Oficio de Lectura, XXII lunes del Tiempo Ordinario
Yo instruí a mis profetas
Del libro de la Imitación de
Cristo, de Tomás
Kempis, 3,3
Escucha, hijo mío, mis palabras, palabras
suavísimas, que trascienden toda la ciencia de los filósofos y
letrados de este mundo.
Mis palabras son espíritu y son vida,
y no se pueden ponderar partiendo del
criterio humano.
No deben usarse con miras a satisfacer la vana
complacencia, sino oírse en silencio, y han de recibirse con
humildad y gran afecto del corazón.
Y dije: Dichoso el hombre a quien tú educas,
al que enseñas tu ley, dándole descanso tras los anos duros,
para que no viva desolado aquí en la tierra.
Yo –dice el Señor– instruí a los profetas
desde antiguo, y no ceso de hablar a todos hasta hoy; pero
muchos se hacen sordos a mi palabra y se endurecen en su
corazón.
Los más oyen de mejor grado al mundo que a
Dios, y más fácilmente siguen las apetencias de la carne que el
beneplácito divino.
Ofrece el mundo cosas temporales y efímeras,
y, con todo, se le sirve con ardor. Yo prometo lo sumo y eterno,
y los corazones de los hombres languidecen presa de la inercia.
¿Quién me sirve y obedece a mí con tanto
empeño y diligencia como se sirve al mundo y a sus dueños?
Sonrójate, pues, siervo indolente y
quejumbroso, que aquéllos sean más solícitos para la perdición
que para la vida.
Más se gozan ellos en la vanidad que tú en la
verdad. Y, ciertamente, a veces quedan fallidas sus esperanzas;
en cambio, mi promesa a nadie engaña ni deja frustrado al que
funda su confianza en mí.
Yo daré lo que tengo prometido, lo que he
dicho lo cumpliré. Pero a condición de que mi siervo se mantenga
fiel hasta el fin.
Yo soy el remunerador de todos los buenos, así
como fuerte el que somete a prueba a todos los que llevan una
vida de intimidad conmigo.
Graba mis palabras en tu corazón y medítalas
una y otra vez con diligencia, porque tendrás gran necesidad de
ellas en el momento de la tentación.
Lo que no entiendas cuando leas lo
comprenderás el día de mi visita. Porque de dos medios suelo
usar para visitar a mis elegidos: la tentación y la consolación.
Y dos lecciones les doy todos los días: una
consiste en reprender sus vicios, otra en exhortarles a
progresar en la adquisición de las virtudes.
El que me rechaza y no acepta mis palabras
tiene quien lo juzgue en el último día.