Del oficio de lectura, 30 de
junio,
Santos
protomártires de la Santa Iglesia Romana
En la primera persecución contra
la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del
incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos
sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos. Este hecho
está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales,
15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los
Corintios (caps. 5-6).
Habiendo sufrido por envidia,
se han convertido en un magnífico ejemplo
De la carta de
san Clemente I,
papa, a los Corintios
Dejemos el ejemplo de los antiguos y vengamos
a considerar los luchadores más cercanos a nosotros; expongamos
los ejemplos de magnanimidad que han tenido lugar en nuestros
tiempos. Aquellos que eran las máximas y más legítimas columnas
de la Iglesia sufrieron persecución por emulación y por envidia
y lucharon hasta la muerte.
Pongamos ante nuestros ojos a los santos
apóstoles. A Pedro, que, por una hostil emulación, tuvo que
soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta
sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria
merecida. Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de
alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas
ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y,
habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y
en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después
de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia,
habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio
de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este
mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de
paciencia.
A estos hombres, maestros de una vida santa,
vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo
sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se
han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo. Por
envidia fueron perseguidas muchas mujeres que, cual nuevas
Danaides y Dirces, sufriendo graves y nefandos suplicios,
corrieron hasta el fin la ardua carrera de la fe y, superando la
fragilidad de su sexo, obtuvieron un premio memorable. La
envidia de los perseguidores hizo que los ánimos de las esposas
se retrajesen de sus maridos, trastornando así aquella
afirmación de nuestro padre Adán: ¡Ésta si que es hueso de
mis huesos y carne de mi carne! La emulación y la rivalidad
destruyó grandes ciudades e hizo desaparecer totalmente
poblaciones numerosas.
Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo
para recordaros vuestra obligación, sino también para
recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma
palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Por esto,
debemos abandonar las preocupaciones inútiles y vanas y poner
toda nuestra atención en la gloriosa y venerable regla de
nuestra tradición, para que veamos qué es lo que complace y
agrada a nuestro Hacedor.
Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y
démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos de Dios y Padre
suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció todo el
mundo la gracia de la conversión
Otros segmentos de la carta>
Oración
Señor, Dios nuestro, que santificaste los
comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los
mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda
el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por
nuestro Señor Jesucristo.