el matrimonio y
la nueva economía sacramental
Audiencia General 20 de
octubre de 1982
1. En el capítulo precedente hablamos de la heredad integral de la
Alianza con Dios, y de la gracia unida originariamente con la obra
divina de la creación. De esta heredad integral -como conviene
deducir del texto de la Carta a los Efesios 5, 22-33- formaba parte
también el matrimonio, como sacramento primordial, instituido desde
el «principio» y vinculado con el sacramento de la creación en su
totalidad. La sacramentalidad del matrimonio no es sólo modelo y
figura del sacramento de la Iglesia (de Cristo y de la Iglesia),
sino que forma también parte esencial de la nueva heredad: la del
sacramento de la redención, con el que la Iglesia es gratificada en
Cristo. Hay que remitirse aquí una vez más a las palabras de Cristo
en Mateo 19, 3-9 (cf. también Mc 10, 5-9), donde Cristo, al
responder a la pregunta de los fariseos acerca del matrimonio y de
su carácter específico, se refiere sólo y exclusivamente a la
institución originaria del mismo por parte del Creador al «principio».
Reflexionando sobre el significado de esta respuesta a la luz de la
Carta a los Efesios, y en particular de Ef 5, 22-23, llegamos a la
conclusión de una relación doble, en cierto sentido, del matrimonio
con todo el orden sacramental, que, en la Nueva Alianza, emerge del
sacramento mismo de la redención.
2. El matrimonio como sacramento primordial constituye, por una
parte, la figura (y, por tanto: la semejanza, la analogía), según la
cual se construye la estructura fundamental portadora de la nueva
economía de la salvación y del orden sacramental, que toma origen de
la gratificación nupcial que la Iglesia recibe de Cristo, juntamente
con todos los bienes de la redención (se podría decir, valiéndonos
de las palabras iniciales de la Carta a los Efesios: «Con toda
bendición espiritual», Ef 1, 3). De este modo el matrimonio, como
sacramento primordial, es asumido e insertado en la estructura
integral de la nueva economía sacramental, que surge de la redención
en forma, diaria, de «prototipo»: es asumido e insertado como desde
sus mismas bases. Cristo mismo, en la conversación con los fariseos
(cf. Mt 19, 3-9) confirma de nuevo, ante todo, su existencia.
Reflexionando bien sobre esta dimensión, habría que concluir que
todos los sacramentos de la Nueva Alianza encuentran, en cierto
sentido, su prototipo en el matrimonio como sacramento primordial.
Esto parece proyectarse en el clásico pasaje citado de la Carta a
los Efesios, como diremos dentro de poco.
3. Sin embargo, la relación del matrimonio con todo el orden
sacramental, que surge de la gratificación de la Iglesia con los
bienes de la redención, no se limita solamente a la dimensión de
modelo. Cristo, en su conversación con los fariseos (cf. Mt 19), no
sólo confirma la existencia del matrimonio instituido desde el «principio»
por el Creador, sino que lo declara también parte integral de la
nueva economía sacramental, del nuevo orden de los «signos»
salvíficos, que toma origen del sacramento de la redención, del
mismo modo que la economía originaria surgió del sacramento de la
creación; y en realidad Cristo se limita al único sacramento que
había sido el matrimonio instituido en el estado de la inocencia y
de la justicia originarias del hombre, creado como varón y mujer «a
imagen y semejanza de Dios».
4. La nueva economía sacramental, que esta constituida sobre la base
del sacramento de la redención, brotando de la gratificación nupcial
de la Iglesia por parte de Cristo, difiere de la economía originaria.
Efectivamente se dirige no al hombre de la justicia e inocencia
originarias, sino al hombre gravado por la heredad del pecado
original y por el estado de pecaminosidad (status naturæ lapsæ). Se
dirige al hombre de la triple concupiscencia según las palabras
clásicas de la primera Carta de Juan (2, 16), al hombre en el que
«la carne... tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el
Espíritu tendencias contrarias a las de la carne» (Gál 5, 17), según
la teología (y la antropología) paulina, a la que hemos dedicado
mucho espacio en nuestras reflexiones precedentes.
