabra es
normalmente : "Creo". Se les denomina igualmente "símbolos de la fe".
188 La palabra griego "symbolon" significaba la
mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaban
como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas
para verificar la identidad del portador. El "símbolo de la fe" es,
pues, un signo de identificación y de comunión entre los creyentes. "Symbolon"
significa también recopilación, colección o sumario. El "símbolo de la
fe" es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el
hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la
catequesis.
189 La primera "profesión de fe" se hace en el
Bautismo. El "símbolo de la fe" es ante todo el símbolo bautismal.
Puesto que el Bautismo es dado "en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo" (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el
Bautismo son articuladas según su referencia a las tres personas de la
Santísima Trinidad.
190 El Símbolo se divide, por tanto, en tres
partes: "primero habla de la primera Persona divina y de la obra
admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona divina
y del Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la
tercera Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación" (Catech.
R. 1,1,3). Son "los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)" (S.
Ireneo, dem. 100).
191 "Estas tres partes son distintas aunque
están ligadas entre sí. Según una comparación empleada con frecuencia
por los Padres, las llamamos artículos. De igual modo, en
efecto, que en nuestros miembros hay ciertas articulaciones que los
distinguen y los separan, así también, en esta profesión de fe, se ha
dado con propiedad y razón el nombre de artículos a las verdades que
debemos creer en particular y de una manera distinta" (Catch.R.
1,1,4). Según una antigua tradición, atestiguada ya por S. Ambrosio,
se acostumbra a enumerar doce artículos del Credo, simbolizando con el
número de los doce apóstoles el conjunto de la fe apostólica (cf.symb.
8).
192 A lo largo de los siglos, en respuesta a
las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las
profesiones o símbolos de la fe: los símbolos de las diferentes
Iglesias apostólicas y antiguas (cf. DS 1-64), el Símbolo "Quicumque",
llamado de S. Atanasio (cf. DS 75-76), las profesiones de fe de
ciertos Concilios (Toledo: DS 525-541; Letrán: DS 800-802; Lyon: DS
851-861; Trento: DS 1862-1870) o de ciertos Papas, como la "fides
Damasi" (cf. DS 71-72) o el "Credo del Pueblo de Dios" (SPF) de Pablo
VI (1968).
193 Ninguno de los símbolos de las diferentes
etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e
inútil. Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a
través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho.
Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar
muy particular en la vida de la Iglesia:
194 El Símbolo de los Apóstoles, llamado
así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe
de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de
Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: "Es el símbolo que
guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los
apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común" (S. Ambrosio, symb.
7).
195 El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla
debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros
Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo
común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
196 Nuestra exposición de la fe seguirá el
Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por así decirlo, "el más
antiguo catecismo romano". No obstante, la exposición será completada
con referencias constantes al Símbolo de Nicea-Constantinopla,
que con frecuencia es más explícito y más detallado.
197 Como en el día de nuestro Bautismo, cuando
toda nuestra vida fue confiada "a la regla de doctrina" (Rom 6,17),
acogemos el Símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe
el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la
fe y en el seno de la cual creemos:
Este Símbolo es el sello espiritual, es la
meditación de nuestro corazón y el guardián siempre presente, es,
con toda certeza, el tesoro de nuestra alma (S. Ambrosio, symb. 1).
CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
198 Nuestra profesión de fe comienza por Dios,
porque Dios es "el Primero y el Ultimo" (Is 44,6), el Principio y el
Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre
es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro Símbolo
se inicia con la creación del Cielo y de la tierra, ya que la creación
es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.
ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
Párrafo 1
CREO EN DIOS
199 "Creo en
Dios": Esta primera afirmación de la profesión de fe es también la más
fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla también del
hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios. Todos los artículos
del Credo dependen del primero, así como los mandamientos son
explicitaciones del primero. Los demás artículos nos hacen conocer
mejor a Dios tal como se reveló progresivamente a los hombres. "Los
fieles hacen primero profesión de creer en Dios" (Catech.R. 1,2,2).
I «Creo en un
solo Dios»
200 Con estas palabras comienza el Símbolo
de Nicea-Constantinopla. La confesión de la unicidad de Dios, que
tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es
inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo
también fundamental. Dios es Unico: no hay más que un solo Dios: "La
fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por
substancia y por esencia" (Catech.R., 1,2,2).
201 A Israel, su elegido, Dios se reveló
como el Unico: "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu fuerza" (Dt 6,4-5). Por los profetas, Dios llama a Israel
y a todas las naciones a volverse a él, el Unico: "Volveos a mí y
seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no
existe ningún otro...ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua
jurará diciendo: ¡Sólo en Dios hay victoria y fuerza!" (Is 45,22-24;
cf. Flp 2,10-11).
202 Jesús mismo confirma que Dios es "el
único Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el
alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30). Deja
al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf. Mc 12,35-37).
Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana. Esto no
es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en el Espíritu Santo,
"que es Señor y dador de vida", no introduce ninguna división en el
Dios único:
Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que
hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible,
todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres
Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza
absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).
II Dios
revela su nombre
203 A su pueblo Israel Dios se reveló
dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la
identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre.
No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los
otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose
accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado
personalmente.
204 Dios se reveló progresivamente y bajo
diversos nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino,
hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral del
Exodo y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación
fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.
El Dios vivo
205 Dios llama a Moisés desde una zarza que
arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: "Yo soy el Dios de tus
padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Ex
3,6). Dios es el Dios de los padres. El que había llamado y guiado a
los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo que
se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus
descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y
del tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su
Omnipotencia para este designio.
"Yo soy el que soy"
Moisés dijo a Dios: Si voy a los hijos de Israel
y les digo: `El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros';
cuando me pregunten: `¿Cuál es su nombre?', ¿qué les responderé?"
Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy". Y añadió: "Así dirás a los
hijos de Israel: `Yo soy' me ha enviado a vosotros"...Este es ni
nombre para siempre, por él seré invocado de generación en
generación" (Ex 3,13-15).
206 Al revelar su nombre misterioso de YHWH,
"Yo soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo
soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este
Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un
Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por
esto mismo expresa mejor a Dios como lo que él es, infinitamente por
encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios
escondido" (Is 45,15), su nombre es inefable (cf. Jc 13,18), y es el
Dios que se acerca a los hombres.
