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TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
Comienzo de:
CAPÍTULO SEGUNDO
LA COMUNIDAD HUMANA
1877 La vocación de
la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a
imagen del Hijo Unico del Padre. Esta vocación reviste una forma
personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la
bienaventuranza divina; pero concierne también al conjunto de la
comunidad humana.
ARTÍCULO 1
LA PERSONA Y LA SOCIEDAD
I El
carácter comunitario de la vocación humana
1878 Todos los
hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre
la unión de las personas divinas y la fraternidad que los hombres
deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24, 3). El
amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
1879 La persona
humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo
sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio
con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos,
el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf
GS 25, 1).
1880 Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por
un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la
vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el
pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es
constituido ‘heredero’, recibe ‘talentos’ que enriquecen su identidad
y a los que debe hacer fructificar (cf Lc 19, 13.15). En verdad, se
debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de
que forma parte y está obligado a respetar a las autoridades
encargadas del bien común de las mismas.
1881 Cada comunidad
se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas,
pero ‘el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales es y debe ser la persona humana’ (GS 25, 1).
1882 Algunas
sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más
inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el
fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la
vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones
e instituciones de libre iniciativa ‘para fines económicos, sociales,
culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto
dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial’ (MM 60).
Esta ‘socialización’ expresa igualmente la tendencia natural
que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar
objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las
cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y de
responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25, 2; CA 12).
1883 “La
socialización presenta también peligros. Una intervención demasiado
fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa
personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio
llamado de subsidiariedad. Según éste, ‘una estructura social
de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo
social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más
bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su
acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien
común’ (CA 48; Pío XI, enc. "Quadragesimo anno").
1884 Dios no ha
querido retener para El solo el ejercicio de todos los poderes.
Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según
las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser
imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno
del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe
inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas.
Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.
1885 El principio
de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los
límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las
relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un
verdadero orden internacional.
II La conversión y la
sociedad
1886 La sociedad es
indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar
este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los
valores que subordina las dimensiones ‘materiales e instintivas’ del
ser del hombre ‘a las interiores y espirituales’(CA 36):
La sociedad humana...
tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden
principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por
la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a
defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del
espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en
todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a
compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán,
en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos
valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de
la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y
del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de
cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad
humana en su incesante desarrollo. (PT 36).
1887 La inversión
de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar valor de
fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las
personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas
que ‘hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana,
conforme a los mandamientos del Legislador Divino’(Pío XII, discurso 1
junio 1941).
1888 Es preciso
entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona
y a la exigencia permanente de su conversión interior para
obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La
prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo
alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las
instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las
mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la
justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36).
1889 Sin la ayuda
de la gracia, los hombres no sabrían ‘acertar con el sendero a veces
estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que,
creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava’ (CA 25). Es el camino de
la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad
representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus
derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace
capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: ‘Quien
intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará’ (Lc
17, 33)
Resumen
1890 Existe una
cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
fraternidad que los hombres deben instaurar entre sí.
1891 Para
desarrollarse en conformidad con su naturaleza, la persona humana
necesita la vida social. Ciertas sociedades como la familia y la
ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre.
1892 “El
principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y
debe ser la persona humana” (GS 25, 1).
1893 Es preciso
promover una amplia participación en asociaciones e instituciones de
libre iniciativa.
1894 Según el
principio de subsidiariedad, ni el Estado ni ninguna sociedad más
amplia deben suplantar la iniciativa y la responsabilidad de las
personas y de las corporaciones intermedias.
1895 La sociedad
debe favorecer el ejercicio de las virtudes, no ser obstáculo para
ellas. Debe inspirarse en una justa jerarquía de valores.
1896 Donde el
pecado pervierte el clima social es preciso apelar a la conversión de
los corazones y a la gracia de Dios. La caridad empuja a reformas
justas. No hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio.
ARTÍCULO 2
LA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA SOCIAL
I La autoridad
1897 “Una sociedad
bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima
autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida
suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país” (PT
46).
Se llama ‘autoridad’ la
cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y
órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.
1898 “Toda
comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cf León XIII, enc.
"Inmortale Dei"; enc. "Diuturnum illud"). Esta tiene su fundamento en
la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su
misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la
sociedad.
1899 La autoridad
exigida por el orden moral emana de Dios ‘Sométanse todos a las
autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de
Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que,
quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los
rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación’ (Rm 13, 1-2; cf 1
P 2, 13-17).
1900 El deber de
obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los
honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito,
de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
La más antigua oración
de la Iglesia por la autoridad política tiene como autor a san
Clemente Romano:
‘Concédeles, Señor, la
salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin
tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey
celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria,
honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su
consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos,
para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder
que les has dado, te encuentren propicio’ (S. Clemente Romano, Cor.
61, 1-2).
1901 Si la
autoridad responde a un orden fijado por Dios, ‘la determinación del
régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre
voluntad de los ciudadanos’ (GS 74, 3).
La diversidad de los
regímenes políticos es moralmente admisible con tal que promuevan el
bien legítimo de la comunidad que los adopta. Los regímenes cuya
naturaleza es contraria a la ley natural, al orden público y a los
derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien
común de las naciones en las que se han impuesto.
1902 La autoridad
no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe comportarse de
manera despótica, sino actuar para el bien común como una ‘fuerza
moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y
obligaciones que ha recibido’ (GS 74, 2).
La legislación humana
sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo
cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la
medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla
injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una
forma de violencia (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 93, 3 ad 2).
1903 La autoridad
sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en
cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si
los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias
al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia.
‘En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo
y se origina una iniquidad espantosa’ (PT 51).
1904 “Es preferible
que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de
competencia que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio
del «Estado de derecho» en el cual es soberana la ley y no la voluntad
arbitraria de los hombres” (CA 44)
II El bien común
1905 Conforme a la
naturaleza social del hombre, el bien de cada cual está necesariamente
relacionado con el bien común. Este sólo puede ser definido con
referencia a la persona humana:
No viváis aislados,
cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados,
sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común
(Bernabé, ep. 4, 10).
1906 Por bien
común, es preciso entender ‘el conjunto de aquellas condiciones de la
vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1; cf
GS 74, 1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia
por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la
autoridad. Comporta tres elementos esenciales:
1907 Supone, en
primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre
del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los
derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La
sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su
vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de
ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el
desarrollo de la vocación humana: ‘derecho a... actuar de acuerdo con
la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y
a la justa libertad, también en materia religiosa’ (cf GS 26, 2).
1908 En segundo
lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos
los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir,
en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares;
pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida
verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y
cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf
GS 26, 2).
1909 El bien común
implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la
seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad
asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la
de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima
defensa individual y colectiva.
1910 Si toda
comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal,
la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el
bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las
instituciones intermedias.
1911 Las
interdependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a
toda la tierra. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que
poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal.
Este requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de
‘proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los
campos de la vida social, a los que pertenecen la alimentación, la
salud, la educación..., como en no pocas situaciones particulares que
pueden surgir en algunas partes, como son... socorrer en sus
sufrimientos a los refugiados dispersos por todo el mundo o de ayudar
a los emigrantes y a sus familias’ (GS 84, 2).
1912 El bien común
está siempre orientado hacia el progreso de las personas: ‘El orden
social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas... y
no al contrario’ (GS 26, 3). Este orden tiene por base la verdad, se
edifica en la justicia, es vivificado por el amor.
III Responsabilidad y
participación
1913 La
participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona en
los intercambios sociales. Es necesario que todos participen, cada uno
según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien
común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914 La
participación se realiza ante todo con la dedicación a las tareas cuya
responsabilidad personal se asume: por la atención prestada a
la educación de su familia, por la responsabilidad en su trabajo, el
hombre participa en el bien de los demás y de la sociedad (cf CA 43).
1915 Los ciudadanos
deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida pública.
Las modalidades de esta participación pueden variar de un país a otro
o de una cultura a otra. ‘Es de alabar la conducta de las naciones en
las que la mayor parte posible de los ciudadanos participa con
verdadera libertad en la vida pública’ (GS 31, 3).
1916 La
participación de todos en la promoción del bien común implica, como
todo deber ético, una conversión, renovada sin cesar, de los
miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los
cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las
prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por
incompatibles con las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse
del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones de la vida
humana (cf GS 30, 1).
1917. Corresponde a los
que ejercen la autoridad reafirmar los valores que engendran confianza
en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al servicio de sus
semejantes. La participación comienza por la educación y la cultura.
