Disposiciones
exteriores para la comunión
Ver también:
Requisitos para recibir dignamente la comunión |
liturgia
El ayuno eucarístico, de
antiquísima tradición, exige hoy «abstenerse de tomar cualquier alimento
y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a
excepción sólo del agua y de las medicinas» (Código 919,1).
La Iglesia permite comulgar dos veces el mismo
día, siempre que se participe en ambas misas (ib. 917).
Comunión bajo las dos especies: «La
comunión tiene una expresión más plena, por razón del signo, cuando se
hace bajo las dos especies» (OGMR 240). La Iglesia en Occidente, sólo
por razones prácticas, reduce este uso a ocasiones señaladas (Eucharisticum
mysterium 32), mientras que en Oriente es la forma habitual.
Comunión fuera de la Misa: Cuando se
comulga dentro de la misa, y además con hostias consagradas en la misma
misa, se expresa con mayor claridad que la comunión hace participar en
el sacrificio mismo de Jesucristo (+Catecismo 1388). Sin embargo, cuando
los fieles piden la comunión «con justa causa, se les debe administrar
la comunión fuera de la misa» (Código 918).
Disposiciones interiores para la comunión
frecuente
San Pablo habla claramente sobre la posibilidad de comuniones indignas:
«Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente será reo del
cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo y
entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y
bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación. Por esto
hay entre vosotros muchos flacos y débiles, y muchos muertos» (1Cor
11,27-29). Atribuye el Apóstol los peores males de la comunidad
cristiana de Corinto a un uso abusivo de la comunión eucarística... Esto
nos lleva a considerar el tema de la frecuencia y disposición espiritual
que son convenientes para la comunión.
Comunión diaria
En la antigüedad cristiana, sobre todo en los siglos III y IV,
hay numerosas huellas documentales que hacen pensar en la normalidad de
la comunión diaria. Los fieles cristianos más piadosos, respondiendo
sencillamente a la voluntad expresada por Cristo, «tomad y comed, tomad
y bebed», veían en la comunión sacramental el modo normal de consumar su
participación en el sacrificio eucarístico. Sólo los catecúmenos o los
pecadores sujetos a disciplina penitencial se veían privados de ella.
Pronto, sin embargo, incluso en el monacato naciente, este criterio
tradicional se debilita en la práctica o se pone en duda por diversas
causas. La doctrina de San Agustín y de Santo Tomás podrán mostrarnos
autorizadamente el nuevo criterio.
Santo Tomás (+1274), tan respetuoso siempre con la tradición patrística
y conciliar, examina la licitud de la comunión diaria, advirtiendo que,
por parte del sacramento, es claro que «es conveniente recibirlo todos
los días, para recibir a diario su fruto». En cambio, por parte de
quienes comulgan, «no es conveniente a todos acercarse diariamente al
sacramento, sino sólo las veces que se encuentren preparados para ello.
Conforme a esto se lee [en Genadio de Marsella, +500]: "Ni alabo ni
critico el recibir todos los días la comunión eucarística"» (STh III,80,10).
Y en ese mismo texto Santo Tomás precisa mejor su pensamiento cuando
dice: «El amor enciende en nosotros el deseo de recibirlo, y del temor
nace la humildad de reverenciarlo. Las dos cosas, tomarlo a diario y
abstenerse alguna vez, son indicios de reverencia hacia la eucaristía.
Por eso dice San Agustín [+430]: "Cada uno obre en esto según le dicte
su fe piadosamente; pues no altercaron Zaqueo y el Centurión por recibir
uno, gozoso, al Señor, y por decir el otro: No soy digno de que entres
bajo mi techo. Los dos glorificaron al Salvador, aunque no de una misma
manera" [ML 33,201]. Con todo, el amor y la esperanza, a los que siempre
nos invita la Escritura, son preferibles al temor. Por eso, al decir
Pedro "apártete de mí, Señor, que soy hombre pecador", responde Jesús:
"No temas"» (ib. ad 3m).
Durante muchos siglos prevaleció en la Iglesia, incluso en los ambientes
más fervorosos, la comunión poco frecuente, solo en algunas fiestas
señaladas del Año litúrgico, o la comunión mensual o semanal, con el
permiso del confesor. Y esta tendencia se acentuó aún más, hasta el
error, con el Jansenismo. Por eso, sin duda, uno de los actos más
importantes del Magisterio pontificio en la historia de la
espiritualidad es el decreto de 20 de diciembre de 1905. En él San Pío X
recomienda, bajo determinadas condiciones, la comunión frecuente y
diaria, saliendo en contra de la posición jansenista.
«El deseo de Jesucristo y de la Iglesia de que todos los fieles se
acerquen diariamente al sagrado convite se cifra principalmente en que
los fieles, unidos con Dios por medio del sacramento, tomen de ahí
fuerza para reprimir la concupiscencia, para borrar las culpas leves que
diariamente ocurren, y para precaver los pecados graves a que la
fragilidad humana está expuesta; pero no principalmente para mirar por
el honor y reverencia del Señor, ni para que ello sea paga o premio de
las virtudes de quienes comulgan. De ahí que el santo Concilio de Trento
llama a la eucaristía «antídoto con que nos libramos de las culpas
cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales». Según esto:
«1. La comunión frecuente y cotidiana... esté permitida a todos los
fieles de Cristo de cualquier orden y condición, de suerte que a nadie
se le puede impedir, con tal que esté en estado de gracia y se acerque a
la sagrada mesa con recta y piadosa intención.
«2. La recta intención consiste en que quien se acerca a la sagrada mesa
no lo haga por rutina, por vanidad o por respetos humanos, sino para
cumplir la voluntad de Dios, unirse más estrechamente con Él por la
caridad, y remediar las propias flaquezas y defectos con esa divina
medicina.
«3. Aun cuando conviene sobremanera que quienes reciben frecuente y
hasta diariamente la comunión estén libres de pecados veniales, por lo
menos de los plenamente deliberados, y del apego a ellos, basta sin
embargo que no tengan culpas mortales, con propósito de no pecar más en
adelante...
«4. Ha de procurarse que a la sagrada comunión preceda una diligente
preparación y le siga la conveniente acción de gracias, según las
fuerzas, condición y deberes de cada uno.
«5. Debe pedirse consejo al confesor. Procuren, sin embargo, los
confesores no apartar a nadie de la comunión frecuente o cotidiana, con
tal que se halle en estado de gracia y se acerque con rectitud de
intención» (Denz 1981/3375 - 1990/3383).
Parece claro que en la grave cuestión de la comunión frecuente, la mayor
tentación de error es hoy la actitud laxista, y no el rigorismo
jansenista, siendo una y otro graves errores. Entre ambos extremos de
error, la doctrina de la Iglesia católica, expresada en el decreto de
San Pío X, permanece vigente. Hoy «la Iglesia recomienda vivamente a los
fieles recibir la santa eucaristía los domingos y los días de fiesta, o
con más frecuencia aún, incluso todos los días» (Catecismo 1389)