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PRÓLOGO
"PADRE, esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo"
(Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim
2,3-4). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el
que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de JESUS.
I.
La vida del hombre: conocer y amar a Dios
1
Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un
designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga
parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo
lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a
conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los
hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la
Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador
al llegar la plenitud de los tiempos. En él y por él, llama a los
hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por
tanto los herederos de su vida bienaventurada.
2 Para que esta llamada resuene
en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido,
dándoles el mandato de anunciar el evangelio: "Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta misión, los
apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor
con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban"
(Mc 16,20).
3 Quienes con la ayuda de Dios
han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a
ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar
por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de
los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los
fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en
generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y
celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch 2,42).
II Transmitir la fe: la
catequesis
4 Muy pronto se llamó
catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia
para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es
el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan
la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y
construir así el Cuerpo de Cristo (cf. Juan Pablo II, CT 1,2).
5 En un sentido más específico,
"globalmente, se puede considerar aquí que la catequesis es una
educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que
comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada
generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en
la plenitud de la vida cristiana" (CT 18).
6 Sin confundirse con ellos, la
catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la
misión pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que
preparan para la catequesis o que derivan de ella: primer anuncio del
Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe; búsqueda de
razones para creer; experiencia de vida cristiana: celebración de los
sacramentos; integración en la comunidad eclesial; testimonio
apostólico y misionero (cf. CT 18).
7 "La catequesis está unida
íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión
geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y más aún
su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de Dios
dependen esencialmente de ella" (CT 13).
8 Los periodos de renovación de
la Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la
gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos
consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es la
época de S. Cirilo de Jerusalén y de S. Juan Crisóstomo, de S.
Ambrosio y de S. Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras
catequéticas siguen siendo modelos.
9 El ministerio de la
catequesis saca energías siempre nuevas de los Concilios. El Concilio
de Trento constituye a este respecto un ejemplo digno de ser
destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus constituciones y
sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su
nombre y que constituye una obra de primer orden como resumen de la
doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la Iglesia una
organización notable de la catequesis; promovió, gracias a santos
obispos y teólogos como S. Pedro Canisio, S. Carlos Borromeo, S.
Toribio de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la publicación de
numerosos catecismos.
10 No es extraño, por ello,
que, en el dinamismo del Concilio Vaticano segundo (que el Papa Pablo
VI consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la
catequesis de la Iglesia haya atraído de nuevo la atención. El
"Directorio general de la catequesis" de 1971, las sesiones del Sínodo
de los Obispos consagradas a la evangelización (1974) y a la
catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas correspondientes, "Evangelii
nuntiandi" (1975) y "Catechesi tradendae" (1979), dan testimonio de
ello. La sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió
"que sea redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina
católica tanto sobre la fe como sobre la moral" (Relación final II B A
4). El santo Padre, Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el
Sínodo de los Obispos reconociendo que "responde totalmente a una
verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias
particulares" (Discurso del 7 de Diciembre de 1985). El Papa dispuso
todo lo necesario para que se realizara la petición de los padres
sinodales.
III Fin y
destinatarios de este Catecismo
11 Este catecismo tiene por fin
presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos
esenciales y fundamentales de la doctrina católica tanto sobre la fe
como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto
de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son la Sagrada
Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio de la
Iglesia. Está destinado a servir "como un punto de referencia para los
catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países"
(Sínodo de los Obispos 1985. Relación final II B A 4).
12 Este catecismo está destinado
principalmente a los responsables de la catequesis: en primer lugar a
los Obispos, en cuanto doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les
es ofrecido como instrumento en la realización de su tarea de enseñar
al Pueblo de Dios. A través de los obispos se dirige a los redactores
de catecismos, a los sacerdotes y a los catequistas. Será también de
útil lectura para todos los demás fieles cristianos.
IV La estructura de este
Catecismo
13 El plan de este catecismo se
inspira en la gran tradición de los catecismos los cuales articulan la
catequesis en torno a cuatro "pilares": la profesión de la fe
bautismal (el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida de fe (los
Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).
Primera parte: la profesión de la fe
14 Los que por la fe y el
Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de
los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el Catecismo expone
en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios se
dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a
Dios (Sección primera). El Símbolo de la fe resume los dones que Dios
hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como
Santificador y los articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro
Bautismo -la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y
Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en
la Santa Iglesia (Sección segunda).
Segunda parte: Los sacramentos de la
fe
15 La segunda parte del
catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una vez por
todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se hace presente en
las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia (Sección primera),
particularmente en los siete sacramentos (Sección segunda).