207 Al revelar su nombre, Dios revela, al
mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera
para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Ex 3,6) como para el
porvenir ("Yo estaré contigo", Ex 3,12). Dios que revela su nombre
como "Yo soy" se revela como el Dios que está siempre allí, presente
junto a su pueblo para salvarlo.
208 Ante la presencia atrayente y misteriosa
de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente,
Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6)
delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces
santo, Isaías exclama: "¡ Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un
hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús
realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre
que se descubre pecador delante de él: "No ejecutaré el ardor de mi
cólera...porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os
11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra
conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia,
pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn
3,19-20).
209 Por respeto a su santidad el pueblo de
Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada
Escritura, el Nombre revelado es sustituido por el título divino
"Señor" ("Adonai", en griego "Kyrios"). Con este título será aclamada
la divinidad de Jesús: "Jesús es Señor".
"Dios misericordioso y clemente"
210 Tras el pecado de Israel, que se apartó
de Dios para adorar al becerro de oro (cf. Ex 32), Dios escucha la
intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel,
manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17). A Moisés, que pide ver su
gloria, Dios le responde: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad
(belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de YHWH" (Ex
33,18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: "YHWH, YHWH,
Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y
fidelidad" (Ex 34,5-6). Moisés confiesa entonces que el Señor es un
Dios que perdona (cf. Ex 34,9).
211 El Nombre Divino "Yo soy" o "El es"
expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado
de los hombres y del castigo que merece, "mantiene su amor por mil
generaciones" (Ex 34,7). Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef
2,4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para
librarnos del pecado, revelará que él mismo lleva el Nombre divino:
"Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo
soy" (Jn 8,28)
Solo Dios ES
212 En el transcurso de los siglos, la fe de
Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas contenidas en la
revelación del Nombre divino. Dios es único; fuera de él no hay dioses
(cf. Is 44,6). Dios transciende el mundo y la historia. El es quien ha
hecho el cielo y la tierra: "Ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos
como la ropa se desgastan...pero tú siempre el mismo, no tienen fin
tus años" (Sal 102,27-28). En él "no hay cambios ni sombras de
rotaciones" (St 1,17). El es "El que es", desde siempre y para siempre
y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y a sus promesas.
213 Por tanto, la revelación del Nombre
inefable "Yo soy el que soy" contiene la verdad que sólo Dios ES. En
este mismo sentido, ya la traducción de los Setenta y, siguiéndola, la
Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino: Dios es la
plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras
todas las criaturas han recibido de él todo su ser y su poseer. El
solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es.
III Dios,
"el que es", es verdad y amor
214 Dios, "El que es", se reveló a Israel
como el que es "rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Estos dos
términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino.
En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su
gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su
fidelidad, su verdad. "Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu
verdad" (Sal 138,2; cf. Sal 85,11). El es la Verdad, porque "Dios es
Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1,5); él es "Amor", como lo
enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8).
Dios es la Verdad
215 "Es verdad el principio de tu palabra,
por siempre, todos tus justos juicios" (Sal 119,160). "Ahora, mi Señor
Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad" (2 S 7,28); por eso las
promesas de Dios se realizan siempre (cf. Dt 7,9). Dios es la Verdad
misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede
entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra
de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del
hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra
de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.
216 La verdad de Dios es su sabiduría que
rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo ( cf.Sb
13,1-9). Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal
115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas
las cosas creadas en su relación con El (cf. Sb 7,17-21).
217 Dios es también verdadero cuando se
revela: La enseñanza que viene de Dios es "una doctrina de verdad" (Ml
2,6). Cuando envíe su Hijo al mundo, será para "dar testimonio de la
Verdad" (Jn 18,37): "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha
dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero" (1 Jn 5,20; cf. Jn
17,3).
Dios es Amor
218 A lo largo de su historia, Israel pudo
descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo
entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt
4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que
también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de
perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).
219 El amor de Dios a Israel es comparado al
amor de un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor es más fuerte que el
amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su Pueblo
más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso
las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más
precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16).
220 El amor de Dios es "eterno" (Is 54,8).
"Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor
de tu lado no se apartará" (Is 54,10). "Con amor eterno te he amado:
por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31,3).
221 Pero S. Juan irá todavía más lejos al
afirmar: "Dios es Amor" (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor.
Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu
de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef
3,9-12); él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y
Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.
IV Consecuencias
de la fe en el Dios único
222 Creer en Dios, el Unico, y amarlo con
todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda nuestra vida:
223 Es reconocer la grandeza y la
majestad de Dios: "Sí, Dios es tan grande que supera nuestra
ciencia" (Jb 36,26). Por esto Dios debe ser "el primer servido" (Santa
Juana de Arco).
224 Es vivir en acción de gracias: Si
Dios es el Unico, todo lo que somos y todo lo que poseemos vienen de
él: "¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co 4,7). "¿Cómo pagaré al
Señor todo el bien que me ha hecho?" (Sal 116,12).
225 Es reconocer la unidad y la verdadera
dignidad de todos los hombres: Todos han sido hechos "a imagen y
semejanza de Dios" (Gn 1,26).
226 Es usar bien de las cosas creadas:
La fe en Dios, el Unico, nos lleva a usar de todo lo que no es él en
la medida en que nos acerca a él, y a separarnos de ello en la medida
en que nos aparta de Él (cf. Mt 5,29-30; 16, 24; 19,23-24):
Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me
aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti.
Señor mío y Dios mío, despójame de mi mismo para darme todo a ti (S.
Nicolás de Flüe, oración).
227 Es confiar en Dios en todas las
circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa
Teresa de Jesús lo expresa admirablemente:
Nada te turbe / Nada te espante
Todo se pasa / Dios no se muda
La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene
Nada le falta / Sólo Dios basta. (poes. 30)
Resumen
228 "Escucha, Israel, el Señor nuestro
Dios es el Unico Señor..." (Dt 6,4; Mc 12,29). "Es absolutamente
necesario que el Ser supremo sea único, es decir, sin igual...Si Dios
no es único, no es Dios" (Tertuliano, Marc. 1,3).
229 La fe en Dios nos mueve a volvernos
solo a El como a nuestro primer origen y nuestro fin último;, y a no
preferirle a nada ni sustituirle con nada.
230 Dios al revelarse sigue siendo
Misterio inefable: "Si lo comprendieras, no sería Dios" (S. Agustín,
serm. 52,6,16).
231 El Dios de nuestra fe se ha revelado
como El que es; se ha dado a conocer como "rico en amor y
fidelidad" (Ex 34,6). Su Ser mismo es Verdad y Amor.
