San
Luis rey de Francia
El rey justo hace
estable el país
Del testamento
espiritual de san Luis a su hijo
(Acta Sanctorum Augusti 5
[1868]1, 546)
Hijo amadísimo, lo primero que quiero
enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón
y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo aquello que
sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal,
de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase
de martirios antes que cometer un pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te aflija
alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con
acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es
posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede
prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que
sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro
motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que
le ofendas.
Asiste, de buena gana y con devoción, al
culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida
la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente
al Señor, con oración vocal o mental.
Ten piedad para con los pobres,
desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus
posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y
así te harás digno de recibir otros mayores. Para con tus
súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a
la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del
pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la
razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos
vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas
eclesiásticas y religiosas.
Sé devoto y obediente a nuestra madre, la
Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre
espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase
de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.
Hijo amadísimo, llegado al final, te doy
toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo;
que la santísima Trinidad y todos los santos te guarden de
todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su
voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y
así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo
y alabarlo sin fin. Amén.
Oración
Oh Dios, que has trasladado a san Luis de
Francia desde los afanes del gobierno temporal al reino de
tu gloria, concédenos, por su intercesión, buscar ante todo
tu reino en medio de nuestras ocupaciones temporales. Por
nuestro Señor Jesucristo.
San José de Calasanz,
Presbítero
Procuremos vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él
De los escritos de
san José de Calasanz, presbítero
Memorial al cardenal M.A. Tonti, 1621;
Ephemerides Calasantiae 36, 9-10, Roma 1967, pp, 473, pp.
473-374; L. Picanyol Epistolario di S. Giuseppe Clasanzio
Nadie ignora la gran dignidad y mérito que
tiene el ministerio de instruir a los niños, principalmente
a los pobres, ayudándolos así a conseguir la vida eterna. En
efecto, la solicitud por instruirlos, principalmente en la
piedad y en la doctrina cristiana, redunda en bien de sus
cuerpos y de sus almas, y, por esto, los que a ello se
dedican ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles
custodios.
Además, es una gran ayuda para que los
adolescentes, de cualquier género o condición, se aparten
del mal y se sientan suavemente atraídos e impulsados a la
práctica del bien. La experiencia demuestra que, con esta
ayuda, los adolescentes llegan a mejorar de tal modo su
conducta, que ya no parecen los mismos de antes. Mientras
son adolescentes, son como retoños de plantas que su
educador puede inclinar en la dirección que le plazca,
mientras que, si se espera a que endurezcan, ya sabemos la
gran dificultad o, a veces, la total imposibilidad que
supone doblegarlos.
La adecuada educación de los niños,
principalmente de los pobres, no sólo contribuye al aumento
de su dignidad humana, sino que es algo que merece la
aprobación de todos los miembros de la sociedad civil y
cristiana: de los padres, que son los primeros en alegrarse
de que sus hijos sean conducidos por el buen camino; de los
gobernantes, que obtienen así unos súbditos honrados y unos
buenos ciudadanos; y, sobre todo, de la Iglesia, ya que son
introducidos de un modo más eficaz en su multiforme manera
de vivir y de obrar, como seguidores de Cristo y testigos
del Evangelio.
Los que se comprometen a ejercer con la
máxima solicitud esta misión educadora han de estar dotados
de una gran caridad, de una paciencia sin límites y, sobre
todo, de una profunda humildad, para que así sean hallados
dignos de que el Señor, si se lo piden con humilde afecto,
los haga idóneos cooperadores de la verdad, los fortalezca
en el cumplimiento de este nobilísimo oficio y les dé
finalmente el premio celestial, según aquellas palabras de
la Escritura: Los que enseñaron a
muchos la justicia brillarán como las estrellas, por toda la
eternidad.
Todo esto conseguirán más fácilmente si,
fieles a su compromiso perpetuo de servicio, procuran vivir
unidos a Cristo y agradarle sólo a él, ya que él ha dicho:
Cada que lo hicisteis con uno de
éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has enriquecido a
san José de Calasanz con la caridad y la paciencia, para que
pudiera entregarse sin descanso a la formación humana y
cristiana de los niños, concédenos, te rogamos, imitar en su
servicio a la verdad al que veneramos hoy como maestro de
sabiduría. Por nuestro Señor Jesucristo.
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