el matrimonio
como analogía del amor nupcial entre cristo y la iglesia
Audiencia General 29 de
septiembre de 1982
1. En la Carta a los Efesios (5, 22-33) -igual que en los Profetas
del Antiguo Testamento (por ejemplo, en Isaías)- encontramos la gran
analogía del matrimonio o del amor nupcial entre Cristo y la Iglesia.
¿Qué función tiene esta analogía con relación al misterio revelado
en la Antigua y en la Nueva Alianza? A esta pregunta hay que
responder gradualmente. Ante todo, la analogía del amor conyugal o
nupcial ayuda a penetrar en la esencia misma del misterio. Ayuda a
comprenderlo hasta cierto punto -se entiende que de modo analógico-.
Es obvio que la analogía del amor terreno, humano, del marido a la
mujer, del amor humano nupcial, no puede ofrecer una comprensión
adecuada y completa de esa realidad absolutamente trascendente, que
es el misterio divino, tanto en su ocultamiento desde los siglos en
Dios, como en su realización «histórica» en el tiempo, cuando «Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5, 25). El misterio
sigue siendo transcendente con relación a esta analogía, como
respecto a cualquier otra analogía, con la que tratamos de
expresarlo en lenguaje humano. Sin embargo, al mismo tiempo, esta
analogía ofrece la posibilidad de cierta «penetración» cognoscitiva
en la esencia misma del misterio.
2. La analogía del amor nupcial nos permite comprender en cierto
modo el misterio que desde los siglos está escondido en Dios, y que
en el tiempo es realizado por Cristo, precisamente como el amor de
un total e irrevocable don de sí por parte de Dios al hombre en
Cristo. Se trata del «hombre» en la dimensión personal y, a la vez,
comunitaria (esta dimensión comunitaria se expresa en el libro de
Isaías y en los Profetas como «Israel», en la Carta a los Efesios
como «Iglesia»: se puede decir: Pueblo de Dios de la Antigua y de la
Nueva Alianza). Añadamos que en ambas concepciones la dimensión
comunitaria está situada de algún modo, en primer plano, pero no
tanto que vele totalmente la dimensión personal que, por otra parte,
pertenece sencillamente a la esencia misma del amor nupcial. En
ambos casos nos encontramos más bien con una significativa «reducción
de la comunidad a la persona» (1): Israel y la Iglesia son
considerados como esposa-persona por parte del esposo-persona («Yahvé»
y «Cristo»). Cada «yo» concreto debe encontrarse a sí mismo en ese
bíblico «nosotros».
3. Así, pues, la analogía de la que tratamos permite comprender, en
cierto grado, el misterio revelado del Dios vivo, que es Creador y
Redentor (y en cuanto tal es, al mismo tiempo, Dios de la Alianza);
nos permite comprender este misterio a la manera de un amor nupcial,
así como permite comprenderlo también a la manera de un amor «misericordioso»
(según el texto del libro de Isaías), o también al modo de un amor «paterno»
(según la Carta a los Efesios, principalmente el cap. I). Estos
modos de comprender el misterio son también, sin duda, analógicos.
La analogía del amor nupcial contiene en sí una característica del
misterio que no se pone directamente de relieve ni por la analogía
del amor misericordioso ni por la analogía del amor paterno (o por
cualquiera otra analogía utilizada en la Biblia, a la que hubiéramos
podido referirnos).
4. La analogía del amor de los esposos (o amor nupcial) parece poner
de relieve sobre todo la importancia del don de sí mismo por parte
de Dios al hombre, elegido «desde los siglos» en Cristo (literalmente:
a «Israel», a la «Iglesia»), don total (o mejor, «radical») e
irrevocable en su carácter esencial, o sea, como don. Este don es
ciertamente «radical» y, por esto «total». No se puede hablar aquí
de la «totalidad» en sentido metafísico. Efectivamente, el hombre,
como criatura, no es capaz de «recibir» el don de Dios en la
plenitud trascendental de su divinidad. Este «don total» (no creado
) sólo es participado por Dios mismo en la «trinitaria comunión de
las Personas». En cambio, el don de sí mismo por parte de Dios al
hombre, del que habla la analogía del amor nupcial, sólo puede tener
la forma de la participación en la naturaleza divina (cf. 2 Pe 1,
4), como lo ha esclarecido con gran precisión la teología. No
obstante, según esta medida, el don hecho al hombre por parte de
Dios en Cristo es un don «total», o sea, «radical», como indica
precisamente la analogía del amor nupcial: en cierto sentido, es «todo»
lo que Dios «ha podido» dar de sí mismo al hombre, teniendo en
cuenta las facultades limitadas del hombre-criatura. De este modo,
la analogía del amor nupcial indica el carácter «radical» de la
gracia: de todo el orden de la gracia creada.