Tercera parte: La vida de fe
16 La tercera parte del
catecismo presenta el fin último del hombre, creado a imagen de Dios:
la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un
obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios
(Sección primera); mediante un obrar que realiza el doblemandamiento
de la caridad, desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Sección
segunda).
Cuarta parte: La oración en la vida
de la fe
17 La última parte del Catecismo
trata del sentido y la importancia de la oración en la vida de los
creyentes (Sección primera). Se cierra con un breve comentario de las
siete peticiones de la oración del Señor (Sección segunda). En ellas,
en efecto, encontramos la suma de los bienes que debemos esperar y que
nuestro Padre celestial quiere concedernos.
V
Indicaciones prácticas para el uso de este Catecismo
18 Este Catecismo está concebido
como una exposición orgánica de toda la fe católica. Es preciso, por
tanto, leerlo como una unidad. Numerosas referencias en el interior
del texto y el índice analítico al final del volumen permiten ver cada
tema en su vinculación con el conjunto de la fe.
19 Con frecuencia, los textos de
la Sagrada Escritura no son citados literalmente, sino indicando sólo
la referencia (mediante cf). Para una inteligencia más profunda
de esos pasajes, es preciso recurrir a los textos mismos. Estas
referencias bíblicas son un instrumento de trabajo para la catequesis.
20 Cuando, en ciertos pasajes,
se emplea letra pequeña, con ello se indica que se trata de
puntualizaciones de tipo histórico, apologético o de exposiciones
doctrinales complementarias.
21 Las citas, en letra
pequeña, de fuentes patrísticas, litúrgicas, magisteriales o
hagiográficas tienen como fin enriquecer la exposición doctrinal. Con
frecuencia estos textos han sido escogidos con miras a un uso
directamente catequético.
22 Al final de cada unidad
temática, una serie de textos breves resumen en fórmulas condensadas
lo esencial de la enseñanza. Estos "resúmenes" tienen como finalidad
ofrecer sugerencias para fórmulas sintéticas y memorizables en la
catequesis de cada lugar.
VI Las adaptaciones
necesarias
23 El acento de este Catecismo
se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar a
profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado a la
maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en
el testimonio (cf. CT 20-22; 25).
24 Por su misma finalidad, este
Catecismo no se propone dar una respuesta adaptada, tanto en el
contenido cuanto en el método, a las exigencias que dimanan de las
diferentes culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones
sociales y eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis.
Estas indispensables adaptaciones corresponden a catecismos propios de
cada lugar, y más aún a aquellos que toman a su cargo instruir a los
fieles:
El que enseña debe "hacerse todo a
todos" (1 Cor 9,22), para ganarlos a todos para Jesucristo...¡Sobre
todo que no se imagine que le ha sido confiada una sola clase de
almas, y que, por consiguiente, le es l ícito enseñar y formar
igualmente a todos los fieles en la verdadera piedad, con un único
método y siempre el mismo! Que sepa bien que unos son, en
Jesucristo, como niños recién nacidos, otros como adolescentes,
otros finalmente como poseedores ya de todas sus fuerzas... Los que
son llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la
enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres,
acomodar sus palabras al espíritu y a la inteligencia de sus oyentes
(Catech. R., Prefacio, 11).
25 Por encima de todo, la
Caridad. Para concluir esta presentación es oportuno recordar el
principio pastoral que enuncia el Catecismo Romano:
Toda la finalidad de la doctrina y de
la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se
puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer;
pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro
Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud
perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro
término que el Amor (Catech. R., Prefacio, 10).
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»
26 Cuando
profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes
de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo,
celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y
en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la
respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al
mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido
último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda
del hombre (capítulo primero), a continuación la Revelación divina,
por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo segundo). y
finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero).
CAPÍTULO PRIMERO:
EL HOMBRE ES "CAPAZ" DE DIOS
I. El deseo de Dios
27 El deseo de Dios
está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí al
hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la
dicha que no cesa de buscar:
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al
diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque,
creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive
plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se
entrega a su Creador (GS 19,1).
28 De múltiples
maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han
expresado a su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus
comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos,
meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar,
estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al
hombre un ser religioso:
El creó, de un solo
principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la
faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites
del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a
Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que
no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos,
nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).
29 Pero esta "unión
íntima y vital con Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e
incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden
tener orígenes muy diversos (cf. GS 19-21): la rebelión contra el mal
en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes
del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los
creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y
finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de
Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
30 "Se alegre el
corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede
olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a
buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige
del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su
voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le
enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y
muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene
medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende
alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición
mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de
que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña
parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello,
haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has
hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa
en ti (S. Agustín, conf. 1,1,1).
