el matrimonio
sacramento, restauración del sacramento primordial
Audiencia General 13 de
octubre de 1982
1. En nuestra precedente reflexión tratamos de profundizar -a la luz
de la Carta a los Efesios- sobre el «principio» sacramental del
hombre y del matrimonio en el estado de la justicia (o inocencia)
originaria.
Sin embargo, es sabido que la heredad de la gracia fue rechazada por
el corazón humano en el momento de la ruptura de la primera alianza
con el Creador. La perspectiva de la procreación, en lugar de estar
iluminada por la heredad de la gracia originaria donada por Dios
nada más infundir el alma racional, fue ofuscada por la heredad del
pecado original. Se puede decir que el matrimonio, como sacramento
primordial, fue privado de esa eficacia sobrenatural que, en el
momento de su institución, sacaba del sacramento de la creación en
su globalidad. Con todo, incluso en este estado, esto es, en el
estado pecaminoso hereditario del hombre, el matrimonio jamás dejo
de ser la figura de aquel sacramento, del que habla la Carta a los
Efesios (Ef 5, 22-33) y al que el autor de la misma Carta no vacila
en definir «gran misterio». ¿Acaso no podemos deducir que el
matrimonio quedó como plataforma de la realización de los eternos
designios de Dios según los cuales el sacramento de la creación
había acercado a los hombres y los había preparado al sacramento de
la redención, introduciéndoles en la dimensión de la obra de la
salvación? El análisis de la Carta a los Efesios, y en particular
del texto «clásico» del capítulo 5, versículos 22-33, parece
inclinarse a esta conclusión.
2. Cuando el autor, en el versículo 31, hace referencia a las
palabras de la institución del matrimonio, contenidas en el Génesis
(2, 24: «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer y serán los dos una sola carne»), e inmediatamente
después declara: «Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo
y a la Iglesia» (Ef 5, 32), parece indicar no sólo la identidad del
misterio escondido desde los siglos en Dios, sino también la
continuidad de su realización, que existe entre el sacramento
primordial vinculado con la gratificación sobrenatural del hombre en
la creación misma y la nueva gratificación, que tuvo lugar cuando «Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla...» (Ef 5,
25-26), gratificación que puede ser definida en su conjunto como
sacramento de la redención. En este don redentor de sí mismo «por»
la Iglesia, se encierra también -según el pensamiento paulino- el
don de sí por parte de Cristo la Iglesia, a imagen de la relación
nupcial que une al marido y a la mujer en el matrimonio. De este
modo el sacramento de la redención reviste, en cierto sentido, la
figura y la forma del sacramento primordial. Al matrimonio del
primer marido y de la primera mujer, como signo de la gratificación
sobrenatural del hombre en el sacramento de la creación, corresponde
el desposorio, o mejor, la analogía del desposorio de Cristo con la
Iglesia, como fundamental signo «grande» de la gratificación
sobrenatural del hombre en el sacramento de la redención, de la
gratificación en la que se renueva, de modo definitivo, la alianza
de la gracia de elección, quebrantada en el «principio» con el
pecado.
3. La imagen contenida en el pasaje citado de la Carta a los Efesios
parece hablar sobre todo del sacramento de la redención como de la
realización definitiva del misterio escondido desde los siglos en
Dios. En este mysterium magnum se realiza definitivamente todo
aquello de lo que había tratado la misma Carta a los Efesios en el
capítulo primero. Efectivamente, como recordamos, dice no sólo: «En
El (esto es, en Cristo) -Dios- nos eligió antes de la constitución
del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El...» (Ef 1,
4), sino también: «En El -Cristo- tenemos la redención por su sangre,
la remisión de los pecados, según las riquezas de Su gracia, que
superabundantemente derramó sobre nosotros... (Ef 1, 7-8). La nueva
gratificación sobrenatural del hombre en el «sacramento de la
redención» es también una nueva realización del misterio escondido
desde los siglos en Dios, nueva en relación al sacramento de la
creación. En este momento la gratificación es, en cierto sentido,
una «nueva creación». Pero se diferencia del sacramento de la
creación en cuanto que la gratificación originaria, unida a la
creación del hombre, constituía a ese hombre «desde el principio»,
mediante la gracia, en el estado de la originaria inocencia y
justicia. En cambio, la nueva gratificación del hombre en el
sacramento de la redención le da, sobre todo, la «remisión de los
pecados». Sin embargo, también aquí puede «sobreabundar la gracia»,
como dice en otra parte San Pablo: «Donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20).
