Oficio
de lectura, XI Lunes del tiempo ordinario
Nuestra oración es pública y común
Del tratado de
San Cipriano sobre el
Padrenuestro
Caps 8-9
Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro
de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y
privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No
decimos: «Padre mío, que estás en los cielos», ni: «El pan mío
dámelo hoy», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada
uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no
caigamos en la tentación y que nos libre del mal. Nuestra
oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por
uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos
como uno solo.
El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó
la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo
que Él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres
jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en
su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de
corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al
enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que
debemos imitar en nuestra oración: Entonces –dice– los tres, al
unísono, cantaban himnos y bendecían a Dios. Oraban los tres al
unísono, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.
Por eso, fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella
plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo
vemos que oraron también los apóstoles, junto con los
discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos –dice
la Escritura– se dedicaban a la oración en común, junto con
algunas mujeres, entre ellas Maria, la madre de Jesús, y con sus
hermanos. Se dedicaban a la oración en común, manifestando con
esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace
habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y
eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.
¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy
amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan
breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a
manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo
lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vosotros –dice el
Señor– rezad así: «Padre nuestro, que estás en los cielos».
El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su
gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser
hijo. La Palabra vino a su casa –dice el Evangelio– y los suyos
no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder
para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que
ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe
comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición
de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los
cielos.