Oficio de lectura,
viernes de la
octava de pascua
La unción del Espíritu Santo
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 21 (Mistagógica 3), 1-3
Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo,
habéis sido hechos semejantes al Hijo de Dios. Porque Dios nos
predestinó para la adopción nos hizo conformes al cuerpo glorioso de
Cristo. Hechos, por tanto, partícipes de Cristo (que significa
Ungido), con toda razón os llamáis ungidos; y Dios mismo dijo de
vosotros: No toquéis
a mis ungidos.
Fuisteis convertidos en Cristo al recibir el
anticipo del Espíritu Santo: pues con relación a vosotros todo se
realizó en símbolo e imagen; en definitiva, sois imágenes de Cristo.
Por cierto que él, cuando fue bautizado en el río
Jordán, comunicó a las aguas el fragante perfume de su divinidad y,
al salir de ellas, el Espíritu Santo descendió substancialmente
sobre el como un igual sobre su igual.
Igualmente vosotros, después que subisteis de la
piscina, recibisteis el crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo
con el que Cristo fue ungido. De este Espíritu dice el profeta
Isaías en una profecía relativa a sí mismo, pero en cuanto que
representaba al Señor:
el Espíritu del Señor
está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar
la buena noticia a los que sufren.
Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres
ni su unción se hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el
Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción
fue el Espíritu Santo tal como dice San Pedro:
Jesús de Nazaret, ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, y anuncia
también el profeta David:
Tu trono, oh Dios,
permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real. Has
amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios,
te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.
Cristo fue ungido con el óleo espiritual de la
alegría, es decir, con el Espíritu Santo, que se llama aceite de
júbilo, porque es el autor y la fuente de toda alegría espiritual,
pero vosotros, al ser ungidos con ungüento material, habéis sido
hechos partícipes y consortes del mismo Cristo.
Por lo demás no se te ocurra pensar que se trata
de un simple y común ungüento. Pues, de la misma manera que, después
de la invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es
ya un simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado
aceite, después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración
consecratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, sino
el don de Cristo y fuerza del Espíritu Santo, ya que realiza, por la
presencia de la divinidad, aquello que significa. Por eso, este
ungüento se derrama simbólicamente sobre la frente y los demás
sentidos, para que mientras se unge el cuerpo con un aceite visible,
el alma quede santificada por el Santo y vivificante Espíritu.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que por el misterio
pascual has restaurado tu alianza con los hombres, concédenos
realizar en la vida cuanto celebramos en la fe. Por nuestro Señor
Jesucristo.