el matrimonio,
sacramento primordial
Audiencia General 6 de
octubre de 1982
1. Continuamos el análisis del texto clásico del capítulo 5 de la
Carta a los Efesios, versículos 22-33. A este propósito conviene
citar algunas frases de uno de los análisis precedentes dedicados a
este tema: «El hombre aparece en el mundo visible como la expresión
más alta del don divino, porque lleva en si la dimensión interior
del don. Y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios,
con la que trasciende y domina también su "visibilidad" en el mundo,
su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su desnudez. Un reflejo
de esta semejanza es también la conciencia primordial del
significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio de la
inocencia originaria» (+cap. 19, 20-2-1980).. Estas frases resumen
en pocas palabras el resultado de los análisis centrados en los
primeros capítulos del libro del Génesis, en relación a las palabras
mediante las que Cristo, en su conversación con los fariseos sobre
el tema del matrimonio y de su indisolubilidad, hizo referencia al «principio».
Otras frases del mismo análisis plantean el problema del sacramento
primordial: «Así en esta dimensión, se constituye un sacramento
primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el
mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la
eternidad. Y este es el misterio de la verdad y del amor, el
misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente...
Es la inocencia originaria la que inicia esta participación...»
(+cap. 19).
2. Hay que ver de nuevo el contenido de estas afirmaciones a la luz
de la doctrina paulina expresada en la Carta a los Efesios teniendo
presente, sobre todo, el pasaje del capítulo 5, 22-33, situado en el
contexto total de toda la Carta. Por lo demás, la Carta nos autoriza
a hacer esto, ya que el autor mismo, en el capítulo 5, versículo 31,
hace referencia al «principio», y precisamente a las palabras de la
institución del matrimonio en el libro del Génesis (Gén 2, 24). ¿En
qué sentido podemos entrever en estas palabras un enunciado acerca
del sacramento, acerca del sacramento primordial? Los análisis
precedentes del «principio» bíblico nos han llevado gradualmente a
esto, teniendo en cuenta el estado de la originaria gratuidad del
hombre en la existencia y en la gracia, que fue el estado de
inocencia y de justicia originarias. La Carta a los Efesios nos
impulsa a acercarnos a esta situación -o sea, al estado del hombre
antes del pecado original- desde el punto de vista del misterio
escondido desde la eternidad en Dios. Efectivamente, leemos en las
primeras frases de la Carta que «Dios Padre de nuestro Señor
Jesucristo... nos bendijo con toda bendición espiritual en los
cielos en Cristo, por cuanto que en El nos eligió antes de la
constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante
El en caridad...» (Ef 1, 3-4).
3. La Carta a los Efesios abre ante nosotros el mundo sobrenatural
del misterio eterno, de los designios eternos de Dios Padre respecto
al hombre. Estos designios preceden a la «creación del mundo», por
lo tanto, también a la creación del hombre. Al mismo tiempo esos
designios divinos comienzan a realizarse ya en toda la realidad de
la creación. Si al misterio de la creación pertenece también el
estado de la inocencia originaria del hombre creado, como varón y
mujer, a imagen de Dios, esto significa que el don primordial
otorgado al hombre por parte de Dios, incluía en sí ya el fruto de
la elección del que leemos en la Carta a los Efesios: «Nos eligió...
para que fuésemos santos e inmaculados ante El» (Ef 1, 4).
Precisamente esto parecen poner de relieve las palabras del libro
del Génesis cuando el Creador-Elohim encuentra en el hombre -varón y
mujer-, al aparecer «ante El», un bien digno de complacencia: «Y vio
Dios ser muy bueno cuanto había hecho» (Gén 1, 31). Sólo después del
pecado, después de la ruptura de la alianza originaria con el
Creador, el hombre siente necesidad de esconderse «del Señor Dios»:
«Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me
escondí» (Gén 3, 10).
4. En cambio, antes del pecado, el hombre llevaba en su alma el
fruto de la elección eterna en Cristo, Hijo eterno del Padre.
Mediante la gracia de esta elección, el hombre, varón y mujer, era «santo
e inmaculado» ante Dios. Esa primordial (u originaria) santidad y
pureza se expresaba también en el hecho de que, aunque los dos
estuviesen «desnudos... no se avergonzaban de ello» (Gén 2, 25),
como ya hemos tratado de poner de relieve en los análisis
precedentes. Confrontando el testimonio del «principio», referido en
los primeros capítulos del libro del Génesis, con el testimonio de
la Carta a los Efesios, hay que deducir que la realidad de la
creación del hombre estaba ya impregnada por la perenne elección del
hombre en Cristo: llamada a la santidad a través de la gracia de
adopción como hijos «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por
Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza
del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado»:
Ef 1, 5-6).
