Del Oficio de
Lectura, 3 de julio,
Santo Tomás,
Apóstol
¡Señor mío y Dios mío!
De las homilías de
san
Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios
Homilia 26, 7-9
Tomás, uno de los Doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Sólo este discípulo estaba ausente
y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso
creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor
y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo
palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz
de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué
es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos
hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas
estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera
primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír
dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?
Todo esto no sucedió porque sí, sino
por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este
caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que
había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su
maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más
provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás
que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él
inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra
mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De
este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que
palpó se convirtió en testigo de la realidad de la
resurrección.
Palpó y exclamó: «¡Señor mío y
Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has
creído?» Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe
es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no
se ve, es evidente que la fe es la plena convicción
de aquellas realidades que no podemos ver, porque las
que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento.
Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le
dice el Señor: Porque me has visto creído? Pero
es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un
hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo
que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su
divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él,
pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante
sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa
que escapaba a su mirada.
Y es para nosotros motivo de alegría
lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean
sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos
designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en
nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos
designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen
nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra
según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que
creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión
de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten.
Y Santiago dice: La fe sin obras
es un cadáver.
Oración
Dios todopoderoso, concédenos celebrar
con alegría la fiesta de tu apóstol santo Tomás; que él
nos ayude con su protección, para que tengamos en
nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu
Hijo, a quien tu apóstol reconoció como su Señor y su
Dios. Que vive reina contigo.
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