Párrafo 2
EL PADRE
I "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
232 Los cristianos
son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les
pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides
omnium christianorum in Trinitate consistit" ("La fe de todos los
cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés,
symb.).
233 Los cristianos
son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa
Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre
todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima
Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el
misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de
Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de
la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y
esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la
historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y
los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados
por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
235 En este
párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio
de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las
misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su
"designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de
la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia",
designando con el primer término el misterio de la vida íntima del
Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se
revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la "Theologia";
pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la "Oikonomia".
Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el
misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras.
Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se
muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona,
mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es
un misterio de fe en sentido estricto, uno de los "misterios
escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados
desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado
huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación
a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como
Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e
incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y
el envío del Espíritu Santo.
II La revelación de
Dios como Trinidad
El Padre revelado por
el Hijo
238 La invocación
de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es
con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los
hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo
(Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza
y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado
también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente
"el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo
su protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a
Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica
principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y
autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud
amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser
expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13;
Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la
intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así
de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los
primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia
dice también que los padres humanos son falibles y que pueden
desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene
recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los
sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la
paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su
origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es
Dios.
240 Jesús ha
revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en
cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único,
el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce
al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los
apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba
junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios
invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta
de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de
ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año
325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es
"consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo
concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó
esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo
Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de
luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado,
consubstancial al Padre" (DS 150).
El Padre y el Hijo
revelados por el Espíritu
243 Antes de su
Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el
Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por
los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a
los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn
14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El
Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a
Jesús y al Padre.
244 El origen
eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo
es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre
del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al
Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del
Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en
plenitud el misterio de la Santa Trinidad.
245 La fe
apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio
ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La
Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la
divinidad" (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen
eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El
Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno
e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la
misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del
Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo
XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año
381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria" (DS 150).
246 La tradición
latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del
Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438,
explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del
Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro
como de un solo Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo
que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al
engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del
Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su
Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación
del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en
Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y
alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el
año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el
año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de
esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia
latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en
el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye,
todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición
oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del
Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como
"salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que este
procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental
expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el
Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque).
Lo dice "de manera legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS
1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión
consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu
en tanto que "principio sin principio" (DS 1331), pero también que, en
cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él "el único principio de que
procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta
legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la
identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III La
Santísima Trinidad en la doctrina de la fe
La formación del dogma
trinitario
249 La verdad
revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz
de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo.
Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la
predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas
formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este
saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo
sean con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los
primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe
trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como
para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra
de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los
Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo
cristiano.
251 Para la
formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una
terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia",
"persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía
la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo,
sorprendente, a estos términos destinados también a significar en
adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que
podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia"
(traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para
designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o
"hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su
distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho
de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos
tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad
consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas
divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas
es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo
mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu
Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año
675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es
decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de
Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las personas divinas son realmente
distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides
Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente
nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente
distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el
Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el
Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por
sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien
es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV,
año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas
a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no
divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las
refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el
Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo
lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas
considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o
substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es
uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de
Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está
todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el
Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el
Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S.
Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen
de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual
vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos
los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión
de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy.
Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de
ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os
doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y
contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción
de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado
inferior que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres
infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo
entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No he comenzado a
pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor.
No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee
de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
IV Las obras
divinas y las misiones trinitarias
257 "O lux beata Trinitas et principalis
Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH,
himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin
ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere
comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el
"designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del
mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él"
(Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29)
gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es
una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido
inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la
creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en
las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión
de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de
las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que
tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma
operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino
un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo,
cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6):
"uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el
Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu
Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421).
Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del
don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las
personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez
común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y
su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada
una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da
gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue
a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu
lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es
la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada
Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser
habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor-
guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él" (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme
enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible
como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar
mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto
me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi
alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo.
Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada
sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel de la
Trinidad)
Resumen
261 El misterio de la Santísima Trinidad es
el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede
dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela
que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre,
es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado
por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto
al Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único.
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede del Padre en
cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre
y del Hijo en comunión" (S. Agustín, Trin. 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar
en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad
de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF
9).
266 "La fe católica es esta: que veneremos
un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las
personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre,
otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria,
coeterna la majestad" (Symbolum "Quicumque").
267 Las personas divinas, inseparables en lo
su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única
operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la
Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del
Hijo y del don del Espíritu Santo.
Párrafo 3
EL TODOPODEROSO
268 De todos los
atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el
Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos
que es esa omnipotencia universal, porque Dios, que ha creado
todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige todo y lo puede todo; es amorosa,
porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9); es misteriosa,
porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta en la
debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1 Co 1,18).
"Todo lo que El quiere,
lo hace" (Sal 115,3)
269 Las Sagradas
Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios.
Es llamado "el Poderoso de Jacob" (Gn 49,24; Is 1,24, etc.), "el Señor
de los ejércitos", "el Fuerte, el Valeroso" (Sal 24,8-10). Si Dios es
Todopoderoso "en el cielo y en la tierra" (Sal 135,6), es porque él
los ha hecho. Por tanto, nada ale es imposible (cf. Jr 32,17; Lc 1,37)
y dispone a su voluntad de su obra (cf. Jr 27,5); es el Señor del
universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente
sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los
corazones y los acontecimientos según su voluntad (cf. Est 4,17b; Pr
21,1; Tb 13,2): "El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano.
¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?" (Sb 11,21).
"Te compadeces de todos
porque lo puedes todo" (Sb 11,23)
270 Dios es el Padre todopoderoso. Su
paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su
omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades
(cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo seré para
vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor
todopoderoso": 2 Co 6,18); finalmente, por su misericordia infinita,
pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los
pecados.
271 La omnipotencia divina no es en modo alguno
arbitraria: "En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la
inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte
que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa
voluntad de Dios o en su sabia inteligencia" (S. Tomás de A., s.th.
1,25,5, ad 1).
El misterio de la aparente impotencia de Dios
272 La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser
puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces
Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien,
Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa
en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por
los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de
Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la
sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la
fuerza de los hombres" (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la
exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su
fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con
nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
273 Sólo la fe puede adherir a las vías
misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus
debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co
12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo:
ella creyó que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo
proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho en mi favor
maravillas, Santo es su nombre" (Lc1,49).