‘Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de la humanidad está
en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones
venideras razones para vivir y para esperar’ (GS 31, 3).
Resumen
1918 “No hay
autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han
sido constituidas” (Rm 13, 1).
1919 Toda
comunidad humana necesita una autoridad para mantenerse y
desarrollarse.
1920 “La
comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza
humana y por ello pertenecen al orden querido por Dios” (GS 74, 3).
1921 La
autoridad se ejerce de manera legítima si se aplica a la prosecución
del bien común de la sociedad. Para alcanzarlo debe emplear medios
moralmente aceptables.
1922 La
diversidad de regímenes políticos es legítima, con tal que promuevan
el bien de la comunidad.
1923 La
autoridad política debe actuar dentro de los límites del orden moral y
debe garantizar las condiciones del ejercicio de la libertad.
1924 El bien
común comprende ‘el conjunto de aquellas condiciones de la vida social
que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más
plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1).
1925 El bien
común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la promoción de
los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el
desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; la
paz y la seguridad del grupo y de sus miembros.
1926 La dignidad
de la persona humana implica la búsqueda del bien común. Cada cual
debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que mejoren las
condiciones de la vida humana.
1927 Corresponde
al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil. El
bien común de toda la familia humana requiere una organización de la
sociedad internacional.
ARTÍCULO 3
LA JUSTICIA SOCIAL
1928. La sociedad asegura la justicia social
cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a
cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su
vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio
de la autoridad.
I El
respeto de la persona humana
1929. La justicia social sólo puede ser
conseguida sobre la base del respeto de la dignidad trascendente del
hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que está
ordenada al hombre:
La defensa y la promoción de la dignidad humana ‘nos
han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y
responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de
la historia’ (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el
de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos
derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la
legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a
reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia
legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo
puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la
obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos
derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de
reivindicaciones abusivas o falsas.
1931 El respeto a la persona humana pasa por el
respeto del principio: ‘Que cada uno, sin ninguna excepción, debe
considerar al prójimo como «otro yo», cuidando, en primer lugar, de su
vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente’ (GS 27, 1).
Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores,
los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que
obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente
fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en
cada hombre un ‘prójimo’, un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de los demás y
de servirlos activamente se hace más acuciante todavía cuando éstos
están más necesitados en cualquier sector de la vida humana. ‘Cuanto
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis’ (Mt 25, 40).
1933 Este mismo deber se extiende a los que
piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo
exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del
amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44).
La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio
al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en
cuanto enemigo.
II Igualdad y
diferencias entre los hombres
1934 Creados a imagen del Dios único y dotados
de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma
naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo,
todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina:
todos gozan por tanto de una misma dignidad.
1935 La igualdad entre los hombres se deriva
esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de
ella:
Hay que superar y eliminar, como contraria al plan
de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales
de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza,
color, condición social, lengua o religión. (GS 29,2).
1936 Al venir al mundo, el hombre no dispone de
todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y
espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre
los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades
físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias
de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas
(GS 29, 2). Los ‘talentos’ no están distribuidos por igual (cf Mt 25,
14-30, Lc 19, 11-27).
1937 “Estas diferencias pertenecen al plan de
Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y
que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus
beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con
frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia
y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a
otras:
Yo no doy todas las virtudes por igual a cada uno...
hay muchos a los que distribuyo de tal manera, esto a uno, aquello a
otro... A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a
aquél una fe viva... En cuanto a los bienes temporales las cosas
necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor
desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era
necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de
practicar la caridad unos con otros... He querido que unos
necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la
distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido
de mí. (S. Catalina de Siena, dial. 1, 7).
1938. Existen también
desigualdades
escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en
abierta contradicción con el Evangelio:
La igual dignidad de las personas exige que se llegue
a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas
desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos
de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la
justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y
también a la paz social e internacional (GS 29, 3).
III La
solidaridad humana
1939 El principio de solidaridad, expresado
también con el nombre de ‘amistad’ o ‘caridad social’, es una
exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana (cf SRS 38-40;
CA 10):
Un error, ‘hoy ampliamente extendido, es el olvido
de esta ley de solidaridad humana y de caridad, dictada e impuesta
tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza
racional en todos los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que
pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por
Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de
la humanidad pecadora’ (Pío XII, enc. "Summi pontificatus").
1940 La solidaridad se manifiesta en primer
lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo.
Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el
que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos
encuentren más fácilmente su solución negociada.
1941 Los problemas socioeconómicos sólo pueden
ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad:
solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los
trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad
entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional
es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo
depende de ella.
1942 La virtud de la solidaridad va más allá de
los bienes materiales. Difundiendo los bienes espirituales de la fe,
la Iglesia ha favorecido a la vez el desarrollo de los bienes
temporales, al cual con frecuencia ha abierto vías nuevas. Así se han
verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor: ‘Buscad
primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura’ (Mt 6, 33):
Desde hace dos mil años vive y persevera en el alma
de la Iglesia ese sentimiento que ha impulsado e impulsa todavía a
las almas hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores,
de los libertadores de esclavos, de los que atienden enfermos, de
los mensajeros de fe, de civilización, de ciencia, a todas las
generaciones y a todos los pueblos con el fin de crear condiciones
sociales capaces de hacer posible a todos una vida digna del hombre
y del cristiano (Pío XII, discurso de 1 junio 1941).
Resumen
1943 La sociedad asegura la justicia social
procurando las condiciones que permitan a las asociaciones y a los
individuos obtener lo que les es debido.
1944 El respeto de la persona humana
considera al prójimo como ‘otro yo’. Supone el respeto de los derechos
fundamentales que se derivan de la dignidad intrínseca de la persona.
1945 La igualdad entre los hombres se
vincula a la dignidad de la persona y a los derechos que de ésta se
derivan.
1946 Las diferencias entre las personas
obedecen al plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los
otros. Esas diferencias deben alentar la caridad.
1947 La igual dignidad de las personas
humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades
sociales y económicas. Impulsa a la desaparición de las desigualdades
inicuas.
1948 La solidaridad es una virtud
eminentemente cristiana. Es ejercicio de comunicación de los bienes
espirituales aún más que comunicación de bienes materiales.
CAPÍTULO TERCERO
LA SALVACIÓN DE DIOS:
LA LEY Y LA GRACIA
1949 El hombre, llamado a la bienaventuranza,
pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda
divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que
lo sostiene:
Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación,
pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien
le parece (Flp 2, 12-23).
ARTÍCULO 1
LA LEY MORAL
1950. La ley moral es obra de la Sabiduría
divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una
instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los
caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza
prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su
amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.
1951 La ley es una regla de conducta proclamada
por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el
orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con
miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador.
Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es
declarada y establecida por la razón como una participación en la
providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. ‘Esta
ordenación de la razón es lo que se llama la ley’ (León XIII, enc.
"Libertas praestantissimum"; citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2,
90, 1):
El hombre es el único entre todos los seres animados
que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley:
animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular
su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión
al que le ha entregado todo. (Tertuliano, Marc. 2, 4).
1952 Las expresiones de la ley moral son
diversas, y todas están coordinadas entre sí: la ley eterna, fuente en
Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada, que
comprende la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica; finalmente, las
leyes civiles y eclesiásticas.
1953 La ley moral tiene en Cristo su plenitud y
su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el
fin de la Ley, porque sólo El enseña y da la justicia de Dios: ‘Porque
el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente’ (Rm
10, 4).
I La ley moral
natural
1954. El hombre participa de la sabiduría y la
bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la
capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley
natural expresa el sentido moral original que permite al hombre
discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y
la mentira:
La ley natural está inscrita y grabada en el alma de
todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena
hacer el bien y prohíbe pecar... Pero esta prescripción de la razón
humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz y el
intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra
libertad deben estar sometidos. (León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum").
1955 La ley ‘divina y natural’ (GS 89) muestra
al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar
su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales
que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a
Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en
cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos,
en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la
naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la
proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana:
¿Dónde, pues, están inscritas estas normas sino en
el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda
ley justa, de allí pasa al corazón del hombre que cumple la
justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a
la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin
dejar el anillo. (S. Agustín, Trin. 14, 15, 21).
La ley natural no es otra cosa que la luz de la
inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que
es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley,
Dios la ha dado a la creación. (S. Tomás de A., de. praec. 1).