4. El sacramento de la redención -fruto del amor redentor de Cristo-
se convierte basándose en su amor nupcial a la Iglesia, en una
dimensión permanente de la vida de la Iglesia misma, dimensión
fundamental y vivificante. Es el mysterium magnum de Cristo y de la
Iglesia: misterio eterno realizado por Cristo, que «se entregó por
ella» (Ef 5, 35); misterio que se realiza continuamente en la
Iglesia, porque Cristo «amó a la Iglesia» (Ef 5, 35), uniéndose a
ella con amor indisoluble, tal como se unen los esposos, marido y
mujer, en el matrimonio. De este modo la Iglesia vive del sacramento
de la redención, y, a su vez, completa este sacramento como la mujer,
en virtud del amor nupcial, completa al propio marido, lo que ya se
puso de relieve, en cierto modo, «al principio», cuando el hombre
halló en la primera mujer «una ayuda semejante a él» (Gén 2, 20).
Aunque la analogía de la Carta a los Efesios no lo precise, sin
embargo, podemos añadir que también la Iglesia unida a Cristo, como
la mujer con el propio marido, saca del sacramento de la redención
toda su fecundidad y maternidad espiritual. Lo testimonian, de algún
modo, las palabras de la Carta de San Pedro, cuando escribe que
hemos sido «engendrados no de semilla corruptible, sino
incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios» (1 Pe 1,
23). Así el misterio escondido desde los siglos en Dios -misterio
que al «principio», en el sacramento de la creación, se convirtió en
una realidad visible a través de la unión del primer hombre y de la
primera mujer en la perspectiva del matrimonio-, en el sacramento de
la redención se convierte en una realidad visible en la unión
indisoluble de Cristo con la Iglesia, que el autor de la Carta a los
Efesios presenta como la unión nupcial de los esposos marido y mujer.
5. El sacramentun magnum (el texto griego dice: tò mysterion toúto
méga estín) de la Carta a los Efesios, habla de la nueva realización
del misterio escondido desde los siglos en Dios; realización
definitiva desde el punto de vista de la historia terrena de la
salvación. Habla además de «hacer -al misterio- visible» de la
visibilidad del Invisible. Esta visibilidad no hace ciertamente que
el misterio deje de ser misterio. Esto se refería al matrimonio
constituido al «principio», en el estado de la inocencia originaria,
dentro del contexto del sacramento de la creación. Esto se refiere
también a la unión de Cristo con la Iglesia, como «misterio grande»
del sacramento de la redención. La visibilidad del Invisible no
significaba -si así se puede decir- una claridad total del misterio.
Como objeto de la fe, permanece velado incluso a través de aquello
en que precisamente se expresa y se realiza. La visibilidad del
Invisible pertenece, pues, al orden de los signos, y el «signo»
indica solamente la realidad del misterio, pero no la «desvela». Así
como el «primer Adán» -el hombre, varón y mujer- creado en el estado
de la inocencia originaria y llamado en este estado a la unión
conyugal «en este sentido hablamos del sacramento de la creación»,
fue signo del misterio eterno, así también el «segundo Adán», Cristo,
unido con la Iglesia a través del sacramento de la redención con un
vínculo indisoluble, análogo a la alianza indisoluble de los esposos,
es signo definitivo del mismo misterio eterno. Al hablar pues de la
realización del misterio eterno hablamos también del hecho de que se
convierte en visible con la visibilidad del signo. Y por eso
hablamos incluso de la sacramentalidad de toda la heredad del
sacramento de la redención, con referencia a toda la obra de la
creación y de la redención, y mucho más con referencia al matrimonio
instituido en el contexto del sacramento de la creación, como
también con referencia a la Iglesia, cual Esposa de Cristo, dotada
de una alianza de tipo conyugal con El.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|