De la
carta de San Clemente, Papa, a los Corintios.
Oficio de Lectura, XXX
Domingo del Tiempo Ordinario
Dios ha creado el mundo con orden y sabiduría
y con sus dones lo enriquece
De la carta de
San Clemente I,
papa, a los Corintios
Cap
19,2- 20, 12
No perdamos de vista al que es Padre y
Creador de del mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en
la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos
ofrece. Contemplémoslo con nuestra mente y pongamos los ojos
de nuestra alma en la magnitud de sus designios, sopesando
cuán bueno se muestra él para con todas sus criaturas.
Los astros del firmamento obedecen en sus
movimientos, con exactitud y orden, las reglas que de él han
recibido; el día y la noche van haciendo su camino, tal como
él lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre
otro. El sol, la luna y el coro de los astros siguen las
órbitas que él les ha señalado en armonía y sin transgresión
alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos,
ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia
tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres
vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden
que Dios le ha fijado.
Los abismos profundos e insondables y las
regiones más inescrutables obedecen también a sus leyes. La
inmensidad del mar, colocada en la concavidad donde Dios la
puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos,
sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues
al mar dijo el Señor: Hasta aquí llegarás y no pasarás;
aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Los océanos,
que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que
están por encima de nosotros obedecen también a las
ordenaciones del Señor.
Las diversas estaciones del año,
primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en
orden, una tras otra. El ímpetu de los vientos irrumpe en su
propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer
nunca las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios
creó para el bienestar y la salud de los hombres, hace
brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida
de los hombres; y aún los más pequeños de los animales,
uniéndose en paz y concordia, van reproduciéndose y
multiplicando su prole.
Así, en toda la creación, el Dueño y
soberano Creador del universo ha querido que reinara la paz
y la concordia, pues él desea el bien de todas sus criaturas
y se muestra siempre magnánimo y generoso con todos los que
recurrimos a su misericordia, por nuestro Señor Jesucristo,
a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los
siglos. Amén.
Oficio de Lectura, XXX
Lunes del Tiempo Ordinario
No nos apartemos nunca de la
voluntad de Dios
De la carta de
San Clemente I,
papa, a los Corintios
Cap
21,1-22,5; 23,1-2
Vigilad, amadísimos, no sea que los
innumerables beneficios de Dios se conviertan para nosotros
en motivo de condenación, por no tener una conducta digna de
Dios y por no realizar siempre en mutua concordia lo que le
agrada. En efecto, dice la Escritura:
El Espíritu del Señor es lámpara que sondea
lo íntimo de las entrañas.
Consideremos cuán cerca está de nosotros y
cómo no se oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de
nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos
nunca de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres
necios e insensatos, soberbios y engreídos en su hablar, que
no a Dios.
Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue
derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen
nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros,
eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos
a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean
dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que
brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura,
que la discreción de sus palabras manifieste a todos su
recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos
temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de personas.
Que vuestros hijos sean educados según
Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la
humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que
comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y
cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él, con
toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador
de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu
está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede
retirar.
Todo esto nos lo confirma nuestra fe
cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita, por
medio del Espíritu Santo, con estas palabras:
Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el
temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días
de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la
falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y
corre tras ella.
El Padre de todo consuelo y de todo amor
tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo
temen y, en su entrañable condescendencia, reparte sus dones
a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por
eso, huyamos de la duplicidad de ánimo, y que nuestra alma
no se enorgullezca nunca al verse honrada con la abundancia
y riqueza de los dones del Señor.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, aumenta
nuestra fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus
promesas, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Continúación...
Oficio de Lectura, XXX
Martes del Tiempo Ordinario
Dios es fiel en sus promesas
De la carta de
San Clemente I,
papa, a los Corintios
Caps. 24, 1-5; 27,1-29,1
Consideremos, amadísimos hermanos, cómo
Dios no cesa de alentarnos con la esperanza de una futura
resurrección, de la que nos ha dado ya las primicias al
resucitar de entre los muertos al Señor Jesucristo. Estemos
atentos, amados hermanos, al mismo proceso natural de la
resurrección que contemplamos todos los días: el día y la
noche ponen ya ante nuestros ojos como una imagen de la
resurrección: la noche se duerme, el día se levanta; el día
termina, la noche lo sigue. Pensemos también en nuestras
cosechas: ¿Qué es la semilla y cómo la obtenemos? Sale el
sembrador y arroja en tierra unos granos de simiente, y lo
que cae en tierra, seco y desnudo, se descompone; pero
luego, de su misma descomposición, el Dueño de todo, en su
divina providencia, lo resucita, y de un solo grano saca
muchos, y cada uno de ellos lleva su fruto.
Tengamos, pues, esta misma esperanza y
unamos con ella nuestras almas a aquel que es fiel en sus
promesas y justo en sus juicios. Quien nos prohibió mentir
ciertamente no mentirá, pues nada es imposible para Dios,
fuera de la mentira. Reavivemos, pues, nuestra fe en él y
creamos que todo está, de verdad, en sus manos.
Con una palabra suya creó el universo, y
con una palabra lo podría también aniquilar. ¿Quién
puede decirle: «Qué has hecho»? O ¿quién puede resistir la
fuerza de su brazo? El lo hace todo cuando quiere y
como quiere, y nada dejará de cumplirse de cuanto él ha
decretado. Todo está presente ante él, y nada se opone a su
querer, pues el cielo proclama la
gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo
susurra; sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene
su voz, a toda la tierra alcanza su pregón.
