Del Oficio de Lectura, 22 de
junio,
san Juan Fisher,
Obispo, y santo
Tomás Moro,
Mártires
Ambos, por haberse opuesto al rey
Enrique VIII en la cuestión de su pretendida anulación de
matrimonio, fueron decapitados el año 1535: Juan Fisher el día
22 de junio, Tomás Moro el día 6 de julio. El obispo Juan Fisher,
mientras estaba en la cárcel, fue designado cardenal por el papa
Pablo III.
Me pongo totalmente en manos
de Dios con absoluta esperanza y confianza
De una
carta de santo Tomás Moro, escrita en la cárcel a su hija
Margarita
Aunque estoy bien convencido, mi querida
Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que
merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento
dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia
santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las
riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar
juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado
al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de
privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su
majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho
espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos
aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por
esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará
favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien
dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con
paciencia, con fortaleza y de buen grado.
Esta mi paciencia, unida a los méritos de la
dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos
los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena
que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina
bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el cielo.
No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de
la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más
aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a
punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca
fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que
él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que
entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me
hunda.
Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro
fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a
jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos
de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio
que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me
dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me
levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la
verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el
castigo y la vergüenza de mi anterior negación.
Finalmente, mi querida Margarita, de lo que
estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por
esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta
esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi
perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi
persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que
su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea
su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de
relieve.
Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te
preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada
puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por
muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.
Oración
Señor, tú has querido que el testimonio del
martirio sea perfecta expresión de la fe; concédenos, te
rogamos, por la intercesión de san Juan Fisher y de santo Tomás
Moro, ratificar con una vida santa la fe que profesamos de
palabra. Por nuestro Señor Jesucristo.