Oficio de lectura,
viernes IV
semana
de pascua
Muchos senderos, pero un solo
camino
De la carta de
san Clemente primero
papa, a los
Corintios
Caps. 36, 1-2; 37-38
Jesucristo es, queridos hermanos, el camino en el
que encontramos nuestra salvación, él, el pontífice de nuestras
ofrendas, el defensor y protector de nuestra debilidad.
Por él contemplamos las alturas del cielo; en él
vemos como un reflejo del rostro resplandeciente y majestuoso de
Dios; gracias a él se nos abrieron los ojos de nuestro corazón;
gracias a él nuestra inteligencia insensata y llena de tinieblas
quedó repleta de luz; por él quiso el Dueño soberano de todo que
gustásemos el conocimiento inmortal,
ya que él es reflejo de
la gloria del Padre y está
tanto más encumbrado
sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Militemos, por tanto, hermanos, con todas nuestras
fuerzas, bajo las órdenes de un jefe tan santo.
Pensemos en los soldados que militan a las órdenes
de nuestros emperadores: con qué disciplina, con qué obediencia, con
qué prontitud cumplen cuanto se les ordena. No todos son prefectos,
ni tienen bajo su mando mil hombres, ni cien como centuriones, ni
cincuenta, y así de los demás grados; sin embargo, cada uno de ellos
lleva a cabo, según su orden y jerarquía, las ordenes del emperador
y de los jefes. Los grandes no pueden subsistir sin los pequeños, ni
los pequeños sin los grandes; todos se hallan entremezclados, y de
ahí surge la utilidad.
Tomemos el ejemplo de nuestro cuerpo: la cabeza
nada puede sin los pies, ni los pies sin la cabeza; los miembros más
insignificantes de nuestro cuerpo son necesarios y útiles al cuerpo
entero y colaboran mutuamente en bien de la conservación del cuerpo
entero.
Que se conserve también entero este cuerpo que
formamos en Cristo Jesús; sométase cada uno a su prójimo respetando
los carismas que cada uno ha recibido.
El fuerte cuide del débil, y el débil respete al
fuerte; el rico sea generoso con el pobre, y el pobre alabe a Dios
que le ha proporcionado alguien para remedio de su pobreza. Que el
sabio manifieste su sabiduría no en palabras, sino en buenas obras,
y que el humilde no haga propaganda de sí mismo, sino que aguarde
que otro dé testimonio de él. El que guarda castidad, que no se
enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de
la continencia.
Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos
formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de
qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este
mundo, obra suya, en el que, ya antes de que naciéramos, nos había
dispuesto sus dones. Como quiera, pues, que todos estos beneficios
los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias. A él la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.