5. Estas consideraciones, acompañadas por un profundo análisis del
significado del enunciado de Cristo en el sermón de la montaña
acerca de la «mirada concupiscente» como «adulterio del corazón»,
disponen a comprender el matrimonio como parte integrante del nuevo
orden sacramental, que toma origen del sacramento de la redención, o
sea, de ese «gran misterio» que, como misterio de Cristo y de la
Iglesia, determina la sacramentalidad de la Iglesia misma. Además,
estas consideraciones preparan para comprender el matrimonio como
sacramento de la Nueva Alianza, cuya obra salvífica esta
orgánicamente unida con el conjunto de ese ethos, que ha sido
definido en los análisis anteriores ethos de la redención. La Carta
a los Efesios expresa, a su modo, la misma verdad: efectivamente,
habla del matrimonio como sacramento «grande» en un amplio contexto
parenético, esto es, en el contexto de las exhortaciones de carácter
moral, concerniente, precisamente, al ethos que debe calificar la
vida de los cristianos, es decir, de los hombres conscientes de la
elección que se realiza en Cristo y en la Iglesia.
6. Sobre este amplio fondo de las reflexiones que surgen de la
lectura de la Carta a los Efesios (más en particular de Ef 5,
22-33), se puede y se debe finalmente tocar aún el problema de los
sacramentos de la Iglesia. El texto citado a los Efesios habla de
ello de modo indirecto y, diría, secundario, aunque suficiente, a
fin de que también este problema encuentre lugar en nuestras
consideraciones. Sin embargo, conviene precisar aquí, al menos
brevemente, el sentido que adoptamos en el uso del término «sacramento»
que es significativo para nuestras reflexiones.
7. Efectivamente, hasta ahora nos hemos servido del término «sacramento»
-de acuerdo, por una parte, con toda la tradición bíblico-patrística
(1)-, en un sentido más amplio del que es propio de la terminología
teológica tradicional y contemporánea, la cual con la palabra «sacramento»
indica los signos instituidos por Cristo y administrados por la
Iglesia, que expresan y confieren la gracia divina a la persona que
recibe el sacramento correspondiente. En este sentido, cada uno de
los siete sacramentos de la Iglesia está caracterizado por una
determinada acción litúrgica, constituida mediante la palabra
(forma) y la «materia» específica sacramental, según la difundida
teoría hilemórfica que proviene de Tomas de Aquino y de toda la
tradición escolástica.
8. En relación a este significado circunscrito así, nos hemos
servido en nuestras reflexiones de un significado más amplio y
quizás más antiguo y más fundamental del término «sacramento» (2).
La Carta a los Efesios, y especialmente 5, 22-23, parece
autorizarnos a esto de modo particular. Sacramento significa aquí el
misterio mismo de Dios, que está escondido desde la eternidad, sin
embargo no en ocultamiento eterno, sino sobre todo en su misma
revelación y realización (también: en la relación mediante la
realización). En este sentido se ha hablado también del sacramento
de la creación y del sacramento de la redención. Basándonos en el
sacramento de la creación, es cómo hay que entender la
sacramentalidad originaria de matrimonio (sacramento primordial).
Luego, basándonos en el sacramento de la redención podemos
comprender la sacramentalidad de la Iglesia, o mejor, la
sacramentalidad de la unión de Cristo con la Iglesia que el autor de
la Carta a los Efesios presenta con la semejanza del matrimonio, de
la unión nupcial del marido y de la mujer. Un atento análisis del
texto demuestra que en este caso no se trata sólo de una comparación
en sentido metafórico, sino de una renovación real (o sea, de una «recreación»
esto es, de una nueva creación), de lo que constituía el contenido
salvífico (en cierto sentido, la «sustancia salvífica» del
sacramento primordial. Esta constatación tiene un significado
esencial, tanto para aclarar la sacramentalidad de la Iglesia (y a
esto se refieren las palabras tan significativas del primer capítulo
de la Constitución Lumen gentium) como también para comprender la
sacramentalidad del matrimonio, entendido precisamente como uno de
los sacramentos de la Iglesia.
NOTAS
(1) Cf. Leonis XIII Acta, vol. II, 1881, pág. 22.
(2) A este propósito, cf. el discurso de la audiencia general del
miércoles, día 8 de septiembre de este año, nota 1, (+Cap. 93).
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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