274 "Nada es, pues, más propio para afianzar
nuestra Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente
arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque
todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más
grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima
de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra
razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente
y sin vacilación alguna" (Catech. R. 1,2,13).
Resumen
275 Con Job, el justo, confesamos: "Sé que
eres Todopoderoso: lo que piensas, lo puedes realizar" (Job 42,2).
276 Fiel al testimonio de la Escritura, la
Iglesia dirige con frecuencia su oración al "Dios todopoderoso y
eterno" ("omnipotens sempiterne Deus..."), creyendo firmemente que
"nada es imposible para Dios" (Gn 18,14; Lc 1,37; Mt 19,26).
277 Dios manifiesta su omnipotencia
convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad
por la gracia ("Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et
miserando manifestas..." -"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu
poder con el perdón y la misericordia..."- : MR, colecta del Dom XXVI).
278 De no ser por nuestra fe en que el amor
de Dios es todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear,
el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?
Párrafo 4
EL CREADOR
279 "En el
principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con estas
palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe
las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como "el Creador del
cielo y de la tierra", "del universo visible e invisible". Hablaremos,
pues, primero del Creador, luego de su creación, finalmente de la
caída del pecado de la que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a
levantarnos.
280 La creación es
el fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el
comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51), que culmina en
Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre
el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, "al
principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1): desde el
principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo (cf.
Rom 8,18-23).
281 Por esto, las
lecturas de la Noche Pascual, celebración de la creación nueva en
Cristo, comienzan con el relato de la creación; de igual modo, en la
liturgia bizantina, el relato de la creación constituye siempre la
primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas del Señor.
Según el testimonio de los antiguos, la instrucción de los catecúmenos
para el bautismo sigue el mismo camino (cf. Aeteria, pereg. 46; S.
Agustín, catech. 3,5).
I La catequesis sobre la
Creación
282 La catequesis
sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la
respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de
todos los tiempos se han formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde
vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde
viene y a dónde va todo lo que existe?" Las dos cuestiones, la del
origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y
la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.
283 La cuestión
sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas
investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente
nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el
devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos
descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a
darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría
que da a los sabios e investigadores. Con Salomón, estos pueden decir:
"Fue él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe,
quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de
los elementos...porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo
enseñó" (Sb 7,17-21).
284 El gran interés
que despiertan a estas investigaciones está fuertemente estimulado por
una cuestión de otro orden, y que supera el dominio propio de las
ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido
materialmente el cosmos, ni cuando apareció el hombre, sino más bien
de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por
el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser
transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo
procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el
mal? ¿de dónde viene? ¿quién es responsable de él? ¿dónde está la
posibilidad de liberarse del mal?
285 Desde sus
comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas
distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las
religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes
a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el
mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios
(panteísmo); otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria
de Dios, que brota de esta fuente y retorna a ella ; otros han
afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el Bien y el
Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo,
maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos
el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto que
se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha
sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez
hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no
aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino que ven en él el
puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo).
Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y de la
universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es
inherente al hombre.
286 La inteligencia
humana puede ciertamente encontrar ya una respuesta a la cuestión de
los orígenes. En efecto, la existencia de Dios Creador puede ser
conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana
(DS: 3026), aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y
desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a
esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad: "Por la
fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de
manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3).
287 La verdad en la
creación es tan importante para toda la vida humana que Dios, en su
ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que es saludable conocer a
este respecto. Más allá del conocimiento natural que todo hombre puede
tener del Creador (cf. Hch 17,24-29; Rom 1,19-20), Dios reveló
progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a
los patriarcas, el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al escoger
a Israel, lo creó y formó (cf. Is 43,1), se revela como aquel a quien
pertenecen todos los pueblos de la tierra y la tierra entera, como el
único Dios que "hizo el cielo y la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3).
288 Así, la
revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la
realización de la Alianza del Dios único, con su Pueblo. La creación
es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y
universal testimonio del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr
33,19-26). Por eso, la verdad de la creación se expresa con un vigor
creciente en el mensaje de los profetas (cf. Is 44,24), en la oración
de los salmos (cf. Sal 104) y de la liturgia, en la reflexión de la
sabiduría (cf. Pr 8,22-31) del Pueblo elegido.
289 Entre todas las
palabras de la Sagrada Escritura sobre la creación, los tres primeros
capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto de vista
literario, estos textos pueden tener diversas fuentes. Los autores
inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte que
expresa, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su
origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación
del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la
salvación. Leídas a la luz e Cristo, en la unidad de la Sagrada
Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen
siendo la fuente principal para la catequesis de los Misterios del
"comienzo": creación, caída, promesa de la salvación.
II La
Creación: obra de la Santísima Trinidad
290 "En el
principio, Dios creó el cielo y la tierra": tres cosas se afirman en
estas primeras palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado
principio a todo lo que existe fuera de él. El solo es creador (el
verbo "crear" -en hebreo "bara"-tiene siempre por sujeto a Dios). La
totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula "el cielo y la
tierra") depende de aquel que le da el ser.
291 "En el
principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios...Todo fue hecho por
él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela
que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron
creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra...todo fue
creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo
tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia
afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador
de vida" (Símbolo de Nicea-Constantinopla), "el Espíritu Creador" ("Veni,
Creator Spiritus"), la "Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina,
tropario de vísperas de Pentecostés).
292 La acción
creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento (cf.
Sal 33,6;104,30; Gn 1,2-3), revelada en la Nueva Alianza,
inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la
regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un Dios...: es el Padre, es
Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las
cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría"
(S. Ireneo, haer. 2,30,9), "por el Hijo y el Espíritu", que son como
"sus manos" (ibid., 4,20,1). La creación es la obra común de la
Santísima Trinidad.
III “El
mundo ha sido creado para la gloria de Dios”
293 Es una verdad
fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de
celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios" (Cc.
Vaticano I: DS 3025). Dios ha creado todas las cosas, explica S.
Buenaventura, "non propter gloriam augendam, sed propter gloriam
manifestandam et propter gloriam suam communicandam" ("no para
aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla") (sent.
2,1,2,2,1). Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y
su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt" ("Abierta
su mano con la llave del amor surgieron las criaturas") (S. Tomás de
A. sent. 2, prol.) Y el Concilio Vaticano I explica:
En su bondad y por su
fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para
adquirir su perfección, sino para manifestarla por los bienes que
otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en su libérrimo
designio , en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez una y
otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).