1956 La ley natural, presente en el corazón de
todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus
preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la
dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus
deberes fundamentales:
Existe ciertamente una verdadera ley: la recta
razón. Es conforme a la naturaleza, extendida a todos los hombres;
es inmutable y eterna; sus órdenes imponen deber; sus prohibiciones
apartan de la falta... Es un sacrilegio sustituirla por una ley
contraria; está prohibido dejar de aplicar una sola de sus
disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie tiene la
posibilidad de ello. (Cicerón, rep. 3, 22, 33).
1957 La aplicación de la ley natural varía
mucho; puede exigir una reflexión adaptada a la multiplicidad de las
condiciones de vida según los lugares, las épocas y las
circunstancias. Sin embargo, en la diversidad de culturas, la ley
natural permanece como una norma que une entre sí a los hombres y les
impone, por encima de las diferencias inevitables, principios comunes.
1958 La ley natural es
inmutable (cf GS
10) y permanente a través de las variaciones de la historia; subsiste
bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso. Las normas
que la expresan permanecen substancialmente valederas. Incluso cuando
se llega a renegar de sus principios, no se la puede destruir ni
arrancar del corazón del hombre. Resurge siempre en la vida de
individuos y sociedades:
El robo está ciertamente sancionado por tu ley,
Señor, y por la ley que está escrita en el corazón del hombre, y que
la misma iniquidad no puede borrar. (S. Agustín, conf. 4, 4, 9).
1959 La ley natural, obra maravillosa del
Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre
puede construir el edificio de las normas morales que guían sus
decisiones. Establece también la base moral indispensable para la
edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente proporciona la
base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una
reflexión que extrae las conclusiones de sus principios, bien mediante
adiciones de naturaleza positiva y jurídica.
1960 Los preceptos de la ley natural no son
percibidos por todos de una manera clara e inmediata. En la situación
actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador
para que las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas ‘de
todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error’
(Pío XII, enc. "Humani generis": DS 3876). La ley natural proporciona
a la Ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y
armonizado con la obra del Espíritu.
II La ley antigua
1961 Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a
Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así la venida de
Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente
accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el
marco de la Alianza de la salvación.
1962 La Ley antigua es el primer estado de la
Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez
mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de
la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es
contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es
esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo
hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para
protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los
hombres no leían en sus corazones. (S. Agustín, sAL. 57, 1)
1963 Según la tradición cristiana, la Ley santa
(cf. Rm 7, 12) espiritual (cf. Rm 7, 14) y buena (cf. Rm 7, 16) es
todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf. Ga 3, 24) muestra lo que es
preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu
para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja
de ser una ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por función
principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una ‘ley
de concupiscencia’ (cf. Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante,
la Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y
dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe
en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para
siempre, como la Palabra de Dios.
1964 La Ley antigua es una
preparación para
el Evangelio. ‘La ley es profecía y pedagogía de las realidades
venideras’ (S Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de
liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo
Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para expresar la
vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de
los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la
Nueva Alianza y el Reino de los cielos.
Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza,
gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y
aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo
cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la
nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección
de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del
castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso
bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua
prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual «la
caridad es difundida en nuestros corazones» (Rm 5,5.). (S. Tomás de
A., s. th. 1-2, 107, 1 ad 2).
III La
ley nueva o ley evangélica
1965 La Ley nueva o Ley evangélica es la
perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de
Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña. Es
también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior
de la caridad: ‘Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva...
pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré
su Dios y ellos serán mi pueblo’ (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).
1966 La Ley nueva es la
gracia del Espíritu
Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la
caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que
hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo:
El que quiera meditar con piedad y perspicacia el
Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en
el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta
perfecta de la vida cristiana... Este Sermón contiene todos los
preceptos propios para guiar la vida cristiana. [S. Agustín, serm.
Dom. 1, 1).
1967 La Ley evangélica ‘da cumplimiento’ (cf Mt
5, 17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua.
En las ‘Bienaventuranzas’ da cumplimiento a las promesas
divinas elevándolas y ordenándolas al ‘Reino de los cielos’. Se dirige
a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los
pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los
perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes
del Reino.
1968 La Ley evangélica
lleva a plenitud los
mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o
devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella
sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias:
revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores
nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde
el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se
forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras
virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la
imitación de la perfección del Padre celestial, mediante el perdón de
los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la
generosidad divina (cf Mt 5, 44).
1969 La Ley nueva
practica los actos de la
religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al
‘Padre que ve en lo secreto’, por oposición al deseo ‘de ser visto por
los hombres’ (cf Mt 6, 1-6; 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt
6, 9-13).
1970 La Ley evangélica entraña la elección
decisiva entre ‘los dos caminos’ (cf Mt 7, 13-14) y la práctica de
las palabras del Señor (cf Mt 7, 21-27); está resumida en la regla
de oro: ‘Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo
también vosotros; porque ésta es la Ley y los profetas’ (Mt 7, 12; cf
Lc 6, 31).
Toda la Ley evangélica está contenida en el
‘mandamiento nuevo’ de Jesús (Jn 13, 34): amarnos los unos a los
otros como El nos ha amado (cf Jn 15, 12).
1971 Al Sermón del monte conviene añadir la
catequesis moral de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1
Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina transmite la enseñanza
del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente exponiendo
las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad,
el principal don del Espíritu Santo. ‘Vuestra caridad sea sin
fingimiento... amándoos cordialmente los unos a los otros... con la
alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes
en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando
la hospitalidad’ (Rm 12, 9-13). Esta catequesis nos enseña también a
tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo
y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5, 10).
1972 La Ley nueva es llamada
ley de amor,
porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que
por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la
gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad
(cf St 1, 25; 2, 12), porque nos libera de las observancias rituales y
jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo
el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo
‘que ignora lo que hace su señor’, a la de amigo de Cristo, ‘porque
todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’ (Jn 15, 15), o
también a la condición de hijo heredero (cf Ga 4, 1-7.21-31; Rm 8,
15).
1973 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva
contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional
entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por
relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos
están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los
consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario,
puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf S.
Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 184, 3).
1974 Los consejos evangélicos manifiestan la
plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza
y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley
nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del
prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más
apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno:
(Dios) no quiere que cada uno observe todos los
consejos, sino solamente los que son convenientes según la
diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las
fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como
reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los
consejos, y en suma de todas las leyes y de todas las acciones
cristianas, da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor. (S.
Francisco de Sales, amor 8, 6).
Resumen
1975 Según la Sagrada Escritura, la ley es
una instrucción paternal de Dios que prescribe al hombre los caminos
que llevan a la bienaventuranza prometida y proscribe los caminos del
mal.
1976 “La ley es una ordenación de la razón
para el bien común, promulgada por el que está a cargo de la
comunidad” (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90, 4).
1977 Cristo es el fin de la ley; sólo El
enseña y otorga la justicia de Dios.
1978 La ley natural es una participación en
la sabiduría y la bondad de Dios por parte del hombre, formado a
imagen de su Creador. Expresa la dignidad de la persona humana y
constituye la base de sus derechos y sus deberes fundamentales.
1979 La ley natural es inmutable, permanente
a través de la historia. Las normas que la expresan son siempre
substancialmente válidas. Es la base necesaria para la edificación de
las normas morales y la ley civil.
1980 La Ley antigua es la primera etapa de
la Ley revelada. Sus prescripciones morales se resumen en los diez
mandamientos.
1981 La Ley de Moisés contiene muchas
verdades naturalmente accesibles a la razón. Dios las ha revelado
porque los hombres no las leían en su corazón.
1982 La Ley antigua es una preparación al
Evangelio.
1983 La Ley nueva es la gracia del Espíritu
Santo recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la caridad. Se
expresa especialmente en el Sermón del Señor en la montaña y se sirve
de los sacramentos para comunicarnos la gracia.
1984 La Ley evangélica cumple, supera y
lleva a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las
bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando
el corazón que es la raíz de los actos.
1985 La Ley nueva es ley de amor, ley de
gracia, ley de libertad.
1986 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva
contiene los consejos evangélicos. ‘La santidad de la Iglesia también
se fomenta de manera especial con los múltiples consejos que el Señor
propone en el Evangelio a sus discípulos para que los practiquen’ (LG
42).
ARTÍCULO 2
GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
I La justificación
1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el
poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y
comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en Jesucristo’ (Rm 3, 22)
y por el Bautismo (cf Rm 6, 3-4):
Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre
los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío
sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre;
mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros,
consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús
(Rm 6, 8-11).
1988 Por el poder del Espíritu Santo
participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su
Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo
que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él
mismo (cf Jn 15, 1-4)
Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la
participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza
divina... Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están
divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24).