II Las vías
de acceso al conocimiento de Dios
31 Creado a imagen
de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios
descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las
llama también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de
las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de
"argumentos convergentes y convincentes" que permiten llegar a
verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto
de partida la creación: el mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y
del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo
se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que
de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo
manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo
se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno
y su divinidad" (Rom 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb
13,1-9).
Y S. Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra,
interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que
se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo...interroga
a todas estas realidades. Todas te responde: Ve, nosotras somos
bellas. Su belleza es una profesión ("confessio"). Estas bellezas
sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"),
no sujeto a cambio?" (serm. 241,2).
33 El hombre: Con su apertura a la
verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad
y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha,
el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas
aperturas, percibe signos de su alma espiritual. La "semilla de
eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia" (GS
18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más que en Dios.
34 El mundo y el hombre atestiguan que no
tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino
que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin.
Así, por estas diversas "vías", el hombre puede acceder al
conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera
y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de A.,
s.th. 1,2,3).
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de
conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre
pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y
darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin
embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe
y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.
III El
conocimiento de Dios según la Iglesia
36 "La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y
enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser
conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a
partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026; Cc.
Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la
revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido
creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,26).
37 Sin embargo, en las condiciones históricas
en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para
conocer a Dios con la sola luz de su razón:
A pesar de que la razón humana, hablando
simplemente, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz
naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios
personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así
como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin
embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar
eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se
refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de
las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse
en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo.
El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece
dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como
de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que
en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la
falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no
quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. "Humani Generis": DS
3875).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado
por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su
entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales
que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser,
en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin
dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS
3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1).
IV ¿Cómo hablar
de Dios?
39 Al defender la capacidad de la razón humana
para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad
de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta
convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con
la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los
ateos.
40 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es
limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos
nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo
humano limitado de conocer y de pensar.
41 Todas las criaturas poseen una cierta
semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y
semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su
verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección
infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las
perfecciones de sus criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las
criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
42 Dios transciende toda criatura. Es
preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que
tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto,
para no confundir al Dios "inefable, incomprensible, invisible,
inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con
nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan
siempre más acá del Misterio de Dios.
43 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se
expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo,
sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es
preciso recordar, en efecto, que "entre el Creador y la criatura no se
puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea
mayor todavía" (Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos
captar de Dios lo que él es, sino solamente lo que no es y cómo los
otros seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás de A., s. gent.
1,30).
Resumen
44 El hombre es por naturaleza y por
vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el
hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su
vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en
comunión con Dios, en quien encuentra su dicha."Cuando yo me adhiera a
ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y viva, toda
llena de ti, será plena" (S. Agustín, conf. 10,28,39).
46 Cuando el hombre escucha el mensaje de
las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar a
certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo.
47 La Iglesia enseña que el Dios único y
verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza por
sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana (cf.
Cc.Vaticano I: DS 3026).
48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios
partiendo de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas
del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no
agote su misterio.
49 "Sin el Creador la criatura se diluye" (GS
36). He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el
amor de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o
le rechazan.
CAPÍTULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE
50 Mediante la
razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de
sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no
puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la
Revelación divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión
enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando
su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad
en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio
enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu
Santo.
ARTÍCULO 1
LA REVELACIÓN DE DIOS
I Dios revela su designio
amoroso
51 "Dispuso Dios en
su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen
consortes de la naturaleza divina" (DV 2).
52 Dios, que
"habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia
vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de
ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse
a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de
conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus
propias fuerzas.
53 El designio divino de la revelación se realiza
a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre sí
y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una
"pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente al
hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural
que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del
Verbo encarnado, Jesucristo.
S. Ireneo de Lyon habla
en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un
mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo de Dios ha
habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar
al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en
el hombre, según la voluntad del Padre" (haer. 3,20,2; cf. por
ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3).
II Las etapas de la
revelación
Desde el origen, Dios
se da a conocer
54 "Dios, creándolo
todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne
de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la
salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros
primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una
comunión íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una justicia
resplandecientes.
55 Esta revelación
no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios,
en efecto, "después de su caída alentó en ellos la esperanza de la
salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del
género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la
salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia
perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la
muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR, Plegaria
eucarística IV,118).
La alianza con Noé
56 Una vez rota la
unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo
salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza con
Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la
Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres agrupados
"según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn
10,5; cf. 10,20-31).