294 La gloria de
Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación
de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de
nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la
vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por
la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra,
cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a
los que ven a Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,7). El fin último de la
creación es que Dios , "Creador de todos los seres, se hace por fin
`todo en todas las cosas' (1 Co 15,28), procurando al mismo tiempo su
gloria y nuestra felicidad" (AG 2).
IV El misterio de la Creación
Dios crea por sabiduría
y por amor
295 Creemos que
Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es
producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar.
Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer
participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad:
"Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no
existía fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor!
Todas las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24 "Bueno es el Señor para
con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9).
Dios crea “de la nada”
296 Creemos que Dios no necesita nada
preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf. Cc. Vaticano I: DS
3022). La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia
divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente " de
la nada" (DS 800; 3025):
¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera
sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano,
cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras
que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada
para hacer todo lo que quiere (S. Teófilo de Antioquía, Autol. 2,4).
297 La fe en la creación "de la nada" está
atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de
esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al
martirio:
Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui
yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los
elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló
al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas,
os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no
miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes...Te ruego, hijo,
que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos,
sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género
humano ha llegado así a la existencia (2 M 7,22-23.28).
298 Puesto que Dios puede crear de la nada,
puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores
creando en ellos un corazón puro (cf. Sal 51,12), y la vida del cuerpo
a los difuntos mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos
y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto
que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf.
Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf. 2
Co 4,6).
Dios crea un mundo ordenado y bueno
299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación
está ordenada: "Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb
11,20). Creada en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible"
(Col 1,15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de
Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una relación personal con Dios. Nuestra
inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede
entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19,2-5),
ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de
respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad
divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era
bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es
querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que
le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas
ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo
material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002).
Dios transciende la creación y está presente en
ella
300 Dios es infinitamente más grande que todas
sus obras (cf. Si 43,28): "Su majestad es más alta que los cielos"
(Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida" (Sal 145,3). Pero porque es
el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está
presente en lo más íntimo de sus criaturas: "En el vivimos, nos
movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras de S. Agustín,
Dios es "superior summo meo et interior intimo meo" ("Dios está por
encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi
intimidad") (conf. 3,6,11).
Dios mantiene y conduce la creación
301 Realizada la creación, Dios no abandona su
criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la
mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su
término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador
es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste
aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo
podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría
si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es
tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).
V Dios
realiza su designio: La divina Providencia
302 La creación tiene su bondad y su perfección
propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador.
Fue creada "en estado de vía" ("In statu viae") hacia una perfección
última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina
providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su
creación hacia esta perfección:
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo
que creó, "alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y
disponiéndolo todo con dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo
y patente a sus ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de
las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime:
la solicitud de la divina providencia es concreta e
inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta
los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas
Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el
curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la
tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se
dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede
abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero
sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor
principal de la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios
acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es "una manera de
hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de
Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10,
5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza
en El. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf
Sal 22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la
providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas
necesidades de sus hijos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué
vamos a comer? ¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial
que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su
justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31-33;
cf 10, 29-31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es el Señor soberano de su designio.
Pero para su realización se sirve también del concurso de las
criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y
bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus
criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí
mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a
la realización de su designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder
participar libremente en su providencia confiándoles la
responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28).
Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para
completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su
bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo
inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el
plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por
sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente
"colaboradores de Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col
4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios
Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera
que opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en
vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1
Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura,
la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de
Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el
Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella
alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15,
5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del
mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué
existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan
dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El
conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta:
la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de
Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la
Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la
congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la
llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a
aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un
misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del
mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del
mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan
perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder
Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s.
th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios
quiso libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección
última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la
aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más
perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la
naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico
existe también el mal físico, mientras la creación no haya
alcanzado su perfección (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas
inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por
elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De
hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo,
incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna
manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf S.
Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1-2, 79, 1). Sin
embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y,
misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente
bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si
El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un
bien del mismo mal (S. Agustín, enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que
Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las
consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No
fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis
acá, sino Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo
pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso" (Gn 45,
8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 Vg.). Del mayor mal moral que ha sido
cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por
los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su
gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de
Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se
convierte en un bien.
313 "Todo coopera al bien de los que aman a
Dios" (Rm 8, 28). E1 testimonio de los santos no cesa de confirmar
esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se
escandalizan y se rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del
amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace
nada que no sea con este fin" (dial.4, 138).
Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio,
consuela a su hija: "Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo
lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo
mejor" (carta).
Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la
gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y
creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien..."
"Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well"
(rev.32).
314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del
mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con
frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro
conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13,
12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales,
incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá
conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2,
2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
Resumen
315 En la creación del mundo y del hombre,
Dios ofreció el primero y universal testimonio de su amor todopoderoso
y de su sabiduría, el primer anuncio de su "designio benevolente" que
encuentra su fin en la nueva creación en Cristo.
316 Aunque la obra de la creación se
atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e
indivisible de la creación.
317 Sólo Dios ha creado el universo,
libremente, sin ninguna ayuda.
318 Ninguna criatura tiene el poder Infinito
que es necesario para "crear" en el sentido propio de la palabra, es
decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno
(llamar a la existencia de la nada) (cf DS 3624).
319 Dios creó el mundo para manifestar y
comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas
consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.
320 Dios, que ha creado el universo, lo
mantiene en la existencia por su Verbo, "el Hijo que sostiene todo con
su palabra poderosa" (Hb 1, 3) y por su Espirita Creador que da la
vida.
321 La divina providencia consiste en las
disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las
criaturas hasta su fin último.
322 Cristo nos invita al abandono filial en
la providencia de nuestro Padre celestial (cf Mt 6, 26-34) y el
apóstol S. Pedro insiste: "Confiadle todas vuestras preocupaciones
pues él cuida de vosotros" (I P 5, 7; cf Sal 55, 23).
323 La providencia divina actúa también por
la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede
cooperar libremente en sus designios.
324 La permisión divina del mal físico y del
mal moral es misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo,
muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que
Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo,
por caminos que nosotros sólo coneceremos plenamente en la vida
eterna.
Parrafo 5
EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles profesa que
Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo de Nicea-Constantinopla
explicita: "...de todo lo visible y lo invisible".