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu
Santo es la conversión, que obra la justificación según el
anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: ‘Convertíos porque el
Reino de los cielos está cerca’ (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el
hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo alto. ‘La justificación entraña, por tanto,
el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre
interior’(Cc. de Trento: DS 1528).
1990 La justificación
arranca al hombre del
pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La
justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios
que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la
servidumbre del pecado y sana.
1991 La justificación es, al mismo tiempo,
acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La
justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la
justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza
y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.
1992 La justificación nos fue
merecida por
la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva,
santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de
propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es
concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la
justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su
misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de
la vida eterna (cf Cc de Trento: DS 1529)
Pero ahora, independientemente de la ley, la
justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los
profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los
que creen -pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de su
gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien
Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre,
mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los
pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de
Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser
él justo y justificador del que cree en Jesús (Rm 3 ,21-26).
1993 La justificación establece la
colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por
parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra
de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la
caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia:
Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la
iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada al
recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar; y, sin
embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su
voluntad libre, hacia la justicia delante de El. [Cc. de Trento: DS
1525).
1994 La justificación es la
obra más
excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y
concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que ‘la
justificación del impío es una obra más grande que la creación del
cielo y de la tierra’, porque ‘el cielo y la tierra pasarán, mientras
la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán’ (S.
Agustín, ev. Jo 72, 3). Dice incluso que la justificación de los
pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque
manifiesta una misericordia mayor.
1995 El Espíritu Santo es el maestro interior.
Haciendo nacer al ‘hombre interior’ (Rm 7, 22 ; Ef 3, 16), la
justificación implica la santificación de todo el ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros
como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros,
ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad... al
presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la
santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).
II La gracia
1996 Nuestra justificación es obra de la gracia
de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que
Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf
Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la
naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3).
1997 La gracia es una
participación en la
vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria:
por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza
de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’ puede ahora llamar ‘Padre’ a Dios,
en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde
la caridad y que forma la Iglesia.
1998 Esta vocación a la vida eterna es
sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de
Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las
capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana,
como las de toda creatura (cf 1 Co 2, 7-9)
1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que
Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra
alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia
santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en
nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4, 14; 7,
38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva
creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que
nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5, 17-18).
2000 La gracia santificante es un don habitual,
una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para
hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe
distinguir entre la gracia habitual, disposición permanente
para vivir y obrar según la vocación divina, y las gracias actuales,
que designan las intervenciones divinas que están en el origen de la
conversión o en el curso de la obra de la santificación.
2001 La preparación del hombre para
acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para
suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante
la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en
nosotros lo que El mismo comenzó, ‘porque él, por su acción, comienza
haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra
voluntad ya convertida’ (S. Agustín, grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no
hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su
misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue
todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos
adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos
glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos
sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos
hacer nada. (S. Agustín, nat. et grat. 31).
2002 La libre iniciativa de Dios exige la
respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen
concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El
alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca
inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el
hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo El puede colmar.
Las promesas de la ‘vida eterna’ responden, por encima de toda
esperanza, a esta aspiración:
Si tú descansaste el día séptimo, al término de
todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro
que al término de nuestras obras, ‘que son muy buenas’ por el hecho
de que eres tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado
de la vida eterna descansaremos en ti. (S. Agustín, conf. 13, 36,
51).
2003 La gracia es, ante todo y principalmente,
el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la gracia
comprende también los dones que el Espíritu Santo nos concede para
asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la
salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que
es la Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones
propios de los distintos sacramentos. Son además las gracias
especiales, llamadas también ‘carismas’, según el término
griego empleado por san Pablo, y que significa favor, don gratuito,
beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces
extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas
están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien
común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la
Iglesia (cf 1 Co 12).
2004 Entre las gracias especiales conviene
mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de
las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el
seno de la Iglesia:
Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos
ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de
nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio, la enseñanza,
enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el
que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con
jovialidad (Rm 12, 6-8).
2005 La gracia, siendo de orden sobrenatural,
escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la
fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o
nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y
salvados (Cc. de Trento: DS 1533-34). Sin embargo, según las palabras
del Señor: ‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mt 7, 20), la
consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida
de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando
en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de
pobreza llena de confianza:
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud
se encuentra en la respuesta de santa Juana de Arco a una pregunta
capciosa de sus jueces eclesiásticos: ‘Interrogada si sabía que
estaba en gracia de Dios, responde: «si no lo estoy, que Dios me
quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en
ella»’ (Juana de Arco, proc.).
III El mérito
Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos,
y, al coronar sus améritos, coronas tu propia obra (MR, prefacio de
los santos, citando al "Doctor de la gracia" San Agustín, Sal. 102,
7).
2006 El término ‘mérito’ designa en general la
retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a
la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra
mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la
virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.
2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un
derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre El y nosotros, la
desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de
El, nuestro Creador.
2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida
cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al
hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo
primero, en cuanto que El impulsa, y el libre obrar del hombre es lo
segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las
obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y
al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae
también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las
gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.
2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes
por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la
justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un
derecho por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace
‘coherederos’ de Cristo y dignos de obtener la ‘herencia prometida de
la vida eterna’ (Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras
buenas obras son dones de la bondad divina (cf Cc. de Trento: DS
1548). ‘La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido... los
méritos son dones de Dios’ (S. Agustín, serm. 298, 4-5).
2010 “Puesto que la iniciativa en el orden de
la gracia pertenece a Dios, nadie puede merecer la gracia primera,
en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo
la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después
merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para
nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la
caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes
temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la
sabiduría de Dios. Estas gracias y bienes son objeto de la oración
cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de la gracia para las
acciones meritorias.
2011 La caridad de Cristo es en nosotros la
fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos
a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de
nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como
ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de
que sus méritos eran pura gracia.
Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en
la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero
trabajar sólo por vuestro amor... En el atardecer de esta vida
compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que
cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos.
Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de
tu Amor la posesión eterna de ti mismo... (S. Teresa del
Niño Jesús, ofr.).
IV La santidad
cristiana
2012
“Sabemos que en todas las cosas interviene Dios
para bien de los que le aman... a los que de antemano conoció, también
los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos
también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a
los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8, 28-30).
2013 ‘Todos los fieles, de cualquier estado o
régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a
la perfección de la caridad’ (LG 40). Todos son llamados a la
santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt
5, 48):
Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de
emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para
entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo.
Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su
imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta
manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes,
como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de
los santos. (LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión
cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama ‘mística’, porque
participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos -‘los santos
misterios’- y, en El, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos
llama a todos a esta unión íntima con El, aunque las gracias
especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean
concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito
hecho a todos.
2015 “El camino de la perfección pasa por la
cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm
4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que
conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en
comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende
deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant.
8).
2016 Los hijos de la Santa Madre Iglesia
esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la
recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con
su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo
la misma norma de vida, los creyentes comparten la ‘bienaventurada
esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la
‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a
Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2).
Resumen
2017 La gracia del Espíritu Santo nos
confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la
fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace
participar en su vida.
2018 La justificación, como la conversión,
presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se
vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la
justicia de lo Alto.
2019 La justificación entraña la remisión de
los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior.
2020 La justificación nos fue merecida por
la Pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos
conforma con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene como
finalidad la gloria de Dios y de Cristo y el don de la vida eterna. Es
la obra más excelente de la misericordia de Dios.
2021 La gracia es el auxilio que Dios nos da
para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos.
Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.
2022 La iniciativa divina en la obra de la
gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La
gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y
la llama a cooperar con ella, y la perfecciona.
2023 La gracia santificante es el don
gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo
en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla.
2024 La gracia santificante nos hace
‘agradables a Dios’. Los carismas, que son gracias especiales del
Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y tienen por
fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias
actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, que es
permanente en nosotros.”
2025 El hombre no tiene, por sí mismo,
mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio divino de
asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de
Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar.
El mérito del hombre retorna a Dios.
2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud
de nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un verdadero mérito
según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la
principal fuente de mérito ante Dios.
2027 Nadie puede merecer la gracia primera
que constituye el inicio de la conversión. Bajo la moción del Espíritu
Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las
gracias útiles para llegar a la vida eterna, como también los
necesarios bienes temporales.”
2028 ‘Todos los fieles... son llamados a la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (LG
40). ‘La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener
límite’ (San Gregorio de Nisa, v. Mos.).
2029 ‘Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16, 24).