57 Este orden a la
vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones (cf.
Hch 17,26-27), está destinado a limitar el orgullo de una humanidad
caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer por
sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa
del pecado (cf. Rom 1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de
la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al
paganismo para esta economía aún no definitiva.
58 La alianza con
Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (cf. Lc
21,24), hasta la proclamación universal del evangelio. La Biblia
venera algunas grandes figuras de las "naciones", como "Abel el
justo", el rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo
(cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14). De esta
manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar
los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo
"reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la
humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su
tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él
"Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5):
"En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX;
cf. Ga 3,8).
60 El pueblo nacido
de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas,
el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la
reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia
(cf. Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán
injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas,
los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y
serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones
litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo
Israel
62 Después de la
etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo
salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza
del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese
y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y
juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el
pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que "lleva el Nombre del
Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló
primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de
los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.
64 Por los
profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en
la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres
(cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34;
Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de
Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una
salvación que incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11).
Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3)
quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara,
Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la
esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es
María (cf. Lc 1,38).
III Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación»(DV
2)
Dios ha dicho todo en
su Verbo
65 "De una manera
fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre,
es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice
todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después
de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:
Porque en darnos, como
nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo
nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más
que hablar; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya
lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo
cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión
o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios,
no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna
cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo
2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p.
184.).
No habrá otra
revelación
66 "La economía
cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que
esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo, aunque
la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada;
corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su
contenido en el transcurso de los siglos.
67 A lo largo de
los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las
cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin
embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de
"mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de
ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.
Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus
fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones
constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la
Iglesia.
La fe cristiana no puede
aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la
Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas
Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que
se fundan en semejantes "revelaciones".
Resumen
68 Por amor,
Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una
respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre
se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida.
69 Dios se ha
revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio
mediante obras y palabras.
70 Más allá del
testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó
a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la caída, les
prometió la salvación (cf. Gn 3,15), y les ofreció su alianza.
71 Dios selló
con Noé una alianza eterna entre El y todos los seres vivientes (cf.
Gn 9,16). Esta alianza durará tanto como dure el mundo.
72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza
con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su
ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la
salvación destinada a toda la humanidad.
73 Dios se ha revelado plenamente enviando a
su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El
Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya
otra Revelación después de El.
ARTÍCULO
2
LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA
74 Dios "quiere que todos los hombres se salven
y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1 Tim 2,4), es decir, al
conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que
Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todo s los hombres y que
así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:
Dios quiso que lo que había revelado para salvación
de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera
transmitido a todas las edades (DV 7).
I La Tradición
apostólica
75 "Cristo nuestro Señor, plenitud de la
revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el
Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de
conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio
prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su
boca" (DV 7).
La predicación apostólica...
76 La transmisión del evangelio, según el
mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
— oralmente: "los apóstoles, con su
predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra
lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el
Espíritu Santo les enseñó";
— por escrito: "los mismos apóstoles y otros de
su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación
inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
… continuada en la sucesión apostólica
77 "Para que este Evangelio se conservara
siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como
sucesores a los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV
7). En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo
especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión
continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8).
78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el
Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la
Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la
Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a
todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los
Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas
riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree
y ora" (DV 8).
79 Así, la comunicación que el Padre ha hecho
de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa
en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando
siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por
quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en
el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y
hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).
II
La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura
Una fuente común...
80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están
íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma
fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Una
y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo
que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del
mundo" (Mt 28,20).
… dos modos distintos de transmisión
81 "La Sagrada Escritura es la palabra
de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo".
"La Tradición recibe la palabra de Dios,
encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la
transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el
Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan
fielmente en su predicación"
82 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual
está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación "no
saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y
así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV
9).
Tradición apostólica y tradiciones eclesiales
83 La Tradición de que hablamos aquí es la que
viene de los apóstoles y transmite lo que estos recibieron de las
enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu
Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un
Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el
proceso de la Tradición viva.
Es preciso distinguir de ella las "tradiciones"
teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el
transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen
formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones
adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la
luz de la gran Tradición aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o
también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.
III La
interpretación del depósito de la fe
El depósito de la fe confiado a la totalidad de la
Iglesia
84 "El depósito sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm
1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada Tradición
y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto
de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero,
unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en
la unión, en la eucaristía y la oración, y así se realiza una
maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y
profesar la fe recibida" (DV 10).
El Magisterio de la Iglesia
85 "El oficio de interpretar auténticamente la
palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el
sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
86 "El Magisterio no está por encima de la
palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu
Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica
fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone
como revelado por Dios para ser creído" (DV 10).
