Oficio de Lectura,
16 de
Octubre,
Santa
Margarita María de Alacoque, Virgen
Debemos conocer el amor de Cristo,
que excede todo conocimiento
De las cartas de
santa Margarita María de Alacoque, virgen
Pienso que aquel gran deseo de nuestro Señor de que su sagrado
Corazón sea honrado con un culto especial tiende a que se renueven
en nuestras almas los efectos de la redención. El sagrado Corazón,
en efecto, es una fuente inagotable, que no desea otra cosa que
derramarse en el corazón de los humildes, para que estén libres y
dispuestos a gastar la propia vida según su beneplácito.
De este divino Corazón manan sin cesar tres arroyos: el primero es
el de la misericordia para con los pecadores, sobre los cuales
vierte el espíritu de contrición y de penitencia; el segundo es el
de la caridad, en provecho de todos los aquejados por cualquier
necesidad y, principalmente, de los que aspiran a la perfección,
para que encuentren la ayuda necesaria para superar sus
dificultades; del tercer arroyo manan el amor y la luz para sus
amigos ya perfectos, a los que quiere unir consigo para comunicarles
su sabiduría y sus preceptos, a fin de que ellos a su vez, cada cual
a su manera, se entreguen totalmente a promover su gloria.
Este Corazón divino es un abismo de todos los bienes, en el que
todos los pobres necesitan sumergir sus indigencias: es un abismo de
gozo, en el que hay que sumergir todas nuestras tristezas, es un
abismo de humildad contra nuestra ineptitud, es un abismo de
misericordia para los desdichados y es un abismo de amor, en el que
debe ser sumergida toda nuestra indigencia.
Conviene, pues, que os unáis al Corazón de nuestro señor Jesucristo
en el comienzo de la conversión, para alcanzar la disponibilidad
necesaria y, al fin de la misma, para que la llevéis a término. ¿No
aprovecháis en la oración? Bastará con que ofrezcáis a Dios las
plegarias que el Salvador profiere en lugar nuestro en el sacramento
altar, ofreciendo su fervor en reparación de vuestra tibieza; y,
cuando os dispongáis a hacer alguna cosa, orad así: «Dios mío, hago
o sufro tal cosa en el Corazón de Hijo y según sus santos designios,
y os lo ofrezco en reparación de todo lo malo o imperfecto que hay
en mis obras». Y así en todas las circunstancias de la vida. Y,
siempre que os suceda algo penoso, aflictivo, injurioso, decíos a
vosotros mismos: «Acepta lo que te manda el sagrado Corazón de
Jesucristo para unirte a sí».
Por encima de todo, conservad la paz del corazón, que es el mayor
tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la
propia voluntad y poner la voluntad del Corazón divino en lugar de
la nuestra, de manera que sea ella la que haga en lugar nuestro todo
lo que contribuye a su gloria, y nosotros, llenos de gozo, nos
sometamos a él y confiemos en él totalmente.
Oración
Infunde, Señor, en nuestros corazones el mismo espíritu con que
enriqueciste a santa Margarita María de Alacoque, para que lleguemos
a un conocimiento profundo del misterio incomparable del amor de
Cristo y alcancemos nuestra plenitud según la plenitud total de
Dios. Por nuestro Señor Jesucristo.
Oficio de Lectura,
16 de
Octubre,
Santa
Eduvigis, Religiosa
Tendía siempre hacia Dios
De la Vida de santa Eduvigis, escrita por un autor
contemporáneo
Sabiendo la sierva de Dios que aquellas piedras vivas
destinadas a ser colocadas en el edificio de la Jerusalén celestial
deben ser pulimentadas en este mundo con los golpes repetidos del
sufrimiento, y que para llegar a aquella gloria celestial y patria
gloriosa hay que pasar por muchas tribulaciones, se puso toda ella a
merced de las aguas de los padecimientos y trituró sin compasión su
cuerpo con toda clase de mortificaciones. Eran tan grandes los
ayunos y abstinencias que practicaba cada día, que muchos se
admiraban de que una mujer tan débil y delicada pudiera soportar
semejante sacrificio.
Cuanto más grande era su denuedo en mortificar el cuerpo, sin faltar
por eso a la debida discreción, tanto más crecía el vigor de su
espíritu y tanto más aumentaba su gracia, tomando nuevo incremento
el fuego de su devoción y de su amor a Dios. Muchas veces la invadía
un deseo tan ardiente de las cosas celestiales y de Dios, que
quedaba sin sentido y ni se daba cuenta de lo que ocurría a su
alrededor.
Al mismo tiempo que el afecto de su mente tendía siempre hacia Dios,
sus sentimientos de piedad la inclinaban hacia el prójimo,
impulsándola a dar abundantes limosnas a los pobres y a socorrer a
las asociaciones o personas religiosas, ya viviesen dentro o fuera
de los monasterios, como también a las viudas y a los niños, a los
enfermos y a los débiles, a los leprosos y a los encarcelados, a los
peregrinos y a las mujeres lactantes necesitadas, sin permitir nunca
que marchase con las manos vacías cualquiera que acudía a ella en
busca de ayuda.
Y, porque esta sierva de Dios nunca dejó de practicar las buenas
obras que estaban en su mano, Dios le concedió la gracia de que,
cuando sus recursos humanos llegaban a ser insuficientes para llevar
a cabo sus actividades, la fuerza de Dios y de la pasión de Cristo
la hiciera capaz de realizar lo que demandaban de ella las
necesidades del prójimo. Así pudo, según el beneplácito de la
voluntad divina, auxiliar a todos los que acudían a ella en petición
de ayuda corporal o espiritual.
Oración
Señor, por intercesión de santa Eduvigis, cuya vida fue para todos
un admirable ejemplo de humildad, concédenos siempre los auxilios de
tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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