326 En la Sagrada Escritura, la expresión
"cielo y tierra" significa: todo lo que existe, la creación entera.
Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez
une y distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los
hombres (cf Sal 115, 16). "E1 cielo" o "los cielos" puede designar el
firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el "lugar" propio de Dios:
"nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y
por consiguiente también el "cielo", que es la gloria escatológica.
Finalmente, la palabra "cielo" indica el "lugar" de las criaturas
espirituales -los ángeles- que rodean a Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio de
Letrán afirma que Dios, "al comienzo del tiempo, creó a la vez de la
nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la
angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las
dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (DS 800;
cf DS 3002 y SPF 8).
I Los ángeles
La existencia de los ángeles, una verdad de fe
328 La existencia de seres espirituales, no
corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es
una verdad de fe. E1 testimonio de la Escritura es tan claro como la
unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 S. Agustín dice respecto a ellos: "Angelus
officii nomen est, non naturae. Quaeris numen huins naturae, spiritus
est; quaeris officium, ángelus est: ex eo quad est, spiritus est, ex
eo quod agit, ángelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su
naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un
espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel") (Psal.
103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y
mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi
Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus
órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente
espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas
personales (cf Pío XII: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan
en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su
gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9-12).
Cristo "con todos sus ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de los
ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga
en su gloria acompañado de todos sus ángeles..." (Mt 25, 31). Le
pertenecen porque fueron creados por y para El: "Porque en él
fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los
Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1,
16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su
designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus
servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la
salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los
ángeles son llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia
de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa
salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el
paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a
Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn
22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53),
conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf
Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas
(cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el
ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús (cf Lc
1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida
del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los
ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice:
'adórenle todos los ángeles de Dios"' (Hb 1, 6). Su cántico de
alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la
alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la
infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el
desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc
22, 43), cuando E1 habría podido ser salvado por ellos de la mano de
sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10,
29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10)
anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la
Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda
venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos
estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25,
31 ; Lc 12, 8-9).
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se
beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5,
18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los
ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf MR, "Sanctus");
invoca su asistencia (así en el "In Paradisum deducant te angeli..."
("Al Paraíso te lleven los ángeles...") de la liturgia de difuntos, o
también en el "Himno querubínico" de la liturgia bizantina) y celebra
más particularmente la memoria de ciertos ángeles (S. Miguel, S.
Gabriel, S. Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a la
muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf
Sal 34, 8; 91, 1013) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb
12, 12). "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor
para conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra,
la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada
de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.
II El mundo visible
337 Dios mismo es quien ha creado el mundo
visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura
presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis
días "de trabajo" divino que terminan en el "reposo" del día séptimo (Gn
1, 1-2,4). El texto sagrado enseña, a propósito de la creación,
verdades reveladas por Dios para nuestra salvación (cf DV 11) que
permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su
valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36).
338 Nada existe que no deba su existencia a
Dios creador. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la
palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda
la historia humana están enraizados en este acontecimiento primordial:
es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha
comenzado (cf S. Agustín, Gen. Man. 1, 2, 4).
339 Toda criatura posee su bondad y su
perfección propias. Para cada una de las obras de los "seis días"
se dice: "Y vio Dios que era bueno". "Por la condición misma de la
creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad
propias y de un orden" (GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas
en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la
sabiduría y de la bondad Infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe
respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso
desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarrce
consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.
340 La interdependencia de las criaturas
es querida por Dios. E1 sol y la luna, el cedro y la florecilla, el
águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades
significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen
sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse
mutuamente.
341 La belleza del universo: el orden y
la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de
las relaciones que entre ellos existen. El hombre las descubre
progresivamente como leyes de la naturaleza que causan la admiración
de los sabios. La belleza de la creación refleja la Infinita belleza
del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia
del hombre y de su voluntad.
342 La jerarquía de las criaturas está
expresada por el orden de los "seis días", que va de lo menos perfecto
a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas (cf Sal 145, 9), cuida
de cada una, incluso de los pajarillos. Pero Jesús dice: "Vosotros
valéis más que muchos pajarillos" (Lc 12, 6-7), o también: "¡Cuánto
más vale un hombre que una oveja!" (Mt 12, 12).
343 El hombre es la cumbre de la obra de
la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la
creación del hombre y la de las otras criaturas (cf Gn 1, 26).
344 Existe una solidaridad entre todas las
criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que
todas están ordenadas a su gloria:
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano Sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Servidle con ternura y humilde corazón,
agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
(S. Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.)
345 El Sabbat, culminación de la obra de los
"seis días". El texto sagrado dice que "Dios concluyó en el
séptimo día la obra que había hecho" y que así "el cielo y la tierra
fueron acabados"; Dios, en el séptimo día, "descansó", santificó y
bendijo este día (Gn 2, 1-3). Estas palabras inspiradas son ricas en
enseñanzas salvíficas:
346 En la creación Dios puso un fundamento y
unas leyes que permanecen estables (cf Hb 4, 3-4), en los cuales el
creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y
garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr
31, 35-37, 33, 19-26). Por su parte el hombre deberá permanecer fiel a
este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la
creación.
347 La creación está hecha con miras al Sabbat
y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está
inscrito en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). "Operi Dei nihil
praeponatur" ("Nada se anteponga a la dedicación a Dios"), dice la
regla de S. Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones
humanas.
348 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de
Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la
voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.
349 El octavo día. Pero para nosotros ha
surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo
día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva
creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más
grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su
cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de
la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración después de la primera
lectura).
Resumen
350 Los ángeles son criaturas espirituales
que glorifican a Dios sin cesar y que sirven sus designios salvíficos
con las otras criaturas: "Ad omnia bona nostra cooperantur angeli"
("Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos") (S. Tomás de
A., s. th . 1, 114, 3, ad 3).
351 Los ángeles rodean a Cristo, su Señor.
Le sirven particularmente en el cumplimiento de su misión salvífica
para con los hombres.
352 La Iglesia venera a los ángeles que la
ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano.
353 Dios quiso la diversidad de sus
criaturas y la bondad peculiar de cada una, su interdependencia y su
orden. Destinó todas las criaturas materiales al bien del género
humano. El hombre, y toda la creación a través de él, está destinado a
la gloria de Dios.
354 Respetar las leyes inscritas en la
creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es
un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.