Siendo, pues, así que todo está presente
ante él y que e! todo lo contempla, tengamos temor de
ofenderlo y apartémonos de todo deseo impuro de malas
acciones, a fin de que su misericordia nos defienda en el
día del juicio. Porque ¿quién de nosotros podría huir de su
poderosa mano? ¿Qué mundo podría acoger a un desertor de
Dios? Dice, en efecto, en cierto lugar, la Escritura: ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu
mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en
el abismo, allí te encuentro. ¿En qué lugar, pues,
podría alguien refugiarse para escapar de aquel que lo
envuelve todo?
Acerquémonos, por tanto, al Señor con un
alma santificada, levantando hacia él nuestras manos puras e
incontaminadas; amemos con todas nuestras fuerzas al que es
nuestro Padre, amante y misericordioso, y que ha hecho de
nosotros su pueblo de elección.
Oración
Dios todopoderoso y
eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para
conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Oficio de Lectura, XXX
Miércoles del Tiempo Ordinario
Sigamos la senda de la
verdad
De la Carta de san
Clemente
primero a los Corintios
Caps. 30,3-4;
34,2-35, 5
Revistámonos de concordia, manteniéndonos
en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda
murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra
justicia más por medio de nuestras obras que con nuestras
palabras. Porque está escrito: ¿Va
a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el
charlatán?
Es necesario, por tanto, que estemos
siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto
poseemos nos lo ha dado Dios. Él, en efecto, ya nos ha
prevenido, diciendo: Mirad, el Señor Dios llega, y viene
con él su salario para pagar a cada uno su propio trabajo.
De esta forma, pues, nos exhorta a nosotros, que
creemos en él con todo nuestro corazón, a que, sin pereza ni
desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras.
Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en él;
vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la
multitud de ángeles que están en su presencia, siempre
dispuestos a cumplir sus órdenes. Dice, en efecto, la
Escritura: Miles y miles le
servían, millones estaban a sus órdenes y gritaban,
diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos,
la tierra está llena de su gloria!».
Nosotros, pues, también con un solo
corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra
común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de
tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas
promesas. Porque él ha dicho: Ni
el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que
Dios ha preparado para los que lo aman.
¡Qué grandes y maravillosos son, amados
hermanos, lo dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el
esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en
la confianza la templanza en la santidad; y todos estos
dones son lo que están, ya desde ahora, al alcance de
nuestro conocimiento. ¿Y cuáles serán, pues, los bienes que
están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce
el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su
número y su belleza.
Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos
dones, procuremos, con todo ahínco, ser contados entre
aquellos que esperan su llegada. ¿Y cómo podremos lograrlo,
amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda
nuestra fe, buscando siempre con diligencia lo que es grato
y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con
su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y
rechazando de nuestra vida toda injusticia.
Oficio de lectura,
Sábado
I del tiempo Ordinario
Por la fe, Dios justificó a todos desde el principio
De la carta de
san Clemente
primero, papa, a los Corintios
Caps.
31-33
Procuremos hacernos dignos de la bendición
divina y veamos cuáles son los caminos que nos conducen a
ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en el
principio ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abrahán la bendición?
¿No fue acaso porque practicó la justicia y la verdad por
medio de la fe? Isaac, sabiendo lo que le esperaba, se
ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en
el tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de
su hermano, y llegó a casa de Labán, poniéndose a su
servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus de Israel.
El que considere con cuidado cada uno de
estos casos comprenderá la magnitud de los dones concedidos
por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los
sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él
desciende Jesús, según la carne; de él, a través de la tribu
de Judá, descienden reyes, príncipes y jefes. Y, en cuanto a
las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor, ya
que el Señor había prometido:
Multiplicaré a
tus descendientes como las estrellas del cielo.
Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza
no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas
acciones, sin por beneplácito divino. También nosotros,
llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos
justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría
o inteligencia ni por nuestra piedad ni por las obras que
hayamos practicado con santidad de corazón, sino por la fe,
por la cual Dios todopoderoso justificó a todos desde el
principio; a él sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos
en nuestras buenas obras y dejaremos de lado la caridad? No
permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con
diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar
toda clase de obras buenas. El mismo Hacedor y Señor de
todas las cosas se alegra por sus obras. Él, en efecto, con
su máximo y supremo poder, estableció los cielos los
embelleció con su sabiduría inconmensurable; él fue también
quien separó la tierra firme del agua que la cubría por
completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible de su
propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio
el ser a los animales que pueblan la tierra; él también, con
su poder, encerró en el mar a los animales que en él
habitan, después de haber hecho uno y otros.
Además de todo esto, con sus manos
sagradas y puras, plasmó al más excelente de todos los seres
vivos y al más elevado por la dignidad de su inteligencia,
el hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en
efecto, dice Dios:
«Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza». Y creó Dios al hombre;
hombre y mujer los creó. Y, habiendo concluido
todas sus obras, las halló buenas y las bendijo, diciendo:
Creced,
multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que
todos los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de
que el mismo Señor se complació en sus obras. Teniendo
semejante modelo, entreguémonos con diligencia al
cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo
en practicar el bien.
Oración
Muéstrate propicio, Señor, a los deseos y
plegarias de tu pueblo: danos luz para conocer tu voluntad y
la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor
Jesucristo.
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