87 Los fieles, recordando la palabra de Cristo
a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mi me escucha" (Lc
10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices
que sus pastores les dan de diferentes formas.
Los dogmas de la fe
88 El Magisterio de la Iglesia ejerce
plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es
decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a
una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación
divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que
tienen con ellas un vínculo necesario.
89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra
vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de
nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra
vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos
para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).
90 Los vínculos mutuos y la coherencia de los
dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del
Misterio de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: "nexus mysteriorum";
LG 25). "Existe un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina
católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe
cristiana" (UR 11).
El sentido sobrenatural de la fe
91 Todos los fieles tienen parte en la
comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la
unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los
conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
92 "La totalidad de los fieles ... no puede
equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar,
en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde
los obispos hasta el último de los laicos cristianos' muestran estar
totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral" (LG 12).
93 "El Espíritu de la verdad suscita y sostiene
este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección
del magisterio...se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a
los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto
y la aplica cada día más plenamente en la vida" (LG 12).
El crecimiento en la inteligencia de la fe
94 Gracias a la asistencia del Espíritu Santo,
la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del
depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:
– "Cuando los fieles las contemplan y estudian
repasándolas en su corazón" (DV 8); es en particular la investigación
teológica quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad
revelada" (GS 62,7; cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4).
– Cuando los fieles "comprenden internamente los
misterios que viven" (DV 8); "Divina eloquia cum legente crescunt" (S.Gregorio
Magno, Homilía sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D).
– "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los
apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).
95 "La Tradición, la Escritura y el Magisterio
de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados,
de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno
según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10,3).
Resumen
96 Lo que Cristo confió a los apóstoles,
estos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el
retorno glorioso de Cristo.
97 "La Tradición y la Sagrada Escritura
constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10), en el
cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios,
fuente de todas sus riquezas.
98 "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su
culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que
cree" (DV 8).
99 En virtud de su sentido sobrenatural de
la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la
Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de
modo más pleno.
100 El oficio de interpretar auténticamente
la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la
Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él.
ARTÍCULO 3
LA SAGRADA ESCRITURA
I Cristo, palabra única de la Sagrada
Escritura
101En la c
ondescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les
habla en palabras humanas: "La palabra de Dios, expresada en lenguas
humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del
eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo
semejante a los hombres " (DV 13).
102 A través de
todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una
palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb
1,1-3):
Recordad que es una
misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras,
que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores
sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita
sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal.
103,4,1).
103 Por esta razón,
la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera
también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan
de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del
Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la Sagrada
Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf.
DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino
lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). "En los
libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al
encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
II
Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura
105 Dios es el
autor de la Sagrada Escritura. "Las verdades reveladas por Dios,
que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron
por inspiración del Espíritu Santo".
"La santa Madre Iglesia,
fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del
Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y
canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la
Iglesia" (DV 11).
106 Dios ha
inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. "En la
composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos,
que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando
Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por
escrito todo y sólo lo que Dios quería" (DV 11).
107 Los libros
inspirados enseñan la verdad. "Como todo lo que afirman los
hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se
sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin
error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para
salvación nuestra" (DV 11).
108 Sin embargo, la fe cristiana no es una
"religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra"
de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y
vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no
queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios
vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de
las mismas (cf. Lc 24,45).
III El
Espíritu Santo, intérprete de la Escritura
109 En la Sagrada Escritura, Dios habla al
hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la
Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos
quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos
mediante sus palabras (cf. DV 12,1).
110 Para descubrir la intención de los
autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su
tiempo y de su cultura, los "géneros literarios" usados en aquella
época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo.
"Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de
diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros
géneros literarios" (DV 12,2).
111 Pero, dado que la Sagrada Escritura es
inspirada, hay otro principio de la recta interpretación , no menos
importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra
muerta: "La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo
Espíritu con que fue escrita" (DV 12,3).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios
para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la
inspiró (cf. DV 12,3):
112 1. Prestar una gran atención "al
contenido y a la unidad de toda la Escritura". En efecto, por muy
diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en
razón de la unidad del designio de Dios , del que Cristo Jesús es el
centro y el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25-27. 44-46).
El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la
sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este
corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era
oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque
los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y
disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías (S.
Tomás de A. Expos. in Ps 21,11).
113 2. Leer la Escritura en "la Tradición
viva de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, "sacra
Scriptura pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus
instrumentis scripta" ("La Sagrada Escritura está más en el corazón de
la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos"). En efecto,
la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de
Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la
Escritura ("...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat
Ecclesiae": Orígenes, hom. in Lev. 5,5).