Párrafo 6
EL HOMBRE
355 "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen
de Dios lo creó, hombre y mujer los creó" (Gn 1,27). El hombre ocupa
un lugar único en la creación: "está hecho a imagen de Dios" (I); en
su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II);
es creado "hombre y mujer" (III); Dios lo estableció en la amistad con
él. (IV).
I "A
imagen de Dios"
356 De todas las criaturas visibles sólo el
hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (GS 12,3); es la
"única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS
24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el
amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la
razón fundamental de su dignidad:
¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que
establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que
no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura
en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo
creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno (S.
Catalina de Siena, Diálogo 4,13).
357 Por haber sido hecho a imagen de Dios, el
ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo,
sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente
y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia,
a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de
amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.
358 Dios creó todo para el hombre (cf. Gs 12,1;
24,3; 39,1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y
para ofrecerle toda la creación:
¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la
existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande
y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la
creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra
y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta
importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por
él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el
hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha (S. Juan
Crisóstomo, In Gen. Sermo 2,1).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo
se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22,1):
San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al
género humano, a saber, Adán y Cristo...El primer hombre, Adán, fue
un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel
primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con
la cual empezó a vivir... El segundo Adán es aquel que, cuando creó
al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su
naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había
formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en
realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este
último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el
primero, como él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el
último". (S. Pedro Crisólogo, serm. 117).
360 Debido a la comunidad de origen, el
género humano forma una unidad. Porque Dios "creó, de un solo
principio, todo el linaje humano" (Hch 17,26; cf. Tb 8,6):
Maravillosa visión que nos hace contemplar el género
humano en la unidad de su origen en Dios ...: en la unidad de su
naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y
de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su
misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos
bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para
sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural:
Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios
para alcanzar este fin; ... en la unidad de su rescate realizado
para todos por Cristo (Pío XII, Enc. "Summi Pontificatus" 3; cf. NA
1).
361 "Esta ley de solidaridad humana y de
caridad (ibid.), sin excluir la rica variedad de las personas, las
culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son
verdaderamente hermanos.
II “Corpore et
anima unus”
362 La persona humana, creada a imagen de Dios,
es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa
esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que "Dios formó
al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida
y resultó el hombre un ser viviente" (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en
su totalidad es querido por Dios.
363 A menudo, el término alma designa en
la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13)
o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también
lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de
más valor en él (cf. Mt 10,28; 2 M 6,30), aquello por lo que es
particularmente imagen de Dios: "alma" significa el principio
espiritual en el hombre.
364 El cuerpo del hombre participa de la
dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque
está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la
que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del
Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):
Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma
condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de
tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la
voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es
lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el
contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya
que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día (GS
14,1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan
profunda que se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf.
Cc. de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma
espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y
viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos
naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.
366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual
es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis,
1950: DS 3896; Pablo VI, SPF 8) -no es "producida" por los padres-, y
que es inmortal (cf. Cc. de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece
cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al
cuerpo en la resurrección final.
367 A veces se acostumbra a distinguir entre
alma y espíritu. Así S. Pablo ruega para que nuestro "ser entero, el
espíritu, el alma y el cuerpo" sea conservado sin mancha hasta la
venida del Señor (1 Ts 5,23). La Iglesia enseña que esta distinción no
introduce una dualidad en el alma (Cc. de Constantinopla IV, año 870:
DS 657). "Espíritu" significa que el hombre está ordenado desde su
creación a su fin sobrenatural (Cc. Vaticano I: DS 3005; cf. GS 22,5),
y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión con
Dios (cf. Pío XII, Humani generis, año 1950: DS 3891).
368 La tradición espiritual de la Iglesia
también presenta el corazón en su sentido bíblico de "lo más
profundo del ser" (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios
(cf. Dt 6,5; 29,3;Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5).
III “Hombre
y mujer los creó”
Igualdad y diferencia queridas por Dios
369 El hombre y la mujer son creados, es
decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta
igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser
respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una
realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una
dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su
creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma
dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer"
reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.
370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del
hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no
hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las "perfecciones" del
hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios:
las de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de un
padre y esposo (cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19).
“El uno para el otro”, “una unidad de dos”
371 Creados a la vez, el hombre y la
mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de
Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado.
"No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda
adecuada" (Gn 2,18). Ninguno de los animales es "ayuda adecuada" para
el hombre (Gn 2,19-20). La mujer, que Dios "forma" de la costilla del
hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una
exclamación de amor y de comunión: "Esta vez sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). El hombre descubre en la mujer
como un otro "yo", de la misma humanidad.
372 El hombre y la mujer están hechos "el uno
para el otro": no que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos";
los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede
ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto
personas ("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto
masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que,
formando "una sola carne" (Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana:
"Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1,28). Al
trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer,
como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del
Creador (cf. GS 50,1).
373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer
están llamados a "someter" la tierra (Gn 1,28) como "administradores"
de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y
destructor. A imagen del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb
11,24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la
Providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su
responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado
IV El hombre
en el Paraíso
374 El primer hombre fue no solamente creado
bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en
armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y
armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva
creación en Cristo.
375 La Iglesia, interpretando de manera
auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo
Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán
y Eva fueron constituidos en un estado "de sant idad y de justicia
original" (Cc. de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad
original era una "participación de la vida divina" (LG 2).
376 Por la irradiación de esta gracia, todas
las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras
permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf.
Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la
persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último,
la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el
estado llamado "justicia original".
377 El "dominio" del mundo que Dios había
concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro
del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y
ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf.
1 Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la
apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los
imperativos de la razón.
378 Signo de la familiaridad con Dios es el
hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para
cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso
(cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer
con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.
379 Toda esta armonía de la justicia original,
prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado
de nuestros primeros padres.
Resumen
380 "A imagen tuya creaste al hombre y le
encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su
Creador, dominara todo lo creado" (MR, Plegaria eucarística IV, 118).
381 El hombre es predestinado a reproducir
la imagen del Hijo de Dios hecho hombre -"imagen del Dios invisible"
(Col 1,15)-, para que Cristo sea el primogénito de una multitud de
hermanos y de hermanas (cf. Ef 1,3-6; Rm 8,29).
382 El hombre es "corpore et anima unus"
("una unidad de cuerpo y alma") (GS 14,1). La doctrina de la fe afirma
que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por
Dios.
383 "Dios no creó al hombre solo: en efecto,
desde el principio `los creó hombre y mujer' (Gn 1,27). Esta
asociación constituye la primera forma de comunión entre personas" (GS
12,4).