5. Parece que todo lo anterior se puede decir con referencia a la
primera función de nuestra gran analogía, que pasó de los escritos
de los Profetas del Antiguo Testamento a la Carta a los Efesios, en
la que, como ya hemos notado, sufrió una significativa
transformación. La analogía del matrimonio, como realidad humana, en
el que se encarna el amor nupcial ayuda, en cierto grado y en cierto
modo, a comprender el misterio de la gracia como realidad eterna en
Dios y como fruto «histórico» de la redención de la humanidad en
Cristo. Sin embargo, hemos dicho antes que esta analogía bíblica no
sólo «explica» el misterio, sino que también, por otra parte, el
misterio define y determina el modo adecuado de comprender la
analogía, y precisamente este elemento suyo, en el que los autores
bíblicos ven «la imagen y semejanza» del misterio divino. Así, pues,
la comparación del matrimonio (a causa del amor nupcial) con la
relación de «Yahvé-Israel» en la Antigua Alianza y de «Cristo-Iglesia»
en la Nueva Alianza, decide a la vez acerca del modo de comprender
el matrimonio mismo y determina este modo.
6. Esta es la segunda función de nuestra gran analogía. Y, en la
perspectiva de esta función, nos acercamos de hecho al problema «sacramento
y misterio», o sea, en sentido general y fundamental, al problema de
la sacramentalidad del matrimonio. Esto parece particularmente
motivado a la luz del análisis de la Carta a los Efesios (5, 22-33).
En efecto, al presentar la relación de Cristo con la Iglesia a
imagen de la unión nupcial del marido y de la mujer, el autor de
esta Carta habla, del modo más general y, a la vez, fundamental, no
sólo de la realización del eterno misterio divino, sino también del
modo en que ese misterio se ha expresado en el orden visible, del
modo en que se ha hecho visible, y, por esto, ha entrado en la
esfera del Signo.
7. Con el término «signo» entendemos aquí sencillamente la «visibilidad
del Invisible». El misterio escondido desde los siglos en Dios -o
sea, invisible- se ha hecho visible ante todo en el mismo
acontecimiento histórico de Cristo. Y la relación de Cristo con la
Iglesia, que en la Carta a los Efesios se define «mysterium magnum»,
constituye la realización y lo concreto de la visibilidad del mismo
misterio. Con todo, el hecho de que el autor de la Carta a los
Efesios compare la relación indisoluble de Cristo con la Iglesia,
con la relación entre el marido y la mujer, esto es, con el
matrimonio -haciendo al mismo tiempo referencia a las palabras del
Génesis (2, 24), que con el acto creador de Dios instituyen
originariamente el matrimonio-, dirige nuestra reflexión hacia lo
que se ha presentado ya antes -en el contexto del misterio mismo de
la creación- como «visibilidad del Invisible», hacia el «origen»
mismo de la historia teológica del hombre.
Se puede decir que el signo visible del matrimonio «en principio»,
en cuanto que esta vinculado al signo visible de Cristo y de la
Iglesia en el vértice de la economía salvífica de Dios, transpone el
plano eterno de amor a la dimensión «histórica» y hace de él el
fundamento de todo el orden sacramental. Mérito particular del autor
de la Carta a los Efesios es haber acercado estos dos signos,
haciendo de ellos el único gran signo, esto es, un sacramento grande
(sacramentum magnum).
Notas
(1) No se trata sólo de la personificación de la sociedad humana,
que constituye un fenómeno bastante común en la literatura mundial,
sino de una «corporate personality» específica de la Biblia, marcada
por una continua relación recíproca del individuo con el grupo. (Cf.
H. Wheeler Robinson, «The Hebrew Conception of Corporate
Personality» BZAW 66, 1936, págs. 49-62; cf. también J. L. McKenzie,
«Aspects of Old Testament Thought», en: The Jerome Biblical
Commentary, vol. 2, Londres, 1970, pág. 748).
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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