114 3. Estar atento "a la analogía de la fe"
(cf. Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las
verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
El sentido de la Escritura
115 Según una antigua tradición, se pueden
distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el
sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico,
moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos
asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la
Iglesia.
116 El sentido literal. Es el sentido
significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la
exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. "Omnes
sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem" (S. Tomás
de Aquino., s.th. 1,1,10, ad 1) Todos los sentidos de la Sagrada
Escritura se fundan sobre el sentido literal.
117 El sentido espiritual. Gracias a la
unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura,
sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden
ser signos.
-
El sentido alegórico. Podemos adquirir una
comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su
significación en Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la
victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10,2).
-
El sentido moral. Los acontecimientos
narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron
escritos "para nuestra instrucción" (1 Cor 10,11; cf. Hb 3-4,11).
-
El sentido anagógico. Podemos ver realidades
y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en
griego: "anagoge") hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la
tierra es signo de la Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1-22,5).
118 Un dístico medieval resume la significación
de los cuatro sentidos:
"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia"
(Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris,
I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256)
119 "A los exegetas toca aplicar estas normas
en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada
Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la
Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda
sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el
encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios" (DV
12,3):
Ego vero Evangelio non credere, nisi me catholicae
Ecclesiae commoveret auctoritas (S. Agustín, fund. 5,6).
IV El canon
de las Escrituras
120 La Tradición apostólica hizo discernir a la
Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV
8,3). Esta lista integral es llamada "Canon" de las Escrituras.
Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr
y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo (cf. DS 179; 1334-1336;
1501-1504):
Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio,
Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los
Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías,
Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los
Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría,
el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc,
Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas, Nahúm ,
Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo
Testamento;
los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de
Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los
Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los
Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda
a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a
Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y
la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el
Apocalipsis para el Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento es una parte de la
Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son
libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV
14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, "el fin principal de la economía
antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal". "Aunque
contienen elementos imperfectos y pasajeros", los libros del Antiguo
Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor
salvífico de Dios: "Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una
sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y
esconden el misterio de nuestra salvación" (DV 15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo
Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado
siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so
pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 "La palabra de Dios, que es fuerza de Dios
para ala salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de
modo privilegiado en el Nuevo Testamento" (DV 17). Estos escritos nos
ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto
central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus
enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su
Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20).
125 Los evangelios son el corazón de todas las
Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de
la Palabra hecha carne, nuestro Salvador" (DV 18). 126 En la formación
de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La
Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, "cuya
historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús,
Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente
para ala salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al
cielo" (DV 19).
2. La tradición oral. "Los apóstoles
ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus
oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida
inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los
acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de
verdad" (DV 19).
3. Los evangelios escritos. Los autores
sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas
de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito,
sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las
Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación, de manera
que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús" (DV
19).
127 El Evangelio cuatriforme ocupa en la
Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo
rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo
tiempo sobre los santos:
No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa
y más espléndida que el texto del evangelio. Ved y retened lo que
nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y
realizado mediante sus obras (Santa Cesárea la Joven, Rich.).
Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante
mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre
alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y
misteriosos (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. auto. A 83v).
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
128 La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf.
1 Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21), y después constantemente en su
tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos
gracias a la tipología. Esta reconoce en las obras de Dios en la
Antigua Alianza prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud
de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.
129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo
Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura
tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento.
Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor
propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc
12,29-31). Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también
a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá
constantemente a él (cf. 1 Cor 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio,
el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el
Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: "Novum in Vetere latet et in
Novo Vetus patet" (S. Agustín, Hept. 2,73; cf. DV 16).
130 La tipología significa un dinamismo que se
orienta al cumplimiento del plan divino cuando "Dios sea todo en
todos" (1 Cor 15,28). Así la vocación de los patriarcas y el Exodo de
Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por
el hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.
V La Sagrada
Escritura en la vida de la Iglesia
131 "Es tan grande el poder y la fuerza de la
palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia,
firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y
perenne de vida espiritual" (DV 21). "Los fieles han de tener fácil
acceso a la Sagrada Escritura" (DV 22).
132 "La Escritura debe ser el alma de la
teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación
pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto
privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura
alimento saludable y por ella da frutos de santidad" (DV 24).
133 La Iglesia "recomienda insistentemente a
todos los fieles...la lectura asidua de la Escritura para que
adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3,8), 'pues
desconocer la Escritura es desconocer a Cristo' (S. Jerónimo)" (DV
25).