ARTÍCULO 3
La Iglesia, madre y educadora
2030 El cristiano realiza su vocación en la
Iglesia, en comunión con todos los bautizados. De la Iglesia recibe la
Palabra de Dios, que contiene las enseñanzas de la ‘ley de Cristo’ (Ga
6, 2). De la Iglesia recibe la gracia de los sacramentos que le
sostienen en el camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de la
santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y
la fuente de esa santidad; la discierne en el testimonio auténtico de
los que la viven; la descubre en la tradición espiritual y en la larga
historia de los santos que le han precedido y que la liturgia celebra
a lo largo del santoral.
2031 La vida moral es un culto espiritual.
Ofrecemos nuestros cuerpos ‘como una hostia viva, santa, agradable a
Dios’ (Rm 12, 1) en el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en
comunión con la ofrenda de su Eucaristía. En la liturgia y en la
celebración de los sacramentos, plegaria y enseñanza se conjugan con
la gracia de Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano. La
vida moral, como el conjunto de la vida cristiana, tiene su fuente y
su cumbre en el sacrificio eucarístico.
I
Vida moral y magisterio de la Iglesia
2032. La Iglesia, ‘columna y fundamento de la
verdad’ (1 Tm 3, 15), ‘recibió de los apóstoles este solemne mandato
de Cristo de anunciar la verdad que nos salva’ (LG 17). ‘Compete
siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales,
incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre
cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los
derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las
almas’ (CIC can. 747, 2).
2033 El magisterio de los pastores de la
Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis
y en la predicación, con la ayuda de las obras de los teólogos y de
los autores espirituales. Así se ha transmitido de generación en
generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el
‘depósito’ de la moral cristiana, compuesto de un conjunto
característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden
de la fe en Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis
ha tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padre
Nuestro, el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral
válidos para todos los hombres.
2034 El Romano Pontífice y los obispos como
‘maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo...
predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que
hay que llevar a la práctica’ (LG 25). El magisterio ordinario
y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los
fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la
bienaventuranza que han de esperar.
2035 El grado supremo de la participación en la
autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la
revelación divina (cf LG 25); se extiende también a todos los
elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las
verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u
observadas (cf CDF, decl. "Mysterium ecclesiae" 3).
2036 La autoridad del Magisterio se extiende
también a los preceptos específicos de la ley natural, porque
su observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la
salvación. Recordando las prescripciones de la ley natural, el
Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función
profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de
recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14).
2037 La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es
enseñada a los fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por
tanto, tienen el derecho (cf CIC can. 213) de ser instruidos en
los preceptos divinos salvíficos que purifican el juicio y, con la
gracia, sanan la razón humana herida. Tienen el deber de
observar las constituciones y los decretos promulgados por la
autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares, estas
determinaciones requieren la docilidad en la caridad.
2038 En la obra de enseñanza y de aplicación de
la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los pastores,
la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos y
de los hombres de buena voluntad. La fe y la práctica del Evangelio
procuran a cada uno una experiencia de la vida ‘en Cristo’ que ilumina
y da capacidad para estimar las realidades divinas y humanas según el
Espíritu de Dios (cf 1 Co 2, 10-15). Así el Espíritu Santo puede
servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los
constituidos en más alta dignidad.
2039 Los ministerios deben ejercerse en un
espíritu de servicio fraternal y de entrega a la Iglesia en nombre del
Señor (cf Rm 12, 8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada cual en
su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en
una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a la
consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral,
natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en
la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales.
No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o
al Magisterio de la Iglesia.
2040 Así puede desarrollarse entre los
cristianos un verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia.
Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el
seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su
solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que
va más allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa
especialmente en el sacramento de la Reconciliación. Como madre
previsora, nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el
alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor.
II Los
mandamientos de la Iglesia
2041 Los mandamientos de la Iglesia se sitúan
en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se
alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas
promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a
los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el
esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los
mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco:
2042 El primer mandamiento [oír misa entera los
domingos y fiestas de precepto] exige a los fieles participar en la
celebración eucarística, en la que se reúne la comunidad cristiana, el
día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en aquellas
principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor,
la Virgen María y los santos (cf CIC can 1246-1248; CCEO can. 881,
1.2.4).
El segundo mandamiento (confesar los pecados mortales
al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de
comulgar) asegura la preparación para la Eucaristía mediante la
recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de
conversión y de perdón del Bautismo (cf CIC can. 989; CCEO can. 719).
El tercer mandamiento (comulgar por Pascua de
Resurrección) garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la
Sangre del Señor en relación con el tiempo de Pascua, origen y centro
de la liturgia cristiana (cf CIC can. 920; CCEO can. 708-881, 3).
2043 El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse
de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia) asegura los
tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas
litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros
instintos y la libertad del corazón (cf CIC can. 1249-1251; CCEO can.
882).
El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus
necesidades) señala la obligación de ayudar, cada uno según su
capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia (cf
CIC can. 222).
III
Vida moral y testimonio misionero
2044 La fidelidad de los bautizados es una
condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión
de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su
fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser
autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. ‘El mismo
testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con
espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y
a Dios’ (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del
Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la
edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y
de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la
santidad de sus fieles (cf LG 39), ‘hasta que lleguemos al estado de
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo’ (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los
cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, ‘Reino de
justicia, de verdad y de paz’ (MR, Prefacio de Jesucristo Rey). Esto
no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su
Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Resumen
2047 La vida moral es un culto espiritual.
El obrar cristiano se alimenta en la liturgia y la celebración de los
sacramentos.
2048 Los mandamientos de la Iglesia se
refieren a la vida moral y cristiana, unida a la liturgia, y que se
alimenta de ella.
2049 El Magisterio de los pastores de la
Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y
la predicación tomando como base el Decálogo que enuncia los
principios de la vida moral válidos para todo hombre.
2050 El Romano Pontífice y los obispos, como
maestros auténticos, predican al pueblo de Dios la fe que debe ser
creída y aplicada a las costumbres. A ellos corresponde también
pronunciarse sobre las cuestiones morales que atañen a la ley natural
y a la razón.
2051 La infalibilidad del Magisterio de los
pastores se extiende a todos los elementos de doctrina, comprendida la
moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser
salvaguardadas, expuestas u observadas.
LOS DIEZ
MANDAMIENTOS
Éxodo 20, 2-17 |
Deuteronomio 5, 6-21 |
|
Yo soy el Señor tu Dios que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre |
Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la servidumbre. |
|
No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de
lo que hay abajo en la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los
padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los
que me aman y guardan mis mandamientos. |
No habrá para ti otros
dioses delante de mí... |
Amarás a Dios sobre
todas las cosas. |
No tomarás en falso el nombre del Señor, tu Dios, porque el Señor no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso. |
No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios... |
No tomarás el nombre de Dios
en vano. |
Recuerda el día del
sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus
trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún
trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad.
Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó, por eso bendijo el Señor el día del sábado. |
Guardarás el día del
sábado para santificarlo. |
Santificarás las
fiestas. |
Honra a tu padre y a tu
madre para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el
Señor, tu Dios, te va a dar. |
Honra a tu padre y a tu
madre. |
Honrarás a tu padre y a
tu madre. |
No matarás. |
No matarás. |
No matarás. |
No cometerás adulterio. |
No cometerás adulterio. |
No cometerás actos impuros. |
No robarás. |
No robarás. |
No robarás. |
No darás falso testimonio contra tu
prójimo. |
No darás testimonio falso contra tu
prójimo. |
No dirás falso testimonio ni
mentirás |
No codiciarás la casa de tu prójimo.
|
No desearás la mujer de tu prójimo.
|
No consentirás pensamientos ni
deseos impuros. |
No codiciarás la mujer
de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su
asno, ni nada que sea de tu prójimo. |
No codiciarás nada que
sea de tu prójimo. |
No codiciarás los
bienes ajenos. |
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 ‘Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno
para conseguir la vida eterna?’ Al joven que le hace esta pregunta,
Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como
‘el único Bueno’, como el Bien por excelencia y como la fuente de todo
bien. Luego Jesús le declara: ‘Si quieres entrar en la vida, guarda
los mandamientos’. Y cita a su interlocutor los preceptos que se
refieren al amor del prójimo: ‘No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu
madre’. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera
positiva: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mt 19, 16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una
segunda: ‘Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo
a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme’
(Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera. El seguimiento de
Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf
Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona
de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres
evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de
seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los
preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la
castidad (cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son
inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero
manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la
‘justicia que sobre pasa la de los escribas y fariseos’ (Mt 5, 20),
así como la de los paganos (cf Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las
exigencias de los mandamientos: ‘habéis oído que se dijo a los
antepasados: No matarás... Pues yo os digo: Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal’ (Mt 5,
21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta: ‘¿cuál es el
mandamiento mayor de la Ley?’ (Mt 22, 36), Jesús responde: ‘Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22, 37-40; cf Dt
6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este
doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no
robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en
esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no
hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud
(Rm 13, 9-10).