5. El hombre, varón y mujer, desde el «principio» es hecho partícipe
de este don sobrenatural. Esta gratificación ha sido dada en
consideración a Aquel que, desde la eternidad, era «amado» como Hijo,
aunque -según las dimensiones del tiempo y de la historia- la
gratificación haya precedido a la encarnación de este «Hijo amado» y
también a la «redención» que tenemos en El «por su sangre» (Ef 1,
7). La redención debía convertirse en la fuente de la gratificación
sobrenatural del hombre después del pecado y, en cierto sentido, a
pesar del pecado. Esta gratificación sobrenatural, que tuvo lugar
antes del pecado original, esto es, la gracia de la justicia y de la
inocencia originarias -gratificación que fue fruto de la elección
del hombre en Cristo antes de los siglos-, se realizó precisamente
por relación a El a ese único Amado, incluso anticipando
cronológicamente su venida en el cuerpo. En las dimensiones del
misterio de la creación, la elección a la dignidad de la filiación
adoptiva fue propia sólo del «primer Adán», es decir, del hombre
creado a imagen y semejanza de Dios, como varón y mujer.
6. ¿De qué modo se verifica en este contenido la realidad del
sacramento primordial? En el análisis del «principio», del que hemos
citado hace poco un pasaje, dijimos que «el sacramento como signo
visible, se constituye con el hombre, en cuanto ‘cuerpo’, mediante
su "visible" masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo
él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y
lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del
mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su
signo» (+Cap. 19).
Este signo tiene además una eficacia propia como decía también: «La
inocencia originaria», unida a la experiencia del significado
esponsalicio del cuerpo, hace realmente que «el hombre se sienta, en
su cuerpo de varón o de mujer, sujeto de santidad» (+Cap. 19). «Se
siente» y lo es desde el «principio». La santidad conferida al
hombre originariamente por parte del Creador pertenece a la realidad
del «sacramento de la creación». Las palabras del Génesis 2, 21, «el
hombre... se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne»,
pronunciadas teniendo como fondo esta realidad originaria en sentido
teológico, constituyen el matrimonio como parte integrante y, en
cierto sentido, central del «sacramento de la creación». Constituyen
-o quizá mejor, confirman sencillamente- el carácter de su origen.
Según estas palabras el matrimonio es sacramento en cuanto parte
integral y, diría, punto central del «sacramento de la creación». En
este sentido es sacramento primordial.
7. La institución del matrimonio, según las palabras del Génesis 2,
24, expresa no sólo el comienzo de la fundamental comunidad humana
que, mediante la fuerza «procreadora» que le es propia («procread y
multiplicaos»: Gén 1, 28) sirve para continuar la obra de la
creación, pero, al mismo tiempo, expresa la iniciativa salvífica del
Creador que corresponde a la elección eterna del hombre, de la que
habla la Carta a los Efesios. Esa iniciativa salvífica proviene de
Dios Creador y su eficacia sobrenatural se identifica con el acto
mismo de la creación del hombre en el estado de la inocencia
originaria. En este estado, ya desde el acto de la creación del
hombre, fructificó su eterna elección en Cristo. De este modo hay
que reconocer que el sacramento originario de la creación toma su
eficacia del «Hijo amado» (cf. Ef 1, 6, donde se habla de la «gracia
que nos otorgó en su Hijo amado». Si luego se trata del matrimonio,
se puede deducir que -instituido en el contexto del sacramento de la
creación en su globalidad, o sea, en el estado de la inocencia
originaria- debía servir no sólo para prolongar la obra de la
creación, o sea, de la procreación, sino también para extender sobre
las posteriores generaciones de los hombres el mismo sacramento de
la creación, es decir, los frutos sobrenaturales de la elección
eterna del hombre por parte del Padre en el Hijo eterno: esos frutos
con los que el hombre ha sido gratificado por Dios en el acto mismo
de la creación.
La Carta a los Efesios parece autorizarnos a entender de este modo
el libro del Génesis y la verdad sobre el «principio» del hombre y
del matrimonio que allí se contiene.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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