Resumen
134 Toda la Escritura divina es un libro y
este libro es Cristo, "porque toda la Escritura divina habla de
Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo" (Hugo de San
Víctor, De arca Noe 2,8: PL 176, 642; cf. Ibid., 2,9: PL 176,
642-643).
135 "La sagrada Escritura contiene la
palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es realmente palabra de Dios"
(DV 24).
136 Dios es el Autor de la Sagrada Escritura
porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da
así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad
salvífica (cf. DV 11).
137 La interpretación de las Escrituras
inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar
por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. Lo que viene
del Espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu (Cf
Orígenes, hom. in Ex. 4,5).
138 La Iglesia recibe y venera como
inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento y los
veintisiete del Nuevo.
139 Los cuatro evangelios ocupan un lugar
central, pues su centro es Cristo Jesús.
140 La unidad de los dos Testamentos se
deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo
Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al
Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera
Palabra de Dios.
141 "La Iglesia siempre ha venerado la
Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo" (DV 21):
aquellas y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. "Para mis
pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero" (Sal 119,105; Is
50,4).
CAPÍTULO TERCERO
LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
142 Por su revelación, "Dios invisible
habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con
ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su
compañía" (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe
143 Por la fe, el hombre somete
completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser,
el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La Sagrada
Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a
Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16,26).
ARTÍCULO 1
CREO
I La obediencia
de la fe
144 Obedecer ("ob-audire") en la fe, es
someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está
garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es
el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la
realización más perfecta de la misma.
Abraham, "el padre de todos los creyentes"
145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio
de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de
Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había
de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf.
Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra
prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al
hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo
único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
146 Abraham realiza así la definición de la fe
dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se
espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó
Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn
15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el
padre de todos los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).
147 El Antiguo Testamento es rico en
testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el
elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual "fueron
alabados" (Hb 11,2.39). Sin embargo, "Dios tenía ya dispuesto algo
mejor": la gracia de creer en su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma
la fe" (Hb 11,40; 12,2).
María : "Dichosa la que ha creído"
148 La Virgen María realiza de la manera más
perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y
la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es
imposible para Dios" (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento:
"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc
1,38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Por
esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc
1,48).
149 Durante toda su vida, y hasta su última
prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe
no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra
de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más
pura de la fe.
II "Yo sé en quién tengo puesta mi fe"(2
Tim 1,12)
Creer solo en Dios
150 La fe es ante todo una adhesión personal
del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el
asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto
adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que él ha
revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es
justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que
él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf.
Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).
Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios
151 Para el cristiano, creer en Dios es
inseparablemente creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en
quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que
les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos:
"Creed en Dios, creed también en mí" (Jn 14,1). Podemos creer en
Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha
visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha
contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6,46), él es único
en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).
Creer en el Espíritu Santo
152 No se puede creer en Jesucristo sin tener
parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres
quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo
la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo
sondea, hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de
Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce a
Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es
Dios.
La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
III Las
características de la fe
La fe es una gracia
153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no
le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en
los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de
Dios, una virtud sobrenatural infundida por él, "Para dar esta
respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y
nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve
el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a
todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
La fe es un acto humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los
auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que
creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la
libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en
Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las relaciones
humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras
personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y
prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre
y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es
todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la
sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios
que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima
con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad
humanas cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del
entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la
voluntad movida por Dios mediante la gracia" (S. Tomás de A., s.th.
2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).
La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el
hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e
inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la
autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni
engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese
conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del
Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su
revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf.
Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la
Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos de la
revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos de
credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo
alguno un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que
no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer
oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da
la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (S.
Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no
hacen una sola duda" (J.H. Newman, apol.).
158 "La fe trata de comprender" (S.
Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee
conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo
que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su
vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe
abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de
los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio
de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con
Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la
inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu
Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (DV 5).
Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), "creo para
comprender y comprendo para creer mejor".
159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe
esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas.
Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha
hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no
podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo
verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación
metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente
científico y según las normas morales, nuca estará realmente en
oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades
de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu
humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las
cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que,
sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son" (GS 36,2).
La libertad de la fe
160 "El hombre, al creer, debe responder
voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a
abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia
naturaleza" (DH 10; cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios llama a
los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan
vinculados por su conciencia, pero no coaccionados...Esto se hizo
patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo
invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie jamás.
"Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a
los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que
Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo
envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc
16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). "Puesto que `sin la fe... es imposible
agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus
hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que `haya
perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida
eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don gratuito que Dios hace al
hombre. Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de
ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la
conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la
fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la
fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor
que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la
caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf.
Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y
la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo.
Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1
Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de
la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las
cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un
día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).