2056 La palabra ‘Decálogo’ significa
literalmente ‘diez palabras’ (Ex 34, 28 ; Dt 4, 13; 10, 4). Estas
‘diez palabras’ Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las
escribió ‘con su Dedo’ (Ex 31, 18), a diferencia de los otros
preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31, 9.24). Constituyen palabras
de Dios en un sentido eminente. Son transmitidas en los libros del
Exodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5, 6-22). Ya en el
Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las ‘diez palabras’ (cf
por ejemplo, Os 4, 2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno sentido será
revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.
2057 El Decálogo se comprende ante todo cuando
se lee en el con texto del Exodo, que es el gran acontecimiento
liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza. Las ‘diez
palabras’, bien sean formula das como preceptos negativos,
prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como ‘honra a tu
padre y a tu madre’), indican las condiciones de una vida liberada de
la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida:
Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas
sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te
multiplicarás (Dt 30, 16).
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por
ejemplo, en el mandamiento del descanso del sábado, destinado también
a los extranjeros y a los esclavos:
Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto
y de que tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y con tenso brazo (Dt
5, 15).
2058 Las ‘diez palabras’ resumen y proclaman la
ley de Dios: ‘Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en
la montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz
potente, y nada más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra
y me las entregó a mí’ (Dt 5, 22). Por eso estas dos tablas son
llamadas ‘el Testimonio’ (Ex 25, 169, pues contienen las cláusulas de
la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas ‘tablas del
Testimonio’ (Ex 31, 18; 32, 15; 34, 29) se debían depositar en el
‘arca’ (Ex 25, 16; 40, 1-2).
2059 Las ‘diez palabras’ son pronunciadas por
Dios dentro de una teofanía (‘el Señor os habló cara a cara en la
montaña, en medio del fuego’: Dt 5, 4). Pertenecen a la revelación que
Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es
don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios
se revela a su pueblo.
2060 El don de los mandamientos de la ley forma
parte de la Alianza sellada por Dios con los suyos. Según el libro del
Exodo, la revelación de las ‘diez palabras’ es concedida entre la
proposición de la Alianza (cf Ex 19) y su ratificación (cf Ex 24),
después que el pueblo se comprometió a ‘hacer’ todo lo que el Señor
había dicho y a ‘obedecerlo’ (Ex 24, 7). El Decálogo no es transmitido
sino tras el recuerdo de la Alianza (‘el Señor, nuestro Dios,
estableció con nosotros una alianza en Horeb’: Dt 5, 2).
2061 Los mandamientos reciben su plena
significación en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el
obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza.
La primera de las ‘diez palabras’ recuerda el amor primero de Dios
hacia su pueblo:
Como había habido, en castigo del pecado, paso del
paraíso de la libertad a la servidumbre de este mundo, por eso la
primera frase del Decálogo, primera palabra de los mandamientos de
Dios, se refiere a la libertad: ‘Yo soy el Señor tu Dios, que te
sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre’ (Ex 20, 2;
Dt 5, 6) (Orígenes, hom. in Ex. 8, 1).
2062 Los mandamientos propiamente dichos vienen
en segundo lugar. Expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios
instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a
la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y
culto de acción de gracias. Es cooperación con el designio que Dios se
propone en la historia.
2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el
hombre están también confirmados por el hecho de que todas las
obligaciones se enuncian en primera persona (‘Yo soy el Señor...’) y
están dirigidas a otro sujeto (‘tú’). En todos los mandamientos de
Dios hay un pronombre personal en singular que designa el
destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer
su voluntad a cada uno en particular:
El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la
justicia para con el prójimo a fin de que el hombre no fuese ni
injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba al
hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo...
Las palabras del Decálogo persisten también entre nosotros
(cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y
desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne. (S.
Ireneo, haer. 4, 16, 3-4).
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo
de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una
importancia y una significación primordiales.
2065 Desde san Agustín, los ‘diez mandamientos’
ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los futuros
bautizados y de los fieles. En el siglo XV se tomó la costumbre de
expresar los preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles de
memorizar, y positivas. Estas fórmulas están todavía en uso hoy. Los
catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral
cristiana siguiendo el orden de los ‘diez mandamientos’.
2066 La división y numeración de los
mandamientos ha variado en el curso de la historia. El presente
catecismo sigue la división de los mandamientos establecida por san
Agustín y que ha llegado a ser tradicional en la Iglesia católica. Es
también la de las confesiones luteranas. Los Padres griegos hicieron
una división algo distinta que se usa en las Iglesias ortodoxas y las
comunidades reformadas.
2067 Los diez mandamientos enuncian las
exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se
refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del
prójimo.
Como la caridad comprende dos preceptos en los que
el Señor condensa toda la ley y los profetas..., así los diez
preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla
y siete en la otra. (S. Agustín, serm. 33, 2, 2).
2068 El Concilio de Trento enseña que los diez
mandamientos obligan a los cristianos y que el hombre justificado está
también obligado a observarlos (cf DS 1569-1670). Y el Concilio
Vaticano II afirma que: ‘Los obispos, como sucesores de los apóstoles,
reciben del Señor... la misión de enseñar a todos los pueblos y de
predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por
la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la
salvación’ (LG 24).
La unidad del Decálogo
2069 El Decálogo forma un todo indisociable.
Cada una de las ‘diez palabras’ remite a cada una de las demás y al
conjunto; se condicionan recíprocamente. Las dos tablas se iluminan
mutuamente; forman una unidad orgánica. Transgredir un mandamiento es
quebrantar todos los otros (cf St 2, 10-11). No se puede honrar a otro
sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a
todos los hombres, que son sus creaturas. El Decálogo unifica la vida
teologal y la vida social del hombre.
El Decálogo y la ley natural
2070 Los diez mandamientos pertenecen a la
revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad
del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto
indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza
de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión privilegiada
de la ‘ley natural’:
Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón
de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se
contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo. (S. Ireneo, haer.
4, 15, 1).
2071 Aunque accesibles a la sola razón, los
preceptos del Decálogo han sido revelados. Para alcanzar un
conocimiento completo y cierto de las exigencias de la ley natural, la
humanidad pecadora necesitaba esta revelación:
En el estado de pecado, una explicación plena de los
mandamientos del Decálogo resultó necesaria a causa del
oscurecimiento de la luz de la razón y de la desviación de la
voluntad. (S. Buenaventura, sent. 4, 37, 1, 3).
Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la
revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de
la con ciencia moral.
La obligación del Decálogo
2072 Los diez mandamientos, por expresar los
deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo,
revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son
básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes.
Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados
por Dios en el corazón del ser humano.
2073 La obediencia a los mandamientos implica
también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve. Así, la
injuria de palabra está prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo
podría ser una falta grave en razón de las circunstancias o de la
intención del que la profiere
“Sin mí no podéis hacer nada”
2074 Jesús dice: ‘Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto;
porque sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15, 5). El fruto evocado en
estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión
con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus
misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en
nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros
hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva
e interior de nuestro obrar. ‘Este es el mandamiento mío: que os améis
los unos a los otros como yo os he amado’ (Jn 15, 12).
Resumen
2075. ‘¿Qué he de hacer yo de bueno para
conseguir la vida eterna?’ - ‘Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos’ (Mt 19, 16-17).
2076 Por su modo de actuar y por su
predicación, Jesús ha atestiguado el valor perenne del Decálogo.
2077 El don del Decálogo fue concedido en el
marco de la alianza establecida por Dios con su pueblo. Los
mandamientos de Dios reciben su significado verdadero en y por esta
Alianza.
2078 Fiel a la Escritura y siguiendo el
ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el
Decálogo una importancia y una significación primordial.
2079 El Decálogo forma una unidad orgánica
en la que cada ‘palabra’ o ‘mandamiento’ remite a todo el conjunto.
Transgredir un mandamiento es quebrantar toda la ley (cf St 2, 10-11).
2080 El Decálogo contiene una expresión
privilegiada de la ley natural. Lo conocemos por la revelación divina
y por la razón humana.
2081 Los diez mandamientos, en su contenido
fundamental, enuncian obligaciones graves. Sin embargo, la obediencia
a estos preceptos implica también obligaciones cuya materia es, en sí
misma, leve.
2082 Dios hace posible por su gracia lo que
manda.
CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para
con Dios en estas palabras: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’ (Mt 22, 37; cf Lc 10,
27: '...y con todas tus fuerzas'). Estas palabras siguen
inmediatamente a la llamada solemne: ‘Escucha, Israel: el Señor
nuestro Dios es el único Señor’ (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Unico es
recordado en la primera de las ‘diez palabras’. Los mandamientos
explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está
llamado a dar a su Dios.
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
ARTÍCULO 1
EL PRIMER MANDAMIENTO
Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país
de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses
delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que
hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de
lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante
ellas ni les darás culto (Ex 20, 2-5).
Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él
darás culto (Mt 4, 10).
I ‘Adorarás al
señor tu Dios, y le servirás’
2084 Dios se da a conocer recordando su acción
todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien
se dirige: ‘Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de
servidumbre’. La primera palabra contiene el primer mandamiento de la
ley: ‘Adorarás al Señor tu Dios y le servirás... no vayáis en pos de
otros dioses’ (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia
de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore.
2085 El Dios único y verdadero revela ante todo
su gloria a Israel (cf Ex 19, 16-25; 24, 15-18). La revelación de la
vocación y de la verdad del hombre está ligada a la revelación de
Dios. El hombre tiene la vocación de hacer manifiesto a Dios mediante
sus obras humanas, en conformidad con su condición de criatura hecha
‘a imagen y semejanza de Dios’:
No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido
otro desde los siglos sino el que ha hecho y ordenado el universo.
Nosotros no pensamos que nuestro Dios es distinto del vuestro Es el
mismo que sacó a vuestros padres de Egipto ‘con su mano poderosa y
su brazo extendido’. Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en
otro, que no existe, sino en el mismo que vosotros: el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob. (S. Justino, dial. 11, 1).
2086 “El primero de los preceptos abarca la fe,
la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser
constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De
ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras
y tener en El una fe y una confianza completas. El es todopoderoso,
clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no
poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo
contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado
en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada
Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: ‘Yo soy el
Señor’” (Catec. R. 3, 2, 4).
La fe
2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la
fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la ‘obediencia
de la fe’ (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en
el ‘desconocimiento de Dios’ el principio y la explicación de todas
las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios
es creer en El y dar testimonio de El.
2088 El primer mandamiento nos pide que
alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que
rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar
contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o
rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia
propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en
creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o
también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se
fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
2089 La incredulidad es el menosprecio
de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle
asentimiento. ‘Se llama herejía la negación pertinaz, después
de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina
y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el
rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la
sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la
Iglesia a él sometidos’ (CIC can. 751).
La esperanza
2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre,
éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias
fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el
amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La
esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la
bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor
de Dios y de provocar su castigo.
2091 El primer mandamiento se refiere también a
los pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la
presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar
de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el
perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia
-porque el Señor es fiel a sus promesas- y a su Misericordia.
2092 Hay dos clases de
presunción. O
bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse
sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la
misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la
gloria sin mérito).
La caridad
2093 La fe en el amor de Dios encierra la
llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un
amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas
las cosas y a las criaturas por El y a causa de El (cf Dt 6, 4-5).
2094 Se puede pecar de diversas maneras contra
el amor de Dios. La indiferencia descuida o rechaza la
consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y
niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la
caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una
vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar
la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedía
o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su
origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo
maldice porque condena el pecado e inflige penas.
II ‘A él sólo
darás culto’
2095 “Las virtudes teologales de la fe, la
esperanza y la caridad, informan y vivifican las virtudes morales.
Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en toda justicia le
debemos en cuanto criaturas. La virtud de la religión nos
dispone a esta actitud.
La adoración
2096 La adoración es el primer acto de la
virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como
Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor
infinito y misericordioso. ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él
darás culto’ (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).
2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y
sumisión absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo existe por
Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo,
como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha
hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La
adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí
mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
La oración
2098. “Los actos de fe, esperanza y caridad que
ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación
del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios:
oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de
súplica. La oración es una condición indispensable para poder obedecer
los mandamientos de Dios. ‘Es preciso orar siempre sin desfallecer’ (Lc
18, 1).
El sacrificio
2099. Es justo ofrecer a Dios sacrificios en
señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión: ‘Toda
acción realizada para unirse a Dios en la santa comunión y poder ser
bienaventurado es un verdadero sacrificio’ (S. Agustín, civ. 10, 6).
2100 El sacrificio exterior, para ser
auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi
sacrificio es un espíritu contrito...’ (Sal 51, 19). Los profetas de
la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos
sin participación interior (cf Am 5, 21-25) o sin relación con el amor
al prójimo (cf Is 1, 10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta
Oseas: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13; 12, 7; cf
Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la
cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb
9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida
un sacrificio para Dios.
Promesas y votos
2101 En varias circunstancias, el cristiano es
llamado a hacer promesas a Dios. El bautismo y la confirmación, el
matrimonio y la ordenación las exigen siempre. Por devoción personal,
el cristiano puede también prometer a Dios un acto, una oración, una
limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad a las promesas hechas a
Dios es una manifestación de respeto a la Majestad divina y de amor
hacia el Dios fiel.
2102 ‘El voto, es decir, la promesa
deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor,
debe cumplirse por la virtud de la religión’ (CIC can. 1191, 1). El
voto es un acto de devoción en el que el cristiano se consagra
a Dios o le promete una obra buena. Por tanto, mediante el
cumplimiento de sus votos entrega a Dios lo que le ha prometido y
consagrado. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran a san Pablo
cumpliendo los votos que había hecho (cf Hch 18, 18; 21, 23-24).
2103 La Iglesia reconoce un valor ejemplar a
los votos de practicar los consejos evangélicos (cf CIC can.
654).
La santa Iglesia se alegra de que haya en su seno
muchos hombres y mujeres que siguen más de cerca y muestran más
claramente el anonadamiento de Cristo, escogiendo la pobreza con la
libertad de los hijos de Dios y renunciando a su voluntad propia.
Estos, pues, se someten a los hombres por Dios en la búsqueda de la
perfección más allá de lo que está mandado, para parecerse más a
Cristo obediente (LG 42).
En algunos casos, la Iglesia puede, por razones
proporcionadas, dispensar de los votos y las promesas (CIC can. 692;
1196- 1197).
El deber social de la
religión y el derecho a la libertad religiosa
2104 ‘Todos los hombres están obligados a
buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su
Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla’ (DH 1). Este
deber se desprende de ‘su misma naturaleza’ (DH 2). No contradice al
‘respeto sincero’ hacia las diversas religiones, que ‘no pocas veces
reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a
todos los hombres’ (NA 2), ni a la exigencia de la caridad que empuja
a los cristianos ‘a tratar con amor, prudencia y paciencia a los
hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe’ (DH 14).
2105 El deber de rendir a Dios un culto
auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado.
Esa es ‘la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los
hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la
única Iglesia de Cristo’ (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los
hombres, la Iglesia trabaja para que puedan ‘informar con el espíritu
cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras
de la comunidad en la que cada uno vive’ (AA 13). Deber social de los
cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad
y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera
religión, que subsiste en la Iglesia católica y apostólica (cf DH 1).
Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cf AA 13). La
Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y,
en particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, enc. "Inmortale
Dei"; Pío XI, enc. "Quas primas").
2106 ‘En materia religiosa, ni se obligue a
nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe
conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros’ (DH
2). Este derecho se funda en la naturaleza misma de la persona humana,
cuya dignidad le hace adherirse libremente a la verdad divina, que
trasciende el orden temporal. Por eso, ‘permanece aún en aquellos que
no cumplen la obligación de buscar la verdad y adherirse a ella’ (DH
2).
2107 ‘Si, teniendo en cuenta las circunstancias
peculiares de los pueblos, se concede a una comunidad religiosa un
reconocimiento civil especial en el ordenamiento jurídico de la
sociedad, es necesario que al mismo tiempo se reconozca y se respete
el derecho a la libertad en materia religiosa a todos los ciudadanos y
comunidades religiosas’(DH 6).
2108 El derecho a la libertad religiosa no es
ni la permisión moral de adherirse al error (cf León XIII, enc.
"Libertas praestantissimum"), ni un supuesto derecho al error (cf Pío
XII, discurso 6 diciembre 1953), sino un derecho natural de la persona
humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción
exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del
poder político. Este derecho natural debe ser reconocido en el
ordenamiento jurídico de la sociedad de manera que constituya un
derecho civil (cf DH 2).