384 La revelación nos da a conocer el estado
de santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del
pecado: de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en
el paraíso.
Párrafo 7
LA CAÍDA
385 Dios es infinitamente bueno y todas sus
obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del
sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados
a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión
del mal moral. ¿De dónde viene el mal? "Quaerebam unde malum et non
erat exitus" ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución")
dice S. Agustín (conf. 7,7.11), y su propia búsqueda dolorosa sólo
encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio
de la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio
de la piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha
manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la
gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del
origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único
Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1 Jn 3,8).
I Donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia
La realidad del pecado
386 El pecado está presente en la historia del
hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad
otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es
preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre
con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es
desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a
Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la
historia.
387 La realidad del pecado, y más
particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz
de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios
no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación
de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una
debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una
estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del
designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un
abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que
puedan amarle y amarse mutuamente.
El pecado original: una verdad esencial de la fe
388 Con el desarrollo de la Revelación se va
iluminando también la realidad del pecado. Aunque el Pueblo de Dios
del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la condición humana a
la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía
alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta
a la luz de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo (cf. Rm
5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para
conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado
por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo
referente al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así
decirlo, "el reverso" de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de
todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es
ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la
revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de
Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El relato de la caída (Gn 3) utiliza un
lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial,
un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf.
GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la
historia humana está marcada por el pecado original libremente
cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc. de Trento: DS 1513; Pío
XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 Julio 1966).
II La caída de
los ángeles
391 Tras la elección desobediente de nuestros
primeros padr es se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn
3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La
Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído,
llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que
primero fue un ángel bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii
daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti
sunt mali" ("El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios
con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos") (Cc.
de Letrán IV, año 1215: DS 800).
392 La Escritura habla de un pecado de estos
ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos
espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a
Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las
palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses"
(Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre
de la mentira" (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su
elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que
hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay
arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay
arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (S. Juan
Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C).
394 La Escritura atestigua la influencia
nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn
8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre
(cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras
del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras
ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer
a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no es
infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser
espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación
del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios
y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de
naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física-en
cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina
providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y
del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran
misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene
Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28).
III El pecado
original
La prueba de la libertad
396 Dios creó al hombre a su imagen y lo
estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede
vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto
es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol
del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que comieres de
él, morirás" (Gn 2,17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal"
evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto
criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre
depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las
normas morales que regulan el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado por el diablo, dejó
morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y,
abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En
esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante,
todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en
su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió
a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo
elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado
de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre,
constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser
plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del
diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que
Dios y no según Dios" (S. Máximo Confesor, ambig.).
399 La Escritura muestra las consecuencias
dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden
inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen
miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa
imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban,
establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el
dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se
quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida
a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el
deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe;
la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn
3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la
servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia
explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17),
se realizará: el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn
3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad
(cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera
invasión de pec ado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín
en Abel (cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado (cf.
Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se
manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de
la Alianza y como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la
Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta,
entre los cristianos, de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La
Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la
presencia y la universalidad del pecado en la historia del
hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña coincide con
la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se
descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no
pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con
frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el
orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda
su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres
y con todas las cosas creadas (GS 13,1).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres están implicados en el
pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo
hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19): "Como por un
solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y
así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte,
el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el
delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así
también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos
una justificación que da la vida" (Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha
enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su
inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión
con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un
pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc.
de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el
Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no
han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el
pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán "sicut
unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único de un único hombre")
(S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano", todos
los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están
implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del
pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente.
Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y
la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza
humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal,
pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que
transmitirán en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS
1511-12). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la
humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana
privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado
original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado
"contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de
Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente
de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad
y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está
totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales,
sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e
inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada
"concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo,
borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal,
persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia sobre la
transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo
V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín contra
el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma
protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza
natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de
Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia de
la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores
protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba
radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los
orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la
tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería insuperable. La Iglesia
se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto
al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. DS
371-72) y en el Concilio de Trento, en el año 1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina sobre el pecado original
-vinculada a la de la Redención de Cristo- proporciona una mirada de
discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en
el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un
cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El
pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía
el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Cc. de Trento: DS
1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida,
inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la
educación, de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las
costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de
todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su
conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la
expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta
expresión se significa también la influencia negativa que ejercen
sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras
sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación dramática del mundo que
"todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace
de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend e
una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada
ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice
el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir
continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con
la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí
mismo (GS 37,2).
IV “No lo
abandonaste al poder de la muerte”
410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado
por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de
modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su
caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio",
por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate
entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un
descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un
anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su
"obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con
sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra
parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer
anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como
"nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se
benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no
cometió ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
412 Pero, ¿por qué Dios no impidió que el
primer hombre pecara? S. León Magno responde: "La gracia inefable
de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia
del demonio" (serm. 73,4). Y S. Tomás de Aquino: "Nada se opone a que
la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después de
pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de
ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5,20). Y el canto del Exultet: `¡Oh
feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'" (s.th. 3,1,3, ad
3).
Resumen
413 "No fue Dios quien hizo la muerte ni se
recrea en la destrucción de los vivientes...por envidia del diablo
entró la muerte en el mundo" (Sb 1,13; 2,24).
414 Satán o el diablo y los otros demonios
son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su
designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al
hombre en su rebelión contra Dios.
415 "Constituido por Dios en la justicia, el
hombre, sin em bargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad,
desde el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e
intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios" (GS 13,1).
416 Por su pecado, Adán, en cuanto primer
hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido
de Dios no solamente para él, sino para todos los humanos.
417 Adán y Eva transmitieron a su
descendencia la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada
por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta privación es
llamada "pecado original".
418 Como consecuencia del pecado original,
la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al
pecado (inclinación llamada "concupiscencia").
419 "Mantenemos, pues, siguiendo el concilio
de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la
naturaleza humana, `por propagación, no por imitación' y que `se halla
como propio en cada uno' " (Pablo VI, SPF 16).
420 La victoria sobre el pecado obtenida por
Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado:
"Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).
421 "El mundo que los fieles cristianos
creen creado y conservado por el amor del creador, colocado
ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo
crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del
Maligno..." (GS 2,2).
Continución