164 Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y
no en la visión" (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo,
de una manera confusa,...imperfecta" (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel
en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe
puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con
frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del
mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen
contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser
para ella una tentación.
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia
los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda
esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la
fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18)
participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su
sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros,
teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo
lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba
que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma
la fe" (Hb 12,1-2).
ARTICULO 2
CREEMOS
166 La fe es un acto personal: la respuesta
libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no
es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir
solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida
a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a
otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a
otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran
cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe
de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.
167 "Creo" (Símbolo de los Apóstoles): Es la fe
de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente,
principalmente en su bautismo. "Creemos" (Símbolo de Nicea-Constantinopla,
en el original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los
obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea
litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra
Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo",
"creemos".
I "Mira,
Señor,la fe de tu Iglesia"
168 La Iglesia es la primera que cree, y así conduce,
alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas
partes, confiesa al Señor ("Te per orbem terrarum sancta confitetur
Ecclesia", cantamos en el Te Deum), y con ella y en ella somos
impulsados y llevados a confesar también : "creo", "creemos". Por
medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el
bautismo. En el Ritual Romanum, el ministro del bautismo pregunta al
catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" Y la respuesta es: "La
fe". "¿Qué te da la fe?" "La vida eterna".
169 La salvación viene solo de Dios; pero
puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es
nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo
nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra
salvación" (Fausto de Riez, Spir. 1,2). Porque es nuestra madre, es
también la educadora de nuestra fe.
II El lenguaje de
la fe
170 No creemos en las fórmulas, sino en las
realidades que estas expresan y que la fe nos permite "tocar". "El
acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la
realidad (enunciada)" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 1,2, ad 2). Sin
embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las
formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe,
celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.
171 La Iglesia, que es "columna y fundamento de
la verdad" (1 Tim 3,15), guarda fielmente "la fe transmitida a los
santos de una vez para siempre" (Judas 3). Ella es la que guarda la
memoria de las Palabras de Cristo, la que transmite de generación en
generación la confesión de fe de los Apóstoles. Como una madre que
enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la
Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para
introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe.
III Una sola fe
172 Desde siglos, a través de muchas lenguas,
culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única
fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo,
enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que
un solo Dios y Padre (cf. Ef 4,4-6). S. Ireneo de Lyon, testigo de
esta fe, declara:
173 "La Iglesia, en efecto, aunque dispersada
por el mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido
de los apóstoles y de sus discípulos la fe... guarda (esta predicación
y esta fe) con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree
en ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma
y un solo corazón, las predica, las enseña y las transmite con una voz
unánime, como no poseyendo más que una sola boca" (haer. 1, 10,1-2).
174 "Porque, si las lenguas difieren a través
del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico. Y ni las
Iglesias establecidas en Germania tienen otro fe u otra Tradición, ni
las que están entre los Iberos, ni las que están entre los Celtas, ni
las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están establecidas en
el centro el mundo..." (ibid.). "El mensaje de la Iglesia es, pues,
verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo camino de salvación
a través del mundo entero" (ibid. 5,20,1).
175 "Esta fe que hemos recibido de la Iglesia,
la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del
Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso
excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la
contiene" (ibid., 3,24,1).
Resumen
176 La fe es una adhesión personal del
hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la
inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí
mismo mediante sus obras y sus palabras.
177 "Creer" entraña, pues, una doble
referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en
la persona que la atestigua.
178 No debemos creer en ningún otro que no
sea Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
179 La fe es un don sobrenatural de Dios.
Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu
Santo.
180 "Creer" es un acto humano, consciente y
libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana.
181 "Creer" es un acto eclesial. La fe de la
Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia
es la madre de todos los creyentes. "Nadie puede tener a Dios por
Padre si no tiene a la Iglesia por madre" (S. Cipriano, unit. eccl.:
PL 4,503A).
182 "Creemos todas aquellas cosas que se
contienen en la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas
por la Iglesia... para ser creídas como divinamente reveladas" (Pablo
VI, SPF 20).
183 La fe es necesaria para la salvación. El
Señor mismo lo afirma: "El que crea y sea bautizado, se salvará; el
que no crea, se condenará" (Mc 16,16).
184 "La fe es un gusto anticipado del
conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura" (S. Tomás
de A., comp. 1,2).
Credo
de los Apóstoles
-
Creo en Dios, Padre
Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,>>
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar
a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
|
Credo de
Nicea-Constantinopla
Creo en un solo Dios, Padre
Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor,
Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue
hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del
cielo,
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue
sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a, vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo-en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del
Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
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