2109 El derecho a la libertad religiosa no
puede ser de suyo ni ilimitado (cf Pío VI, breve "Quod aliquantum"),
ni limitado solamente por un ‘orden público’ concebido de manera
positivista o naturalista (cf Pío IX, enc. "Quanta cura"). Los ‘justos
límites’ que le son inherentes deben ser determinados para cada
situación social por la prudencia política, según las exigencias del
bien común, y ratificados por la autoridad civil según ‘normas
jurídicas, conforme con el orden objetivo moral’ (DH 7).
III ‘No
habrá para ti otros dioses delante de mí’
2110 El primer mandamiento prohíbe honrar a
dioses distintos del Unico Señor que se ha revelado a su pueblo.
Proscribe la superstición y la irreligión. La superstición representa
en cierta manera una perversión, por exceso, de la religión. La
irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.
La superstición
2111 La superstición es la desviación del
sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar
también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se
atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas,
por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola
materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales,
prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en
la superstición (cf Mt 23, 16-22).
La idolatría
2112 El primer mandamiento condena el
politeísmo. Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios
verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La
Escritura recuerda constantemente este rechazo de los ‘ídolos, oro y
plata, obra de las manos de los hombres’, que ‘tienen boca y no
hablan, ojos y no ven...’ Estos ídolos vanos hacen vano al que les da
culto: ‘Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su
confianza’ (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10,
1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el
contrario, es el ‘Dios vivo’ (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida
e interviene en la historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los
cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe.
Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el
momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de
Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de
poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del
dinero, etc. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’, dice Jesús (Mt 6,
24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a ‘la Bestia’ (cf Ap
13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el
único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión
divina divina(cf Gál 5, 20; Ef 5, 5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración
del Dios Unico. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al
hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una
perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es
el que ‘aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios, la indestructible
noción de Dios’ (Orígenes, Cels. 2, 40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus
profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa
consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en
lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al
respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de
responsabilidad.
2116 Todas las formas de
adivinación
deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de
los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone
‘desvelan’ el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de
horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de
presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a
‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia
y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la
protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y
el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de
magia o de
hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias
ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural
sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente
contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más
condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a
otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos
es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia
prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los
fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas
tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas,
ni la explotación de la credulidad del prójimo.
La irreligión
2118 El primer mandamiento de Dios reprueba los
principales pecados de irreligión: la acción de tentar a Dios con
palabras o con obras, el sacrilegio y la simonía.
2119 La acción de
tentar a Dios consiste
en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia.
Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo
y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús
le opone las palabras de Dios: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6,
16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la
confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una
duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf
1 Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).
2120 El sacrilegio consiste en profanar
o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas,
así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El
sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la
Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace
presente substancialmente (cf CIC can. 1367; 1376).
2121 La simonía (cf Hch 8, 9-24) se
define como la compra o venta de cosas espirituales. A Simón el mago,
que quiso comprar el poder espiritual del que vio dotado a los
apóstoles, Pedro le responde: ‘Vaya tu dinero a la perdición y tú con
él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero’ (Hch 8,
20). Así se ajustaba a las palabras de Jesús: ‘Gratis lo recibisteis,
dadlo gratis’ (Mt 10, 8; cf Is 55, 1)]. Es imposible apropiarse de los
bienes espirituales y de comportarse respecto a ellos como un poseedor
o un dueño, pues tienen su fuente en Dios. Sólo es posible recibirlos
gratuitamente de El.
2122 ‘Fuera de las ofrendas determinadas por la
autoridad competente, el ministro no debe pedir nada por la
administración de los sacramentos, y ha de procurar siempre que los
necesitados no queden privados de la ayuda de los sacramentos por
razón de su pobreza’ (CIC can. 848). La autoridad competente puede
fijar estas ‘ofrendas’ atendiendo al principio de que el pueblo
cristiano debe contribuir al sostenimiento de los ministros de la
Iglesia. ‘El obrero merece su sustento’ (Mt 10, 10; cf Lc 10, 7; 1 Co
9, 5-18; 1 Tm 5, 17-18).
El ateísmo
2123 ‘Muchos de nuestros contemporáneos no
perciben de ninguna manera esta unión íntima y vital con Dios o la
rechazan explícitamente, hasta tal punto que el ateísmo debe ser
considerado entre los problemas más graves de esta época’ (GS 19, 1).
2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy
diversos. Una forma frecuente del mismo es el materialismo práctico,
que limita sus necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El
humanismo ateo considera falsamente que el hombre es ‘el fin de sí
mismo, el artífice y demiurgo único de su propia historia’ (GS 20, 1).
Otra forma del ateísmo contemporáneo espera la liberación del hombre
de una liberación económica y social para la que ‘la religión, por su
propia naturaleza, constituiría un obstáculo, porque, al orientar la
esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de
la construcción de la ciudad terrena’ (GS 20, 2).
2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de
Dios, el ateísmo es un pecado contra la virtud de la religión (cf Rm
1, 18). La imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente
disminuida en virtud de las intenciones y de las circunstancias. En la
génesis y difusión del ateísmo ‘puede corresponder a los creyentes una
parte no pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación para la
fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también por los
defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han
velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más que
revelarlo’ (GS 19, 3).
2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una
concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de
toda dependencia respecto a Dios (GS 20, 1). Sin embargo, ‘el
reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del
hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo
Dios’ (GS 21, 3). ‘La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con
los deseos más profundos del corazón humano’ (GS 21, 7).
El agnosticismo
2127 El agnosticismo reviste varias formas. En
ciertos casos, el agnóstico se resiste a negar a Dios; al contrario,
postula la existencia de un ser trascendente que no podría revelarse y
del que nadie podría decir nada. En otros casos, el agnóstico no se
pronuncia sobre la existencia de Dios, manifestando que es imposible
probarla e incluso afirmarla o negarla.
2128 El agnosticismo puede contener a veces una
cierta búsqueda de Dios, pero puede igualmente representar un
indiferentismo, una huida ante la cuestión última de la existencia, y
una pereza de la conciencia moral. El agnosticismo equivale con mucha
frecuencia a un ateísmo práctico
IV ‘No te harás
escultura alguna...’
2129 El mandamiento divino implicaba la
prohibición de toda representación de Dios por mano del hombre. El
Deuteronomio lo explica así: ‘Puesto que no visteis figura alguna el
día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no
vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier
representación que sea...’ (Dt 4, 15-16). Quien se revela a Israel es
el Dios absolutamente Trascendente. ‘El lo es todo’, pero al mismo
tiempo ‘está por encima de todas sus obras’ (Si 43, 27- 28). Es la
fuente de toda belleza creada (cf. Sb 13, 3).
2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento
Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían
simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de
bronce (cf Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15),
el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25,
10-12;
1 R 6, 23-28; 7, 23-26).
2131 Fundándose en el misterio del Verbo
encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año
787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas
imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los
ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse,
inauguró una nueva ‘economía’ de las imágenes.
2132 El culto cristiano de las imágenes no es
contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto,
‘el honor dado a una imagen se remonta al modelo original’ (S.
Basilio, spir. 18, 45), ‘el que venera una imagen, venera en ella la
persona que en ella está representada’ (Cc de Nicea II: DS 601); cf Cc
de Trento: DS 1821-1825; Cc Vaticano II: SC 126; LG 67). El honor
tributado a las imágenes sagradas es una ‘veneración respetuosa’, no
una adoración, que sólo corresponde a Dios:
El culto de la religión no se dirige a las imágenes en
sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de
imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento
que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino
que tiende a la realidad de la que ella es imagen. (S. Tomás de
Aquino, s. th. 2-2, 81, 3, ad 3).
Resumen
2133 ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas’ (Dt 6, 59).
2134 El primer mandamiento llama al hombre
para que crea en Dios, espere en El y lo ame sobre todas las cosas.
2135 ‘Al Señor tu Dios adorarás’ (Mt 4, 10).
Adorar a Dios, orar a El, ofrecerle el culto que le corresponde,
cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son todos ellos
actos de la virtud de la religión que constituyen la obediencia al
primer mandamiento.
2136 El deber de dar a Dios un culto
auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado.
2137 El hombre debe ‘poder profesar
libremente la religión en público y en privado’ (DH 15).
2138 La superstición es una desviación del
culto que debemos al verdadero Dios, la cual conduce a la idolatría y
a distintas formas de adivinación y de magia.”
2139 La acción de tentar a Dios de palabra o
de obra, el sacrilegio y la simonía son pecados de irreligión,
prohibidos por el primer mandamiento.
2140 El ateísmo, en cuanto niega o rechaza
la existencia de Dios, es un pecado contra el primer mandamiento.
2141 El culto de las imágenes sagradas está
fundado en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. No es
contrario al primer mandamiento.
Continuación