Del oficio de
lectura, Domingo XIII del tiempo ordinario
Predicamos a Cristo hasta los confines de la
tierra
Pablo VI,
Homilía pronunciada en Manila 29
noviembre 1970
¡Ay de mí si no anuncio el
Evangelio! Para esto me ha
enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo.
Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el
mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el
amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el
Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha
revelado al Dios invisible, él es el primogénito de
toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es
también el maestro y redentor de los hombres; él nació,
murió y resucitó por nosotros.
Él es el centro de la historia y del
universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de
nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él,
ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro
juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida
y nuestra felicidad.
Yo nunca me cansaría de hablar de él;
él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la
verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua
viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es
nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro
consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que
nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al
trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró
milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres
son bienaventurados, en el que la paz es el principio de
la convivencia, en el que los limpios de corazón y los
que lloran son ensalzados y consolados, en el que los
que tienen hambre de justicia son saciados, en el que
los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos
son hermanos.
Éste es Jesucristo, de quien ya habéis
oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis,
por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues,
cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio:
Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la
omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón
de la historia humana y de nuestro destino; él es el
mediador, a manera de puente, entre la tierra y el
cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque
es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de
María, bendita entre todas las mujeres, su madre según
la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu
del cuerpo místico.
¡Jesucristo! Recordadlo: él es el
objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es
que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y
por los siglos de los siglos.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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